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Geometrías del Poder: Lógicas y retóricas de una ciencia del territorio PDF

240 Pages·2019·4.721 MB·Spanish
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Geometrías del Poder: Lógicas y retóricas de una ciencia del territorio Carlos Reynoso UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES1 http://carlosreynoso.com.ar [email protected] Versión 19.02.23 – Febrero de 2019 Ilustración de portada – Copia inglesa de un mapa Catawba en piel de venado, ca. 1721. Original presentado a Francis Nicholson, gobernador de Carolina del Sur en 1720. Los Catawba mismos son los del círculo denominado Nasaw, ubicado en el centro geométrico. Biblioteca del Congreso, Dominio Público. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Indians:NW_of_South_Carolina.jpg. Basado en Gregory Waselkov (1989: 435-502, esp. 470). 1 Los aspectos técnicos de este trabajo se desarrollaron con recursos de los proyectos “Redes dinámicas y modelización en antropología – Nuevas vislumbres teóricas y su impacto en las prácticas”, UBACYT 20020130100662 (Programación Científica 2014-2017/2018) y “Dilemas y nuevas perspectivas de la comparación de redes sociales en Antropología”, UBACYT 20020170100703BA (Programación cien- tífica 2018-2020). 1 Introducción: La primera Geometría del Poder, literalmente Precisamente porque el espacio se ha convertido en un anhelo de nuestro tiempo ... seduce incluso a los estudiosos a preferir el lema "espacio" para explicar y cubrirlo todo. ... La gente se ha satisfecho dema- siado fácilmente con los slogans sobre el poder que se encuentra en un espacio, o que emana de él, o so- bre la estrechez del espacio, la dominación del espa- cio, la magia del espacio. Walter Christaller según David Blackbourn (2006: 248), tomado de Hans-Dietrich Schultz (1980: 226-227). En este libro se examinarán los principales acontecimientos que tuvieron lugar, que lo siguen teniendo y que sin duda lo tendrán en el futuro en torno del concepto de geo- metría del poder (en lo sucesivo, GP), una idea que se fue articulando en un puñado de disciplinas endémicamente mal comunicadas entre sí y sometidas a una sucesión de mo- das epistémicas de impacto fluctuante, pero que en ciertas variantes y en tiempos recientes goza de un notable empuje en el mercado conceptual de las ciencias sociales por razones que distan de estar claras y que nunca son las mismas para cada opinador. Aquí propongo entonces examinar la idea desde una perspectiva antropológica y en relación con problemáticas territoriales en una variedad de contextos para tratar de aquilatar su valor en la teoría y en la práctica a través de los casos y los contextos, a fin de deslindar si se albergan en ella los instrumentos fructuosos que se nos dice o si se trata de un enésimo retorno, con leves retoques, de un género metanarrativo agotado hace tiempo pero que cada tanto insiste en ofrecernos más de lo mismo y en encerrarse (o encerrarnos) en confrontaciones que ya han superado el término de su vida útil: la discusión inconcluyente, narcótica y filosóficamente infecunda en torno de la primacía del espacio o del lugar, o sobre la precedencia del tiempo o del espacio, o sobre la prioridad de lo espacial o lo social, o sobre la dicotomía entre la revolución cuantitativa y el giro cualitativo de turno, todo ello acompañando a la clausura conceptual de las disciplinas sobre sí mismas, a la exacerbación del culto a personalidades que han dejado de ser creíbles, a la presión para sumarnos a discursos únicos y bogas teóricas que hoy al fin se saben efímeras y para resignarnos al conformismo sancionado por la comu- nidad intelectual ante la declinación de las teorías ligadas a prácticas transformadoras y a tácticas de verdadera resistencia. Una importante fuente de problemas para la GP es que lo que usualmente se entiende como tal es un cuerpo teórico heteróclito de límites difusos, de definición catacrética y de prestaciones polimorfas. Pero a despecho de los amaneramientos intelectuales, de las encerronas autodestructivas y de las retóricas contingentes en las que el círculo rojo de las GPs dominantes se enreda