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i CALLE BURDEOS 12-14 2229 08029 BARCELONA TELEFONO 93.439.53.36 Dedicado a toda ... PDF

141 Pages·2011·14.19 MB·Spanish
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L A S—A GA DE L OS M A R L E S ES de- GUILLERMO MARLÉS CORTAL i CALLE BURDEOS 12-14 2229 08029 BARCELONA TELEFONO 93.439.53.36 Dedicado a toda iba familia. Y miradas de los seres queridos que nos consuelan en los dias del gran miedo. LARGO Y PESADO PREFACIO jóse M* . Gironella De su libro "Gritos del Mar" Estas páginas que siguen, si acaso son leídas algún día, han de tomars por lo que son, páginas mal escritas, sin ortodoxia, ni sintaxis, con abun dantes faltas, tanto de composición como ortográficas y por las cuales pid disculpas, pues no soy escritor, tal como el que canta bajo la ducha no es cantante, pero tiene afición si mas no. Solo que un día, pana distraerme, se me ocurrió enborronar cuartillas al recordar algo y dejando la fantasía aparcada. Otro día cualquiera ante la tentación de una libreta inocente e inmaculada me acudieron a la memoria cosas pasadas y de mi olvidada niñez. Al cabo de meses lo pasé'en limpio bajo un título cualquiera; después otra cosa y así fue naciendo esa parida deslavazada hasta pretender convertirse en memoria de unos tiempos infantiles. Eso sí, todo lo contado sucedió tal como está escrito pizca ma's o meno. al menos es como yo lo recuerdo: y es curioso, a uno le parece que no te acuerdas de nada y como las cerezas, un recuerdo trae a otro y este a otro También me he preguntado, no crea'is, lo siempre dicho, que cuando se envejí ce y como signo precursor de una chochez precoz se empieza por recordar pa- sadas batallitas. Pero como sea, no me he inventado nada, si acaso pueden fallar las fe- chas, en vez del año treinta y cuatro puede ser que sucediera en el treint; y cinco, mes más o menos. Sé, de cierto, que el Ignacio dirá, o pensará a. leer eso del mes mas o menos; papa eso suena muy mal, es una redundancia: que le voy a hacer, ya he dicho que no soy escritor, que si lo fuera quizá no se me hubiera pasado por la mente ¿ñ intentar de escribir sin saber ha- cerlo. Otra parrafada sin ilación entre saber hacer algo y no hacerlo. Lo que si afirmo es qué si no he estado seguro del cuando sucedió algúi recuerdo y podría al consignarlo ser un error de bulto, me he abstenido de hacerlo. Como ejemplo sirva ese que a buen seguro sólo gustará al Guiller- mo. A Barcelona vino por aquél entonces una soprano famosísima llamada Tot dal Monte y a su llegada fue interviuada en la Radio y le rogaron a que car 3 tara algo, asi lo hizo y cantó el aria de la locura de Lucia de Lammermoor de Donizzetti; pues bien, esta aria y la tal soprano siempre la he recorda do de una manera muy viva y sin embargo no la he sabido situar si no es po el recuerdo del aparato de radio que teníamos en casa y por su situación en el comedor. La tal soprano vino a Barcelona por los años treinta y tre o treinta y cuatro y volvió por los cuarenta y cuarenta y uno: en aquellos primeros años no teníamos sino apasatos de galena que se montaban mis pa- dres y hermanos mayores; aparato de radio lo tuvimos casi a media guerra civil montado por un manitas aficionado amigo de mi padre, y lo pusimos encima de una mesilla para poder escuchar en tono bajo los partes del ene- migo en la v-oz del General Queipo del LLano. Solo al termino de la contien da lo instaló mi padre en un alto estante en el comedor para que nosotros, pequeños, no alcanzáramos a manipularlo; así, recuerdo la soprano cantando y su voz divina saliendo por el aparato bastante alzado y tenía que ser en su segunda o tercera venida a Barcelona por los años 40 0 41: ese recuerdo no lo he podido incluir pues en ninguno de los capítulos de esas memorias qne'f por su fecha rebasa la edad impuesta a esos recuerdos de infancia. Y vayaYnos por mis recuerdos familiares» Mi abuela materna, de quién guar- do un acendrado, grato y afectuoso recuerdo: era una anciana afable, cariñ sa a mas no poder con nosotros, sus nietos; era la viuda Cortal que poseyó un colmado en la calle Blay esquina Rosal, el cual