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Humor PDF

139 Pages·2021·1.468 MB·Spanish
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Para Trevor Griffiths PREFACIO Hay un montón de estudios sobre el humor que comienzan reconociendo, con cierta vergüenza, que analizar un chiste equivale a matarlo. En realidad, eso no es cierto. Sí es cierto que, si quieres provocar la risa, no es conveniente hacer un chiste y diseccionarlo al mismo tiempo, igual que se ha dicho de algunos presidentes estadounidenses que no eran capaces de andar y mascar chicle simultáneamente; pero no hay muchos cómicos que se saquen de la manga una investigación teórica sobre sus ocurrencias en el mismo momento en que las están contando. Y los que actúan así suelen hacerlo en la cola del paro, no en teatros o clubs nocturnos. (Desde luego, hay excepciones, como el brillante y original cómico Stewart Lee, quien deconstruye su propio espectáculo mientras lo presenta sobre el escenario y analiza las reacciones del público.) Por lo demás, el humor y el análisis del humor pueden coexistir perfectamente. Entender cómo funciona un chiste no tiene por qué arruinarlo, del mismo modo que entender cómo funciona un poema no lo estropea. En esta, como en otras cuestiones, la teoría y la práctica pertenecen a esferas distintas. Conocer la anatomía del intestino grueso no supone ningún obstáculo a la hora de disfrutar de una comida. Los ginecólogos pueden tener una vida sexual satisfactoria, y los obstetras pueden quedarse embobados mirando un bebé. Los astrónomos que se enfrentan a diario con la absoluta insignificancia de la Tierra en el contexto del universo no se dan a la bebida ni se tiran por un barranco, o al menos no por ese motivo. Desde luego, en las estanterías de cualquier biblioteca hay unos cuantos libros acerca del humor que son sosos hasta lo indecible. Algunos de estos estudios vienen profusamente adornados con gráficos, tablas, diagramas, estadísticas e informes sobre experimentos realizados en laboratorios.[1] Un triste trío de investigadores científicos incluso parece albergar dudas sobre si los chistes realmente existen. Pero también hay muchos comentarios iluminadores sobre el humor, y he recurrido a unos cuantos de ellos para escribir este libro. Las teorías sobre el humor pueden resultar tan útiles como las teorías sobre la poligamia o la paranoia, siempre que se caractericen por cierta humildad intelectual. Como cualquier hipótesis fructífera, tienen que reconocer sus propios límites. Siempre habrá casos anómalos, enigmas sin resolver, consecuencias incómodas, implicaciones poco convenientes y cosas de ese tipo. Las teorías pueden estar plagadas de discrepancias y aun así ser productivas, igual que una foto borrosa de alguien puede ser más útil que no tener ninguna, e igual que, si vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo aunque sea mal. El sin par William Hazlitt cita a Isaac Barrow cuando observa que el humor es un fenómeno tan «versátil y proteico» que resulta imposible dar con una definición exhaustiva de él: A veces está escondido en una pregunta maliciosa, en una respuesta aguda, en un razonamiento estrafalario, en una insinuación ladina, en la astucia o la inteligencia con que anulamos o devolvemos una objeción; a veces está emboscado en un discurso planteado de manera audaz e imaginativa, en una ironía ácida, en una hipérbole exuberante, en una metáfora desconcertante, en una conciliación plausible de elementos contradictorios, o en el más puro sinsentido […] una mirada o un gesto imitativos pueden ser una muestra de humor; a veces lo conforma una simplicidad fingida, otras veces una franqueza presuntuosa; a veces surge simplemente de un feliz encontronazo con algo extraño; otras, de exprimir con habilidad un tema obvio; con frecuencia, consiste en una cosa que no se sabe qué es, y que brota sin que se pueda explicar cómo […]. Es, en resumen, una forma de hablar llana y sencilla […] que, por medio de una sorprendente tosquedad conceptual o expresiva, afecta y divierte a la imaginación, mostrando al hacerlo cierto asombro y exhalando a la vez cierto placer.