Ser y Amor: Fundamentación Metafísica del Amor en Santo Tomás de Aquino. 1 2 INTRODUCCIÓN No hay conocimiento que pueda complacer al corazón humano si no se presenta en estrecha relación con la vida concreta de la persona. A excepción de los conocimientos matemáticos, cuyo ejercicio es agradable de suyo para el entendimiento, aunque estén vacíos de contenido vital, todo otro conocimiento se vuelve indiferente, abstracto y casi inabordable cuando no aparece en él alguna referencia a la experiencia del sujeto cognoscente. Por el contrario, cuanto más íntimo, cuanto más propio sea el asunto tratado, tanto más atractivo resulta; por esto mismo, el ‘tema’ del amor, cuya realidad se encuentra animando desde lo íntimo la vida de todo hombre, se ofrece como uno de los más atractivos y sugerentes para la reflexión de cualquier persona. El amor y el orden del amor manifiestan la verdadera estatura moral de la persona, pues todas sus acciones libres provienen siempre, en su raíz, de un determinado amor; de aquí que todo cuanto pueda esclarecerse acerca de la esencia del amor redunde directamente en el discernimiento de aquello que ha de ser medida de las actuaciones de cualquier subsistente racional. El estudio del amor desde una perspectiva filosófica, por fuerza, nos lleva a la consideración acerca de sus causas: conocer qué es el amor viene a significar conocer cuáles son sus causas en todos los órdenes: formal, final, eficiente y, dado el caso, material. Dónde está la raíz última del amor y de qué manera interviene en la perfección de la vida de la persona son las dos interrogantes que alientan el discurso de todo el presente trabajo. Siendo múltiples las razones vitales que pueden impulsar a la investigación acerca del tema, una de las más influyentes para nosotros ha sido la aparente contradicción que existe entre el deseo de felicidad y la posibilidad de un amor 3 desinteresado de absoluta donación. El deseo de ser feliz (proveniente del amor a uno mismo) se presenta como la más universal de todas las apetencias, y por lo mismo, como la más natural; pero a la vez, parece ser la inclinación más perversa: ¿cuántas veces hemos oído y experimentado que la búsqueda exclusiva de la propia perfección y felicidad viene a estropear las relaciones humanas, volviéndolas frías y egoístas, a la vez que nos transforma en sujetos permanentemente insatisfechos con todo? Al contrario, ¿cuántas veces hemos oído el consejo de los hombres de gran categoría moral, invitándonos al olvido de uno mismo, a no atender a nuestras propias apetencias para preocuparnos de la felicidad de los otros? Y puestos en el ámbito de la vida de gracia, ¿no es predicación común de santos y santas, la absoluta necesidad de la negación del propio yo, en una palabra, de la ascesis, para disponernos adecuadamente para aquella plenitud de vida que viene como don del Cielo: el conocimiento y el amor perfectos de Dios? Pero sabemos que, si el amor a uno mismo es algo natural, no puede ser una inclinación perversa: la naturaleza es intrínsecamente buena, y más aún lo es su Autor. ¿Cómo deben entenderse las experiencias y enseñanzas arriba mencionadas? ¿Cómo se pueden complementar la licitud del amor propio y la necesidad del olvido de sí para alcanzar el amor perfecto? Esta es la inquietud que late tras los múltiples problemas que intentamos enfrentar en la presente investigación. Como guía de nuestro estudio hemos escogido la doctrina de Santo Tomás de Aquino. Los motivos de esta elección son múltiples. El pensamiento del Angélico se presenta estructurado con bastante claridad, lo cual agiliza no poco la investigación; pero tiene más importancia el hecho de que tal pensamiento no sólo es estructurado, sino también plenamente fundado en la constitución misma de la realidad: la comprensión de toda entidad como intrínsecamente constituida por la esencia y el acto de ser, coprincipios mutuamente proporcionados según el grado de perfección de cada ente, permiten a Santo Tomás llegar hasta la raíz más profunda, hasta la causa más básica del amor, más allá de la cual ya no se puede ir sin traspasar los límites de la nada. Esta causa es el acto de ser. Dado que nuestra intención ha sido encontrar el más propio fundamento del amor, el pensamiento del Doctor Común nos ha parecido la orientación más adecuada. El método de investigación utilizado ha consistido en la lectura, reflexión y confrontación de los diversos pasajes y tratados en que Santo Tomás aborda el tema en cuestión. En repetidas ocasiones hemos buscado ayuda en diversos comentadores del Angélico, cuyo aporte nos ha permitido proporcionar una más precisa interpretación y esclarecer un camino de respuesta frente a los diversos problemas planteados. Nuestro trabajo pretende ser una reflexión y una aplicación del pensamiento del santo doctor a los diversos problemas metafísicos que sugiere un estudio de la noción de amor. Por esta razón, el desarrollo del presente estudio tiene una estructura circular, o mejor, una estructura como de espiral descendente: continuamente planteamos los mismos temas, intentando extraer, a partir de los nuevos elementos aportados en cada capítulo, una respuesta más profunda y a la vez más patente del asunto tratado. 