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Hacia una teoría feminista del estado PDF

429 Pages·1995·8.293 MB·Spanish
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Catharine A. MacKinnon Hacia una teoría feminista del Estado fcOlClONES CÁTEUKA UNlVERSrTAT D€ VALENCIA (NST1TUTO DE LA MUJER Consejo asesor: Giúlia Cotaizzi: Universidad de Minnesou / Uoiversital de Valencia Marta Teresa Gallego. Universidad Autónoma de Madrid babel Martínez Benllocb: Universitot de Valencia Mercedes Roig: Instituto de la Mujer de Madnd Mary Nash- Universidad Central de Barcelona Veitiu Stolcke: Universidad Autónoma de Barcelona Amelia Valcárvel: Universidad de Oviedo Olga Quiñones Instituto de la Mujer de Madnd Dirección y coordinación: La bel Moiant Deusa. Universitai de Vafencm rraducción: Eugenia Martín ite cubierta. Carlos Perez-Benniidc/ N.I.P.O 378-95 039-X O l9#9Caiharitie A MacKinnon Published by iirrangrment wiih Harvard University Pros Ediciones Cátedra, S A., 1995 Juan Ignacio Lucu de Tena, ! 5. 28027 Madrid Depósito lega!: M. 29 978-1995 I.S.B.N.. 84-376-1357-4 Prinled In Spain Impreso en Gráficas Rógar. S. A. Pol. Ind. Cobo Calleja Fue alabiada (Madnd) Para Kenl Harvey Prólogo Escribir un libro durante dieciocho años llega a parecer­ se mucho a compartir su autoría con los yoes anteriores. Los resultados en este caso son a un tiempo una odisea intelec­ tual compartida y un debate teórico continuo. En este libro se analiza de qué modo el poder social da forma a lo que sabemos y de qué modo lo que sabemos da forma al poder social en cuanto a la desigualdad social entre mujeres y hombres. En ei sentido más general explora el significado que la jerarquía de los sexos tiene en la rela­ ción entre conocimiento y política. En otras palabras, colo­ ca la política sexual en el ámbito de la epistemología. El debate comienza con las respectivas afirmaciones del rriarxismo y del feminismo cuando analizan la desigualdad como tal, pasa a reconstruir el feminismo en el campo epis­ temológico a través de la sexualidad como algo básico para la simación de la mujer y termina estudiando el poder insti­ tucional del Estado en el terreno más particular de la inter­ pretación social de la mujer y el tratamiento que le da la ley. El marxismo es el punto de partida porque es la tradi­ ción teórica contemporánea que —independientemente de sus limitaciones— confronta el dominio social organizado, lo analiza en términos más dinámicos que estáticos, identi­ fica las fuerzas sociales que sistemáticamente dan forma a los imperativos sociales y trata de explicar la libertad huma­ na dentro de la historia y frente a ésta. Confronta la clase, que es real. Ofrece al mismo tiempo una critica de la ínevi- tabilidad y la coherencia interna de la injusticia social y una teoría de la necesidad y las posibilidades del cambio. Mi primera intención era estudiar las relaciones, las contradicciones y los conflictos que hay entre la teoría mar­ xista y la feminista de la conciencia, puesto que ambas son la base del acercamiento de cada teoría al orden social y al cambio social. Comparando la idea de cada una de la rela­ ción entre las formas mental y física de ejercer el dominio, quería comparar la explicación feminista del sometimiento de la mujer, entendida como la situación «compartida, inne­ cesaria y política» que definió en 1972 Adrienne Rich, con la explicación marxista de la explotación de la clase trabaja­ dora. Pensé que el movimiento feminista comprendía la conciencia de un modo que podría servir para comprender la hegemonía social y enfrentarse a ella. Empecé tratando de distinguir, en la desigualdad que su­ fren las mujeres, las raíces económicas de las sexuales: ¿es sexismo o es capitalismo? ¿Es una bolsa o una caja? De esta forma no era posible resolver la cuestión, porque se refería a unas realidades que se fundían en el mundo. El estudio se convirtió en una pregunta sobre el tactor que debía aislarse: ¿es sexo