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Historia moderna PDF

1081 Pages·2005·40.39 MB·Spanish
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H I S T O R I A M O D E R N A M B ftrtirv»«*jr J fjiyvtn f U*nm M \ llUyju AKAL TtXTC* Cubierta: Sergio Ramírez Títulos originales: Le XVI« siécle. Autores: B. Bennassar, J. Jacquart Le XVII* siécle. Autor: F. Lebrun Le XVIII' siécle. Autores: M. Denis, N. Blayau Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270, del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reproduzcan o plagien, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización. I .a edición, 1980 2.a edición, 1991 3.a edición, 1994 4.a edición, 1998 Traducción siglos xvi y xvii: Dolores Fonseca Revisión, J. J. Faci. Siglo xvm: Ana Clara Guerrero © Librairie Armand Colin (O Ediciones Akal, S.A., 1980, 1991, 1994, 1998 C/ Sector Foresta, I 28760 Tres Cantos Madrid-España Teléf.: 91 806 19 96 Fax: 91 804 40 28 ISBN: 84-7600-990-9 Dep. legal: M-26887-1998 Impreso en MaterPrint, S.L. Colmenar Viejo (Madrid) M B. BENNASSAR, J. JACQUART, F. LEBRUN, M. DENIS, N. BLAYAU HISTORIA MODERNA Reg,-, -dal- SIGLO PREFACIO LOS TIEMPOS MODERNOS: EN BUSCA DE UNA DEFINICION Ayer se sabía. Los Tiempos modernos comenzaban en una fecha precisa. De buen grado se disputaba acerca de su elección: ¿El día en que el Turco puso pie en Bizancio? ¿Aquél en que Cristóbal Colón creyó poner el suyo en las Indias? En rigor ¿aquél en que descubrió Italia a las magras tropas de Carlos VIII? Sin embargo, sí se había determinado bien el momento preciso en que caía el telón, que se volvía a abrir al día siguiente, 5 de mayo de 1789, sobre un período bautizado no hace mucho tiempo como «interme­ diario», pero que la época llamada contemporánea se había incorporado. Vieja división cuadripartita, que confunde un poco el calendario con la historia, con sus compartimentos estancos, sus vocablos consagrados: An­ tigüedad, Edad Media, «Tiempos» modernos, «época» (¡todo un matiz!) contemporánea. Por lo demás, periodización particular de los historiadores de esta punta extrema del viejo continente, persuadidos de que todo se ordenaba en función de ella y de ellos, orgullosos también de venir de la Hélade, de la latinidad y de la cristiandad, como si el mundo no fuese más que del mar del Norte al Mediterráneo, con algunas estepas en la lejanía. Periodización estrictamente nacional, incluso nacionalista, en cuanto a las últimas articulaciones: fuera de Francia, ningún historiador lanzaría la idea descabellada de que la época «contemporánea» pueda comenzar antes de 1900, Periodización, sin embargo, íntegramente conservada, o casi, en los textos y en los hechos. Por eso hemos consagrado prudentemente (¿demasiado prudentemente?) la serie «Historia Moderna» de la Colección «U» 1 a los tres centenares de años que separan el «fin» del siglo XV del «fin» del XVIII. Tres manua­ les de base, uno por siglo, desean servir de fundamento 2. Son simples, cla­ ros, al día —al menos en la fecha de su redacción— voluntariamente «óvénementiels». Pues no hay historia, ni quizá siquiera «ciencias huma­ nas», sin esta indispensable trama, obstinada, constrictiva, madre, a fin de cuentas, de todas las modestias y de todas las solideces. En adelante ya no se trata de «fechar finamente» los comienzos de la Edad Moderna. Se sostendría de buen grado, y se ha sostenido deliberada­ mente, que en nuestras regiones, del tiempo de las catedrales al de los tria- 1 De la editorial francesa Armand Colin. (N. del E.) 2 Presentados aquí en un solo volumen. (N. del E.) 1 nones, y quizá ele las primeras locomotoras, los paisajes, las lecnlciis y las «almas» han evolucionado poco; que la familia, cl scnorío rural, han cono­ cido más estabilidades que sufrido cambios; que los rasgos esenciales de la economía, de la demografía, de la ocupación del suelo, lian oscilado vigorosamente en torno a una especie de equilibrio, sin embargo, en trans­ formación y que, por ejemplo, poblaba el espacio francés de una veintena de millones de seres en los períodos afortunados. Las rupturas decisivas se situarían antes del siglo Xlll y luego en el XX. Reconstruir, mediante una especie de etnología retrospectiva, las estructuras profundas de esta gran unidad seis o siete veces secular, con sus deslizamienos, sus ataques, sus retoques, sus restauraciones, sus desviaciones: éste será sin duda el objeto de la historia de mañana o de pasado mañana. Salvo excepciones, nuestra serie no puede apuntar tan lejos, tan alto, tan incierto. Intentar ser útil es adoptar, en definitiva. Jos cuadros que existen, pero sin disimular sus insuficiencias. listas pueden ser justificadas,' y lo han sido, muchas veces. A escala mundial, es en los Tiempos modernos cuando realmente co­ mienzan a conocerse, a tomar contacto, a medirse, sociedades largo tiempo cKlrnviiidas las unas de las otras, y hasta entonces separadas por los espan­ tosos vacíos de la naturaleza o el espíritu; de la técnica, por tanto. La cris­ tiandad ¿le liuropa occidental era una y nada más que una; persuadida, mino cosi todas las demás, de $er la mejor, ya que, evidentemente, conocía cl I slum, brillante, envidiado, detestado, y algunas «hordas» que natural­ mente Humaba bárbaras. En adelante, Europa reconocía a las demás civi- li/jiciotics