4 La estructura de esta tesis tiene como puntos cardinales, que orientan la división de los capítulos, los tres modos posibles de amor: amor natural, amor sensitivo y amor intelectivo. Esta orientación se justifica porque el amor es una realidad análoga, cuya razón formal (acto del apetito y fuerza unitiva) se cumple de manera proporcional en cada modo de amor en conformidad al apetito del cual cada amor proceda. Así, nos ha parecido conveniente dedicar el primer capítulo de manera exclusiva al planteamiento de las cuestiones que esta tesis pretende esclarecer; en él se expone, con cierto detenimiento, diversas concepciones acerca del amor y de sus causas, propuestas por destacados pensadores del siglo recién pasado. Para determinar con claridad el problema principal asumido por esta tesis (a saber, la posibilidad de un amor natural desinteresado y, a la vez, la necesidad del amor a uno mismo) nos ha parecido suficientemente exhaustiva la ya conocida división de doctrinas establecida por el padre P. Rousselot: la división entre la teoría física y la extática. Nos ha parecido suficientemente exhaustiva, no porque abarque la totalidad de doctrinas posibles acerca del amor (pues excluye una posición intermedia, como parece ser la de Santo Tomás), sino porque deja manifiestas las dos posiciones extremas a este respecto. Si el mismo Rousselot es un representante apropiado de uno de tales extremos (la teoría física), hemos escogido como representante moderno del otro extremo a A. Nygren, por lo destacado y atractivo de su propuesta. Pero nuestra intención en este capítulo no consiste sólo en plantear problemas, sino también en perfilar la solución o las soluciones que nos parecen más acordes con el pensamiento de Santo Tomás y con la realidad misma del amor; de aquí que hayamos querido analizar también el pensamiento del padre Geiger y de otro pensador tomista menos conocido, pero no por eso menos profundo, el sacerdote dominico Marcelino Llamera. En el segundo capítulo se intenta determinar la definición más propia del amor, apta para ser aplicada, de manera proporcional, al amor en todos los niveles antes mencionados; para llegar a tal definición nos hemos visto ‘forzados’ a abordar antes, en una primera reflexión, las nociones de bien y de apetito, porque el amor es siempre, en el pensamiento tomista, la respuesta del apetito frente al bien. Las múltiples definiciones que propone el Angélico vienen a decantar en una noción general, pero adecuada para expresar el amor en todas sus formas: el amor es fuerza unitiva. Sin embargo, este carácter general del amor no expresa plenamente su realidad específica mientras no se traduzca la fuerza de unión en términos de vida consciente; por eso, en este segundo capítulo hacemos una defensa de la complacencia como definición perfecta de amor. Puesto que la intención de este capítulo se orienta hacia una primera aproximación a la naturaleza del amor, también abordamos en él, de manera general, las causas del amor, atendiendo siempre a la clasificación establecida por el Doctor Angélico. La consideración de las causas propias del amor viene a darnos la clave que nos permitirá presentar una solución a los problemas antes propuestos. En el capítulo tercero intentamos abarcar tanto el amor natural como el amor sensitivo, por ser estos dos modos de amor los únicos posibles para el ente irracional. Pero, evidentemente, nuestro interés al estudiar tales modos de amor no proviene de la mera curiosidad por conocer cómo se da el apetito a nivel de la existencia no pensante, sino que se origina en la profunda influencia que tienen 5 tales inclinaciones en la vida humana. Por una parte, el amor natural no es inclinación exclusiva de los entes irracionales, sino que se presenta como fundamento profundo de cualquier otro modo posible de amor: cualquier otro amor, interesado o desinteresado, tiene