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Historia del Imperio Bizantino. Tomo II PDF

588 Pages·2015·3.448 MB·Spanish
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Segunda parte de la historia del Imperio Bizantino publicada en 1935, tras diez años desde la publicación de la primera parte. Es un libro dedicado a todos los aspectos que abarcó la vida en el Imperio Bizantino, desde las Cruzadas (año 1081) hasta su caída en manos de los turcos otomanos el 29 de Mayo de 1453. Desde esta fecha, precisamente, la oscuridad reinó para la verdadera historia del antiguo Imperio (y de sus particulares habitantes), el que fue durante los siglos siguientes considerado por occidente un ejemplo de decadencia y corrupción. Alexander A. Vasiliev Historia del Imperio Bizantino. Tomo II De las Cruzadas a la caída de Constantinopla (1081-1453) ePub r1.0 Rafowich 07.07.15 EDICIÓN DIGITAL 3 Título originalH: istory of the Byzantine Empire: Vol. 2: From the Crusades to the Fall of the Empire Alexander A. Vasiliev, 1935 Editor digital: Rafowich ePub base r1.2 Edición digital: epublibre (EPL), 2015 Conversión a pdf: FS, 2018 4 Tomo II De las Cruzadas a la caída de Constantinopla (1081-1453) 5 CAPÍTULO VII. BIZANCIO Y LOS CRUZADOS. LOS COMNENOS Y LOS ÁNGELES Historia exterior de la época de los Comnenos Los emperadores de la casa de los Comnenos La revolución de 1081 elevó al trono a Alejo Comneno, cuyo tío, Isaac, había sido emperador durante algún tiempo (1057-1059), en el período precedente. La familia griega de los Comnenos, de la cual se comienza a hablar en las fuentes desde el reinado de Basilio II, era oriunda de una aldea no lejana de Adrianópolis, y sus miembros llegaron a figurar como grandes terratenientes en el Asia Menor[1]. Alejo, a ejemplo de su tío Isaac, se elevó por sus talentos militares. Con Alejo, el partido militar y la aristocracia territorial de provincias triunfaron sobre el 6 partido burocrático de la capital. A la vez concluyó la época de turbulencias. Los tres primeros Comnenos consiguieron mantenerse de modo duradero (un siglo) en el trono bizantino, que se transmitieron en paz de padres a hijos. El Gobierno enérgico e inteligente de Alejo I (1081-1118) supo proteger honrosamente al Imperio de muchos y muy graves peligros exteriores que, a veces, amenazaron su existencia misma. Pero la cuestión sucesoria produjo algunas dificultades. Mucho antes de su muerte, Alejo había designado sucesor a su hijo Juan, provocando con esto el descontento de su hija Ana, la célebre autora de la Alexiada y esposa del cesar Nicéforo Brieno, historiador también. Ana combinó un plan complicado para obtener del emperador el alejamiento de Juan y la designación de Nicéforo para el título imperial. Pero el anciano Alejo se mantuvo firme en su propósito y, a su muerte, su hijo Juan fue proclamado emperador. Apenas llegado al trono, Juan II (1118-1143) tuvo que afrontar una situación penosa al descubrirse una conjura en que participaban su hermana y su madre. La conjura fracasó. Juan trató a los culpables con indulgencia: la mayoría sólo perdieron sus bienes. Por su elevada personalidad moral, Juan mereció general estima, recibiendo el sobrenombre de Kalojean (Juan el Excelente, o el Bueno). Los historiadores griegos y latinos están acordes en apreciar mucho su personalidad. «Fue —escribe Nicetas Coniata— el modelo más perfecto de todos los reyes de la casa de los Comnenos que apareciera en el trono romano»[2]. Gibbon, tan severo en su apreciación de los estadistas bizantinos, escribe de aquel «Comneno, el mejor y más grande» que «el mismo filósofo Marco Aurelio no habrían menospreciado sus virtudes naturales, que nacían del 7 corazón y no estaban aprendidas en la escuela»[3]. Enemigo del lujo superfluo y los gastos excesivos, Juan modeló la vida de la corte según la suya propia. En su reinado, la corte tuvo una existencia severa y económica, sin diversiones, locas alegrías y gastos enormes. «Su reinado fue en cierto modo el reinado de la virtud»[4]. Aquel soberano indulgente, tranquilo y moral en grado sumo, estuvo, sin embargo, como veremos después, casi siempre al frente de sus ejércitos. Manuel I (1143-1180), hijo y sucesor de Juan, señaló con éste un contraste absoluto. Admirador convencido del Occidente, latinófilo, tuvo por ideal el tipo del caballero occidental, deseó penetrar los secretos de la astrología y cambió por completo la vida severa establecida en la corte por su padre. La alegría, el amor, la caza, las recepciones