o es clase? ¿Es una partícula o una ola? Los ca­ pítulos 2, 3 y 4 están escritos a mediados de la década de ios 70 y tratan de estudiar la respuesta que cada teoría da a las preguntas que plantea la otra sobre estos asuntos. Este ejercicio de critica mutua despejaba el terreno, centraba los problemas y descubría las incapacidades, pero no resolvía el problema mundo/mente que cada teoría planteaba a la otra. Por esenciales que sean para la teoría emergente, estos capí­ tulos, por esta razón, pueden parecer inconexos y relativa­ mente primitivos. La primera estrategia que utilicé suponía que el feminis­ mo tenía una teoría del dominio masculino: una relación de sus puntos clave concretos y de las leyes de su movimiento, un análisis de por qué y cómo ocurría y de por qué (tal vez incluso de cómo) podía terminar. En pocas palabras, supuse que el feminismo tenia una teoría sobre los sexos igual que el marxismo tenía una teoría sobre las clases. Cuando se hizo evidente que esto no era cierto como yo había creído, el proyecto pasó de localizar y explicar tal teoría a crear otra a través de la práctica feminista, de tratar de relacionar el fe­ minismo y el marxismo en términos de igualdad, a tratar de crear una teoría feminista que pudiera mantenerse sola. Sheldon Wolín había descrito la «teoría épica» como respuesta no a las «crisis en las técnicas de investigación», sino a las «crisis del mundo», en el sentido de que los «pro­ blemas del mundo» preceden a los «problemas de una teo­ ría» y los determinan. Una teoría épica identifica los princi­ pios básicos de la vida política que provocan errores y equi­ vocaciones en las «disposiciones, decisiones y creencias» sociales y que no pueden tacharse de episódicas. Las teorías científicas, afirmaba Wolín, buscan explicaciones y técni­ cas; las teorías épicas, por el contrario, proporcionan «un cuadro simbólico de un todo ordenado que se descompone sistemáticamente». Casi todas las teorías buscan cambiar nuestra forma de ver el mundo; «sólo la teoría épica busca cambiar el mundo» («Política! Theory as a Vocation», Ame­ rican Polirical Science Review. 63 [1967]: 1079-80). La cri­ tica de Marx del capitalismo y la critica de Platón de la de­ mocracia ateniense son ejemplos de ello. Visto.desde esta perspectiva, el feminismo ofrecía una rica descripción de las variables y los escenarios del sexis- nio y varias explicaciones posibles. Las obras de Mary Wollstonccraft, Charlotte Perkins Gilman y Simone de Beauvoir son ejemplos de ello. También ofrecía una prácti­ ca compleja y explosiva en la que paresía inmanente una teoría. Pero, exceptuando unos cuantos principios destaca­ dos —como los trabajos de Kate Millett y Andrea Dwor- kin—, el feminismo no explicaba él poder masculino como un todo ordenado y al mismo tiempo descompuesto. El fe­ minismo empezaba a parecer una crítica épica a la busca de una teoría, una teoría épica que necesitaba ser escrita. Así pues, el proyecto se convirtió en una metainvestiga- ción de la propia teoría —¿es feminismo o es marxismo?, ¿es la relatividad o es mecánica cuántica?— que necesitaba la exploración del método que se presenta en la segunda parte. Al desmenuzar el enfoque feminista de la conciencia aparecía una relación entre un medio de crear la desigualdad entre los sexos en el mundo y el mundo a que da lugar: la re­ lación entre la mujer convertida en objeto, la jerarquía entre el sujeto que conoce y el objeto conocido. La epistemología y la política se presentaban como dos partes de la misma moneda asimétrica que se reforzaban mutuamente. Se hacia posible una teoría del Estado que fuese al mismo tiempo so­ cial y discreta, conceptual y aplicada cuando se interpreta que el Estado participa en la politica sexual del dominio masculino aplicando su epistemología a través de la ley. En un sentido muy real, el proyecto pasó del marxismo al femi­ nismo a través de un método para analizar el poder paraliza­ do en su forma