ebook img

Hegel, filósofo de la historia viviente PDF

372 Pages·1966·10.762 MB·Spanish
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview Hegel, filósofo de la historia viviente

Hegel, filósofo de la historia viviente Jacques D'Hondt Amorrortu editores Buenos Aires Hegel, filósofo de la historia viviente Jacques D’Hondt Amorrortu editores Buenos Aires Director de la biblioteca de filosofía, antropología y religión, Pedro Geltman Hegel, philosophe de l’histoire vivante Jacques D’Hondt, 1966 Traducción, Aníbal C. Leal Revisión técnica, Raúl O. Sassi Unica edición en castellano autorizada por Prestes Universitaires de France, París, y debidamente protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley n? 11.723. © Todos los derechos reservados por Amorrortu editores S. C. A., Lúea 2223, Buenos Aires. La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada, escrita a máquina por el sistema multigrapb, mimeó- grafo, impreso, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. Impreso en Argentina. Printed in Argentina. Dedico esta obra a Jean Hyppolite, en testimonio de profunda gratitud. Prólogo La filosofía de la historia es, en la forma final que le confieren las Lecciones de Berlín, uno de los aspectos más difamados de la obra de Hegel; así, un crítico posterior a 1848 llegó al ex­ tremo de afirmar que era su «parte vengonzosa». Tanta reprobación —que nos parece injusta— se apoya sobre todo en ciertas circunstancias enojosas: la publicación de la obra fue muy deficiente, y en presencia de este texto algunos lectores renuncian a desprenderse de los prejuicios que heredaron del pasado. Ciertamente, no discutiremos la legitimidad de muchos de los reproches que se formulan a Hegel, ni disimularemos los rasgos de esclerosis que envaran su expresión berlinesa. Es más: cree­ mos superado todo el hegelianismo, aun el de sus fulgores juve­ niles. Hegel presentía, si no las modalidades, por lo menos la fata­ lidad de ese envejecimiento que afecta a todos los seres, a todas las cosas y a todas las concepciones filosóficas. Pero lo superado sobrevive, a su modo, magnificado en lo que lo superó. Devuelta a su contexto histórico, inserta en su tiempo y su uni­ verso, pero a la vez reconocida y asimilada por el pensamiento moderno, que tanto le debe, la filosofía de la historia recupera los tesoros que un drástico desarraigo le haría perder, halla nue­ vamente un significado seductor, recobra su dignidad de obra grande y orgullosa, inquietante y atormentada. Sus adversarios, más interesados en combatirla que en entenderla, se negaron a evaluarla en la perspectiva histórica que intentaba ofrecer. Fingieron menospreciarla: era un monstruo inofensivo. Pero al mismo tiempo evitaron cuidadosamente acercársele de­ masiado. Por su parte, los piadosos discípulos, más nocivos quizá que los enemigos, amortajaron a Hegel con flores y, entonando alabanzas para hacer inaudibles las voces de protesta del maestro, le im­ pusieron la serenidad de la muerte. De modo que ahora, cuando abrimos el sudario purpúreo con que lo envolvieron, asistimos asombrados a la aparición de un dios pleno de vida. La filosofía de la historia no es un cuerpo tan descarnado y seco como podría creerse a primera vista. Las Lecciones de Berlín, obra de la madurez, no perpetran sin embargo el asesinato del 9 pensamiento juvenil. En verdad, se las comprendería poco y mal si se descuidara relacionarlas permanentemente con los primeros escritos de Hegel, que ellas comentan y desarrollan, pero a la vez contienen y utilizan. Ya se adivinará que nos hemos propuesto algo así como una rehabilitación de los últimos trabajos del filósofo. ¿Seremos con­ vincentes? Cuando se vuelve hacia Hegel una mirada distinta y audaz, se debilitan muchas objeciones tradicionales. Es necesario reelaborar constantemente cada filosofía de la historia. ¡Conside­ remos a Hegel a la luz de nuestro siglo! Así, nuestra tarea no se limitará a defender a un extranjero in­ fortunado. Se tratará de valorar un pensamiento que interesa a nuestra época y que nos afecta íntimamente; se tratará de defen­ der un patrimonio y de mostrar que una herencia cultural no es un osario, sino un manantial inagotable. Este peregrinaje a los orígenes de ningún modo niega lo ya reali­ zado; por el contrario, destaca mejor su riqueza. Hegel quiso persuadirnos generosamente de que el presente se nutre de todo lo que fue