GGrraammááttiiccaa:: ggrraammááttiiccaa ddee llaa lleenngguuaa ccaasstteellllaannaa ddeessttiinnaaddaa aall uussoo ddee llooss aammeerriiccaannooss AAnnddrrééss BBeelllloo;; pprróóllooggoo ddee AAmmaaddoo AAlloonnssoo Índice • Gramática Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos o Introducción a los estudios gramaticales de Andrés Bello Amado Alonso (cid:1) Los móviles (cid:1) Gramática «dedicada al uso de los americanos» (cid:1) Idea de una gramática (cid:1) La gramática y la lengua literaria (cid:1) Otras defensas de las normas: la gramática histórica y la gramática general (cid:1) La gramática general (cid:1) La materia de la gramática (cid:1) Análisis de los tiempos verbales (cid:1) Las teorías gramaticales o Ediciones principales de la Gramática de Andrés Bello o Gramática de la lengua castellana (cid:1) Advertencias (cid:1) Prólogo (cid:1) Nociones preliminares (cid:1) Capítulo I Estructura material de las palabras (cid:1) Capítulo II Clasificación de las palabras por sus varios oficios (cid:1) Capítulo III División de las palabras en primitivas y derivadas , simples y compuestas (cid:1) Capítulo IV Varias especies de nombres (cid:1) Capítulo V Número de los nombres (cid:1) Capítulo VI Inflexiones que significan nación o país (cid:1) Capítulo VII Terminación femenina de los sustantivos (cid:1) Capítulo VIII Terminación femenina de los adjetivos (cid:1) Capítulo IX Apócope de los nombres (cid:1) Capítulo X Género de los sustantivos (cid:1) Capítulo XI Nombres numerales (cid:1) Capítulo XII Nombres aumentativos y diminutivos (cid:1) Capítulo XIII De los pronombres (cid:1) Capítulo XIV Artículo definido (cid:1) Capítulo XV Del género neutro (cid:1) Capítulo XVI Pronombres relativos, y primeramente el relativo que (cid:1) Capítulo XVII Los demostrativos tal, tanto , y los relativos cual, cuanto (cid:1) Capítulo XVIII De los sustantivos neutros (cid:1) Capítulo XIX De los adverbios (cid:1) Capítulo XX Derivados verbales (cid:1) Capítulo XXI Modos del verbo (cid:1) Capítulo XXII Estructura de la oración (cid:1) Capítulo XXIII De la conjugación (cid:1) Capítulo XXIV Verbos irregulares (cid:1) Capítulo XXV Verbos defectivos (cid:1) Capítulo XXVI De los participios irregulares (cid:1) Capítulo XXVII Arcaísmos en la conjugación (cid:1) Capítulo XXVIII Significado de los tiempos (cid:1) Capítulo XXIX Clasificación de las proposiciones (cid:1) Capítulo XXX Concordancia (cid:1) Capítulo XXXI Uso de los artículos (cid:1) Capítulo XXXII Uso de la preposición a en el acusativo (cid:1) Capítulo XXXIII Acusativo y dativo en los pronombres declinables (cid:1) Capítulo XXXIV Casos terminales mí, ti, sí (cid:1) Capítulo XXXV Ambigüedad que debe evitarse en el uso de varios pronombres (cid:1) Capítulo XXXVI Frases notables en las cuales entran artículos y relativos (cid:1) Capítulo XXXVII Grados de comparación (cid:1) Capítulo XXXVIII Construcciones del relativo quien (cid:1) Capítulo XXXIX Construcciones del relativo cuyo (cid:1) Capítulo XL Construcción de los demostrativos tal y tanto , y de los relativos cual y cuanto (cid:1) Capítulo XLI Compuestos del relativo con la terminación quiera o quier (cid:1) Capítulo XLII Uso de los relativos sinónimos (cid:1) Capítulo XLIII Observaciones sobre algunos verbos de uso frecuente (cid:1) Capítulo XLIV Usos notables de los derivados verbales (cid:1) Capítulo XLV De las oraciones negativas (cid:1) Capítulo XLVI Oraciones interrogativas (cid:1) Capítulo XLVII Cláusulas distributivas (cid:1) Capítulo XLVIII Cláusulas absolutas (cid:1) Capítulo XLIX Preposiciones (cid:1) Capítulo L Observaciones sobre el uso de algunos adverbios, preposiciones y conjunciones (cid:1) Notas (cid:1) Nota I Clasificación de las palabras (cid:1) Nota II Proposición: diferencia entre predicado y atributo (cid:1) Nota III Definición del verbo (cid:1) Nota IV Pronombre (cid:1) Nota V Artículo definido (cid:1) Nota VI Declinación (cid:1) Nota VII Género neutro (cid:1) Nota VIII «Lo» predicado (cid:1) Nota IX De los derivados verbales (cid:1) Nota X Participio (cid:1) Nota XI Verbos irregulares (cid:1) Nota XII Sobre el verbo imaginario yoguer o yoguir (cid:1) Nota XIII Significado de los tiempos (cid:1) Nota XIV Modos del verbo (cid:1) Nota XV Uso del artículo definido antes de nombres propios geográficos o Notas a la Gramática de la lengua castellana de don Andrés Bello Rufino José Cuervo (cid:1) Introducción (cid:1) Notas Gramática Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos Andrés Bello -IX- Introducción a los estudios gramaticales de Andrés Bello Amado Alonso La Gramática de la lengua castellana de Andrés Bello, escrita hace más de un siglo, sigue hoy mismo siendo la mejor gramática que tenemos de la lengua española. Éste es un hecho que reclama justamente nuestra admiración. Se ha progresado en el análisis y conocimiento de muchos materiales