legal, y el poder estatal se presentaba como el poder masculino. A medida que avanzaba el trabajo, la publicación de ¡as primeras versiones de algunas partes del libro (enumeradas en la página 447) me concedió el beneficio de los malenten­ didos, las distorsiones y las interpretaciones equivocadas de muchos lectores. Esta experiencia sugiere que es preciso de­ cir que este libro no pretende explicarlo todo. Busca un aná­ lisis de la diferencia entre los sexos que pueda explicar el lu­ gar omnipresente y crucial que el sexo ocupa como dimen­ sión socialmente omnipresente y, en un sentido particular, estructural. Trata de comprender la diferencia de sexos como forma de poder y el poder en sus formas sexuadas. Buscar el lugar del sexo en todas las cosas no es reducir las cosas a sexo. Por ejemplo, no es posible hablar de sexo sin tener en cuenta la experiencia de las mujeres negras. En la conside­ rable medida en que esta experiencia es inseparable de la ex­ periencia del racismo, es imposible hablar de muchos rasgos del sexo sin referirse a la particularidad racial. He tratado de evitar las abstracciones fetichistas de raza y clase (y sexo) que con tanta frecuencia aparecen bajo el epígrafe «diferen­ cia» y de analizar las experiencias y las fúerzas divisorias que ocupan la sociedad de forma concreta y particular: por ejemplo, «mujeres negras» en vez de «diferencias raciales». Todas las mujeres poseen particularidades étnicas (y otras particularidades definitivas) que marcan su femineidad: al mismo tiempo, su femineidad marca sus particularidades y es una de ellas Reconocer esto, lejos de socavar el proyecto feminista, lo incluye, lo define y establece en él unas nor­ mas. Tampoco reduce la raza a sexo, sino que más bien su­ giere que la comprensión y el cambio en la desigualdad so­ cial son esenciales para la comprensión y el cambio en la desigualdad sexual, con implicaciones que unen la com­ prensión y el cambio en el sexismo con la comprensión y el cambio en el racismo. Desde esta perspectiva, la prolifera­ ción de «feminismos» (¿un feminismo racista blanco?) ante la diversidad de las mujeres es el último intento del pluralis­ mo liberal por escapar del reto que plantea a la teoría la rea­ lidad de las mujeres, simplemente porque aún no están crea­ das las formas teóricas que tales realidades exigen. Por otra parte, este libro no pretende presentar un análisis siquiera incipientemente apropiado de la raza y del sexo, y mucho menos de la raza, el sexo y la clase. Semejante trabajo —que se apoyaría en los escritos de autores de color como los citados en este volumen, en esfuerzos sorprendentes de la ficción y la crítica literaria, en los avances del mundo so­ cial y en los desarrollos de la práctica y el análisis políticos y en las últimas contribuciones al terreno legal de mujeres como Kimbcrle. Crenshaw, Mari Matsuda, Cathy Scarbo- rough y Patricia Williams llevaría por lo menos otros die­ ciocho años. Este libro tampoco es un tratado de moralidad. No se ocupa de lo que está bien y de lo que está mal ni de lo que creo que está bien o mal pensar o hacer. Se ocupa de lo que es, del significado de lo que es y de cómo se impone lo que es. Es un argumento teórico con forma crítica que apunta en una nueva dirección; no expone un ideal (la igualdad de los sexos, al menos nominalmente, se entiende como un ideal social acordado) ni un camino para el futuro. Algunos de los términos y conceptos clave que se utili­ zan en este volumen parecen requerir una aclaración más allá de su uso. Utilizo el verbo desconstruir en su sentido corriente, puesto que lo empleé antes de que la escuela de la desconstrucción le diera el significado que tiene ahora (a pesar de la deseonsmicción, leer este prólogo no es igual que leer este libro). No defiendo la «subjetividad» sobre la «objetividad» ni antepongo las «diferencias» a la «igual­ dad», sino que critico el método que provoca estas antino­ mias simbióticas. Decir