colmado no conocí: he puesto anciana sin saber la edad que tendría cuando murió en casa, la re- cuerdo en su generosidad para comprarnos jugetes, en darnos calderilla baj mano pero sabiéndolo nuestra madre y en su lecho de muerte dándonos un bes de d<sgpj3ili&a y fue llorada por todos, especialmente por mí: querida yaya Catalina viuda Cortal, tan recordada fue por todos cuantos la conocieron, que mi madre y yo íbamos a la Casa Mauri, sita en la Calle San pablo y sol mentar su nombre nos vendían o daban, no recuerdo, tres o cuatro tabletas de chocolate, de las cuales, siendo de doscientos gramos cada una, nos co- míamos casi dos por el camino de vuelta, mi madre era tan golosa como yo müfsmo lo he sido siempre y aquellos eran tiempos de geerra y de escasez y e chocolate no abundaba ., De mi abuelo materno no recuerdo sino su apelli Cortal, descansen en paz los dos, Cacalina Livesey Mackintoch, viuda Corta De mi abuelo paterno solo recuerdo su nombre, Jaime Marlés, pues tambi había fallecido al nacer yó y tener el sáfáciente entendimiento para conocer a mi abuela paterna Margarita Segú, viuda Marlés y a su hija, mi tía Josef También recuerdo a mi tío Antón, el cual tenía una tienda de alquiler de carretones en la calle Blay y nos subía a uno de ellos dándonos una vue ta por la manzana, siempre llevaba una gorra de plato, muy a la usanza de la época y en mangas de camisa y un chaleco de pana, asi como los pantalón también de pana. Una cosa curiosa del tío Antón y quizá algo macabra: a los años de""su muerte, en el mismo nicho se celebró un entierro de no re- cuerdo quién, el nicho era de los de abajo tocando al suelo, cuando lo sa- caron para hacer sitio al nuevo ínquilíno, abrieron su ataúd como se acos- tumbraba para romperlo y meter los pedazos encima del nuevo y apareció ent ro del todo pero solo una fina urdimbre como de hilos enteetejidos que mar tenían su apariencia corporal ;Á que hicieron los sepul tureros?J levantarlo un palmo del suelo y dejarlo caer, desapareció del todo, no quedó mas que un tenue polvillo, era lo único que quedó de él. Así acabaremos todos si t cielo no lo remedia, que no lo remediará. Punto. Otro de nuestros parientes eran el tío Estebet y su mujer cuyo nombre no me acude a la memoria, tenían un estanco en la esqáina Blay con Salva, era un hombre afectuoso asi como su mujer, dicharachero, pero no en el sei tido estricto y gramatical, sino que era hablador , ocurrente, chispeante tanto que en los entierros casi hacía reir al muerto, fumaba, .como buen es- tanquero, d aquellos inalvidables paquetes que mostraban en su envoltura un e canario con un pitillo en el pico. Y a su hija, ¿Lola?, mi padrina, de lo cual no me enteré sino cuando contaba yó los catorze años, recuerdo qu< dije al enterarme -¿Esa es mi padrina? ¡si no me ha dado nunca ni un sim • pie caramelo! - cada , o casi cada Domingo hacíamos el recorrido de casa de mi abuela al tío Antón y de allí al estanco del tío Estebet en dónde aparte del tabaco, se exhibían los consabidos pirulís de la época, un cara- melo alargado con un palito insertado para cogerlo mientras se chupaba, tam- bién chiclets, alguna que otra golosina y cordones de "pegadolsa"; pues nun- ca, nunca, esa padrina ignorada tuvo la ocurrencia de darnos alguno de los dulces que se mostraban tentadores: Pasados los años, muchos, trabajó en Witentur, casa de seguros sita en la Plaza Calvo Sotelo, hoy Maciá, y se le ocurrió venir a visitarnos en la calle Burdeos* como tenemos por costumbre les servimos pastas y café con leche, pero aun ahora no me explico a qué" fu< debida su visita si nunca se había interesado por nosotros. Había otro her- mano, An^eltÁ-.