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historia crítica literatura uruguaya PDF

497 Pages·2015·8.31 MB·Spanish
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CARLOS ROXLO HISTORIA CRÍTICA DE LA LITERATURA URUGUAYA LA INFLUENCIA REALISTA TOMO IV 4 aí MONTEVIDEO A. BARREIRO Y RAMOS, Editor Librería Nacional CAPÍTULO PRIMERO Kubly y Aréchaga ' SUMARIO: I. — La poesía. — El alma y el ideal. — Luís Piñeyro del Campo. — Su romanticismo. — El último gaucho. — Su asunto y su mc- trica. — Fragmento. — De otras composiciones de Piñeyro del Campo. II. — Kubly y Arteaga. — índole de su ingenio. — El hombre y la obra. — El poema Los dioses caídos. — Algunas estrofas. — Las grandes revoluciones. — Un enemigo de la evolución en materia política. — El clero y las instituciones monárquicas. — Las coronas y las presidencias. — Los derechos ciudadanos para la mujer. — El espíritu de rebelión. — De como Kubly se sirve de la historia. — Su estilo y sus cuadros sintéticos. — El hombre es el producto del medio en que vive. — El fin utili­ tario.— Las reformas sociales.— El progreso de hoy no será el de mañana. — Cada época tiene su ideal. — La utopía de la mujer convertida en soldado. — Babel y Kubly. III. — Justino Jiménez de Aréchaga. — El publicista y el orador. — La Libertad Política. — El extranjero, con residencia esta­ ble, es un ciudadano. — La ciudadanía real y obligatoria. — Esta tesis es justa y verdadera. — De los sistemas electorales. — La representación proporcional. — Defensa de la misma.— El Poder Legislativo. — Materias de que trata. — Armonías entre la ley y la sociedad. — Incompatibilidades parlamenta­ rías. — Obras relacionadas con nuestra legislación civil. I La poesía es un simple diálogo. Nada más que un diálogo. ¿Quiénes son los interlocutores? 6 HISTORIA CRÍTICA Uno es el ideal. El otro es el alma. ¿De qué conversan? El alma incorpórea gravita hacia lo azul. Es en lo azul donde se abre la flor del ideal. Entonces el alma y el ideal conversan amorosamente de lo absoluto. El alma llora sus nostalgias de eternidad, sus sedes infinitas de perfección. El ideal, la utopía de hoy, jura que se hará carne en lo porvenir. Este diálogo encantador tiene sus taquígrafos. Unos traducen lo que dice el ideal. Recordad á José G. del Busto. Otros recogen lo que dice el alma. Leed á Luis Piñeyro del Campo. Piñeyro es un poeta espiritualista. Piñeyro, como Platón y como Jouffroy, está convencido de que la divina hermosura es una recóndita esencia, invaria­ blemente invisible é inmaterial. Piñeyro os dirá, como Víctor Hugo, que el arte por el arte puede ser her­ moso; pero que el arte por el progreso es más hermoso aún. Piñeyro os dirá, como Víctor Hugo, que l'art cest l’azur; mais l’azur du haut. Es decir; el azul celeste, el azul de lo alto, el azul de las nubes y de las estre­ llas. Luis Piñeyro del Campo fué una bondad y una ilustración. Tuvo la más amable de las sonrisas y el más gentil de los corazones. No era el jurisconsulto, de ciencia notoria, el que cautivaba. Era el paladín de la caridad, el esforzado caballero del bien hermoso, el que seducía. Amó á los niños, amó á las flores, amó á los versos, y amó á las pobrezas, de las que iba en busca para consolarlas y redimirlas. Fué romántico, DE LA LITERATURA URUGUAYA 7 muy romántico, verdaderamente romántico en la lite­ ratura y en la existencia, como devoto y adorador de la belleza sin fin. Supo, como el clásico Brunetiére, que el buzo del arte logra encontrar celestes hermo­ suras en los fondos más bajos de la realidad. Supo, como el clásico Brunetiére, que no deben pedírsele á la realidad sus modos y sus formas de expresión