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Historias Para No Dormir PDF

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MACARENA SÁNCHEZ FERRO PRESENTA HISTORIAS PARA NO DORMIR RELATOS DE LIBRO Y TE FRIO SOBRE ESPÍAS, VIEJAS CHUNGAS, VIAJES, JAMACUCOS Y SOBRE TODO, AMOR, MUCHO AMOR… 1 ¿PERO DÓNDE C... ESTÁ FER? Inés fue la primera en dar la voz de alarma. Macarena la primera en sumarse al bombardeo. Lidia la primera en buscarse algo mejor que hacer. Noemi la primera en dar una pista útil, aunque nadie lo pensó en ese momento. Fer había desaparecido y había que hacer algo. Cuando se forma parte de un grupo reducido, y cinco personas es un grupo muy reducido, que alguien desaparezca durante dos días es algo grave. Bueno, grave-grave, no. Gravecillo... Lo suficiente como para que otra persona del grupo lo note. Es extraño. Y Reconfortante. Con Mayúsculas. Y Raro. Con Mayúsculas también. Fer había desaparecido y había que hacer algo. En la distancia, como compartiendo una telepatía absurda creada a base de comentarios estúpidos en el chat y de lecturas comunes poco recomendables, tomaron la decisión de partir hacia Barcelona para buscar a su Baloo. Baloo. Ni siquiera sabían cómo era, el mamón. Sabían que tenía cuarentaytantos, que estaba casado con la “temible Aída”, que tenía un par de churumbeles, que vivía en Barcelona... y poco más. -Pues estamos listas -masculló Macarena para sí mientras forzaba la maleta para meter el Salacot y el látigo, como le había prometido a Inés. -En fin, Oscar, cuídame a la nena, que no tardo... -prometió Noe, sabiendo que no cumpliría su promesa. Inés cerró el salón de belleza sin lamentarlo murmurando un “que le den”, y tomó rumbo norte sin mirar atrás. 2 Me gustaría decir que nuestras heroínas se pusieron a la tarea nada más encontrarse, pero la verdad era que había cosas que hacer antes de nada... la primera era ponerse al día, pues jamás se habían visto en persona. Se las vio paseando Rambla arriba-Rambla abajo durante una mañana, comiendo en una terraza y degustando birras y pantumaca por la tarde. La gente las miraba sorprendida, pues se alternaban en el uso del práctico Salacot, que las protegía del húmedo calor barcelonés, y cuando no lo llevaban sobre la cabeza, se abanicaban con él. Si alguien las miraba con demasiada insistencia, Macarena los espantaba de un latigazo mientras los maldecía en euskera, socorrido idioma, ya que se suele decir que cualquier cosa pronunciada en esta ancestral lengua parece que la dices de mala leche... Sorprendentemente, no las detuvo la guardia urbana, que quizá las confundió con las actrices de alguna película porno o de Woody Allen, de esas que se ruedan por allá habitualmente. -Chicas, ¿nosotras no teníamos algo que hacer aquí? -dijo Noe de pronto. -Joder -maldijeron Inés y Macarena al unísono escupiendo la birra de manera muy poco femenina. Salieron pitando de la terraza, hasta que un amable camarero argentino les hizo notar que aún no habían pagado... -Joder -repitió Macarena, esta vez con auténtico sentimiento, en parte por la clavada y en parte porque allí hasta el camarero argentino les había hablado en catalán. Centraos, chicas, se dijeron para sí, mientras volvían a ponerse las pilas con la investigación. -Veamos, ¿qué tenemos? -preguntó Noe. -¿Nada?- respondió Macarena, si aquello podía considerarse una respuesta. -Siempre podríamos preguntarle a la “temible Aída”. -Tú misma -dijeron Noe y Macarena a coro. -Yo solo oír hablar de ella ya me cago viva... -dijo Macarena, tan fina ella como siempre. Todas rieron como para exorcizar a las meigas. Noe frunció el ceño, como tratando de recordar algo. -¿Vosotras creéis que Fer es de los que se marchan a por tabaco? Macarena, que se había sentado en un banco, cansada de dar vueltas sin sentido, alzó 3 la vista de las suelas gastadas de sus Converse y se topó ante sus ojos con uno de esos estancos de toda la vida. -Por preguntar, no pasa nada... -murmuró, encasquetándose el Salacot y chasqueando el látigo a su paso, asustando a las palomas y a una vieja que la cubrió de maldiciones en un catalán tan cerrado que, afortunadamente, sus