®, estudiaba por aquél tiempo abogacía, era de aquellas persona; que parece que hablan con una dulzura forzada, de superioridad, era amable e inteligente. Pasado el tiempo, mucho, entró a formar parte del cuadro es- cénico de Radio Barcelona y también escribía algún guión. Cuando yó entre a-trabajar en dicha Emisora, él aún estaba y sí, nos saludamos, pero su tra to era forzado, él era un guionista, actor y por ser ma's, abogado, y se le no- taba; reconozco que poseía una bien timbrada voz, pero untuosa. Esa familia de quién solo guardo un grato recuerdo del tio Estebet y su esposa, se ape- llidaban A(&ni)í;2. y nuestro parentesco de primos sería por la esposa de la cual no recuerdo el nombre y por parte de mi madre, ©tsr-a Liwey&ay- supongo. Otros parientes eran los de la Barceloneta, él Qr^úon'o R¡h0lt , ella Cáfóíito¿ Livesey, con dos hijos de nuestra misma edad, los visitábamos bas- tante y ellos a nosotros, cuando la guerra se fueron todos a vivir en unos sótanos de la Estación de Francia habilitados como refugios permanentes por la intensidad y frecuencia de los bombardeos. Alli debajo, con endebles se paraciones de unas familias a otras, habían trasladado parte del mobiliario necesario y no volvieron a su casa hasta terminada le guerra. Años después se tras ladaron a la calle CenoUj; de B<il.l~Mvn /", por debajo de la Plaza del C<£|)/rj|: de cuyo traslado me enteré muchísimos años después y por ¿1 motivo de que m padrino Guillermo Livesey hubiera venido a Barcelona para procurar vernos a todos por última vez. 6 Otra parienta era la Enriqueta, hermana de la Catalina. Esa Enriqueta había te- nido con su esposo una tienda de sombreros y gorras en Sans; al quedarse viuda se fue a vivir a Villafranca del Panades y a pesar de vivir tan lejos era la que mas nos visitaba, y siempre nos traía dos o tres de las famosas cocas de Villafranca; eso tanto en Gracia como en el horno y era la única que no venía por el interés de pedirnos pan como las otras parientas hicie- ron una y otra vez. La tía Enriqueta era muy aficionada a la zarzuela, tanto como mi madre y yo; en aquél tiempo al menos dos teatros, que yo recuerde, el Apolo y el Victoria, en el paralelo, se turnaban para presentar zarzuelas con los mejo res cantantes., de la época. Mercedes Capsir, Maria Teresa Planas, Jaime Mi- ret, Marcos Redondo, Ricardo Mayral, Pablo Civit, Pablo Hertoch y otros dos de los cuales no recuerdo bien el quién de los dos representaba La Taberne- ra del Puerto con una voz potentísima y capaz de en la celebre romanza de tenor emitir un do de pecho escalofriante por lo sostenido, pero alargándole con un agudo final escalando las notas del pentagrama que hacía poner la piel de gallina haciendo levantar al público entusiasmado. Estos dos teno- res uno era el Eduardo Brito y el otro Rosich, cual de los dos emitía tai agudo no me acuerdo. Sólo una vez he vuelto a escuchar este do sostenido y terminado con un agudo sabiendo hasta casi parecer que la garganta del ca tante podía romperse y fue el tenor canario Alfredo Kraus interpretando esa romanza de La Tabernera del Puerto, pero después, c/e ¿/, no lo he. vuelto a fQptír; un do de pecho meritorio pero normal es cuanto se suele hacer o canta] De estas tardes zarzueleras guardaba mi madre un cajón lleno de libreto con la letra y argumentos, por aquél entonces se acostumbraba a entregar lo dichos libretos de la zarzuela repeesentada junto con la entrada. Yo me la aprendía de memoria y las cantaba, por cierto con bastante voz; pero mi afi ción verdadera no iba por ese camino sino por los barcos y llegar a ser mar no, pero en casa lo tomaban como una tontería pasajera y tanto me lo quita- ron de la cabeza y con tal fuerza, que esa, la cabeza, desde entonces me • quedó huera . 7 De esa pléyade de parientes faltan los R»i/$ y mi padrino. El Rlgrf padre había casado con una hermana de mi padre y mi tía Josefa, la oual no llegé a oonocerla pues murió joven dejándole a su marido dos chicos, Así los Rt'us eran tres, los hijos algo mayores que yo y solo recuerdo que uno de ellos se llamaba, o se llama, si no ha muerto, Joje, Venían mucho a visita a mi abuela Margarita y a la tía Josefa, se sentaban todos formando coro en el dormitorio de mi abuela y ante el balcón y a. mí siempre me causaba el ; efecto de que se estaban confesando unos a otros pues los tres Rj O.iS habla ban como susurando, cual si les supiese mal el levantar la voz y cuando ve- nían los tres, parecían tres jesuítas retirados desvelando secretos a media voz o lamentándose de habar colgado los hábitos: como mi tía Josefa habia sido monja y los colgó para dedicarse