sino para transfigurarla y enaltecerla, obligándola á descubrir la idea interior de una hermosura infinita. Supo, como el clásico Brunetiére, que lo fúlgido de la aurora estival y lo sereno de los crepúsculos oto­ ñales no tienen más valor que el valor de los senti­ mientos que en nosotros despiertan, porque la poesía no es poesía cuando no es la evocación ardiente del ideal, la salve cantada por el espíritu al sol de lo Abso­ luto. El ideal que, según Pictet, es la verdad verdadera de lo bello, debe concebirse como el último resultado de la realización de las ideas puras. El arte tiene por objeto la observación y el análisis de las diversas ma­ nifestaciones del ideal en la naturaleza, para reunirlas en una síntesis armoniosa y para formar excogitán­ dolas un ser abstracto, más perfecto que todas y cada una de las realidades visibles y concretas, como nos dice y nos afirma Gauckler en Le beau et son histoire. No defiendo á la escuela romántica, girasol en que liban sus mejores suctos todas las escuelas. No defien­ do á la escuela romántica. Señalo, sólo, sus caracteres diferenciales. Indico únicamente que, en 1888, aún adorábamos en el ideal, á pesar de que, desde 1850, el arte europeo pugnaba por ajustar sus concepciones á las leyes del determinismo y de la observación, de acuerdo con el dogma que preconizaban las labores científicas de Darwin y Hoeckel y Claudio Bernard. 8 HISTORIA CRÍTICA Todo lo creado en aquel entonces, todo lo concebido en aquel entonces por nuestras musas, demuestra la verdad de lo que afirmamos. Así, por influjos de am­ biente y por naturales tendencias de su espíritu, ro­ mántico fue Luis Piñeyro del Campo. Fué romántico siempre, lo mismo en su silba Espíritu ó materia, que en los endecasílabos de su romance El canto de la calandria. Compañero de estudios de Juan Zorrilla de San Martín, Piñeyro publicó sus primeros versos de adolescente en La Estrella de Chile. Vuelto á su patria en 1876, ya periodista y doctor en jurispru­ dencia, pronto se distinguió en la cátedra universita­ ria y en la vida pública, siendo otro clarísimo testimo­ nio de que, en la edad romántica, todas las vocaciones y todos los espíritus rindieron homenaje al arte esplen­ doroso de rimar. Así, de un modo intermitente y sumi­ sos á la moda del tiempo aquél, burilaron el verso, sin mucha inspiración y con poca fortuna, don Agustín de Vedia, José Román Mendoza y el intemacionalista de muy alto relieve que respondía al nombre de Gonzalo Ramírez. Mucho más constante, de un sentimentalismo más acendrado y más diestro en las formas de la expre­ sión poética, sin serlo siempre ni serlo tampoco de un modo excepcional, Piñeyro no desertó del festín de las musas, publicando en 1891 su poema campestre y heroico El último gaucho. Forma, ese poema, un pequeño folleto de 29 páginas, y es la producción que caracteriza con más acierto las tiernas cualidades del numen de Piñeyro del Campo. En la primera parte del poemita, en que se mezclan caprichosamente los versos de siete sílabas con los de once, el autor nos describe las faenas agrestes. Su pin­ cel es sobrio y escaso en matices. Su pincel no tiene la magnificencia que piden la hermosura y majestad DE LA LITERATURA URUGUAYA 9 de nuestra fauna y de nuestra flora. No encontraréis, en el tapiz del cuadro, balanceos de viravira y de cu­ lantrillo, ni perfumes salvajes de canelón y de mata- ojo. No encontraréis, en el cielo del cuadro, gritos de urraca ni acordes de zorzal, como no encontraréis en el cielo del cuadro, travesuras de tordo é indígenas aler­ tas de benteveo. Las mujeres del lienzo no se ador­ narán, al trenzarse el negror de la cabellera, con las