dulces oídos no pudieron comprender una sola palabra. Noe e Inés se miraron, pusieron los ojos en blanco y la siguieron, resignadas. El estanco no solo era viejo, era oscuro, sucio y apestaba a cenizas viejas. Y simplemente a viejas. Igualmente vieja, más que vieja, vetusta, era la estanquera, que maldecía -oficio nacional- a alguien llamado Neus. Era una de esas andaluzas salerosas, seguramente llevaba más de 1000 años en Cataluña pero no se le notaba, de las que sólo le faltaba la peineta y la bata de cola para ser una folklórica. -Ay, Neus... la mare que te parió, xiquilla... mecagüen tós tus muertos... -rezongaba, mientras arrastraba el polvo de un lado a otro del mostrador. -Perdone... La vieja, a lo suyo... -Si será desgrasiá... -Perdone... -dijo Macarena una octava y 10 decibelios más alto, aprovechando que era soprano. La vieja la miró con una cara de mala leche que ni que fuera la mismísima Neus en persona. -Perdone, señora... ¿no habrá visto usted a un hombre llamado Fer, también conocido como Baloo? El ceño de la vieja se oscureció aún más si cabe. -¿Usté se cree que estoy yo pá xorradas y pá xuminás de turistas? -Verá, señora, estamos buscando a un amigo desaparecido... -dijo Inés, más calmada, ya que Macarena tenía pinta de pegarle una hostia a la vieja. -Pue vayan a la poli -sentenció, llena de mala baba. -¿Su empleada también ha desaparecido? -preguntó Noe, atando cabos. -Mira, nena, yo a la Neus la quiero una jartá, pero se ha largao hase 2 días sin desí ni 4 pío... cuando la vea la agarro de los pelos y barro con ellos la solera... -de pronto, ella pareció atar cabos también-. Su amigo... el Balumba ese, ¿hase cuanto ha desaparesio? Entre Inés y Noe tuvieron que sacar a Macarena del estanco, cada una agarrándola de un brazo, porque no podía andar. Le había dado tal ataque de risa que parecía que le iba a dar algo. Su risa tenía algo de contagioso. Pronto, ellas también reían a carcajadas en la puerta del estanco bajo la amarga mirada de la estanquera, que parecía a punto de darles con la escoba. -Balumba... -dijo Macarena cuando se le hubo pasado un poco, eso bastó para que a Noe se le escapara la risa floja y todo empezara de nuevo. Dejemos a nuestras heroínas, agotadas ya de la risa y de los paseos y las birras y las tapas, dirigirse al hotel a regalarse un merecido descanso hasta mañana... Es hora de saber qué hacen mientras tanto otros personajes que tendrán cierta importancia en esta historia... EN VALENCIA... Un rumano rubio, fortachón, guapetón, majetón, y todos los -tón que se os ocurran miraba una carta, tratando de que su neurona asimilara la información. Su neurona, ese ser desconocido que, cuando agitaba la cabeza, bailaba la rumba a solas... Esa carta había llegado a su casa esa mañana. Eran las diez de la noche y aún trataba de asimilar que no era para él ni para Nadiuska, su princesa rumana, tan parecida a una barbie como puede serlo una mujer sin ser de plástico. En fin, si no era suya... ¿tenía que dársela a la persona a la que estaba dirigida?, pensó en un flash de inspiración. Fijó sus brillantes ojos azules en la dirección que aparecía escrita en el sobre. Con una sonrisa beatífica, se dio un golpe en el pecho, satisfecho. La conocía. No a la carta, se corrigió mentalmente. A la persona a la que iba dirigida. Era su vecina. Esa joven que iba siempre sonriente que tenía una hija que le imitaba 5 de maravilla. Miró el nombre para no equivocarse cuando le tocara el timbre. Noemi. Bonito nombre. -Mi madre no está -le dijo la niña cuando le explicó que tenía una carta para ella. -Che tú, qué faena -masculló el rumano con una mezcolanza tan graciosa de acentos rumano y valenciano que Lucia, la hija de Noe, casi se mea de risa-. ¿Y cuándo vuelve la tu madre, nena? Lucía no perdió la oportunidad de vacilar a su vecino. -No lo sé -se encogió de hombros aparentando inocencia como solo ella sabía-. Se ha ido a cazar un oso con sus amigas. El rumano parpadeó un par de veces mientras la neurona pasaba de la rumba para empezar a bailar bakalao. -Oso... -murmuró para sí-. Che tú... -Tiene nombre y todo... se llama Baloo. Han ido a buscarlo a