que el feminismo es «postmarxista» no significa que el feminismo se olvide de las clases: signi­ fica que un feminismo merecedor de este nombre absorbe y supera la metodología marxista, dejando en el cubo de la ba­ sura liberal teorías que no lo han hecho. Se ha hablado mucho de una supuesta distinción entre sexo y género. Se cree que el sexo es más biológico y el gé­ nero más social, y la relación de cada uno con la sexualidad varía. Creo que la sexualidad es fundamental para el género y que es fundamentalmente social. La biología se convierte en el significado social de la biología dentro de un sistema de desigualdades sexuales del mismo modo que la raza se convierte en lo étnico dentro de un sistema de desigualdades raciales. Ambas son sociales y políticas en un sistema que no se apoya independientemente en diferencias biológicas en ningún sentido. Desde esta perspectiva, la distinción sexo/género se parece a la distinción naturaleza/cultura en el sentido que criticaba Sherry Ortner en «Is Female to Male as Nature Is to Culture?» Feminist Studies. 8 (otoño 1982). Yo utilizo sexo y género de forma relativamente intercam­ biable. El término sexual se refiere a la sexualidad, no es la for­ ma adjetivada de sexo en el sentido de género. La sexuali­ dad no se limita a lo que se hace por placer en la cama o como acto reproductivo ostensible, y no se refiere exclusi­ vamente al contacto genital, a la excitación ni a las sensacio­ nes, ni se termina en el sexo-deseo, en la libido ni en el eros. La sexualidad se concibe como un fenómeno social mucho más amplio, nada menos que como la dinámica del sexo en­ tendido como jerarquía social, y su placer es la experiencia del poder en su forma con género. La valoración del poten­ cial de este concepto para el análisis de la jerarquía social debe basarse en esta ¡dea (que se desarrolla en el capítulo 9). Las relaciones entre el amor cortés y la guerra nuclear, los estereotipos sexuales y la pobreza de las mujeres, la porno­ grafía sadomasoquista y el linchamiento, la discriminación sexual y la prohibición del matrimonio homosexual y del mestizaje parecen más remotas si encerramos la sexualidad, pero no tanto si invade sin fileno la jerarquía social. Este libro no es la afirmación idealista de que la ley pue­ de resolver los problemas del mundo ni de que si los argu­ mentos legales estuvieran bien hechos los tribunales verían el error de su proceder. Reconoce el poder del Estado y el poder de la ley, que confiere conciencia y legitimidad, como realidades políticas que las mujeres desatienden a su riesgo. Reconoce el foro legal como algo particular, pero no singu­ larmente poderoso. No presenta una crítica de los «dere­ chos» per se, sino de su forma y de su contenido como algo masculino, y por tanto excluyeme, limitante y limitado. Una cosa es que los hombres blancos de clase alta recliaccn los derechos por intrínsecamente liberales, individualistas, inú­ tiles y alienantes: los poseen de hecho incluso cuando fin­ gen renunciar a ellos en teoría. Olra cosa es volver a formu­ lar la relación entre la vida y la ley sobre la base de la expe­ riencia de los subordinados, los menos favorecidos, los desposeídos, los silenciados: en otras palabras, para crear lina jurisprudencia del cambio. En esto, como en todos los demás sentidos, el término hacia del título es un término considerado. Para aquellos lectores que tal vez estén interesados, esta obra se ha publicado antes en fragmentos y casi en el orden contrario al que aquí tiene. Al mismo tiempo, buena parte de mis otros trabajos en campos concretos de la ley presen­ tan propuestas prácticas para resolver algunas de las defi­ ciencias teóricas que se lian señalado en estas páginas. El análisis que se ha convertido en el capítulo 1 —un intento de concebir la relación entre marxismo y feminismo— se escribió en 1971-92, se revisó en 1975 y se publicó en Signs

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