periódicamente, ella no ha sido sólo una práctica acadé- mica occidental de un formato proclive a reprimendas de pedagogía moral y a consignas 2 de pronunciamiento (pos)ideológico de prioridad palpablemente modesta (for space!, geography matters!...) sino que es también una forma de organización gráfica y espacial del conocimiento y (como habría dicho Yves Lacoste) un modelo de y para la lucha po- lítica. Hay muchas GPs, entonces, antes que una sola, y hay asimismo unas cuantas gemas me- todológicas que tocará recuperar ocultas entre los callejones sin salida, los pronuncia- mientos de propaganda y los laberintos retóricos que fluyen en cada página. Tanto las teorías como los lineamientos prácticos emanados de las diversas GPs, por añadidura, son susceptibles de encontrarse en otras epistemes, en variados sistemas de estratos, es- pacios, lugares, locaciones, territorios y coordenadas en los más diversos contextos cul- turales y a muy distintas escalas. Eso es al menos lo que testimonia la imagen de la por- tada, una estilización geométrica de un mapa regional que se usó tres siglos atrás como instrumento iconológico de persuación y de reafirmación cultural (más que como sopor- te informativo) en un juego simbólico y deíctico de poder territorial entre sociedades confrontadas y concebidas como curvilíneas y centrales las más próximas, ortogonales y periféricas las más distantes (Waselkov 1989: 470; Lewis 1998: lám. §4). Ese testimonio, al lado de sucesivos giros y corrimientos de foco y de recursos perfor- mativos, tácticos y estratégicos que se han multiplicado en lo que va del siglo XXI, de- muestra que a través de las épocas, las modas y las culturas ha habido y todavía hay un número indefinido de GPs aparte de las que oficialmente llevan ese nombre o de las que consentimos en reconocer como las nuestras. Hay además geometrías donde menos se las espera o donde hasta no hace mucho se hablaba de esquemas, patterns, sistemas, modelos, configuraciones, topologías, estructuras, rizomas, campos. Todo el tiempo for- mulaciones teóricas y prácticas espaciales que no pasaban por ser geométricas y no pa- recían tener el poder en foco se revelan GPs cuando se las contempla desde ciertas coor- denadas o se las contrasta con a otras posturas más o menos explícitas a ese respecto. Hoy, marcando una diferencia, están surgiendo geometrías por todas partes. Uno se pre- gunta si al lado de las búsquedas legítimas no hay, inconscientemente al menos, un giro hipócrita escondido en esta empresa, una falla constitutiva que habría enervado a Spinoza, un subterfugio consistente en alentar paradigmas refractarios a todo indicio de métrica positivista, de objetivismo y de axiomaticidad y que no obstante eso pretenden trasuntar rigores y gozar de la fundamentación que los amparan haciéndose llamar geo- metrías. Mientras que las aritméticas y el cálculo suscitan resquemores en no pocas de las ciencias nuestras que se imaginan blandas, ni el más feroz de los irracionalistas (a pesar del precedente euclideano) pondría en duda la belleza, el valor y la fuerza de las geometrías, menos todavía de las que han ganado fama de heterodoxas: fractales, étnicas, alternativas, diferenciales, monstruosas, hiperbólicas, revolucionarias, liberta- rias, no arquimedianas, no euclideanas... El enclave preciso en que se sitúa el punto de mira y los términos de la interpelación a emprender en este libro se comprenderá mejor si se complementa su lectura con la de otros textos que fuimos desarrollando en paralelo y en los que abordamos otras geome- trías y espacialidades de interés geográfico y antropológico. Éstas han sido sucesiva- 3 mente (a) la geometría fractal y multifractal como correlato de posibles concepciones alternativas complejas y no lineales del espacio y la forma en distintas sociedades; (b) la etnogeometría como manifestación cognitivamente pautada presente en las prácticas de la virtual totalidad de las culturas y vuelta a usar como herramienta identitaria en pro- yectos pedagógicos de empoderamiento y emancipación; (c) las modalidades transdisci- plinarias de visualización, topología y análisis encarnadas en el campo de las redes