a cuidar a mi abuela, el símil de un conciliábulo entre antiguos tonsurados se me representaba siempre al verlos tan enfrascados y sin percibir nota de cuanto decían. Y falta el último recuerdo que son varios, el de mi padrino, Guillermo Livesey Hackintoch, era ingles, casado con inglesa, sin hijos, al menos no los conocí ni tuve noticia de ello. Nunca renunció a su nacionalidad y su aspecto era de típico ingles, alto, con una inicial gordura, de rostro en- cendido o rubicundo, francote y jovial: siempre me acuerdo de sus manotazos a mis rollizos muslos regocijándose de que su apadrinado estuviera tan sano te como él mismo; comentando, " es buen descendiente de ingles y escocesa" y a palmotearme mis sufridas carnes que mostraba por mis pantalones cortos. Cuando salía de su casa mis "cuixas" ardían'y aparecían como coloreadas de rojo, pero como contrapartida mis ojos relucían ilusionados por la gran y azucarada "mona" con sus figuras de chocolate y algún huevo de azúcar y chocolate y las plumas teñidas de colorines. Si ni era Pascua y por lo tan- to no había mona, mis bolsillos llenos de caramelos y algún dinero para la hu cha, del cual se hacía cargo mi3padre guardándolo para ese fin ; era una pa- ; drino generoso y no le dolían prendas. En eso de la mono de Pascua competí, mos mi hermano Juan y yó en comparar cual de las dos, la suya o la mía, era 8 mayor, mas vistosa, mas adornada y contenía mayor cantidad de figuras, Hue- vos, plumas de colores y nos pasábamos horas contemplándolas posadas encima el aparador de casa. Su padrino era nuestro hermano mayor Jaime, el cual se esmeraba en emular la generosidad de mi padrino y las dos monas lucían a cual mejor. Mi padrino vivía en la Via Layetana por debajo de Urquinaona, en un pri cipal y abajo tenía una tienda de Cambio y Bolsa, pues era agente oficial d la Lonja de Valores. Pero antes había sido direct-Qr o subdirector de la of ciña principal de un banco en el que también trabajaba mi hermano Jaime, y en el cual, posteriormente en el año 4 7 o 48, entré a trabajar yó. Lo que sigue le sé de un modo impreciso por comentarios en voz baja entre mis pa- dres y mi hermano, y aunque no captaba sú verdadero significado me fue que- dando en la memoria, un día oía una cosa, otro día otra, mi corta edad no les permitía hacerme partícipe de lo sucedido. El caso creo que fue 4© un cierto sujeto que enredó su buen nombre y prestigio en cierta operación fra dulenta, siendo mi padrino totalmente ajeno e ignorante de sus trapícheos; corrió la voz y salió perjudicado, pero pudo probar su inocencia y no quedó desprestigiado: pero el tal sujeto aun tutto una desfachatez intolerable y mi padrino ni corto ni perezoso sacó un revolver del cajón y le pegó dos ti r°S; el individuo no murió, solo salió herido. Mi padrino, apoyado por to- dos y probada la mala acción del tal sujeto, ni lo detuvieron ni afrontó juicio alguno, pues el Banco respondió de él, eso sí, aquello lo forzó a presentar su dimisión.. Cuando la Guerra Civil española se marchó a Inglatera y no volví a sa- ber de él hasta hace bastantes años en que me dejó recado de que si quería verlo estaría en casa de mis primos en la calle Condes de Bell-MunC . Por supuesto acudí y me abrazó emocionado varias veces, casi me ahoga entre sus brazos y me besó, sí, besos casi con lagrimas. Se conservaba bien, tanto él como su mujer, anónima y discreta como siempre fue: recuerdo como nos sentamos y yó, en broma, me cubrí los muslos previniendo sus no olvidados 9 manotazos cariñosos, él lo entendió y rió de buena gana. Después de las acó. tumbradas preguntas de si estaba casado, cuantos -hijos, etc... me contó que venian de Oran, en donde poseía una fabrica de papel y por los acónteciffiien tos aciagos ocurridos allí la había perdido, que como último deseo viajó a Barcelona para despedirse de cuantos parientes hubiera, entre ellos yó; ala bó mi aspecto y acabó recordando tristemente el desgraciado suceso del Ba co y dijo, que sin arrepentirse pues aquél sujeto se lo merecía, lamentaba el haberlo hecho y mas que nada por mí. Lo tranquiliza diciéndole que po mi corta edad de entonces ni me enteré, en