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Historias De Piratas PDF

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HISTORIAS DE PIRATAS El Club Diógenes A C D RTHUR ONAN OYLE HISTORIAS DE PIRATAS Traducción: AMANDO LÁZARO ROS VALDEMAR 2004 ÍNDICE EL CAPITÁN SHARKEY Y EL REGRESO A INGLATERRA DEL GOBERNADOR DE SAINT KITT 9 EL TRATO QUE DIO EL CAPITÁN SHARKEY A STEPHEN CRADDOCK 35 CÓMO CASTIGÓ A SHARKEY EL CAPITÁN DEL «PORTOBELLO» 61 CÓMO COPLEY BANKS MATÓ AL CAPITÁN SHARKEY 87 EL «SLAPPING SAL» 111 UN PIRATA DE TIERRA 131 EL CAPITÁN SHARKEY Y EL REGRESO A INGLATERRA DEL GOBERNADOR DE SAINT KITT Cuando las grandes guerras de Sucesión de Es- paña terminaron, gracias al tratado de Utrecht, el inmenso número de corsarios que habían sido equipados por los bandos contendientes se en- contraron sin ocupación. Algunos se dedicaron a las actividades del comercio normal, menos lucra- tivas que el corso; otros fueron absorbidos por las flotas pesqueras, y algunos, más temerarios, iza- ron la bandera negra en el palo de mesana y la bandera roja en el palo mayor, declarando por cuenta propia la guerra a toda la raza humana. Tripulados por gentes reclutadas entre todas las naciones, batían los mares y desaparecían de cuando en cuando para carenar el casco en alguna caleta solitaria, o desembarcaban para correrse una juerga en algún puerto muy aislado, en el que deslumhraban a sus habitantes con su prodigali- dad y los horrorizaban con las brutalidades que cometían. [10] Arthur Conan Doyle Los piratas eran una amenaza constante en la costa de Coromandel, en Madagascar, en las aguas africanas, y sobre todo en los mares de las Indias Occidentales y de toda la América. Orga- nizaban sus depredaciones con lujo insolente, adaptándose a las estaciones del año, acosando las costas de la Nueva Inglaterra durante el verano y bajando otra vez, cuando llegaba el invierno, a los mares de las islas tropicales. Eran mucho más de temer estos piratas de aho- ra porque carecían en absoluto de la disciplina y del freno que hicieron a sus predecesores, los buca- neros, tan formidables y tan respetables. Estos is- maelitas del mar no rendían cuentas a nadie, y tra- taban a sus prisioneros según el capricho de su borrachera. Los relámpagos de generosidad gro- tesca alternaban con largas épocas de ferocidad in- concebible, y el capitán de barco que caía en sus manos estaba expuesto tanto a que le dejasen se- guir viaje con su cargamento, después de alternar con ellos en alguna repugnante francachela, como a que lo sentasen delante de la mesa de su camarote para servirle en un plato su propia nariz y sus la- bios salpimentados. En aquellos tiempos había que ser marino valeroso para navegar por el golfo del Caribe. Uno de esos marinos valerosos era el capitán Historias de piratas [11] John Scarrow, de la nave Morning Star, pero, a pe- sar de todo, no dejó de lanzar un largo suspiro de alivio cuándo oyó el chapoteo del ancla lanzada al agua y vio que su embarcación se balanceaba suje- ta por sus amarres a menos de cien yardas de dis- tancia de los cañones de la ciudadela de Basse-Te- rre. Su puerto de destino era St. Kitt y, a la mañana siguiente, muy temprano, su bauprés apuntaría en dirección a la vieja Inglaterra. Estaba ya harto de aquellos mares plagados de piratas. Desde que sa- lió de Maracaibo, en el continente, con el barco a plena carga de azúcar y de pimienta, había tembla- do cada vez que la gavia de un velero asomaba por el horizonte violeta del mar tropical. Había ido costeando las islas de Barlovento, tocando aquí y allá, y escuchando en todas partes relatos de atro- pellos y de ruindades. El capitán Sharkey, de la embarcación pirata Happy Delivery, había recorrido la costa, dejándo- la sembrada de naves desfondadas y de hombres asesinados. Circulaban horribles anécdotas de sus burlas espantosas y de su inflexible ferocidad. Su embarcación, pintada de negro y bautizada con un nombre ambiguo, había llevado la muerte y otras muchas cosas peores que la muerte, desde las Bahamas hasta el continente. Tan preocupado se sentía el capitán Scarrow con el barco, cuyos [12] Arthur Conan Doyle aparejos eran todos nuevos y que iba atestado de artículos de mucho valor, que se salió por comple- to de la ruta comercial habitual, navegando en di- rección Occidente hasta la isla de Bird. Pero in- cluso en aquellas aguas solitarias descubrió las huellas siniestras del capitán Sharkey. Una mañana divisaron un esquife que navega- ba al garete por el Océano, y que estaba ocupado únicamente por un marinero enloquecido que, al izarlo a bordo, se puso a gritar con voz ronca y les mostró su lengua seca que parecía un hongo ne- gro y arrugado en el fondo de la boca. Le dieron de beber y, a fuerza de muchos cuidados, llegó a ser el marinero más fornido y valiente de la tripu- lación. Procedía, según parece, de Marblehead, en la Nueva Inglaterra, y era el único supervivien- te de un bergantín que había sido echado a pique por el terrible Sharkey. Hiram Evanson, que así se llamaba el marine- ro, llevaba una semana navegando al azar de las corrientes bajo un sol tropical. Sharkey había dado orden de que «como provisiones para el via- je», le echasen en el esquife los miembros destro- zados de su difunto capitán; pero el marinero los lanzó inmediatamente al fondo del mar, para que la tentación no llegase a ser demasiado fuerte. Ha- bía vivido de las propias reservas de su poderoso Histo rías de piratas [13] organismo y, cuando lo recogió el Morning Star, se encontraba en el estado de delirio que precede a esa clase de muerte. Para el capitán Scarrow no fue aquél un mal hallazgo, porque, con una tripu- lación poco activa, un marinero como aquel cor- pulento norteamericano era una valiosa alhaja. Reconoció el capitán Scarrow que él era el único hombre al que Sharkey había hecho alguna vez un favor. Ahora, al amparo de los cañones de Basse-Te- rre, ya no existía el peligro de ser atacados por el pirata; sin embargo, tan preocupado estaba aquel hombre de mar con la imagen de Sharkey que, al ver que la lancha del agente salía del muelle de las aduanas para dirigirse a bordo de su barco, dijo al primer contramaestre: -Morgan, le hago una apuesta: a que en las primeras cien palabras que pronuncie el agente menciona el nombre de Sharkey. -Bien, capitán, le apuesto a todo evento un dólar de plata -dijo el rudo hombre de Bristol que estaba a su lado. Los remeros negros arrimaron la lancha al cos- tado de la embarcación y el timonel, vestido de blanco, trepó escala arriba, y gritó: -¡Bienvenido, capitán Scarrow! ¿Ha oído us- ted las noticias referentes a Sharkey?

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