so- ciales y la teoría de grafos como forma de representación figurativa y simbólica de las relaciones en general; (d) las geometrías comparativas de curvas y superficies hiperbó- licas puestas a la luz por el trabajo convergente de las más diversas ciencias; (e) las geo- metrías axiales y convexas y los grafos justificados de la sintaxis espacial; (f) los mo- delos geométricos y visuales de representación de similitudes y diferencias, compren- diendo desde el análisis multidimensional hasta el análisis de correspondencias múlti- ples de Pierre Bourdieu, pasando el análisis de componentes principales, las escalas de Guttman y el modelo de grilla y grupo reinventado por Mary Douglas y los especialistas en gestión de riesgo que –merecidamente o no– siguen rindiendo a esta autora que casi hemos olvidado un culto que se resiste a morir (cf. Reynoso 2010: cap. §3 y §5; 2011; 2019a: cap. §4; 2019b: cap. §6). Es como si hubiera entonces una multiplicidad de geometrías de la sociedad y de la cultura, y como si todas ellas fueran en cierta forma geometrías en las que el poder, su distribución y su concentración diferencial ocupan enclaves y extensiones importantes y suministran eventualmente pautas y códigos para comprender y organizar otros do- minios. Tal diversidad de conceptos geométricos, por otra parte, coadyuva a imponer una cierta amplitud de criterios cuando se trata de ponderar si una determinada GP (la de Doreen Massey, o la de Paul Claval, o la de Claude Raffestin, o la que variopintas tribus de prosélitos le quieren endilgar a Michel Foucault) es o no es una geometría en algún sentido revelador y a la hora del balance cuánto da y cuánto quita –técnica y políticamente– que lo sea o no. Aunque la expresión que denota ‘geometría del poder’ recién se consolidaría en el siglo que corre, es con el concepto de distancia social de Georg Simmel, acuñado hace no menos de 110 años, la idea con la que arranca una porción importante de las ciencias sociales sensibles a la espacialidad y la primera manifestación histórica de una sociolo- gía susceptible de interpretarse –como diría Spinoza– more geometrico: una aproxima- ción científica que se funda en un perspicuo componente de espacialidad, aunque éste sólo se haya escenificado a nivel discursivo y rara vez se lo haya articulado en el plano métrico, o se haya puesto acento en la representación gráfica o cartográfica, en la icono- logía o la semiótica de la imagen o en la epistemología de la visualización (Simmel 1900; 1908; Spinoza 1980 [1677]; Viljanen 2011). Para quienes hemos trabajado largo tiempo en teoría de grafos y en el análisis de redes sociales Simmel ha resultado ser un precursor de la sociología mucho más atinente, filo- so y vital que, por ejemplo, otros candidatos a pioneros fundadores como Émile Durk- heim, Max Weber o Gabriel Tarde. Unas cuantas entre las proliferantes intuiciones geo- métricas de Simmel hoy son reliquias del pasado pero otras dejaron una huella duradera 4 aunque poco visible. Llamativamente, las ideas que siguen vivas no son las de naturale- za “conceptual” (como él las llamaba) sino las de mayor potencial algorítmico, aunque su desarrollo en el conjunto de la metodología simmeliana haya sido rudimentario para los criterios que hoy rigen en la vertiente dura de la grieta científica. Algunas de esas ideas de perfil algorítmico son como secuencias procedimentales o estructuras de razo- namientos lógicos (no siempre axiomáticos) pero algunas otras (por más que su métrica haya sido incipiente) son de carácter más netamente geométrico o relacional, aunque él rara vez cedió a la tentación diagramática o cuantitativa: no hay casi números en los alrededores de esas nociones simmelianas, y de los pocos que se encuentran importa más, sin duda, su no-linealidad que su medida, su convexidad que su tamaño, sus con- trastes globales que su configuración puntual, sus cuencas de atracción que sus trayec- torias exactas, su paridad o imparidad que su magnitud.2 Ahora bien, en la geometría en general, un campo multiforme, anidan algoritmos de las más variadas especies y de potencial heurístico casi inexplorado. Igual que sucede en o- tros