todo caso lo admiraba por haberse defendido, para mí siempre habíalo considerado como un acto de valor de mi padrino y que., no padeciera pues estaba olvidado y siempre lo recordaba con admiración. Se volvió a emocionar y levantó la mano sobre mi muslo bromean do, pero me volvió a besar y abrazar. •'Sstas páginas, quizás, destinadas a vosotros y vosotras, hijos e hijas nietos y nietas, digo, quizás, ni llegeís a leerlas ni a ese punto y aparte Sé que direís, vaya tostón de parientes, los cuales ni nos interesan ni conocíamos. Pero es que siempre he creído que los muertos, y casi tocios It mentados lo estarán, si de cuando en cuando se les recuerda están menos mué tos, reviven en el recuerdo que se mantiene vivo. También me queda la dude de si éstas páginas no ocuparían mejor sitio al final de las que siguen. Pero así las he puesto, principiando y aq$ií están, bien o mal puestas. Pero, seguid leyendo, si queréis. QJtDO de los recuerdos que guardo son los de los pantalones y calzonci- llos que por aqaallos tiempos nos obligaban a usar a los pequeños, y no os riáis al leerlo, pues parece de cuento sin serlo; ries dos prendas estaban abiertas por debajo y asi al agacharte enseñabas lo de atrás y lo de adelar te, así lo usaban todos los crios hasta los cinco o seis años: a esa edad, las madres hablando de sus hijos, no solían decir; tiene tantps años; sino ya le he cerrado la culera. A mi hermano Juan y a mí, recuerdo que los di- chos pantalones y calzoncillos nos lo compraban en una tienda de la Plaza 10 del Reloj o del Ayuntamiento de Gracia: cuando a mi hermano se los compró mi madre normales, el dueño, mirándome, preguntó si a mí no me cerraba aún la culera, mi madre dijo no, pues es muy marrano y aun se lo hace encima per pereaa, el jugar le absorve tanto que ni se acuerda de ir al lavabo, hasta q aprenda,culera abierta. Cuanta vergüenza no llegé a pasar por tal motivo, p ro lo cierto es que mi madre tenía razón , me daba tanta rabia tener que de- jar el juego y tanto me enfrascaba en el que se me olvidaba la necesidad o ir. la aguantaba hasta que no tenía remedio y el ir con el cuarto trasero al air cuandc me agachaba o mostrar la pirila al sentarme me dio la suficiente ver- güenza para enmendarme-- y no volverme tan distraído: también influyó el que mi padre, cuando eso ocurría, me refregara por los morros las dos prendas ma chadas, por lo demás, aunque jugaba con chicos y chicas de la misma edad, la costumbre hacía que nadie se extrañara demasiado, ni las chicas, por llevar tales partes al aire. Costumbres de la época. En aquellos tiempos, tiempos de marranería, cualquier transeúnte, se pa- raba tranquilamente en cualquier hueco entce doá edificios desigualados, que abundaban bastante* haciendo sus aguas menores sin el menor rubor de na- die;; las mujeres, teniendo un árbol a mano, se apoyaban en su tronco y agua abajo que hay que regar. En mm calle había dos de esos desniveles de facha- das, y queriendo solucionar la propensión tenida de usarlos como urinarios, se rrellenaban con tierra y piedras, hasta una altura de metro y medio, y lue- go se alisaban con cemento .porland, con una base de un cuarto de circuaferer Cia que disminuía conforme tomaba altura hasta terminar en un punto que unía ambas paredes; pero así y todo, siempre mostraba unas sospechosas humedades que olían a las aguas menores que no dejaban de depositar cuanto personal p¿ saba por allí y tuviera necesidad de hacérselo. Nosotros, crios nada escru- pulosos, aquellos mojones nos servían para jugar al "caball fort''a pesar de los olorosos aflubios que soltaban. Otro de los recuerdos que se me vienen a la memoria es la de la enorme fuente de agua potable que existía en la cercana Plaza de San Juan, hoy de

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Del otro año no puedo dar testimonio de nadr. pues nos cogió viviendo en el Paralelo', junto, casa por casa, a la de mi abuela Margarita y rni tía Jo- piamente el colegio y el piso la vivienda de los maestros, un matrimonio de cual casi no recuerdo nada, o casi nada. Pues no creo haberlo dicho
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