y fiestas espléndidas, los torneos organizados según el modelo occidental, se sucedían sin cesar en Constantinopla. Las visitas que hicieron a Bizancio soberanos extranjeros como Conrado III de Alemania, Luis VII de Francia, el sultán de Iconion, Kilidy-Arslan, y varios príncipes latinos de Oriente, produjeron gastos enormes. Muchos extranjeros llegados del Occidente de Europa se instalaron en la corte bizantina, obteniendo los más altos y mejores cargos del Imperio. Por dos veces casó Manuel con princesas occidentales. Su primera mujer, Berta de Sulzbach, llamada en Bizancio Irene, era cuñada del emperador germano Conrado III; la segunda, una francesa de peregrina hermosura, fue María, hija del príncipe de Antioquía. Luego veremos que a Manuel, durante todo su reinado, domináronle la pasión por el ideal occidental y su sueño, irrealizable, de restaurar el Imperio romano único. Se proponía, con ayuda del Papa, arrebatar la corona imperial 8 al soberano germánico y estaba dispuesto a restablecer la unión con la Iglesia occidental. La opresión latina y el desprecio de los intereses nacionales provocaron en la población general descontento. Se advertía intensamente la necesidad de modificar aquel sistema. Pero Manuel murió antes de que se desplomase su política. Alejo II (1180-1183), hijo Y sucesor de Manuel, apenas tenía doce años cuando su padre murió. Su madre, María de Antioquía, fue nombrada regente. De hecho todo el poder pasó a manos del sobrino de Manuel, el protosebasto Alejo Comneno, favorito de la regente. El nuevo Gobierno quiso apoyarse en el odiado elemento latino. Con esto creció la exasperación nacional. La emperatriz María, antes tan popular, empezó a ser considerada como una extranjera. El historiador francés Diehl compara la situación de María a la de María Antonieta, quien, bajo la revolución francesa, fue llamada por el pueblo «la Austriaca»[5]. El descontento general hizo nacer un partido imponente contra el todo poderoso Alejo. Al frente de aquel partido se puso Andrónico Comneno, una de las más curiosas personalidades de la historia de Bizancio, y cuya figura ofrece igual interés al historiador y al novelista. Andrónico, sobrino de Juan II y primo de Manuel I, pertenecía a la rama segundona de los Comnenos, rama apartada del trono y que se caracterizaba por una energía extraordinaria, aunque a menudo mal dirigida. Esa línea de Comnenos, en su tercera generación, dio al Imperio de Trebisonda soberanos conocidos por el nombre de «Los Grandes Comnenos». Andrónico, aquel «futuro Ricardo III de la historia de Bizancio», que tenía en él «algo del alma de un Cesar Borgia», aquel «Alcibíades del Imperio Medio bizantino», fue «el tipo acabado del bizantino del siglo , XII 9 con todas sus cualidades y sus vicios»[6]. «Era lo que Nietzsche llamaba un superhombre, un hombre sin duda extraordinario en quien aparecía un continuo contraste entre una inteligencia de primer orden y un carácter a menudo discutible» [7]. Hermoso y arrogante; atleta y soldado; instruido y seductor en sus maneras, sobre todo con las mujeres, que le adoraban; frívolo y apasionado; escéptico, embustero y perjuro si era necesario de acuerdo a las circunstancias; conspirador, ambicioso e intrigante, terrible en su vejez por su crueldad, Andrónico con expresión de Diehl, fue una naturaleza genial. Hubiera podido ser el salvador y regenerador del agotado Imperio bizantino: para ello faltóle sólo «acaso un poco de sentido moral»[8]. Su contemporáneo Niceto Coniata, escribe sobre él: «¿Quién está hecho de tan dura piedra que no ceda a las lágrimas de Andrónico y no se deje encantar por sus palabras insinuantes, que él derrama como una fuente turbia?». El mismo historiador compara a Andrónico con «Proteo multiforme»[9], el profético viejo, célebre por sus metamorfosis, de la mitología antigua. A pesar de su aparente amistad hacia Manuel, Andrónico siempre fue objeto de las sospechas del emperador. No hallando dónde ejercer su actividad en Bizancio, pasó la mayor parte del reinado de su primo viajando por diversos países de Europa y de Asía. Enviado por el emperador primero a Cilicia y luego a las fronteras húngaras, Andrónico fue acusado de traición y de conjura contra la vida de Manuel, siendo encerrado en una prisión de Constantinopla, donde pasó varios años. Tras una serie de extraordinarias aventuras, pudo evadirse por una antigua cloaca abandonada; apresado de nuevo, se le encerró en un 10

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