[2] Solo un teórico muy insensato podría intentar comprimir todo eso en una única fórmula. En cualquier caso, el humor no es más enigmático de lo que lo es la poesía. Es posible decir algo relativamente convincente y coherente sobre por qué nos reímos, aunque, si yo lo he conseguido en estas páginas, es una cuestión que corresponde al lector juzgar. T. E. 2017 1 SOBRE LA RISA Se rieron mucho cuando dije que quería ser cómico. Bueno, pues ya no se ríen. BOB MONKHOUSE La risa es un fenómeno universal, lo cual no significa que sea un fenómeno uniforme. En un ensayo titulado «La dificultad de definir la comedia», Samuel Johnson observa que, aunque los seres humanos han sido sabios de muchas maneras, siempre se han reído de la misma manera, pero esta afirmación es claramente cuestionable. La risa es un idioma que tiene un vocabulario muy amplio: las carcajadas, las risotadas, los gruñidos, las risadas, las risas entre dientes, los resoplidos, los gemidos, las risas ahogadas, los bramidos, los chillidos, los aullidos, los gritos, las risas contagiosas, los jadeos, los graznidos, los cloqueos, los gañidos, los gorjeos, los rebuznos, la risa floja, etcétera. Nos partimos, nos mondamos, nos tronchamos y nos desternillamos, llevados por la hilaridad, el alborozo, la socarronería, la jocosidad o las cuchufletas. También hay distintas maneras de sonreír: con afectación, con suficiencia y con desdén; beatíficamente, lascivamente o tiernamente. La sonrisa es visual, y la risa es ante todo sonora; sin embargo, cuando T. S. Eliot habla en La tierra baldía de una «risita de oreja a oreja», está fusionando los dos fenómenos. Las carcajadas, las risitas y todos esos términos denotan distintas modalidades físicas de la risa e implican, por lo tanto, cuestiones como el volumen, el tono, la altura, la velocidad, la fuerza, el ritmo, el timbre y la duración. Pero la risa también puede transmitir una amplia gama de disposiciones emocionales: puede ser alegre, sarcástica, taimada, estrepitosa, afable, maligna, burlona, desdeñosa, nerviosa, aliviada, cínica, cómplice, petulante, lasciva, incrédula, avergonzada, histérica, empática, inquieta, estupefacta, agresiva o sardónica, por no hablar de la risa meramente «social», que no tiene por qué expresar diversión en absoluto. [3] De hecho, la mayoría de las clases de risa que acabo de enumerar tienen poco o nada que ver con el humor. La risa puede ser una señal más de alegría que de diversión, aunque es más probable que uno considere que algo es gracioso si se siente eufórico. Las diferentes formas de reírse, así como las distintas disposiciones emocionales, pueden combinarse de varias maneras: uno puede soltar una carcajada nerviosa o desdeñosa, troncharse empática o agresivamente, ahogar una risita de sorpresa o de placer, desternillarse con admiración o con desprecio, etcétera. Así pues, la paradoja es que, aunque la risa es una cuestión que pertenece al ámbito del significante —un mero sonido sin sentido alguno—, está codificada socialmente de arriba abajo. Es un hecho físico espontáneo (al menos en la mayor parte de los casos), pero socialmente particular, y por lo tanto se sitúa a caballo entre la naturaleza y la cultura. Como el baile, la risa es un lenguaje del cuerpo (Descartes dijo que era un «grito inarticulado y explosivo»),[4] aunque el cuerpo también está envuelto en un significado de un tipo más conceptual. A pesar de todo, nunca se encontrará por completo cómoda en este ámbito, que es más minoritario. Siempre hay una materialidad bruta que excede el sentido, y esto es lo que en muchos casos el humor nos permite saborear. También nos estimula a aceptar este desequilibrio como algo natural. El género de la farsa, en particular, tiende a escenificar esta funesta colisión entre el cuerpo y la mente. En cuanto pura enunciación que no expresa nada más que a sí misma, la risa carece de un sentido intrínseco, como el grito de un animal, pero pese a esto está muy cargada de significados simbólicos. En este aspecto, guarda cierto parentesco con la música. La risa no solo no tiene un sentido inherente, sino que en su dimensión más desenfrenada y convulsiva conlleva la desintegración del sentido, mientras el cuerpo desgarra el discurso, volviéndolo fragmentario, y el ello arroja al yo a un caos momentáneo. Como sucede con la tristeza, el dolor intenso, el miedo extremo o la furia ciega, la risa verdaderamente estrepitosa implica una pérdida del control del propio cuerpo: este se nos va temporalmente de las manos y retrocedemos hasta un estado de falta de coordinación propio de la

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