Historia de la ciencia argentina José Babini Fondo de Cultura Económica, México, 1949 La paginación se corresponde con la edición impresa. Se han eliminado las páginas en blanco. EL VIRREINATO Y LA REVOLUCIÓN 1. AMÉRICA Y EL RENACIMIENTO LA HERMOSA frase de Francisco Romero: “Hasta el descu- brimiento, el mundo sufría oscuramente por la ausencia americana”, no es sólo una bella imagen. Ella expresa claramente el íntimo afán de intercomunicación que sien- ten y presienten los ámbitos culturales, afán que luego se traduce, más que en un injerto o en un trasplante, en una verdadera simbiosis. América naciente y el Renacimiento europeo viven esta simbiosis. Mientras el espíritu renacentista impulsa a los hombres de los siglos XV y XVI a intentar y realizar la gran aventura del descubrimiento, de la conquista y de la colo- nización, el nuevo mundo, con el asombro que provoca, estimula a aquel espíritu y lo acompaña y penetra. América, por su sola presencia y existencia, y el descu- brimiento, con todo lo que significó de aporte geográfico, histórico y étnico, ofrecieron a la cultura occidental nuevos motivos de expresión, nuevos campos donde extender e irradiar su acción; motivos y acción que, a su vez, impreg- nan a esa cultura con matices jamás conocidos. En el mundo del saber, en el campo de la ciencia, este proceso se revela claramente. Los viajes de descubrimiento son posibles gracias a los conocimientos, nuevos unos, otros renovados, que el Renacimiento posee sobre astronomía, náutica y cartografía. Son las medidas geográficas de Pto- lomeo, por suerte erróneas, las que inducen a Colón a intentar la proeza que lo conduce a las nuevas tierras, en las que él, terca y obstinadamente, ve o quiere ver las tie- 9 rras del Cathay. Es la técnica metalúrgica de la época la que permite la explotación inmediata de los filones de México y del Perú. Pero al mismo tiempo, el incremento científico europeo lleva ya el sello americano. Si al principio no se hace cien- cia en América, Europa hace ciencia con América. Los viajes de descubrimiento y de circunnavegación, así como los viajes terrestres que cruzaron el continente de orilla a orilla, abrieron nuevos horizontes a la geografía y a la car- tografía, a la cosmografía y a la náutica. Recordemos que es el Almirante quien descubre la declinación magnética, su variación con el lugar y la existencia de líneas sin decli- nación. El comercio ultramarino enriquece con nuevos ca- pítulos a la economía. El derecho colonial sienta nuevas normas jurídicas. Las crónicas acrecientan el saber histó- rico, y las ciencias del hombre: antropología, etnografía, lingüística, explotan la rica veta que les ofrece el hombre americano con sus ritos y costumbres, con sus mitos y sus dioses, mientras nacen gramáticas, vocabularios y traduc- ciones en lenguas jamás oídas. Pero es en el campo de las ciencias naturales donde la cosecha es más abundante. El estudio de la fauna, flora y gea que contienen los nuevos continentes y los nuevos ma- res; las posibilidades del intercambio mutuo entre las espe- cies indígenas de ambos mundos; las aplicaciones de es- pecies americanas a la farmacia y a la medicina (piénsese en la quina y que ya en 1565 Nicolás Monardes escribe su Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias...); el perfeccionamiento de los métodos de los minerales en las explotaciones americanas (Alvaro Alonso Barba experimenta en las minas de Potosí el procedimiento de amalgamación de los minerales de plata por medio del 10 azogue, Juan Capellin lo hace en México); son otros tantos progresos que la ciencia debe al nuevo mundo. 2. NACIMIENTO DE LA ARGENTINA La zona austral de América nace tarde a la vida de la cultura. Mientras en México y en Perú los conquistadores penetran en áreas culturales extrañamente iluminadas, en el desolado Río de la Plata se despuebla la recién fundada Buenos Aires. En estas regiones no hay más imperios que los fabulo- sos y legendarios. Habitan o recorren su suelo naciones primitivas o semiprimitivas. Estribaciones incaicas moran en el noroeste, en el dilatado sur vagan los fornidos y des- nudos patagones que asombran a los hombres de Magalla- nes, despertando en ellos extrañas sugestiones, como tres siglos después, los gigantes fósiles de la extinguida fauna pampeana asombrarán a Darwin, afirmando en él la idea del transformismo. Mientras en México y en las Antillas nacen las pri- meras universidades y se imprimen los primeros libros, en el Tucumán se fundan recién las primeras ciudades. Y mientras criollos mexicanos cantan en versos líricos a la “verde primavera’’ y al ‘‘oro ensortijado”, el frondoso Cen- tenera bautiza en su epopeya, fruto poético de una ilusión, a un nuevo país “a quien titulo y nombro Argentina to- mando el nombre del sujeto principal que es el Río de la Plata”. En verdad, éste era “otro mundo”. 