Barcelona. Dariusz, el rumano, miró la puerta cerrada con mudo asombro. ¿En Barcelona había osos? Miró la carta que aún tenía entre las manos. Barcelona... EN BARCELONA... El mosso miró a la vieja sin poder creerse lo que tenía uno que aguantar por estar de guardia un sábado. -No pongas esa cara, malaje... -Señora... -Esas tipas me dijeron claramente que el Balumba ese se había llevado a mi Neus. Mi Neus es una muchacha dulse y trabajaora y yo la adoro con passssión, jamás diria ná malo de esa xiquilla... y ahora ha desaparesío... -la vieja se enjugó una lágrima imaginaria con un pañuelito que apretaba en un puño tan retorcido como su mirada, que levantaba del suelo para observar la reacción del poli ante su pequeño teatro-. Y ellas tampoco eran trigo limpio, agente... ¡una pequeñaja que hablaba raro me amenasó con un látigo! ¡A mí, a una ciudadana que paga sus impuestos religiosamente! Le ruego... ¡NO, LE EXIJO, que busque a ese Balumba! Si da con él dará con mi Neus... -por la ceja enarcada del mosso se dio cuenta 6 de que quizá se había pasado un poco con la sobreactuacción y que se le había olvidado gemir de vez en cuando-. Aaaayyyyy, mi xiquillaaaa.... coja a ese malaje, agente, o a mí me va a dar un jamacuco... aaaayyyyyy... El agente Rovellón suspiró con impaciencia. -De acuerdo, descríbame a esas mujeres y le prometo que las buscaré para preguntarles qué saben sobre su Neus... -le habría prometido la luna con tal de no oírla ni verla más, porque la verdad es que era fea de cojones. EN PAMPLONA... Sergio enarcó una ceja al leer el mensaje zombie procedente del móvil de su amiga Macarena. -¿Será perra, la tía, que se va a Barcelona y no me avisa? ¡Y encima se lleva mi Salacot! Pues se va a enterar, la cabrona... Sin saber nada de todo esto, nuestras heroínas dormían a pierna suelta con la satisfacción del trabajo bien realizado. De Fer nada se sabía... La mañana siguiente amaneció caliente y húmeda como solo puede serlo una mañana de domingo en Barcelona. Nuestras heroínas se desayunaron como tres señoras en una terraza con vistas al mar, sin sentir todavía la presión de la búsqueda, sin saber que varios pares de ojos las observaban... -¿Has mirado en el Face esta mañana a ver si ha dado señales de vida? -preguntó Inés, untando generosamente una tostada con tomate y aceite de oliva. Macarena tragó el medio croissant que tenía en la boca ayudándose con un sorbo de té con limón y asintió con la cabeza. -He mirado, pero estaba raro... ya sabes, cosas del Face. Daba un mensaje de error de esos que entenderá su puñetera madre. Noe puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza como diciendo “a mí me dirás, nena”. 7 Momentos más tarde, saciada su voracidad matutina, Inés sugirió la mejor idea del día: -¿Os hace una vuelta por el Corte Inglés? El agente Rovellón se aburría como una ostra. Y es que esas mujeres tenían de peligrosas lo que tres bebés de pecho... Se preguntó cuál de ellas sería la que había amenazado a la vieja asquerosa con el látigo, si es que aquello era verdad... La idea del látigo le trajo a la memoria la redada que hicieron en el puticlub de la calle Roderas y en el trato que le propuso Lolita con tal de que no la denunciara. El culete aún le escocía de recordarlo... Las mujeres se movieron haciendo aspavientos y peleándose por llevar aquel absurdo sombrero. Iba a seguirlas, pero decidió no hacerlo. Que les dieran morcilla. Y a la vieja también, decidió, mientras volvía mentalmente al cuarto forrado de terciopelo rojo en el que “atendía” Lolita. De pronto, algo atrajo su atención. Un hombre rubio, con pintas de extranjero -camiseta de tirantes, sandalias con calcetines, bermudas horterísimas y pinta de alelao- que llevaba algo en las manos como si fuera el mismísimo Santo Grial las estaba siguiendo. Y las seguía a una velocidad que, si seguía a ese ritmo, las iba a adelantar y todo, el subnormal. El agente Rovellón iba a levantarse para interceptarlo cuando algo más llamó su atención. ¡Y es que había alguien que estaba siguiendo al rubio! Una mujer hermosísima, también rubia, tan parecida a una barbie como solo puede serlo una mujer sin ser