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Historia De Las Ideas Cientificas - De Tales de Mileto a la Máquina de Dios PDF

1098 Pages·2013·5.8 MB·Spanish
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Índice Portadilla Muy breve introducción Algunas aclaraciones preliminares UN LARGO AMANECER 1. La ciencia antes de la ciencia 2. El eclipse 3. Ser o no ser 4. Platón y Aristóteles 5. La escuela de Alejandría 6. La medicina antigua de Hipócrates a Galeno 7. El asalto al cielo LUCES Y SOMBRAS DE LA EDAD MEDIA Y EL RENACIMIENTO 8. Plantas, animales y lugares que nunca existieron 9. En la taberna 10. Magos, brujas, humanistas e ingenieros: de la Edad Media al Renacimiento 11. Un sinuoso camino hacia la Revolución Científica 12. El problema del movimiento LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA 13. El hombre que movió al mundo 14. La derrota del círculo 15. Galileo 16. El conflicto con la Iglesia 17. Newton, hacedor de universos 18. En busca de la certidumbre: el compromiso de 1758 LA CIENCIA ILUSTRADA: EL TRIUNFO DE LAS DISCIPLINAS PARTICULARES 19. Los éxitos de la ciencia experimental 20. La circulación de la sangre y las nuevas polémicas biológicas 21. Todos los fuegos el fuego: la revolución química 22. El tiempo profundo 23. La luz, el calor, la electricidad 24. La forma del cielo y la filosofía natural EN BUSCA DE LA UNIDAD 25. La teoría de la evolución 26. La república celular y la invasión microbiana 27. El triunfo de los átomos DE LOS RAYOS X A LA DOBLE HÉLICE 28. Los rayos X y la radiactividad 29. El anhelo de la conservación y la ley de leyes 30. El mapa y el territorio: las geometrías no euclidianas, el infinito y el éter 31. Einstein y la Teoría de la Relatividad 32. La teoría de la deriva continental y la estabilización de la geología 33. La genética 34. La medicina científica entre la anestesia y los trasplantes PERSIGUIENDO EL ORIGEN: EL CAMINO A LA PARTÍCULA DIVINA 35. La mecánica cuántica 36. La fisión nuclear y la bomba atómica 37. El núcleo atómico y el modelo estándar 38. En busca del origen 39. La estructura del universo y la teoría del Big Bang 40. La «Máquina de Dios» Finale Bibliografía Agradecimientos Leonardo Moledo Nicolás Olszevicki Historia de las ideas científicas De Tales de Mileto a la Máquina de Dios Ilustraciones: Diego Alterleib Moledo, Leonardo Historia de las ideas científicas : de Tales de Mileto a la máquina de Dios / Leonardo Moledo y Nicolás Olszevicki. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2014. E-Book. ISBN 978-950-49-4075-3 1. Historia de la Ciencia. I. Olszevicki, Nicolás CDD 509 © 2014, Leonardo Moledo y Nicolás Olszevicki © Ilustraciones: Diego Alterleib Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Diseño de interior: Ana D’Agostino Todos los derechos reservados © 2014, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta® Independencia 1682, (1100) C.A.B.A. www.editorialplaneta.com.ar Primera edición en formato digital: agosto de 2014 Digitalización: Proyecto451 Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. Inscripción ley 11.723 en trámite ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-4075- 3 A Raquel, Lucía, Fernando y Rebeca. A Mario Oybin y Dora Zajac. A Laura Lueiro y Sergio Rodríguez. LEONARDO MOLEDO A mis papás, mis abuelos, mis hermanos: por todo lo que soy gracias a ellos. A Nati, mi eterna amiga. Y, obviamente, a Juli, que nunca, nunca se cansa de empujarme. NICOLÁS OLSZEVICKI Muy breve introducción Vamos a contar una historia. Una historia que en realidad comienza hace muchísimo tiempo, cuando el hombre logró dominar el fuego mediante el golpe inteligente de dos piedras de sílex, y termina… no termina nunca. Es el relato de cómo nuestra especie se abrió paso pesadamente desde la profundidad de las sabanas africanas hacia el resto del planeta, fundó ciudades y las pobló de aparatos, estudió y logró comprender algunos fenómenos celestes y terrestres, indagó en las profundidades de la materia, llegó a atisbar la enormidad del universo y la insólita complejidad de lo pequeño, tuvo que admitir, con valentía y cierta decepción, que su lugar en el escenario total es insignificante. Y, así y todo, no se amedrentó y continuó explicando, explicando y explicando. La que sigue no es una historia de grandes héroes y de grandes descubrimientos, o por lo menos no es sólo eso. Es, más bien, la de los múltiples