ámbitos disciplinarios con los teoremas y las elaboraciones formales, los principios algorítmicos de la geometría tienden a viajar de una teoría a otra y de una a otra disci- plina, y en el camino se redefinen, se resemantizan, se sustituyen por otros más adecua- dos, se ajustan adaptativamente a ontologías, escalas y contextos específicos, se auto- corrigen merced a un trabajo colectivo convergente y se explotan desde ángulos impre- vistos, mientras que a los discursos dependientes de objeto articulados en modo lingüís- tico y aplicados por genios omnisapientes a dominios específicos, por sensitivos, “den- sos”, rizomáticos y expresivos que en ocasiones puedan resultar (y precisamente por eso), se distorsionan y se sesgan en cada paráfrasis, traducción o reaplicación que sufren (cuando no es que se calcifican o colapsan), ofrecen un rendimiento decreciente en cada repetición de la que son objeto y acaban saturados de retórica, embadurnados de eslóga- nes, atrapados en dialógicas y dialécticas de injurias que fingen ser debates, pasándose de moda y llevados por el viento. Dado que los algoritmos han sido siempre públicos y colectivos de origen y las teorías se inclinan a ser cada vez más privadas, personales y opacas, nada de todo esto debería extrañarnos. Mis estudios críticos de la última docena de las teorías discursivas que han dominado el campo de las ciencias humanas y sociales a lo largo de cinco décadas (doctrinas en las que pocos estarían hoy dispuestos a embanderarse) no dejan lugar a muchas dudas. A medida que se alejan en el tiempo, al cabo de unos pocos años de fulgor las teorías de 2 Conviene relajar la exigencia de que una geometría deba ser imperiosamente métrica o numérica all the way. A fin de cuentas, ninguno de los postulados euclideanos lo es. Una geometría no implica necesaria- mente aritmética, ni tampoco cálculo y mucho menos estadística; de hecho, los modelos que cultivaban esas técnicas a caballo de la “revolución cuantitativa” en la geografía de los ‘50 y ‘60 rara vez califican como geometrías. Cuando en este libro llegue el momento de cuestionar a la geometría social de Donald Black o a la GP de Claude Raffestin o de Doreen Massey mi crítica no se basará en que ellas no son de carácter métrico sino en la indiscernibilidad de su comportamiento diacrónico, en la vaguedad de sus pos- tulados relacionales y en el carácter abstracto y homuncular de su ontología, factores que han inhibido que se aplicaran en torno suyo herramientas de modelado conceptual, gráfico, cronotópico, ritmanalítico, semiológico o informático. Para una introducción rigurosa pero inteligible a la algorítmica, la teoría de grafos y la convexidad puede consultarse la útil introducción de László Lóvász (1986), alguna vez participante del Microsoft Research Center cuando yo aun trabajaba en el área técnica de esa corporación. 5 tono conceptual, una a una, pierden momento y se van apagando. Las dos últimas gran- des modas globales de la antropología (el giro ontológico y el perspectivismo amazóni- co, por poner un par), sólo nombran al posmodernismo como referente histórico tildado por ellos mismos de “reaccionario” o de “involuntariamente cómico”; esas últimas teo- rías callan por completo los nombres de la fenomenología, del interaccionismo simbó- lico, de la etnometodología, de la sociología del conocimiento, del giro hermenéutico, del poscolonialismo, de las estructuras disipativas, de la autopoiesis, del constructivis- mo radical, del pensamiento complejo moriniano, de la cibernética del observador, de la investigación social de segundo orden y de los estudios culturales cuya propaganda to- davía resuena en los pasillos de la academia, en los suplementos culturales de los do- mingos o en los semilleros de pos-verdad de los congresos, pero cuyas usinas han deja- do hace décadas de producir innovaciones y de cubrir las páginas de los journals mejor indexados. Lo mismo sucede en los textos seminales del decolonialismo desde hace más de veinte años, ellos mismos prematuramente envejecidos; en The darker side of the Re- naissance: Literacy, territoriality and colonization de Walter Mignolo (1995), por ejemplo, no