su origen siempre, de un modo u otro, en el ordo instituido por el Creador en la naturaleza de las cosas. Por otra parte, el amor sensitivo está presente en el dinamismo de la vida humana y tiene en él un lugar lícito y necesario; aunque también puede influir de manera negativa en la orientación de toda la conducta de los hombres. A partir del capítulo cuarto hasta el final de este trabajo, dedicamos nuestra atención al amor intelectivo, pues es éste el modo de amor específico de la vida humana, y evidentemente, de toda vida superior. Como el amor intelectivo es acto de la voluntad, y la voluntad, potencia exclusiva de los subsistentes personales, tratamos primero acerca de la naturaleza y dignidad de la persona en general (capítulo cuarto), para estudiar, luego, la naturaleza de la voluntad (capítulo quinto) y de sus operaciones propias (capítulo sexto). El capítulo séptimo lo dedicamos en exclusiva al acto principal de la voluntad, que es el amor, y el octavo, tratamos de la amistad que constituye el modo perfecto de amor intelectivo. Tratar sobre la dignidad de la persona implica el estudio de las peculiares propiedades de la vida personal, derivadas todas del modo máximamente perfecto en que la persona participa del esse. Dichas propiedades manifiestan a la persona como lo más perfecto en el ámbito de todas las causas (excepto, claro está, en el de la causa material), capaz de la posesión plena del bien y de la más perfecta comunicación de vida. A partir del capítulo cuarto viene a añadirse una nueva cuestión acerca de la naturaleza del amor: de qué manera puede ser el amor mismo causa del amor, sin eliminar con ello su carácter de verdadero don desinteresado. El capítulo quinto tiene dos objetivos: por una parte, mostrar de qué manera actúa el amor natural en la vida de la persona y hasta qué punto ese amor es efectivo; por otra, caracterizar a la voluntad como apetito del Bien Universal, ordenado por naturaleza a la unión amorosa con Dios en la visión beatífica y a impulsar todo movimiento de entrega desinteresada en la persona. En el capítulo sexto abordamos los dos modos básicos de operación de la voluntad: la voluntas ut natura y la voluntas ut voluntas. Pretendemos con ello, por un lado, declarar la íntima relación que existe entre libertad y naturaleza, y por otro, intentamos penetrar, cuanto podemos, el misterio de la libertad. Y este intento no se aparta del propósito de esta investigación, puesto que todo acto de libertad viene necesariamente inspirado en un amor, y todo amor perfecto de la criatura sólo es posible en tanto y en cuanto está mediado por un acto libre. El capítulo séptimo constituye una especie de síntesis de la doctrina propuesta en los capítulos anteriores, y una aplicación de ésta al modo propio del amor de la voluntad. La necesidad de una posesión actual del bien para poder ‘emerger’ a un acto de amor benevolente queda manifiesta al analizar con detenimiento las causas del amor en la voluntad. Tratamos también aquí la estrecha relación que existe entre amor y virtud moral, porque en el hombre 6 virtuoso se hace verdaderamente efectiva la posibilidad de un amor recto y desinteresado hacia los demás y hacia Dios. Por último, dedicamos el capítulo octavo al modo más perfecto de amor voluntario, que es el modo propio de la amistad. Nuestra intención es probar que la misma redamatio, entrañada en el amor amistoso, perfecciona el amor simple de benevolencia, otorgándole la estabilidad y la intimidad característica de una virtud y posibilitando la máxima entrega de bien entre los amigos. En este capítulo viene a culminarse nuestra defensa del amor desinteresado, intentando demostrar que la mutua donación de amor que los amigos se prodigan no empaña el desinterés de ese mismo amor y que, sin embargo, el acto de dar su amor al amigo es, de suyo, causa principal de amor. La última parte de este capítulo está dedicada al acto de contemplación beatífica, donde interviene el amor más perfecto de que es capaz la criatura: este amor es la caridad, que, para Santo Tomás, constituye un especialísimo amor de amistad entre el hombre y Dios. Tratamos este tema porque en este punto, más que en ningún otro, interesa establecer la posibilidad de un amor desinteresado, de un amor de donación, cuando este amor se encuentra originado a partir del conocimiento de un Dios amante de su criatura. En muchas de nuestras reflexiones hacemos referencia directa a la vida de la Santísima Trinidad; no intentamos, con ello, establecer ninguna demostración filosófica, pero reconocemos