y viceversa. Estas la acogían, la toleraban o la rechazaban. La modernidad es cl inicio de estos encuentros a escala planetaria. Los aven­ tureros, los mercaderes, los soldados y los monjes llegados del confín europeo extendían su dominio sobre el mundo, fácilmente, difícilmente, incompletamente. Conocemos las últimas fases de un juego que no ha con­ cluido y que, sin duda, domina todo, ayer, hoy y mañana. I I resto, nuestra «modernidad» de occidentals, lo esencial, naturalmen- le i>nrn nosotros, dígase lo que se diga, ha sido individualizada desde hace lirmpo Henri llauser, en su Modernidad del siglo XVI, había arrancado sus guindes cnrncteríslicas. Ruptura de la unidad cristiana, lenta emergencia del listado sobre los particularismos provinciales o «feudales», ascenso del pensamiento «libre» y, sobre todo, del pensamiento matemático caro a Pierre ('liiiuiiti, y su lenta expansión; crecimiento más o menos paralelo de un •'capitalismo» y de una «burguesía» más o menos bien definidos, que se vaciarían primero en los cuadros aristocráticos y «feudales», para desem­ barazarse 'después de ellos. Esqqemas bastante bastos, llenos de jerjuicios implícitos, a fin de cuentas aceptados. Hay buenas razones para dudar de que nuestra modernidad no haya sido cortada en 1789 más que por convención y necesidad. En Francia, la «gran Revolución» conserva sus aduladores y sus detractores. Sin embargo, puede sostenerse que conservó y reconstruyó tanto como destruyó; que abre má¡> de lo que concluye; que permite más de lo que prohíbe. Que, por otra parte, no se han estudiado nunca seriamente, y tranquilamente, sus consecuencias reales sobre sólo la sociedad francesa, respecto a la cual se puede preguntar si, en sus profundidades, no la ha diget'ido, sin duda penosamente. Dejando a un lado Inglaterra, la primera «revolución indus­ trial» no modificó profundamente la vida de la mayoría de1 los hombres tintes de 1850, y a veces mucho más tarde. Las verdaderas revoluciones pertenecen al siglo XX, quizá a su segunda mitad. Un hombre de 50 años lus ha visto, sin comprenderlas siempre. Espera las siguiente^. Entre él, por una parle, y sus padres y antepasados, por otra, la ruptura es profunda, y otras se abren con las generaciones que siguen. Por el contrario, diez gene­ raciones de antepasados, nacidos antes de 1900, detentando en común nu­ merosos caracteres, no se habrían sentido muy desarraigados si hubieran podido intercambiarse a través de cuatro a seis siglos, y, sin duda, habrían podido comprenderse. Este profundo parentesco de las sucesivas generacio­ nes en un mundo que se reconocía lentamente y lentamente evolucionaba, es quizá el sello de los Tiempos modernos, del que no quedan más que fósi­ les, jirones, playas, aparentemente al menos. Quizá más en apariencia que en profundidad, sobre todo si se intenta penetrar las mentalidades, incluso el inconsciente colectivo. Las civilizaciones, en el más amplio sentido del término, raramente son mortales; muertas, ciertamente no. Así, los Tiempos modernos, incluso presentados clásicamente como aquí, están contenidos en la humanidad posterior a 1970, aun si no lo cree. Pl ERRE GOUBERT 9 INTRODUCCION EL NACIMIENTO DEL MUNDO MODERNO A FINALES DEL SIGLO XV Tradicionalmente, el siglo XVI abre para los historiadores occidentales el período de la Edad Moderna. Expresión sorprendente cuando se trata de calificar tres siglos —desde los grandes descubrimientos a las revolucio­ nes— , que nos resultan hoy muy ajenos por su civilización, sus institucio­ nes y su sistema de valores. Y, sin embargo, denominación justificada por la originalidad histórica que posee: una época de paso progresivo, inte­ rrumpido por numerosas crisis, desde las formas medievales de sentir y pensar, a las que nos son familiares, tanto en el ámbito de la vida econó­ mica y los fundamentos de las relaciones sociales, como de las reglas esté­ ticas o del papel de los poderes del Estado. Quien dice paso dice evolución lenta. La Edad Media no se acabó ni en 1453, con la toma de Constanti- nopla por los turcos y la desaparición del último vestigio del Imperio romano de Oriente, ni en 1492, cuando Cristóbal Colón y sus compañeros, creyendo tocar las costas orientales de las Indias, hicieron entrar a América en la historia y en la vida del Antiguo Mundo. Como todas las épocas his­ tóricas, la Edad Media no acabó de morir y dejó, en las instituciones y en las mentalidades de los siglos «modernos», muchos elementos vivos. Y, no obstante, el cuadro de Europa y del mundo que se preparaba a conquistar y dominar, en los últimos decenios del siglo XV, muestra tantas novedades, «firmadas aquí, oscuramente preparadas allá, presentes en cualquier caso en todos los dominios de la historia, que se hace necesario aceptar la vieja imagen del Renacimiento como un período de movimiento, de transforma­ ción, de renovación, de creación. Más allá de una larga crisis que había afectado, más o menos profundamente, de forma más o menos duradera, a todas las regiones de Europa, a todos los sectores de la actividad humana, a lodos los aspectos de la civilización medieval, se afirma una nueva época, cuyos signos deben ser inventariados como preludio a la presentación del panorama del siglo.

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