quedan rastros de la hermenéutica de Clifford Geertz, de la teoría crítica de la Escuela de Franfkurt, del marxismo estructural de Althusser, de la antropología dia- léctica norteamericana o de la construcción social de la realidad, por nombrar un puñado de templates teoréticos no muy alejados de su horizonte ideológico y que en otra época habrían sido de referencia inevitable. Las líneas de trabajo más dispuestas a mantener momentos algorítmicos y a poner el acento en ellos, en cambio, son decididamente más feas y más áridas pero más duras de matar y aunque muchas de ellas no vuelen muy alto encuentro que, con las excepciones del caso y aunque la escoria abunda, no se ponen tan huecas, tan obvias o tan repetitivas con el paso del tiempo. Mientras que a las algorítmicas siempre se las puede (y se las debe) corregir, algunas prosas enrevesadas se tornan incurables y no hay modo ni de conciliar sus divergencias interpretativas, ni de arreglarlas cuando se descomponen, ni de inyectarles vida cuando se van muriendo, ni de asociarles técnicas de drill down que vuelen mucho más alto o que calen mucho más hondo de lo que lo hace el sentido co- mún. Aunque varían según la perspectiva y la escala desde las cuales se las contempla, las algorítmicas, en cambio (y aunque la replicación exacta de resultados ha sido y si- gue siendo una rareza), se encaminan a interpretaciones afines y (en tanto no presenten anomalías estructurales severas) son algo más perdurables.3 Mientras que incluso los conceptos más aparentemente imprescindibles lexicalizados en la ciencia enunciativa son tan fugaces como lo documentaba Foucault en Las Palabras y las Cosas (1966),4 3 No desearía tener que insistir en que una algorítmica no es necesariamente axiomática ni tampoco cuantitativa. Toda geometría (axiomática o no, fractal o convencional, euclideana o no euclideana) es una algorítmica, lo mismo que el esquema de la selección natural, de la computación evolutiva o de la búsqueda tabú (cf. Reynoso 2015 [2006]: cap. §3.3). Condición para que una algorítmica se perpetúe es que no se quede en enunciaciones programáticas y entregue resultados relevantes, una exigencia que (por desdicha) no siempre puede establecerse a satisfacción de todos. 4 “[R]econforta y tranquiliza el pensar que el hombre es sólo una invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos, un simple pliegue en nuestro saber y que desaparecerá en cuanto éste encuentre una forma nueva” (Foucault 1968 [1966]: 9). 6 las algorítmicas en general y las técnicas geométricas en particular cuentan sus edades por décadas, siglos o milenios y se originan y manifiestan en gran número de culturas (cf. Reynoso 2006: cap. §5; 2018c). Tras la fachada discursiva, la algorítmica latente en la obra de Georg Simmel, por ejemplo, ha sido ubicua, robusta y fructífera. De sus tra- bajos más plenamente relacionales, referidos a díadas, tríadas y tétradas y basados en nociones de distancia social se deriva tanto la teoría del equilibrio estructural de Fritz Heider [1896-1988] como la teoría de las coaliciones en las tríadas de Theodore Caplow [1920-2015], así como un número crecido de microanalíticas reticulares, técnicas espa- ciotemporales y (ahora) teorías de la anticipación que se multiplican cada año que pasa y que mucha gente cree, equivocadamente, que han sido invenciones de las cada vez peor llamadas ciencias duras (Heider 1958; Caplow 1974 [1968]). De estas analíticas se desprende a su vez el estudio de motivos y comunidades en las re- des que ha logrado trascender el campo de la sociología o la psicología social y ha pene- trado hasta la médula en la tecnología de redes y la teoría de grafos y en los microfunda- mentos matemáticos que las sustentan, así como en la tecnosfera atrapada en la cual transcurre buena parte de la vida que muchos de los occidentalizados vivimos, científi- cos, espectadores, escritores, lectores, cyborgs, ciudadanos de a pie, am@s de casa, trolls y usuarios de redes sociales por igual (Reynoso 2011: caps. 11 y 13; 2018: cap. 10; Cartwright y Harary 1956; Holland y Leinhardt 1979; L. C. Freeman 2004: 15-16, 30). Hoy en día ya no son las matemáticas las