grande en el pasado. Un sentimiento de gratitud, si­ quiera mínimo, nos impulsa a retribuir su generosidad y a demos­ trar que en este sentido también él conserva plena actualidad. Por lo tanto, creemos que al asumir la defensa de Hegel el pensamiento moderno sirve a sus propios intereses. Se trata sim­ plemente de alegar pro domo. Apoyamos en muchas citas, a veces extensas, nuestra exposición de las ideas de Hegel. Esperamos que se nos perdone el método: ¿acaso los propios textos no constituyen la mejor confirmación de una interpretación? En las referencias a ciertas obras de Hegel hemos adoptado abreviaturas, algunas de ellas consagradas por el uso. Se hallará la clave al comienzo de la bibliografía que completa esta obra. En el caso de otras obras y de los trabajos sobre Hegel, ofrecemos siempre, en la nota correspondiente, las indicaciones que permi­ tirán la remisión, y que tienen también su complemento en la bibliografía. Expresamos aquí nuestro agradecimiento al Centre National de la Recherche Scientifique, que nos ofreció la posibilidad de com­ pletar nuestro proyecto. También debemos expresar nuestro pro­ fundo reconocimiento a Jean Hyppolite, quien nos alentó para que realizáramos este trabajo y nos ayudó constantemente con sus discretos consejos. 10 Primera parte. El dogma y la historia 1. La vida Gris, amigo mío, es la teoría, pero eternamente verde el árbol de la vida. Goethe. La belleza, aun triunfante, no desdeña utilizar el contraste. Hegel levanta a veces el velo que disimulaba los errores dogmáticos, y así nos iniciamos en inquietantes prácticas. En un escenario de horror, extraños manipuladores aplican un tratamiento sacrilego a los seres y a las cosas. Desprovistos de ardor y de fe, pues esta tarea infame apaga todo fervor, organizan una especie de museo de la tristeza y de la muerte. Estos necrófilos espían las ideas agonizantes, las instituciones car­ comidas, las naciones gastadas: al primer traspié de su presa se apoderan de ella y, todavía palpitante, la arrastran a la morgue. Conocen los signos de la decrepitud. La anuncia el sueño, estado de mal presagio. El ser vivo, orgánico o espiritual, individual o social, se hunde en el letargo. A veces está como paralizado. Ya no se mueve, no cambia ni progresa. Se agota su poder de in­ vención, se disipa su energía, se le entumecen los miembros. La corriente que parecía impulsarlo se inmoviliza, y en tal estanca­ miento la corrupción lo invade por completo. En otras ocasiones, asistimos a una desecación implacable. Es entonces cuando los proveedores del dogmatismo se acercan a los moribundos y los someten a horrendas manipulaciones, va­ riables según el vicio y el talento de cada uno. Algunos momifican los cuerpos, los pensamientos y las doctrinas que otrora bullían con vida inquieta y generosa. Otros completan la desecación ya iniciada. Los hay que sumergen a sus víctimas en una fuente petrificante, y al punto las retiran rígidas y frías como estatuas. Todos estos manejos producen el mismo resultado: inmoviliza­ ción, fijación, endurecimiento, brutal crispación de la liviandad, la flexibilidad y la gracia. Todo debe entrar en un casillero o en un capitulo de donde ya no podrá salir. A veces, el dogmatismo se arroja, en su audacia, sobre el pensa­ miento aún vivo, y, como en el caso del «idealismo trascendental formal», le «vacía las venas; entonces, espectáculo repugnante, el pensamiento se debilita, y nos ofrece un ente intermedio entre forma y materia».1 Junto a la morgue, la sala de las momias y 1 1 Hegel, «Glauben und Wissen», en Glockner, ed., Werke,* vol. t, pág. 306; Premiares publications, trad. al francés por Méry, París, 1952, pág. 213. * En el apéndice denominado «Notas bibliográficas», al final del volumen, 13 el depósito de esqueletos, el dogmatismo organiza también un gabinete de monstruos. El visitante que recorre una sala tras otra tiene la impresión de que está volviendo las páginas de un manual de historia de la filosofía —es decir, un manual prehegeliano—. Los exhibidores de cadáveres no gastan mucho en la decoración de su museo. Se ajustan a un sencillo formalismo, y se contentan con «la paleta de un pintor que solo tuviera dos colores, por ejemplo el rojo y el verde, utilizado uno para la escena histórica y el otro para los paisajes, según la demanda».2 Pero el perezoso formalismo se fatiga con esa dicotomía, todavía demasiado compleja