3. LA LABOR DE LAS ÓRDENES RELIGIOSAS El despertar y los primeros balbuceos de la vida cultural 11 se deben en la Argentina a las órdenes religiosas. La evan- gelización, la docencia y la labor científica, que en la edad media fueron los motivos cardinales que presidieron a su creación y en cuyo desempeño descollaron figuras emi- nentes (piénsese, en el campo del pensamiento: Bacon, Al- bertus Magnus, Santo Tomás), fueron también las tareas que las órdenes se impusieron en América, aunque en estas regiones las condiciones de sus habitantes obligaron a que la misión evangelizadora absorbiera la mayor parte de sus esfuerzos. Los conventos de las órdenes, además de ser centros de evangelización y de proselitismo, cumplían una función docente al formar el sacerdocio colonial y, más tarde, al per- sonal que monopolizaría la educación de la juventud. Si bien en el virreinato del Perú actuaron franciscanos, mercedarios, agustinos, dominicos y jesuitas, fueron sin duda estos últimos, por lo menos hasta su expulsión en 1767, los que realizaron una labor preponderante en la docencia y en el estudio. Del primer colegio importante establecido en el virrei- nato del Perú (el del Rosario de Lima en 1565, regenteado por los dominicos) nace la primera universidad surameri- cana, en 1551, que, convertida en 1574 en la Universidad de San Marcos, constituye hasta 1580 el único centro su- perior que otorga títulos profesionales. Pero ya por esa época empieza a advertirse el predominio jesuítico, y a me- diados del siglo XVII, de las tres universidades suramerica- nas existentes, dos ya son jesuitas: Chuquisaca y Córdoba. Los jesuitas fueron extendiendo su obra a través de todo el continente, bajando por el Alto Perú hacia el Río de la Plata se establecen en Tucumán, Salta, Córdoba, Santiago del Estero, y en Paraguay, en 1607, fundan la provincia jesuítica en la que establecerán aquellas misio- 12 nes, que, al decir del padre Furlong, “a la par de ser el gran cuartel de soldados con que contó el Río de la Plata durante siglo y medio, fue también el emporio de las artes gráficas, de la arquitectura, pintura, escultura, dorado, mú- sica, etc.”, y en las que “en todos los pueblos había biblio- teca pública y era escaso o nulo el analfabetismo”. Es en la labor de los jesuitas donde deben verse los primeros rudimentos de las ciencias en la Argentina. La geografía, la lingüística, la etnografía, la historia y las cien- cias naturales inician su aparición en las relaciones y crónicas de los numerosos viajes y exploraciones que los jesuitas realizaron, principalmente con fines evangelizado- res. Así, tienen interés geográfico las distintas expedicio- nes (1662, 1703, 1767) realizadas a la región cordillerana de Nahuel Huapí y de Tierra del Fuego; la expedición (1721) que reconoció el río Pilcomayo como distinto del Bermejo; la expedición, ahora por orden del rey, que en 1745 recorre las costas de la Patagonia por vía marítima y cuya jefatura ejerce el padre José Quiroga, “maestro en matemáticas”; y la expedición (1766) que salió en procura de un camino directo —y lo encontró— entre el Paraguay y el Perú, sin tener que pasar por Buenos Aires. Nume- rosos mapas de estas regiones, el primero de los cuales pa- rece remontarse a 1609, se deben a los jesuitas; asimismo, se les deben trabajos especiales, como el que a mediados del siglo XVII publica el padre Atanasio Kircher sobre los flu- jos y reflujos de las corrientes marítimas en las costas magallánicas y patagónicas con una teoría sobre el sistema hidrográfico andino, ilustrando ambos estudios con sendos mapas. Por otra parte, en todas las obras de los cronistas y etnógrafos existen noticias de interés para las ciencias natu- rales, destacándose la Historia Natural y Moral de las In- 13 dias, que en 1590 publica en Sevilla el padre José Acosta, que recorriera América entre 1572 y 1587 y fuera profesor en San Marcos y rector en Salamanca, tan bien recordado por Humboldt. Además de consignar cuanto se conocía a fines del siglo XVI sobre la flora y la fauna americanas, desde México hasta el Perú, se destaca el padre Acosta por su posición discretamente polémica frente a los prejuicios tradicionales. Él quiere ‘‘tratar las causas y razones de las novedades”: si afirma que las tierras más altas son más frías, no lo hace basándose en los autores, sino porque ha escalado el Titicaca y ha descendido hasta el Pacífico. Dis- cute la cuestión de los antípodas, de la Atlántida y de la posibilidad de vida en la