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Hombres de América (Montalvo-Bolívar-Rubén Darío) Discursos parlamentarios PDF

264 Pages·2009·10.665 MB·Spanish
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1. 'v'!.c!Pi'\ HOMBRES DE AMÉRICA ardo y José Sola, Valencia, 200, Tel. 1282G. - Barcelona JOSÉ ENRIQUE RODO HOMBRES DE AMÉRICA (Montalvo - Bolívar - Rubén Darío) DISCURSOS PnRLffMEnTÜRiBS EDITORIAL CERVANTES Rambla d» Cataluña, 72.-Barcelona 1920 ES PROPIEDAD Apoderado general en Sud-Amérlca JOSÉ BLAYA Formosa, 463.-BUENOS AIRES MONTAIVO i Donde las dos hileras de los Andes del Ecuador se aproximan convergiendo al nudo de Pasto, reú- nen como una junta de volcanes, sin igual en el mun- do, por lo aglomerados y lo ingentes. Allí, rivalizan- do en altura y majestad, el Chimborazo, el Cotopa- xi, el Tunguragua, el Antisana...; y la plutónica asamblea se extiende a la redonda por la vasta me- seta que le sirve de Foro pero no sin que, de trecho ; en trecho, aquella tierra inflamada, como anhelosa de dar tregua a tanta grandeza y tanta austeridad, se abra en un fresco y delicioso valle, donde vuelca de un golpe todas las gracias que ha escatimado en las alturas, y se aduerme a la sombra de una vege- tación que colora, con la luz de los trópicos, sus jar- dines de magia. En el fondo de uno de esos valles; mirando cómo se alzan, a un lado, el Chimborazo, que asume en una calma sublime la monarquía de las cumbres; al otro, el Cotopaxi, que inviste el principado de las que se dilatan al oriente; y más de cerca, y a esta misma parte oriental, el Tunguragua; en medio de pingües campos de labor y sotos florentísimos, cu- yas márgenes besa la limpia corriente de un riachue- lo, prendido todavía a las faldas de la cumbre ma- terna, tiene su asiento una ciudad pequeña y gracio- sa, que llaman Arnbato. Esta ciudad gozó, desde los tiempos coloniales, cierto renombre geórgico e idílico. Celebrábanse la pureza de sus aires, la delicadeza de 6 JOSÉ ENRIQUE RODÓ sus frutas, la abundancia do sus cosechas, y era fama que en ella amasaban un pan tan blanco y ex- quisito que en ninguna otra parte lograban imitar- lo, ni aún cuando llevasen de allí mismo el agua y la harina. Alguna vez, sintió caer sobre sí la garra del vecino volcán pero pronto resurgió a su vida de ; paz y sencillez bucólica, y de esta humilde sencillez no hubiera pasado, si no le reservase el porvenir una notoriedad más ilustre que aquella, primitiva y can- dida, ganada con su blanco pan y el fruto de sus vergeles y sus huertas. Habíala señalado el destino para cuna de uno de esos hombres que ennoblecen el obscUrp y apartado lugar donde vinieron al mun- do, y que atraen sobre él un interés que no pudieron darle, rodando al olvido silenciosas, las diez o las cien generaciones que les precedieron. En aquella ciudad nació Montalvo; allí reunió en una sola per- sonalidad Naturaleza el don de uno de los artífices más altos que hayan trabajado en el mundo la len- gua de Quevedo, y la fe de uno de los caracteres más constantes que hayan profesado en América el amor de la libertad. Si, con la idea emersoniana de los hombres repre- sentativos, £e buscara cifrar en sendas figuras per- sonales las energías superiores de la conciencia his- panoamericana durante el primer siglo de su histo- ria, nadie podría disputar a Montalvo -la típica re- presentación del Escritor, en la integridad de facul- tades y disciplinas que lo cabal del título supone. Fué el Escritor entre los nuestros, porque, a la vez que la insuperada aptitud, tuvo, en grado singular y rarísimo dentro de una cultura naciente, la reli- giosidad literaria la vocación de la literatura, con ; el fervor, con la perseverancia, con los respetos y cuidados, de una profesión religiosa. Al elemento inconsciente, activo y eficaz en su inspiración de escritor, se unía un elemento consciente y reflexivo, que nutre sus raíces en el mucho saber y en el acri- J

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