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Historia de Yucatán PDF

290 Pages·1988·4.51 MB·spanish
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CRÓNICAS DE AMERICA 43 Historia de Yucatán historia 16 La Historia de Yucatán de Fray Bernardo de Lizana es quizá una de las obras más injus tamente tratadas de todas las escritas sobre el mundo maya. Además de su rareza en estruc tura y contenido, ha sufrido numerosos avatares a lo largo de su historia. Publicada en Valladolid en 1633, fue olvidada durante varios siglos hasta que en 1864 el Abate Brasseur de Bourbourg incluyó algunos capítulos como apéndice a la Relación de las cosas de Yucatán de fray Diego de Landa. Su historia abarca los primeros ochenta años de convivencia entre indígenas y españoles. Es el período más rico en noticias sobre el antiguo mundo maya, pero también son años decisivos para la supervivencia de su cultura. Después de casi dos milenios de civilización, en los que los mayas alcanzaron las más altas cotas de desarro llo económico, político, social y científico, tu vieron que asistir impotentes a la destrucción de su cultura. La obra de Lizana puede ser considerada como perteneciente al género biográfico. Nos va relatando la historia yucateca de los años de la colonia a través de las vidas de los franciscanos que trabajaron allí. La información sobre la sociedad maya es muy rica. Toda la primera parte del libro la dedica al origen de las grandes construcciones prehispánicas y se extiende ha- blándonos de los ídolos que se veneraban en la época de la conquista, poniéndolos en relación con los templos del sitio arqueológico de Izamal. En la segunda parte encontramos las llamadas «profecías de los katunes», valiosísimo docu mento indígena en lengua maya. Sus aprecia ciones están muy mediatizadas por los prejui cios de la época, pero aún así, la obra de Lizana sigue siendo vital para el conocimiento de la sociedad maya postclásica. CRÓNICAS DE AMERICA historia 16 BERNARDO DE LIZANA Historia de Yucatán Edición de Félix Jiménez Villoúba historíalo Director de colección: Manuel Ballesteros Gaibrois. Edición, introducción y notas: Félix Jiménez Villalba. Primera edición: Mayo de 1988. Diseño colección: Neslé Soulé, © HISTORIA 16, 1988 - Información y Revistas, S.A: Hermanos García Noblejas, 41 . 28037 Madrid I.S.B.N.: 84-7679-109-7 Depósito legal: M-16233-1988 Impreso en España - Printed in Spain. Fotocomposición: VIERNA, S.A. Dracena, 38. 28016 Madrid. Impresión: Gráficas Nilo. Julián Camarillo, 42. 28037 Madrid. HISTORIA DE YUCATÁN INTRODUCCIÓN Los cronistas y su obra Con la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, se inicia una etapa compleja que pondrá en relación dos formas distintas, y a veces opuestas, de ver el mundo. Desde los primeros años de la colonia los esfuerzos por conocer ese extraño continente harán que funcionarios, soldados y clérigos se entreguen al estudio de las culturas americanas. El resultado será un importante grupo de obras que, además de suponer una aportación inestimable para el conocimiento de las culturas prehispánicas, plantearán una cues tión de vital importancia: la incorporación de América a la Historia Universal. Naturalmente las limitaciones fueron muchas. En algu nos casos los españoles que aceptaron el reto no tenían la prepara ción necesaria para llevar a buen fin un trabajo de esa magnitud, y los que sí la tenían analizaron el fenómeno americano muy media tizados por su cultura y sus prejuicios. Comienza a surgir el "mito americano-: un mundo idealizado lleno de sueños exóticos que, durante muchos años, mantendría la esperanza para el Viejo Mun do. El estudio de estas obras puede revelarnos muchas cosas que todavía necesitamos conocer sobre las sociedades prehispánicas, pero también puede facilitarnos datos de interés sobre la sociedad europea de la época, sobre las ideas, actitudes y prejuicios que formaban parte del bagaje mental de los europeos de los siglos xvi y xvii. ¿Por qué actuaron como actuaron? ¿Por qué vieron unas cosas y no captaron otras? En este punto puede resultarnos muy útil el libro de Margaret Hodgen, Early Anthropology in the six- teenth and seventeenth centuries, obra innovadora que sugiere algunas respuestas para estos interrogantes. Otra magnífica refle xión sobre estas cuestiones es el trabajo del historiador mexicano 7 Edmundo O'Gorman, que en su libro La invención de América, afirma con bastante