de plástico, seguía al fortachón mascullando para sí en su idioma, que podía ser cualquiera, ya que él no cogía ni papa. El agente Rovellón, castellano y catalán y justo-justo. Iba a levantarse, cuando desde el otro lado de la plaza se oyó una voz estentórea, tan potente que todas las palomas alzaron el vuelo, las alarmas de los coches saltaron y los niños empezaron a llorar a moco tendido. -¡Peeeerraaaaa! -chilló la voz, haciendo que los ojos del agente Rovellón se achicaran 8 a base de pura potencia-. ¡Devuélveme mi Salacot! Macarena tropezó con sus propios pies sin poder creer lo que estaba oyendo. Esa voz inconfundible... Se giró, sabiendo perfectamente lo que iba a ver. No tuvo que esforzarse mucho, porque el dueño de esa voz era tan alto que se veía a varios kilómetros de distancia, y si no se le veía, se le oía sin dificultad. -¿Quién es ese friki? -preguntó Noe, partiéndose la caja. Macarena suspiró con resignación. -Ese friki es mi amigo Sergio. -¿Qué coño haces que te vienes a Barcelona y no me dices nada, cacho perra? - preguntó Sergio, agarrando a Macarena como si fuera una niña (lo parecía a su lado) y plantándole dos besos que sonaron como dos disparos. De pronto se volvió hacia Inés, que llevaba el Salacot con su elegancia habitual-. Perdone, señora, ¿puede usted darme mi Salacot? El tono empleado daba tanto miedo que Inés se lo dio sin rechistar, sospechando, quizá acertadamente, que aquel tipo tenía algo de bipolar. Una vez conseguido su botín, se volvió a Macarena con una sonrisa radiante. -Explicación, antecedentes... dime, dime... -Pero qué cotilla eres, capullo... Por cierto -dijo ella arrimándose a él con una sonrisa maliciosa-, te ha salido un grano marca Lacoste en el culo. Una cabeza llena de rizos engominados la miró desde detrás de la ancha espalda de Sergio. -O sea, tía, yo te aprecio mogollón. ¿Por qué me odias? Macarena lo fulminó con la mirada. -Sergio, ¿me explicarás algún día por qué este pepero es tu mejor amigo? David, el pijo, dejó de colocarse el cuello de su polo de marca y lanzó un bufidito de indignación. -Estás ganando puntos, querido... Nadiuska, la esposa de Dariusz, se iba cagando en su madre. En la de Dariusz, claro. ¿Qué se pensaba ese hombre, que podía ir detrás de otra dejándole esa nota absurda? “Me he ido a buscar a un oso a Barcelona. Tengo una misión que cumplir. Pregunta a 9 Lucía. Dariusz quiere a su princesa rumana”. ¡Ja! ¡JA! Esa niña le había dicho que se había ido detrás de su madre. El muy mamón. Que en rumano suena muchísimo peor, claro. Pero se iba a enterar... Y esa pelandusca también. ¡Como que ella era Nadiuska, la princesa de la lucha libre! -¿Ayudaros? ¿Pero tú estás loca o qué? Yo me voy de turismo y a comer, que estoy desmayado. Vamos, Da. Las chicas vieron desaparecer a Sergio, a Da y al Salacot tan pronto como habían aparecido. -Increíble -dio Noe. -Y no te cuento nada de lo que era tenerlo en clase -dijo Macarena poniendo los ojos en blanco. -¿Corte Inglés? -intervino Inés, tratando de quitarse el temblor interno pronunciando las palabras mágicas. -Me temo que tendrán que acompañarnos... -¿Mande? -preguntó Macarena enarcando una ceja, un gesto que, cualquiera que la conociera sabía que anunciaba tormenta. -Hay alguien que desea hablar con ustedes. Tres tipos vestidos con ropas formales y que no ocultaban que estaban más macizos que los Pirineos las habían rodeado por completo, haciendo evidente que no aceptarían un “no” por respuesta. Noe empezó a pedir explicaciones a grito pelado, tratando de llamar la atención de la gente, por si a alguien se le ocurría intervenir para ayudarlas. Sin embargo, la gente pasaba de ellas como si nada anormal pasara. Una inspiración súbita le hizo acordarse del látigo. Le hizo un gesto a Macarena, que era la que lo llevaba colgado a la cintura. Inés, mientras tanto trataba de usar la táctica del encanto, aunque tampoco le funcionaba demasiado. Era evidente que esos tipos estaban entrenados para soportar cualquier cosa. Macarena echó mano al látigo, pero el tipo la abrazó por detrás para atenazarle los brazos. 10

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