flores que se crían purpúreas y vírgenes entre nues­ tras lianas, ni los niños del lienzo perseguirán, tre­ pándose á los timbóes y á los coronillas, nidos de tijeretas y de federales de caperuza de tornasol. No importa. Aquella campiña es nuestra campiña. La sombrean el pitanga y el sauce. La sahúman el apio cimarrón y la márcela brava. La mulita y el peludo se esconden medrosos bajo el terciopelo de sus hier­ bas jugosas. En sus noches, el tuco centellea, caza el hurón, silban las víboras de la cruz y la de coral. Cuando la aurora nace, la bandurria y el cirujano caminan, sin hundirse, sobre las algas y los camalotes del río apamperado que atraviesa el lienzo. Aquella campiña es nuestra campiña, la campiña del zorro y del ñandú, la campiña que tiene casas de barro con techo de totora, y la campiña, en fin, cuyas on­ dulaciones no impiden que se vean los refucilos de pedernal del cerro de las Animas, que se encrespa orgulloso sobre el Betete y el Pan de Azúcar. Las gentes de la estancia, al comenzar el poema, se disponen á salir para la labranza. “Chirría allí la piedra en que se afila El instrumento de labor, apresta Acá la madre próvida, y vigila El fuego del hogar, y la amplia cesta 10 HISTORIA CRÍTICA De provisiones colma, y como un ave Que, á un tiempo mismo, canta y hace nido, Dando á su voz amante los matices Que una mujer tan sólo darle sabe, Dice á los que se van: — “¡Que seáis felices!’’ El carro sale, cargado de muchachos de faz cetrina, como un cesto cargado de uvas morenas. Y el héroe aparece, en el mismo momento en que el sol surge para reavivar el correr de la savia en las plantas me­ dicinales como el guaycurú, y el correr de los jugos en los árboles simbólicos como el laurel. “Del sol al tibio resplandor sentado Partir los ve el abuelo; ya en su pecho El fuego varonil está apagado; No, cual antes, de ardiente sangre llenas, Se estremecen y baten ya sus venas. ¡De la vejez invádenlas los hielos! Con esplendente claridad los cielos Fulguran, y la tierra se colora Y palpita á los rayos de la aurora. Todo ama y canta. ¡El viejo no despierta! ¡Yertos despojos de una hoguera muerta!” El anciano ha sido un guerrillero heroico. Modeló, á sablazos, el mapa del país. Cinceló, á lanzadas, la ima­ gen sacratísima de la libertad, poniéndola sobre el altar granítico de nuestra independencia. El tiempo ha pasado. Ha llovido muchas veces sobre el chircal. Muchas veces se escarcharon las aguas del arroyo azul. El ceibo renovó muchas veces sus flores. Muchas veces rieron las amapolas en el oro de los trigales. La vida de viejo se bate en retirada. El jaguar decrépito escucha á la muerte que pasa aullando por el fondo DE LA LITERATURA URUGUAYA 11 del monte; de aquel monte donde sesteó juntó á sus armas sangrientas y victoriosas; de aquel monte donde enverdecen el molle y el tala, el espinillo y el sombra de toro; de aquel monte, donde se crían las setas du­ ras, las setas rosadas, las setas vírgenes como carne de mujer joven. El mundo se renueva y le arroja de sí. Ya no cantan los clarines, de soto en soto y de loma en loma, el himno artiguista. El aire está poblado de otras endechas. El viento canta el cantar del trabajo, que es la lógica y la sanción, la ley universal y la suprema virtud de la vida. El aire canta la canción del trabajo, que es brillo en el rubí, flor en las ramas del fíangapiré, dátil en el butiá, azúcar en las cañas, miel en las uvas, vellón blanquísimo en las ovejas, cuero en las reses, abundancia y salud y alegría y amor en los ranchos pacíficos. Y el viejo llora sobre el cadáver de su mundo de sublimes hazañas, sin com­ prender las grandezas del mundo en que sus nietos