buen criterio que América no fue descubierta, sino inventada por los españoles. El Descubrimiento de América tuvo importantes consecuencias intelectuales, ya que puso en contacto a los europeos con nuevas tierras y nuevas gentes, y como consecuencia puso también en duda buena parte de sus ideas sobre la Geografía, la Historia, la Teología y la naturaleza del hombre. Además constituyó desde el principio un desafío económico, pues se configuró como una fuente de abastecimiento de muchos productos con demanda en Europa y un prometedor campo de expansión para sus crecientes y prósperos negocios. El impacto fue enorme. Los europeos se habían formado algunos criterios respecto a los lejanos mundos de Asia y África, pero América desbordaba sus esquemas y abría nue vas puertas a la fantasía y la especulación. Buena prueba de ello fue la lentitud con que Europa asimiló lo americano como una entidad con derecho propio, separada de todo lo conocido. En 1500 la Primera Carta de Colón había alcanzado diez y siete edicio nes y todos hablaban de ese mundo en el que los hombres vivían en perfecto equilibrio con la naturaleza, donde se adoraban los cuerpos celestes y los habitantes peleaban entre sí con arcos y flechas. Las quince ediciones de los viajes de Francanzano Montal- boddo, Paesi Novamente Retrovati, publicado por primera vez en Venecia en 1507, y la gran compilación de los viajes de Ramusio, atestiguan el interés suscitado. Cuando en 1552 López de Gomara dedica al Emperador Carlos V su Historia General de las Indias, incluye unas líneas que sintetizan muy bien el pensamiento euro peo de la época: La mayor cosa después de la creación del mun do, sacando la encarnación y muerte de quien lo creó, es el des cubrimiento de las Indias [que aunque muy repetida, es buen ejemplo del valor que en el siglo xvi se dio el Descubrimiento]. Ese interés no supuso, sin embargo, una explosión de libros y comentarios sobre las tierras recién descubiertas —excepción he cha de los cronistas españoles de Indias— y durante todo el siglo xvi y parte del xvn las obras sobre los turcos o el continente asiáti co fueron mucho más numerosas. Los historiadores europeos no incluían en sus trabajos la riquísima información proveniente de las Indias. Era como si su inclusión ocasionara grandes problemas que todos preferían evitar. Las lagunas en trabajos donde parece inevitable alguna alusión al Nuevo Mundo son numerosas. Incluso en las Memorias de Carlos V, aquel que tanto debió a la empresa americana, no aparece ni una sola mención. Los estudios geográfi cos seguían mostrando empecinadamente el mundo de la época de Estrabón, e incluso hombres tan cultos como Bodín no hicieron uso del material americano en sus escritos sobre filosofía política y social. Esta resistencia de filósofos y cosmógrafos respecto a la información americana puede justificarse, en cierta medida, enla- 8 zando con las dificultades que tuvo la Europa Medieval para asimi lar el fenómeno del Islam. Si la indiferencia y los prejuicios retrasaron el conocimiento de América, tampoco ayudó mucho el etnocentrismo de los que sí se ocuparon de ello. Cuando en 1528 el humanista Hernán Pérez de Oliva escribió que el Segundo Viaje de Colón se organizó para mezclar el mundo y dar a aquellas tierras extrañas la forma de la nuestra, estaba describiendo con gran agudeza uno de los pro blemas fundamentales de la historia americana. Los clérigos y fun cionarios españoles participaban del resurgir renacentista del mundo clásico greco-romano. Sus ideas sobre el mundo y el hom bre habían sido afianzadas recientemente y, lo que es más impor tante, formaban parte de la legitimación ideológica de su cosmovi- sión. Cuando llegaron a América ya venían condicionados de antemano. Veían lo que querían ver, e ignoraban el resto. El Nuevo Mundo era una oportunidad de comprobar si verdaderamente esta ban en lo cierto, si las cosas eran como ellos pensaban. Proyecta ron su mentalidad sobre una realidad que nada o muy poco tenía que ver con la suya y la interpretaron lo mejor que pudieron. Peter Berger y Thomas Luckmann consideran que toda realidad elaborada por el hombre es construida socialmente. Los hombres se ven impelidos al exterior por su propia naturaleza social y de ben clasificar el mundo estableciendo una taxonomía apropiada a sus intereses. Eso fue lo que hicieron los europeos en América. Sobre una realidad ya existente desarrollada por la