y concreta para su gusto, y se entrega pro­ gresivamente a la uniformidad y al vacío. De modo que su acti­ vidad «concluye en una pintura totalmente monocroma, pues, escandalizado por las diferencias del esquema, las sumerge, en cuanto pertenecientes a la reflexión, en la vacuidad de lo ab­ soluto, de modo que se restablezca la identidad pura, el blanco informe».8 Se alcanza así una «uniformidad de la coloración del esquema y de sus determinaciones sin vitalidad alguna; en suma, una identidad absoluta».4 El dogmatismo desprecia el variado esplendor de la vida. Se li­ mita a postular la fatigosa repetición de la misma fórmula, el mismo color, el mismo esquema. Una vez que los preparadores han vaciado toda la sangre de los vivos y despojado sus almas de todos los recuerdos, permiten el acceso del público a este cementerio. Los muertos están alinea­ dos unos junto a otros, con menosprecio de los vínculos fami­ liares o espirituales, sin relaciones reales, en un orden puramente geométrico. Circulamos entre las naciones exangües y los siste­ mas difuntos como si camináramos entre tumbas. Hegel ha intentado muchas veces sugerir la desolación de este mundo, en que se clasifica a los seres inanimados con arreglo a un principio exterior a ellos mismos. En un texto de juventud, contraponía así lo vivo a lo muerto: por un lado está el libro viviente de la naturaleza, las plantas, los insectos, las aves y los animales, según viven mutuamente relacionados, de modo que cada uno vive, y goza de su propio placer, están mez­ clados, y por doquier se manifiesta el conjunto de todas las especies incluimos las versiones existentes en castellano de las obras de Hegel. Las de otros autores que tienen versiones castellanas aparecen seguidas por & a lo largo de la obra. (N. del E.) 2 Pbénoméndogie,* t. i, pág. 44. * Como aclara el autor en las «Notas bibliográficas» (véase la pág. 372), en el caso de esta obra se remite a la traducción francesa de Jean Hyppo- lite. (N. del E.) 3 Ibid., pág. 45. 4 lbíd. 14 y por otro lado tenemos el gabinete del naturalista, que dio muerte a los insectos, secó las plantas, disecó o conservó en alcohol a los animales, y agrupó todo lo que la naturaleza ha separado; que impone un orden subordinado a un fin único, allí donde la naturaleza vinculaba estrechamente con un lazo amistoso la diversidad infinita.8 En la Fenomenología, Hegel esboza otro cuadro de la botica dogmática: Se trata, precisamente, de un cuadro que se asemeja a un esqueleto con cartoncitos pegados, o a una serie de cajas cerradas con sus etiquetas, en un almacén; este cuadro ha desechado o escondido profundamente la esencia viva de la cosa, y no es más claro que el esqueleto con sus huesos sin carne ni sangre, y que las cajas que guardan cosas inertes.5 6 Si avanzamos con Hegel, tropezaremos a cada momento con los cadáveres, las momias, las viejas armas enmohecidas, las teorías refutadas, los regímenes políticos vetustos que el dogmatismo se obstina en conservar. Y estos arreos anticuados consiguen aún impresionar a los ignorantes, que los admiran extasiados. Pero, ¿para qué servirán estos fósiles, que así se exhiben, al vi­ sitante inteligente que recorra este cementerio, botica o museo? Muy pronto se fatigará de limpiar las gotas de lluvia o los granos de polvo que cayeron sobre estos objetos, y [establecer] en lugar de los elementos interiores de la efectividad ética que los rodeaba, los engendraba y les infundía su espíritu, la armazón interminable de los ele­ mentos muertos de su existencia exterior, el lenguaje, el factor histórico, etcétera.7 8 Es un pasatiempo de anticuario, adecuado para «un corazón di­ funto que se satisface atareándose en lo que está muerto, en los cadáveres».8 ¿Cómo no impacientarse cuando uno hojea estos sombríos catálogos? De pronto, el rostro festivo de un fauno atraviesa esta muralla de hojas muertas, y vemos el genio joven de un pueblo: 5 Nohl, pág. 7. [Nohl designa aquí, siguiendo la práctica consagrada, los Hegds Tbeologucbe Jugendschriften, editados por H. Nohl, Tubinga: Mohr, 1907. Véase al respecto la observación del autor en la pág. 372, apartado E, de esta obra. (N. del E.) 6 Phénoménalogic, t. I, pág. 45. 7 Pbénoménologie, t. n, pág. 261. 8 Hoffmeister, ed., Geschkbte der Philosopbie, Introducción, pág. 133; trad. al francés por Gibelin, pág. 121. 15

See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.