retozan al sol. “Allá abajo el vapor gime encerrado En la hirviente caldera; zumbadora Gira veloz cimbrando la correa Tendida á la vibrante trilladora. Salta la espiga, cruje, desparece, Por las fauces de acero arrebatada; La máquina en su entraña se estremece, Y lanza, en rumorosa bocanada, Nubes de leve polvo que salpica El oro de la caña triturada, Y al flanco, la canal, por ancha vena, Los sacos de dorados granos llena. “Rostros y pechos, en sudor bañadcs, Ardiente el sol broncea; 12 HISTORIA CRÍTICA Del suelo, que á sus rayos se caldea, En los rastrojos brillan los vapores, Y todo cuanto alienta languidece Al beso embriagador de sus ardores. Sólo el hombre, tenaz, en los desmayos De la madre inmortal naturaleza, El sólo yergue altivo la cabeza Y recibe en la frente aquellos rayos. “¡Luz del mundo, nobleza de los hombres, Trabajo salvador! Tú del obrero Las manos encalleces, Los músculos desgastas; tú el semblante En la fría vigilia empalideces; Pero á tu impulso brotan Como centellas de la piedra herida, En la tierra las fuentes de la vida! En la mente la luz de las ideas! Santa ley del mortal, bendita seas!” Ya conocéis el numen de Piñeyro del Campo. Es eglógico, virgiliano, sencillo, dulce, honesto, civiliza­ dor. Llora la suerte de los héroes antiguos; pero no la llora como sabría hacerlo la musa de Homero. Casto en sus expresiones y contenido en sus fogosidades, ensalza el amor de los campos y las dulzuras del hogar humilde, como podría hacerlo la musa de Tíbulo. Le faltan, tal vez, el encanto íntimo, las imágenes melan­ cólicas y lo admirable de la factura del poeta traicio­ nado por Délia y por Nemésis. Tiene, sin embargo, la sinceridad, la pureza, el sentimiento y la fe piadosa del que gustaba de las cestas de mirto, y las ramas verdes, y los cuadros rurales, y la paz fecunda y bien­ hechora de las campiñas. Casta placent superis, dice DE LA LITERATURA URUGUAYA 13 suavemente la musa de Piñeyro, repitiendo uno de los mejores versos de Tíbulo. En el canto tercero, la tarde se acaba y el centauro glorioso se siente morir. Cuando las torcazas se arru­ llan, por la última vez, en las sombras del monte, y cuando las calandrias saludan al sol, por la última vez, empinadas sobre el ombú; cuando, del fondo de los montes, salen las nieblas, y cuando del fondo de los cielos, sale la primera nevada de astros, el lobo de la muerte aúlla junto al caudillo. El tren pasa á lo lejos con rumores de monstruo apocalíptico, haciendo huir medrosos á los avestruces y á las venadas. Entonces el viejo agonizante, el símbolo de una civilización pri­ mitiva y ruda, se yergue en actitud de protesta y de desafío. Pide que le den su lanza y su caballo. Delira con la gloria bajo la gloria del sol que se va. La cuchi­ lla, cubierta por la púrpura del anochecer, le parece un gran río de sangre. Y muere, estremecido por esa ilusión, cuando la sombra se aplana sobre la eterna verdura de los campos sin fin. “Y ahogóle Un súbito estertor; en agonía Vagó despavorida su mirada, Los brazos extendió, mortal angustia Contrajo en convulsión su faz airada, Y al suelo se abatió, como rendido Se desploma, á su yerta pesadumbre, El ombú de los siglos carcomido.” Sin ser tan melancólicamente pictórico como el de Tíbulo, el numen de Piñeyro es un numen triste. Ha visto la vida, y vuelve con los ojos teñidos de negro. Es el mal romántico. Es el mal de la época. El pesi­

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ideal debe ser inhacedero é inaccesible. De lo contrario no sería ideal. Luzbel vagaría nostálgico por los coros angélicos. Adan se hubiese muerto de
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