que imponen el límite, el horizonte y el rumbo a las búsquedas de la investigación social sino que son las metáforas desarro- lladas en estas últimas y primordialmente las técnicas de grafos y redes sociales las que definen los problemas pendientes y aportan carradas de imágenes orientadoras y de me- taheurísticas operativas a la tecnología, a la ciencia formal y a la vida práctica.5 Lo que se está viviendo hoy no es tanto efecto del declive de las ciencias sociales sino con- secuencia, emanación y apoteosis de sus algorítmicas hasta hoy escondidas. Mientras la obra de otros precursores de las ciencias sociales sólo conservan un valor patrimonial progresivamente exiguo, el núcleo de las ideas relacionales y “geométricas” de Simmel (un autor tenido por extinto en la antropología y los estudios territoriales) so- brevive en (y es vital para) la tecnología que usamos todos los días y a través de la cual somos a la vez usados, una tecnología sustentada por una auto-organización no lineal de férrea jerarquía y altísima complejidad aunque de apariencia engañosamente simple y monocorde. Si para algo han servido las geometrías subyacentes a la reticularidad ha sido para poner en evidencia que ninguna cosa es lo que parece, que todos los proble- mas más o menos tratables se resuelven o se aproximan a su resolución de manera in- directa y que (por tratarse de “problemas inversos”, en la terminología de Jacques Ha- damard) existen innumerables formas alternativas de plantearlos y resolverlos, por lo que el dogmatismo teórico que se ha naturalizado y tornado obligatorio en las ciencias sociales y humanas (y en el que todos –yo incluido– hemos incurrido alguna vez) dista 5 Una metaheurística es –si se me permite un desborde heterodoxo– un sistema simbólico de definiciones coordinativas que vincula una metáfora que mora en el registro imaginario con una algorítmica instru- mental en el plano de lo real. Más adelante (pág. 114 y ss.) volveremos sobre esta definición axial. 7 de ser un artefacto provechoso en la boîte à outils del investigador. Por eso es que vol- veremos a ocuparnos de Simmel todas las veces que sea necesario, aunque no precisa- mente aquí y ahora. Antes que surgiera la GP como concepto de las ciencias sociales hubo un llamado a la geometrización de la geografía a la que pocos historiadores de esa disciplina prestaron atención. A mediados de los años sesenta Peter Haggett (1965) (el pionero de Bristol que impulsó la hoy añosa Nueva Geografía), observando los hexágonos de Walter Christaller, las curvas de las costas marítimas de W. V. Lewis, la geometría multidi- mensional de Michael F. Dacey, las topologías, grafos y redes de transporte de Karel J. Kansky, las proyecciones de William Breisemeister, las superficies de erosión de Sid- ney Wooldridge, los anacronismos dimensionales y alometrías de D’Arcy Thompson y las ondas de difusión de Torsten Hägerstrand llamó a recuperar “la olvidada tradición geométrica de la geografía” (cf. Werritty 2010: 231). El propio Haggett desarrolló ple- namente ese enfoque implementando modelos de análisis de redes espaciales que fueron cimiento para las tecnologías actuales complementarias a los Sistemas de Información Geográfica.6 Pero esas geometrías, lo mismo que los mapas axiales y convexos de la sintaxis espacial o que los mapas diagramáticos del norteamericano William Bunge, configuran un capítulo de la geografía algo diferente de lo que poco después emergió como la GP, cuyas crónicas de flaca conciencia histórica nunca o rara vez se refirieron a esa experiencia casi medio siglo anterior. Como tantas otras combinaciones de palabras y sintagmas posibles, la expresión ‘GP’ no es una marca registrada que se encuentre reglada por leyes de derecho de autor ni pertenece jurídicamente a una o a más disciplinas, o a la geografía en primer lugar. Se la ha usado, por ejemplo, para examinar la historia del castillo y la catedral de Kilkenny en Irlanda mediante un proceso de triangulación (Kearns 2012), para dar idea del rigor que muchos creen que acompaña a la filosofía de Baruch Spinoza (Viljanen 2011), para exa- minar el arte feminista de la artista polaca Zofia Kulik (Kowalczyk 1999) o para cimen- tar el ritmanálisis derivado de la heterotopía de Henri Lefebvre (1996) la que acaba de resurgir viralizándose en no pocos ámbitos académicos y a la que más tarde interrogare- mos con el detalle que haga falta (Henckel y otros 2013; Revol 2014; Mulíček, Osman y Seidenglanz 2014; Osman, Seidenglanz y Mulíček 2016; Mulíček y Osman 2018). Los ejemplos podrían multiplicarse ad nauseam. Como suele suceder, hubo incluso momen- tos en los que la denominación de ‘GP’ se tornó improcedente y forzada. Ignoro por qué en algunos casos se habló de geometrías en vez de topologías, dispositivos, mecanismos o configuraciones del poder, o por qué no se habló de geometría cuando se manifesta- ban algunas que eran evidentes: pero así estamos y seguiremos estando, en un régimen de semánticas oblicuas (algunas tal vez irónicas o involuntarias), siempre ligeramente impropias y perfectibles, como si hubieran sido personajes de locuacidad ingobernable 6 Cabe destacar que el llamamiento no prosperó y que Haggett (esta vez junto a Andrew Cliff y Allan Frey) eliminó el capítulo sobre “el olvido en que han caído los modelos geométricos” de la segunda edición de su Locational analysis… (Haggett y otros 1977: x) bajo pretexto de que el área había expe- rimentado un fuerte crecimiento y la convocatoria ya no era necesaria. 8 o neologizadores crónicos como Gilles Deleuze, Michael Taussig, Jacques Derrida o George Marcus los encargados de poner nombres a todo eso. No toda la GP identificable como tal, empero, presta servicios de mensura o es tributaria del concepto de distancia social, por lo que vale la pena distinguir entre los distintos sig- nificados de la noción de distancia y estudiar las trayectorias de ambas series de ideacio- nes (geometrías y distancias) por separado. Y aquí es donde vamos al fin al grano, argu- mentando que la primera vez que la expresión ‘GP’ se muestra en público en un sentido parecido a alguno de los que hoy posee (aunque sin lograr perpetuarse en el nomencla- dor geográfico) es en Espace et Pouvoir, un trabajo de hace cuarenta y un años del geógrafo económico francés Paul Claval [1932-] escrito en una lengua que quien pasa por ser la inventora de la idea (la británica Doreen Massey [1944-2016]) ciertamente alega conocer, pero a cuya literatura no solía frecuentar ni mencionar en sus bibliogra- fías, insólita e inexplicadamente escuálidas, monolingües, selectivas y cerradas (cf. Cla- val 1978 versus Massey 1993). Con todo, Doreen Massey es hoy y lo será por un tiem- po, con justicia o sin ella (y antes o después de Hugo Chávez), la autora en la que el pú- blico y los medios piensan por defecto cuando de GP se trata. A lo que voy con estos circunloquios es a que algunos de los postulados de Claval (es- critos al menos quince años antes que Massey se aventurara en el terreno) son indiferen- ciables de similares apreciaciones de ella, una pensadora cuya chispa, carisma, don de gentes y buena voluntad aprecio enormemente pero cuyo predicamento en ciencias que tanto glorifican la originalidad me resulta inaudito en tanto que no hay en su obra mu- cho que pueda reputarse original y que (más allá del momento descriptivo) tenga visos de poder aplicarse para afrontar, iluminar y resolver problemas concretos de la vida so- cial, pues en una ciencia social de eso se trata. Ella tiene las mejores intenciones, a no dudarlo, y ha sabido comunicarse con una verba meliflua y una gracia atrapante; pero no me consta que haya sabido articular sus objetivos conceptuales con un rimero de datos de algún peso o con un dispositivo metodológico de alguna sistematicidad. Es notable que Claval –todavía activo– nunca reclamara la paternidad de la idea. Claval ciertamente nombró a su colega mancuniana un puñado de veces, pero por otros mo- tivos circunstanciales o porque no hay casi nadie que alcanzara algún prestigio en la profesión a quien él no haya nombrado (cf. Claval 2002: 35; 2005: 364 n14; 2007). Dado los textos que citó, él no pudo ignorar que ella reclamaba con alguna insistencia haber sido la inventora del concepto; pero entiendo que Claval no fue nunca la clase de profesional que gastara