zona tórrida: “Confieso que me reí e hice donaire de los meteoros de Aristóteles y de su filo- sofía, viendo en el lugar y en el tiempo que, conforme a sus reglas había de arder todo y de ser un fuego, yo y todos mis compañeros teníamos frío.” También se refiere a la posibilidad de un canal interoceánico en Panamá: “Han platicado algunos de romper este camino de siete leguas, y juntar el un mar con el otro, para hacer cómodo el pasaje al Pirú, en el cual dan más costa y trabajos diez y ocho leguas de tierra que hay entre Nombre de Dios y Panamá, que dos mil y trescientas que hay de mar. Mas para mí tengo por cosa vana tal pretensión, aunque no hubiese el inconveniente que dicen...” Recordemos además al hermano Pedro Montenegro, cuyo libro Historia Médica misionera, de 1710, con 148 láminas, es considerado el primer tratado de materia médi- ca del Río de la Plata; y al padre Buenaventura Suárez, autor de las primeras observaciones astronómicas realizadas en estas regiones. Suárez era argentino y jamás estuvo en Europa; había nacido en Santa Fe, en cuyo Colegio estu- dió, siguiendo los estudios superiores en Córdoba. En 14 1706 inició sus observaciones astronómicas en la reducción de San Cosme y San Damián con aparatos fabricados con materiales indígenas, pues escribe en 1739: “No pu- diera haber hecho tales observaciones por falta de instru- mentos (que no se traen de Europa a estas provincias, por no florecer en ellas el estudio de las ciencias matemáticas) a no haber fabricado por mis manos los instrumentos nece- sarios para dichas observaciones, cuales son reloj de péndu- lo con los índices de minutos primeros y segundos; cua- drante astronómico para reducir, igualar y ajustar el reloj a la hora verdadera del Sol, dividido cada grado de minuto en minuto; telescopio, o anteojos de larga vista de sólo dos vidrios convexos, de varias graduaciones desde ocho hasta veintitrés pies. De los menores de 8 y 10 pies usé en las ob- servaciones de los eclipses de Sol y Luna, y de los mayores de 13, 14, 16, 18, 20 y 23 pies en las inmersiones de los cuatro satélites de Júpiter, que observé por espacio de trece años en el pueblo de San Cosme y llegaron a ciento y cuarenta y siete las más exactas.” Con tales instrumentos, algunos de los cuales halló lue- go Azara abandonados, realizó Suárez las observaciones que consignó en su Lunario de un siglo (cuya primera edición es probablemente de Lisboa, 1744), del cual reproducimos el largo título de la edición de 1748, que da clara cuenta de su contenido: Lunario de un siglo Que comienza en Enero del año de 1740, y acaba en Diziembre del año de 1841 en que se comprehenden ciento y un años cumplidos. Contiene los aspectos principales del Sol, y Luna, esto es las Conjunciones, Oposiciones, y Quartos de la Luna con el Sol, según sus movimientos verdaderos: y las noticias de los Eclipses de ambos Luminares, que serán visibles por todo el Siglo en estas Misiones de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay. Regulada, y aligada la hora 15 de los Aspectos y Eclipses al Meridiano del pueblo de los esclarecidos Mártyres San Cosme y San Damián, y esten- dido su uso a otros Meridianos por medio de la Tabla de las diferencias meridianas, que se pone al principio de el Lunario. Danse al fin de él reglas fáciles para que cual- quiera, sin Mathemática, ni Arithmética, pueda formar de estos Lunarios de un siglo los de los años siguientes, desde el 1842 hasta el de 1903. Posteriormente, desde 1745 hasta 1750, el padre Suá- rez realizó nuevas observaciones, pero ahora ayudado por instrumentos adquiridos en Europa. Consignemos, para terminar, que en el primer semestre de 1787 Manuel Torres, un fraile dominico, desentierra de las barrancas del río Luján el primer esqueleto completo de megaterio. Lo hace dibujar, encajonar y enviar a Ma- drid, donde es estudiado por varios sabios europeos. Cuvier lo bautiza en forma científica y es tal el interés que des- pierta este gigantesco esqueleto de cerca de cinco metros de largo, que Carlos III, entusiasmado, reclama el envío de otro, pero. . . vivo. Con Manuel Torres, nativo de la villa de Luján, se ini- cia el renombre científico de esta localidad argentina. Su megaterio no es sino el síntoma de la extraordinaria riqueza paleontológica de la región, su hallazgo preludia las exca- vaciones y estudios de Muñiz, Ameghino, etc. 4. LA IMPRENTA En el Río de la Plata los primeros impresos nacen en los talleres instalados por los jesuitas en las misiones. De la índole de esos talleres da cuenta la frase de Bartolomé Mitre, tantas veces citada: “La aparición de la imprenta en el Río de la Plata es un caso singular en la historia de la 16