[email protected] HISTORIAS MÁGICAS DE LOS INDIOS PIELES ROJAS R. BENITO VIDAL EL ORIGEN DE LAS HISTORIAS DE LOS PIELES ROJAS (Leyenda Séneca) Era Niño Huérfano un joven cazador de pájaros que había alcanzado gran nombradía entre las gentes de su poblado y, si es el caso, incluso de las gentes de los poblados cercanos que se asentaban a lo largo del curso del Gran Río, en la inmensa llanura rodeada por gigantescos macizos montañosos cubiertos por frondosos y espesos bosques de verdes y puntiagudos árboles de hoja perenne, ya que los de ramaje deciduo no eran capaces de soportar climas tan extremos y rigurosos que hacían que toda la extensa pradera se cubriera de un grueso manto de nieve y hielo, que había de ser surcado por las manadas de bisontes en busca de otros prados más benignos en los que los pastos les resultasen más asequibles para comer. Niño Huérfano había alcanzado gran éxito cazando pájaros por todas aquellas majestuosas y frías latitudes. Un día el joven cazador de aves salió de su tienda hecha con piel de búfalo secado al frío riguroso del lugar en busca de pajarillos con los que distraer su ocio y satisfacer, si no su hambre, sí al menos la de su desdentada abuela, que se escondía en la penumbra de su cobijo. Llevado por su afán desmedido, se adentró en uno de los espesos bosques que rodeaban su poblado sin darse cuenta de que el ahínco que había puesto en esta singular caza le había sumido en un estado tal que ni el mismo tiempo contara para él. De modo que Niño Huérfano se encontró, en un momento determinado de su expedición, en medio de un claro del bosque jadeando, casi extenuado y con el desconcierto de no saber dónde se hallaba, adonde había llegado en su obsesiva persecución de las pequeñas aves. Niño Huérfano se limpió el sudor de su frente, se detuvo un momento en medio del calvero y, sintiendo en sus piernas el cansancio propio del denuedo realizado, se acercó a una enorme piedra redonda que yacía bajo un grupo de abetos gigantes y se sentó en ella. Mientras el joven piel roja descansaba del esfuerzo que hiciera en su cacería, tomó de su carcaj de piel de marmota una de las flechas, que mellara su punta en el último tiro que lanzara sobre un [email protected] diminuto colibrí, y se puso a repararla. —¿Te cuento historias? Alguien hablaba a Niño Huérfano. Éste, sorprendido y receloso por si le acechaba algún grave peligro y sin saber muy bien lo que le habían dicho, miró a su alrededor, tomó de su cintura el gran cuchillo plano en actitud hostil y volvióse a mirar con el ansia de saber que no se hallaba solo en aquel lugar tan alejado de su tribu. Niño Huérfano, tomando las prevenciones oportunas, al fin se atrevió a preguntar: —¿Quién me habla? ¿Qué me has dicho? —se calló un momento durante el cual registró con verdadero anhelo su alrededor y detrás de los primeros árboles que componían el bosque; luego volvió a preguntar—: ¿Quién está ahí? ¿Quién eres? —y ordenó, ante el mutismo que reinaba a su alrededor—: ¡Que salga sea el que sea quien me ha hablado! No sé lo que me has pedido, pero te he oído con claridad. Quedó el cazador de aves en alerta por si veía salir de la espesura del bosque a algún guerrero de cualquiera de las tribus enemigas o algún hado desconocido y maléfico, uno de aquellos genios que decía el chamán que salían a las veredas de las montañas para echar sus encantamientos y hechizos sobre la gente de bien que deambulaba por ellas en paz. Todo fue silencio en un buen rato. Sólo se escuchaban los trinos de los pájaros que el joven no veía por ningún lado. —¿Te cuento historias? Se volvió a escuchar la propuesta. Niño Huérfano ahora sí estuvo seguro, incluso de lo que había dicho y de donde había llegado la voz. Venía del propio risco redondo donde se sentara a descansar. —¡Sal de ahí! —gritóle el cazador de pájaros a alguien que se debía esconder tras la singular roca. Pero de allí no surgió nadie. Por eso el muchacho rodeó la gran peña con la esperanza de encontrar tras ella