su tiempo y el nuestro hablando de sí mismo o enmendándole la plana a terceros, ni alguien que se esforzara en silenciar el apellido de otros colegas cuando venían muy al caso, o alguien a quien sólo interesara la literatura escrita en la lengua de su provincia. Respecto de las ideas que ambos compartieron, aludiendo a to- dos pero sin nombrar a nadie escribía Claval: El enfoque cultural parte de una visión diferente de lo real [que descansaba en la idea de que la naturaleza y la sociedad son "datos" que el investigador no debe cuestionar]. [Aquel enfoque] rechaza la idea de que la naturaleza, la sociedad, la cultura o el espacio son identi- dades globales y homogéneas. Ese criterio nos hace descubrir el sentido que le dan los seres 9 humanos a los decorados que los rodean y que, en gran medida, han construido (Claval 2002: 21). Amén de haber sido el iniciador absoluto de la expresión Claval me merece una breve referencia por haber sido impulsor de líneas de trabajo muy sólidas en geografía cogniti- va, en geografía cultural y en geografía regional, por haber puesto en valor la relevancia de la teoría de redes en los análisis espaciales décadas antes que el análisis de redes so- ciales y espaciales tomara impulso, por haber captado antes que ningún otro la extrema afinidad entre las redes y la geometría de los lugares centrales christallerianos y por im- pulsar la indagación de los vínculos entre geografía y poder en su “La géographie et les phénomènes de domination”, publicado nada menos que en la revista Espace Géogra- phique un par de años antes de acuñar la denominación de GP, aunque él mismo dejara de usar esta última con el correr del tiempo sin tampoco ofrecer razones que, pensán- dolo bien, habrían sido tan circunstanciales como la propia denominación (Claval 1973; 1976; 2001; 2003; 2005; 2006; Fall 2007). De hecho, nadie prestó atención a nada de esto, al extremo que no me consta que alguien haya remontado el rastreo de la denomi- nación inaugural de la GP hasta la copiosa obra de Claval antes que el presente libro se escribiera. La segunda vez que se usó la expresión ‘GP’ en una ocasión harto más exitosa (aunque todavía no reconocida en el mundo anglosajón como momento fundacional de la idea) parece que fue en un artículo del foucaultiano suizo Claude Raffestin [1936-], “Elé- ments pour une autre problématique en géographie politique”. Presuponiendo una espa- cialidad plana, lisa, lineal e isométrica escribía Raffestin: "El poder no se adquiere; se ejerce desde innumerables puntos" (Foucault 1976). Esta pro- puesta no solo es esencial sino también fundamental para el geógrafo porque permite visua- lizar sin espacialismo: estos puntos famosos constituyen un "campo" condicionado por la circulación de la energía y la información. De hecho, si hay ejercicio de poder, es éste el que controla la energía misma y en especial la información. Foucault postula así una geo- metría del poder cuyas referencias teóricas en el plano son estos innumerables puntos (Raffestin 1988: 280). La palabra ‘geometría’ y sus derivados flexivos, sin embargo, no se encuentran en ese texto de Foucault y es muy improbable que se encuentren en lugar preminente en la o- bra foucaultiana publicada o en sus papeles inéditos, lo cual nos da una idea significati- va de la naturaleza abstracta, anacrónica y declamatoria de las imputaciones de espacia- lidad que se le endosaron sobre todo después de su muerte, cuando sus textos secunda- rios comenzaron a multiplicarse y (contrariando su voluntad) a aparecer aluvionalmente en prensa, superando por mucho el volumen de su obra publicada en vida (cf. Crampton y Elden 2007; Philo 1992; 2012).7 La fidelidad filológica y la gestión de fuentes, como habremos de ver una y otra vez, no han sido puntos fuertes en la historiografía retros- pectiva de las ciencias y las filosofías que lidian con el espacio, en especial cuando Fou- cault o alguien comparablemente polémico está de por medio o cuando hay conflictos 7 Sobre los usos concretos de la expresión “geometría” y sus derivados en la obra de Foucault véase más adelante, pág. 127. 10

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