idiomáticos; se ha puesto más rigor (aunque a las gramáticas escolares no haya llegado) en la interpretación de las categorías gramaticales; pero todavía no ha aparecido un libro, una Gramática, que pueda sustituir con provecho a la magistral de Andrés Bello en su doble oficio de repertorio de modos de hablar y de cuerpo de doctrina. Mi interés personal me lleva preferentemente hacia las bases teóricas y doctrinales sobre las que se ha armado la obra de Andrés Bello; y tengo que adelantar que, en este fundamental aspecto, la Gramática de Bello no es, ni mucho menos, un venerable monumento de museo, como la de Nebrija, 1492, o la de Port- Royal, 1660, sino pensamiento vivo y válido. Por supuesto que alguna de aquellas flores se ha marchitado, ya que la ciencia no ha detenido su progreso; lo admirable es el que, en su conjunto, aquella construcción ostente al cabo de más de un siglo su plena dignidad y lozanía. De ninguna gramática europea de su tiempo se puede decir otro tanto. Y es que Bello, no solamente seleccionó y organizó las ideas más válidas y consistentes en la primera mitad del siglo XIX, sino que tuvo admirables vislumbres de otras que sólo el siglo XX habría -X- de desarrollar con rigor de sistema. En otras supo con acierto mantenerse fiel a una tradición gramatical que su época tenía en tela de juicio, pero que la crítica posterior ha confirmado como de validez permanente. He aquí mi análisis. Los móviles Andrés Bello fue historiador, jurista, legislador, filólogo, naturalista, diplomático, poeta, filósofo, político, educador. Si nos preguntan por qué un hombre que sobresalió en las cumbres de la cultura escribió también de gramática, se puede contestar con ese mismo también. Hijo del siglo de la Enciclopedia, quiso cultivar todos los conocimientos humanos. Se puede añadir que las cuestiones del lenguaje interesaron capitalmente a los principales promotores de aquella cultura: Voltaire, Rousseau, Leibnitz, Condillac, Brosses, y los redactores de L'Encyclopédie: D'Alembert, Dulos, Du Marsais, Turgot. El racionalismo postulaba para el lenguaje y su estudio la máxima dignidad; la extienden como un dogma los logicistas desde Leibnitz y Port-Royal, que veían en el lenguaje un paralelo del pensar; la aceptan y mantienen no sólo los que adobaban la lógica del lenguaje en psicología, como Condillac, sino los que, como Rousseau, negaban, contra la corriente de su siglo, la naturaleza racional del lenguaje. A Rousseau cita Bello para expresar con palabras autorizadas su propia estimación del lenguaje y de su estudio: «uno de los estudios que más interesan al hombre es el del idioma que se habla en su país natal. Su cultivo y perfección constituyen la base de todos los adelantamientos intelectuales. Se forman las cabezas por las lenguas, dice el autor del Emilio, y los pensamientos se tiñen del color de los idiomas»1. Se puede añadir que a todos -XI- los capitanes del siglo de las luces, y Bello fue uno, les importaba el apostolado de la cultura tanto como su personal ilustración; aquellos hombres sentían la misión de enseñar lo que aprendían; hacerse culto no bastaba si no se hacía cultos a los demás. El progreso social, no sólo el cultivo personal, era su fin2. Pero además de estos motivos generales, y dando a todos ellos nuevo calor y vida, movía a Bello otro motivo particular: su neófito patriotismo americanista, que tenía más de conciencia lúcida que de retórica ofuscadora, más de acción que de exaltación. Elevar cuanto antes la ilustración en las nacientes repúblicas, y para ello elevar y depurar el instrumento obligatorio de todo cultivo y propagación de las ciencias y las artes, que es la lengua nacional; urgir a los americanos a conservar el don providencial de una lengua común, ventaja inapreciable para el progreso, tanto de la cultura material como de la intelectual y de la moral. Su apostolado idiomático es parte de su concepción de la responsabilidad de las nuevas patrias independientes. Ya no somos colonias, parece pensar con seria alegría, y nuestra nueva situación exige una manera nueva de participación en la cultura del mundo. Exige en primer lugar un tributo general al decoro y a la dignidad de las maneras y comportamiento sociales, que alcanza desde luego a los modos de hablar y particularmente a los de escribir. Bello sentía, pues, la obligación de fomentar la educación idiomática de los americanos, idea presente en todos sus estudios gramaticales (por ejemplo, en el prólogo de su Gramática, pág. 8), y que yo prefiero representar con aquellas sus ejemplares Advertencias para el uso de la lengua castellana, dirigidas a los padres de familia, profesores de los colegios y maestros de escuela (1834), que tan espléndidos frutos dieron en la educación idiomática del pueblo chileno, -XII- al que iban especialmente destinadas3. Pero la lengua es, además, el instrumento