a alguna persona o ser y quedó desilusionado al comprobar que irremediablemente estaba solo. La piedra redonda le dijo: —Soy yo. Niño Huérfano quedó atónito, sorprendido, sus piernas le forzaban para que se alejase de allí a todo correr. La piedra le repitió: —Sí, no te asombre, soy yo. El cazador de aves, extrañado, preguntó: -¿Tú? —Sí, yo. Y te repito la misma propuesta que tanto te extraña: ¿Te cuento historias? —dijo el risco redondo y luego enmudeció. Niño Huérfano aún no abandonó su recelo y palpó la dura roca parlante por si en ella había algún conjuro o algún aojamiento. Cuando comprobó que aquélla era una piedra como cualquier otra que yacía al borde del camino, dijo: —¿Qué es eso? ¿Qué significa contar historias? La piedra volvió a hablar y le informó afablemente: —Contar historias significa simplemente contar lo que ha pasado hace muchísimo tiempo. En joven cazador de pájaros, lleno de curiosidad y recelo, se acercó algo más a la piedra redonda y le preguntó tímidamente: —¿Puedes contármelas a mí? —Puedo si quiero— repuso —¿Y quieres? —preguntó de nuevo el muchacho. La insólita roca le hizo su oferta: —Yo te contaré historias a cambio de los pájaros que tienes. Niño Huérfano se los dio todos. La piedra redonda, según lo acordado, contó una historia tras otra sobre el mundo anterior al mundo entonces presente. A Niño Huérfano le gustaban tanto estas narraciones que todos los días salía a cazar y, atiborrado de pájaros, se acercaba al calvero donde descansaba la piedra parlanchina para cambiarle las aves por nuevas historias fascinantes y antiquísimas. Un día acudió a la cita diaria con un niño mayor y poco después se presentó con dos hombres de su tribu. Todos escucharon embelesados las magníficas historias que contaba la piedra redonda. Viendo ésta que sus narraciones eran del gusto de la gente y que [email protected] entre todos ellos se había creado una gran fama y notoriedad, se dirigió a Niño Huérfano y le propuso: —Mañana que venga todo el pueblo en masa. Contaré mis historias para todo aquel que me quiera oír. El muchacho asintió asegurándole que se haría como ella deseaba y que el pueblo en masa se presentaría en el calvero para escuchar sus atractivas leyendas. Pero la piedra redonda le habló de nuevo poniéndole condiciones: —Que venga todo el que lo desee, pero que a cambio de mis historias cada uno me traiga un regalo de comida. Así se hizo. Y desde entonces, cumpliendo fielmente las instrucciones que diera la piedra redonda, es indispensable contar estas historias de generación en generación hasta que el mundo se acabe. Ahí van las historias que construyeron el pueblo piel roja. ARANA DE AGUA, LA PEQUEÑA LADRONA DEL FUEGO (Leyenda cherokee) En la antigüedad más remota, antes de que existiera el hombre, sólo eran en el universo dos mundos: el Superior y el Inferior. El Mundo Medio no había sido edificado y por tanto en el cosmos solamente anidaban la bondad y el desinterés. Ni ninguna clase de vida, ni por supuesto la animal, que es la que llegó primero a la informe y oscura Tierra. Los animales convivían en el Mundo Superior con los seres puros y extraordinarios que más tarde adquirieron la categoría de dioses por las hazañas y realizaciones que llevaron a cabo en beneficio de todas las demás criaturas que ellos crearon y que siempre consideraron ellos mismos como entes inferiores porque eran limitadas en sus poderes. Con el tiempo, las grandes aves, tanto las de plumaje precioso como aquellas que lo tenían más común y menos vistoso, las culebras, los insectos, los grandes y pequeños roedores, los mamíferos, los que cantaban, trinaban, rugían o bramaban, es decir, todos los animales se multiplicaron con tanta fuerza que el mundo en que habitaban, el Superior, resultó ya pequeño para contenerlos a todos en su seno. Ello causó una gran desazón que se pudo convertir en crispación entre sus habitantes, porque en él no había espacio suficiente para que todos pudieran vivir en paz. La insatisfacción se