población au tóctona, los españoles se fabricaron la suya propia, una reinterpre tación más acorde con su historia y sus necesidades. En los escritos de la época encontramos tantas visiones de América como europeos la visitaron: la América de Cortés y Piza- rro, fuente inagotable de gloria militar y riquezas incalculables; la América de Zorita o García de Palacios, funcionarios siempre aten tos a la organización de los hombres y al aprovechamiento de los recursos; y la América de Landa o Sahagün, un mundo pagano que comprender y regenerar a un mismo tiempo. Además de los distin tos intereses que guiaron a los cronistas hay que destacar el aban dono evidente de los aspectos físicos del Nuevo Mundo. Los espa ñoles del siglo xvi tuvieron una visión bastante incompleta. La descripción de los indígenas ocupa numerosas páginas, pero tam bién encontramos (Fernández de Oviedo, Cieza, Las Casas, etc.) información sobre el medio en que vivían. América es el telón de fondo que sirve de marco para el comportamiento de los hombres. Pero no seríamos justos si tratáramos a todos por igual. Hubo trabajos muy serios como el de fray Bernardino de Sahagún capa ces de mostrar en profundidad la sociedad indígena, pero hay que reconocer que fueron minoría. La mayor parte de las veces, incluso cuando se trata de hombres bien preparados y con buenas dotes de observación, las descripciones tienen más en común con lo que 9 deseaban ver que con lo que realmente vieron. El mismo Bernal Díaz del Castillo, perspicaz observador y hombre apegado a la tierra, cuando nos relata tan magistralmente las peripecias de la conquista de México, no puede evitar caer en ciertos toques caba llerescos, muy al gusto de la época. Estas limitaciones de los cronistas no restan ningún mérito a sus obras. Cuando los hombres necesitan referirse a algo nuevo, muy distinto de aquello a lo que están acostumbrados, suelen re currir a parámetros familiares, a puntos de referencia de su propia cultura. Cuando Hernán Cortés nos habla de los templos indígenas o del mercado de Tlatelolco, su mente vuela automáticamente ha cia las mezquitas musulmanas y el mercado de Salamanca. Había dos formas de plantear el conocimiento de las Indias. Según la tradición medieval ese mundo lejano aparecía poblado por extraños seres y animales fantásticos, mientras que la renacen tista lo mostraba dentro de los parámetros incuestionables del mundo greco-latino. Cuando se publicaron las Décadas de Pedro Mártir, el mito americano ya estaba forjado. Su descripción de la tierra de la abundancia y de los indígenas en estado puro, sin contaminación, hizo que la Arcadia y el Paraíso encontraran por fin su emplazamiento definitivo: las Indias. Durante buena parte del siglo xvi esta imagen funcionó bien, pero cuando los años gloriosos de la conquista se fueron apagando, surgieron los pro blemas. Los conquistadores asistieron admirados a su expolio por parte de los funcionarios reales, y los frailes, que habían visto en América un magnífico campo para la predicación religiosa, comen zaron a desilusionarse ante los abusos incontrolados de los colo nos, y el exterminio de los indios. La determinación de los tributos que los indígenas debían pa gar trajo consigo gran cantidad de estudios sobre la historia, las normas de posesión de la tierra y las leyes de sucesión, que muy bien podríamos considerar como de antropología aplicada. Algo parecido ocurrió con los misioneros. ¿Cómo podrían establecer la forma más idónea para convertir tantas almas al cristianismo sin un buen conocimiento de la religión prehispánica? Los frailes más dispuestos aprendieron rápidamente las lenguas indígenas, elabo raron gramáticas y vocabularios y se lanzaron a un profundo estu dio de su pensamiento religioso. Muchos de estos trabajos resulta ron modélicos y dignos de figurar con letras mayúsculas entre los precursores de nuestra moderna Antropología, pero aun así las limitaciones y los problemas fueron numerosos. No estaban intere sados en la sociedad prehispánica por sí misma, sino para incorpo rarla lo antes posible a lo que Fernández de Oviedo y Las Casas llamaron la república cristiana. La bula Sublimis Deus, proclama da solemnemente por el Papa Pablo III en 1537, había zanjado definitivamente la vieja discusión sobre si los habitantes de las Indias eran humanos o no. Si la tradición clásica definía al hombre 10

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