general de la cultura toda. Todavía no acabadas las guerras de independencia, Bello ofrece (1823) su proyecto de ortografía a la discusión de los inteligentes, o para que se modifique, si pareciere necesario, «o para que se acelere la época de su introducción y se allane el camino a los cuerpos literarios que hayan de dar en América una nueva dirección a los estudios». (Indicaciones, en O. C., V, 382). Bello y sus colegas americanos en Londres sentían, pues, la cuestión de la lengua en América como un problema político, específico de América por su especial historia pasada, y de urgente atención por la historia en espera. Bello y su confirmante lo declaran por extenso, pp. 303-304. La unidad de la lengua sólo con estudio se puede mantener, y la unidad de la lengua era para Bello un bien político inapreciable, de alcance no sólo nacional sino intercontinental4. Como R. J. Cuervo haría muchos años después, Bello teme por la pérdida de tan preciosa unidad. Pero Bello, no Cuervo, es el moderno en la visión de este problema. Cuervo se dejó seducir en su ancianidad prematura por las doctrinas del naturalismo determinista, en realidad ya en su tiempo rechazadas; y llegó a creer, con tristeza de patriota americano, que la fragmentación del español en muchas lenguas era un fenómeno futuro inevitable, «fatal», y -XIII- «natural», como había ocurrido al latín, partido en muchas lenguas romances. Pero la verdad es que, si el latín se fraccionó, el griego no. El fraccionamiento de una lengua no es, pues, un fenómeno fatal ni natural, sino histórico, que acaece o no según hagan los hombres su propia historia. Las equiparaciones de las lenguas con organismos vivos, tan favorecidas en el siglo XIX, no eran más que metáforas, y peligrosas, según se ve5. Bello veía, sin hacer de ello siquiera cuestión, que el idioma y su historia eran algo que los hombres hacen, no que les pasa; nada natural ni fatal, y por lo tanto inevitable y sin responsabilidad, sino histórico y cultural, y por lo tanto a nuestra entera cuenta. La historia de la partición del latín, en vez de llenarle de impotente y fatalista tristeza pensando en el porvenir del español, le lanza a la acción, a intervenir en la historia, a hacerla: «Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros, embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboración, reproducirían en América lo que fue la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín. Chile, el Perú, Buenos Aires, México, hablarían cada uno su lengua, o por mejor decir, varias lenguas, como sucede en España, Italia y Francia, donde dominan ciertos idiomas provinciales, pero viven a su lado otros varios, oponiendo estorbos a la difusión de las luces, a la ejecución de las leyes, a la administración del Estado, a la unidad nacional... Sea que yo exagere o no el peligro, él ha sido el principal motivo que me ha inducido a componer esta obra, bajo tantos respectos superior a mis fuerzas» (Gramática, Prólogo, 9-10). -XIV- Gramática «dedicada al uso de los americanos» Ya en 1823 había publicado Bello sus Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar i uniformar la ortografía en América. Dos razones concurren para esta limitación del destinatario: la una es el recelo de una repulsa de los gramáticos peninsulares (¿o quizá alguien lo hizo, en efecto, de palabra?), que pudieran negar a un americano el derecho de corregir los malos usos idiomáticos de los españoles. La otra, la disconformidad de Bello con el «supersticioso casticismo» de las gramáticas españolas que rechazaban como viciosa toda forma americana de hablar que no se practicara en la península: 1. a. «Era conveniente manifestar el uso impropio que algunos hacen de ellas [las formas gramaticales]... No tengo la pretensión de escribir para castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos6 los habitantes de Hispanoamérica...» (Gramática, Prólogo, 8). b. «Sometamos ahora nuestro proyecto de reformas [ortográficas] a la parte ilustrada del público americano». (Indicaciones, V, p. 391). c. «Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción, que inunda y enturbia -XV- mucha parte de lo que se escribe en América...» (Prólogo, 9)7. 2. a. (Tras recomendar «la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza»:) «Pero no es un purismo supersticioso lo que me atrevo a recomendarles. El adelantamiento prodigioso de todas las ciencias y las artes, la difusión de la cultura intelectual y las revoluciones políticas piden cada día nuevos signos para expresar ideas nuevas; y la introducción de vocablos flamantes, tomados de las lenguas antiguas y extranjeras, ha dejado ya de ofendernos cuando no es manifiestamente innecesaria, o cuando no descubre la afectación y mal gusto de los que piensan engalanar así lo que escriben...» (Prólogo, 9).
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