hizo general y los animales más nobles y más inteligentes decidieron en asamblea secreta que había que buscar sin demora solución a sus problemas de espacio y encontrar un nuevo hogar donde instalarse con comodidad y desahogo. Escarabajo de Agua ofreció su colaboración, diciendo en medio del consejo de los animales: —Yo, debido a mis condiciones especiales acuáticas, me comprometo a explorar el Mundo Inferior. Los otros aceptaron encantados diciendo: —Ve y sumérgete en ese deleznable y aún indefinido mundo, porque, aunque así sea, nosotros, todos nosotros, necesitamos más extensión para vivir medianamente satisfechos. [email protected] —Yo, Escarabajo de Agua, visitaré las profundidades oscuras y odiadas de ese lugar lúgubre e ínfimo y retornaré, con la ayuda de Alguien Poderoso, al pie de esta congregación con el mensaje ignoto de las profundidades. En aquellos lejanísimos tiempos, arcaicos y difuminados sobre los albores inciertos y traidores del universo, el Mundo Inferior estaba formado por un tremendo, proceloso e ignoto océano de aguas bullentes. Escarabajo de Agua se lanzó, desde lo alto del Mundo Superior, a las olas negras que rompían en las esquinas pétreas de las márgenes del mar y sobre los troncos abandonados a la deriva y semipodridos de árboles que cayeron desde el arriba privilegiado. El voluntario buceó en las profundas aguas del océano y bajó y bajó constantemente hasta que pudo alcanzar el fondo del mismo. En él posó sus pies encima del légamo blando que cubría la orografía abismal. Escarabajo de Agua, una vez tocado el fondo y casi sin descansar, ascendió por las turbulentas aguas hasta la superficie del siniestro mar y luego se izó hasta el Mundo Superior, donde le esperaban sus amigos y compañeros que trataban de resolver el problema de espacio que necesitaban para vivir con dignidad. Ante el consejo de animales expresó: —He hallado la solución a nuestra inquietud —y mostró ufano sus patas llenas de un barro blando y abundante. Los otros, al verlo, le preguntaron: —¿De qué se trata? —Es barro, y barro blando, que se halla en el fondo del Mundo Inferior —contestó. —Eso ya lo sabemos —le dijeron y seguidamente le preguntaron con gran curiosidad—: Pero ¿eso qué significa? Escarabajo de Agua repuso con cierto nerviosismo: —No entendéis nada o casi nada. —¿Qué quieres decir? El buceador contestó: —¿Es qué no podéis ver en esto —mostró sus patas manchadas de cieno— el principio de nuestra gran solución? Los demás quedaron atónitos, desconcertados, porque no comprendían las palabras del compañero que expusiera su vida en beneficio de todos. —Es que... —balbucieron sin saber muy bien por qué lo hacían. Escarabajo de Agua los reunió a todos y les explicó: —Este barro que tengo sobre mi cuerpo vosotros lo veis como una suciedad, pero en realidad es un auténtico principio de vida, el milagro que me va a permitir, con la asistencia de Alguien Poderoso, edificar un nuevo mundo para que todos nosotros lo habitemos con holgura. La alegría y el regocijo cundió entre los presentes, extendiéndose al resto de la población animal que vivía sórdidamente en aquel paraíso que se les estaba quedando pequeño. El voluntario buceador, disponiéndose a llevar a cabo la continuación de su hazaña, expresó: —Vuelvo otra vez al Mundo Inferior, amigos, y cuando regresé, si es que lo hago, habré construido un nuevo mundo, una enorme isla en la que nos hemos de instalar. Escarabajo de Agua se lanzó desde las alturas del Mundo Superior a las tenebrosas y rugientes aguas del océano, y se perdió de la vista de sus compañeros que, egocéntricos, estaban contentos de que fueran otros quienes les resolviera sus problemas. Pero no sólo no estuvieron satisfechos con la acción del valiente compañero sino que, en medio de su comodidad y hedonismo, comenzaron a dudar del éxito que pudiera obtener con su riesgo. Incluso entre ellos se decían: —Nunca lo va a lograr. Si ha de construir un Mundo nuevo transportando poco a poco el lodo que lleva en