intentos y las líneas de pensamiento que pretendieron alcanzar una explicación medianamente satisfactoria de esa cosa incomprensible que, por no tener una mejor palabra, llamamos realidad. Es la narración de una enorme cadena de malentendidos, de confusiones, de errores y rectificaciones; una cadena que, sin embargo, con idas y vueltas, condujo improbablemente a nuestro conocimiento actual. En esta historia es inevitable percibir hilos o linajes de pensamiento que se arrastran a lo largo de los siglos, ya inclinándose hacia un lado, ya hacia el otro, muchas veces eclipsándose por un tiempo y resurgiendo sorpresivamente después: por poner solo un ejemplo, el atomismo que triunfa en el siglo XIX reconoce trazas que se remontan a los griegos Demócrito y Leucipo, tan denostados por el viejo Aristóteles. No quiere esto decir que en el siglo V a.C. los filósofos de la naturaleza, como se llamaba a los científicos por entonces, hubieran alcanzado a explicar la estructura de la materia tal como luego lo hizo el cuarteto Dalton-Thomson-Rutherford-Bohr, pero sí que a lo largo de su trayecto el intelecto humano —a veces por cuestiones empíricas, a veces por cuestiones teóricas, a veces por necesidad de completar un sistema— va y vuelve sobre las mismas ideas. Lo que se verifica en el siglo XVII se pudo pensar con claridad en el XI; una intuición perdida de un medieval resuelve lo que algún moderno no puede explicar; un sistema astronómico de la antigüedad clásica sobrevive intocable durante trece siglos y se derrumba con un genial golpe de intuición. Aunque la visión que tenemos hoy en día de la ciencia se remonte a la que heredamos de los siglos XVI y XVII, de esa gigantesca epopeya intelectual que se extiende aproximadamente entre Copérnico y Newton, nuestro relato comienza antes, mucho antes. Esto se debe a que, si bien la idea de progreso científico es relativamente nueva en la historia de la humanidad, la ciencia no empezó allí: los griegos, hace más de 2.500 años, hicieron buena ciencia, tuvieron muy en claro lo que puede lograr la conjunción de la observación y la teoría y llegaron a resultados asombrosos, que motivaron el surgimiento, en Alejandría, de las ciencias particulares. También, contra lo que se suele pensar, hubo una rica ciencia medieval. En la segunda parte de la Edad Media, después del siglo XI, se pensaba (y mucho) acerca de la estructura del mundo y, sobre todo, acerca de la naturaleza del movimiento, que sería el problema sobre el cual se sostendría la Revolución Científica. Se discutía, había distintas escuelas y había, sobre todo, un brillo intelectual impresionante. Roger Bacon imaginaba máquinas voladoras y submarinos antes que Leonardo, Guillermo de Ockham cortó los hilos entre razón y fe y Bernardo de Chartres, con una avanzada idea del carácter dialógico del progreso intelectual, decía: «Si vemos más lejos, es porque estamos subidos en hombros de gigantes». Frase que, dicho sea de paso, popularizó luego Newton en una escandalosa polémica que tuvo con Robert Hooke y que define bastante bien el modo en que avanza el pensamiento científico y la manera en que se fue desenvolviendo desde las primitivas tortugas que nadaban en el agua que sostenía al mundo hasta el modelo estándar de partículas que se quiere comprobar en el Superacelerador de Hadrones, llamado también, con evidentes fines publicitarios, la Máquina de Dios (aunque nada tenga que ver con ningún dios). Hoy sabemos más —mucho más— de astronomía que Ptolomeo o Kepler, de física que Newton (e incluso que Einstein), de medicina que Hipócrates, de química que Lavoisier. Tenemos en nuestras manos piedras lunares. Hay aparatos explorando Saturno, Júpiter y Marte. Nuestra medida del universo es más exacta que la de Copérnico. A pesar de lo que no sabemos y de lo que no nos imaginamos que no sabemos, podemos decir que el acervo de conocimientos que tenemos es mayor —objetivamente mayor— que el que tenían los griegos, o el que se tenía hace dos siglos. Si lo pensamos así, no podemos sino preguntarnos cómo es que llegamos desde las luminosas intuiciones de Tales de Mileto hasta nuestra multiforme realidad contemporánea. Todo esto tiene evidentemente ribetes de una aventura inigualable: es la historia del esfuerzo intelectual del hombre por comprender el mundo en el que le tocó vivir. Allá vamos.

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