sus patas, primero nos sobrevendrá el desánimo y el abandono que veremos con nuestros ojos el lugar que nos prometió. Mientras estos animales criticaban la actitud optimista y decidida de Escarabajo de Agua, éste, situado encima de un tremendo y retorcido tronco de roble que flotaba bamboleante sobre las negras olas del mar, dedicaba sus esfuerzos a construir con el barro que sacaba de entre los dedos de sus patas, que nunca se acababa, un gran montículo que con paciencia y tesón "se convirtió en la isla del Mundo Medio". El héroe retornó al Mundo Superior y mostró a sus congéneres la magnificencia de su obra, solicitando de ellos que accedieran [email protected] trasladarse a la isla que había sido especialmente construida para que la disfrutaran. —Primero la hemos de ver —dijeron. Fueron juntos a visitarla, la inspeccionaron detenidamente y, al percatarse de que aún la consistencia del barro con que fuera hecha era blanda, dijeron poseídos de un falso orgullo que no demostraba más que ignorancia en sus palabras: —Nosotros en masa rehusamos la oferta que nos haces para trasladarnos a este inseguro Mundo Medio hasta que el barro con que fue construido esté seco del todo y su firmeza sea como la de la roca dura que se agarra con fuerza a las entrañas de la tierra. Escarabajo de Agua quedó pensativo y preocupado ante aquella actitud desairada que mantenían los otros animales frente a él y sus esfuerzos, y humillándose ante ellos les preguntó con modestia y servilismo: —¿Y qué podemos hacer para que la isla se consolide como un peñón en medio del mar? Ellos repusieron: —Acelerar su secado... Pero uno de los presentes dijo: —Ese Mundo hecho de barro y sumergido en todo momento entre las aguas no va a secar jamás y me temo —se dirigió al valiente buceador y constructor de la isla— que tus esfuerzos habrán sido vanos. La estrechez en que vivimos en este Mundo Superior creo que será más bonancible que el remojarnos constantemente nuestras patas y nuestros traseros en las procelosas e inseguras aguas negras del océano. Escarabajo de Agua, al que no le parecía eso tan malo porque a él le gustaba vivir en un ambiente de humedad, quedó desazonado, desanimado, porque veía cómo sus ilusiones y sus esfuerzos se desvanecían a su alrededor como si se tratase del humo de una hoguera. Uno de los animales más viejos que componían el consejo, compadeciéndose del héroe al verlo tan abatido y triste, levantó la voz para que se le oyese y dijo: —¡Id y buscad a Gran Buitre y que se presente ante este consejo con urgencia! Una ave corredora salió del lugar como una exhalación en busca del gran pájaro de rapiña para comunicarle el encargo. Mientras, los demás se acercaban al que diera la orden para averiguar y escuchar la explicación de la ocurrencia que había tenido. —¿Qué vas a hacer? —preguntaron. Él se dirigió a Escarabajo de Agua y le dijo: —Uno de éstos —y señaló a los presentes— ha dicho que había que acelerar el secado de la isla del Mundo Medio... —Sí... —afirmaron sin mucho convencimiento. —... pues eso es lo que pienso hacer. En medio de esta conversación llegó Gran Buitre que, inclinándose ante los animales del consejo, preguntó: —¡Aquí estoy! ¿Qué queréis de mí? El animal viejo al que se debía el plan enigmático que nadie conocía díjole: —¡Queremos tu ayuda, sólo eso! Gran Buitre preguntó: —¿Qué debo hacer? El animal viejo le ordenó: —Extiende tus alas. El gran pájaro obedeció y sus alas cubrieron todo el espacio visible que se abría ante ellos. Su mandatario le volvió a ordenar: —¡Bate tus alas! La enorme rapaz bazuqueó sus alones extendidos, sus robustos brazos cubiertos de grandes y pulidas plumas, los batió con tanta fuerza que la corriente de aire que generó tuvo tanta intensidad que arrancó árboles de sus troncos y arrastró hasta la lejanía los cuerpos de los animales más débiles. —¡Detén tu afán! Gran Buitre obedeció y quedó quieto, silencioso, en el lugar que estaba, esperando, con cara de lerdo, una nueva orden de aquel que,