que la íntima relación de Amor en el seno de la Trinidad Santa nos ha servido de modelo, de faro luminoso para poder penetrar, aunque sea un poquito más, la esencia del amor y entenderla como una fuerza que surge de la plenitud del ente. 7 8 CAPÍTULO PRIMERO EL PROBLEMA DEL AMOR 1. La noción común del amor. En el lenguaje cotidiano existe un verdadero uso analógico de la palabra amor. Decimos que amamos (o que nos gustan con verdadera afición) ciertas cosas y ciertas actividades: ‘Fulano ama a los animales’, ‘esta chica ama la opera, o el ballet, o el tenis’, ‘mi amigo ama las matemáticas’ o ‘el rock’; a veces también podemos decir (y se nos entiende) que ‘amamos’ cierto tipo de comidas. También cada uno puede afirmar ‘amo a mi esposo’ o ‘a mi mujer’ o ‘a mis hijos’; amamos a nuestros familiares, a nuestros amigos, a Dios e, inclusive, a nuestros enemigos, según la ley de la Caridad. El hombre de la calle, cada uno en su vida corriente, sabe a qué se está refiriendo cuando afirma: ‘yo amo a mis hijos’ o ‘a mi amigo’, ‘amo el fútbol’ o ‘amo la poesía’. Todos sabemos que no amamos de igual manera el fútbol o la ciencia, que a los hijos, los padres o los amigos. De hecho, nos parecería una aberración que una persona amase el fútbol o las tiendas de moda más que a sus hijos o a su cónyuge. ¿Por qué? Porque el fútbol es un deporte, una diversión para el que lo ama, y las tiendas de ropa, un servicio útil en orden a las personas; los hijos, el esposo o la esposa, en cambio, no son ‘diversiones’, no son ‘muñecos’..., son personas que merecen amor por ser lo que son y porque están íntimamente unidos a nuestra vida. El corazón del hombre sabe, sin necesidad de que nadie se lo enseñe, que no es lo mismo amar cosas que amar a personas, y que las personas merecen un amor distinto que el de las cosas. 9 Y si preguntamos a cualquiera dónde tiene la palabra amor su sentido verdadero, a saber, si en el amor a cosas o en el amor a personas, evidentemente la respuesta común será que el amor verdadero (el amor con todo el peso de su significación) no puede ser otro que el referido a las personas. Sólo se ama verdaderamente a las personas; el amor a las cosas nos parece amor sólo en sentido derivado. Hasta aquí casi todos podríamos contestar más o menos lo mismo, con bastante rapidez: el verdadero sentido del amor es el amor a las personas, no a las cosas1. Pero si preguntásemos ¿por qué?, entonces, quizá nuestro interrogado no pueda contestar tan rápido y deba sentarse un rato a pensar. Y si tiene tiempo para pensar con calma, seguramente llegará a una conclusión como ésta: porque no es lo mismo una cosa que una persona, y no siento lo mismo hacia una cosa que hacia una persona. En el fondo, todos sabemos que el amor verdadero es el amor a las personas porque cuando amamos una cosa o una actividad, o un ser irracional, lo amamos para nosotros, es decir, las amamos no para otorgarles algún beneficio, sino para beneficiarnos a nosotros con ellas. “Es ridículo desearle el bien al vino” – dijo Aristóteles en su tiempo. En cambio, si amamos verdaderamente a una persona queremos beneficiarla a ella, antes que a nosotros a través de ella, es decir, queremos el bien para aquél a quien amamos. Por esta razón Aristóteles definió el amor como ‘querer el bien del otro’; dando cuenta así de lo que está encerrado en el sentir común. Si amamos verdaderamente a alguien, queremos el bien para esa persona; no obstante, sabemos, por común experiencia, que puede darse un falso amor o, para mejor expresarnos, un amor de inferior calidad ¿Cuál es ese amor? El amor interesado; aquél por el cual queremos a las personas como si fueran cosas, es decir, queremos su bien únicamente para nuestro provecho: porque nos son útiles o porque su compañía nos reporta algún placer. Pero todos sabemos, como por un interior instinto, que este amor no es el amor que merece una persona. Así, por ejemplo, una verdadera madre comprende que el amor verdadero es el amor desinteresado, y que amar desinteresadamente no sólo es un bien para quien recibe amor, sino aún más para quien lo otorga: las madres comprenden esto por la íntima experiencia de su amor. De ahí que cuiden, delicadamente, de enseñar a su hijo a amar con desinterés. No sólo una madre sabe que el amor verdadero es el amor desinteresado; cualquiera de nosotros lo sabe. Por eso, sentimos repugnancia hacia los amores que se muestran engañosos y falsos. Nos molesta todo amor en el cual el amante parece, más que amante, un ave de rapiña: dispuesto a satisfacer, en quien ama, todos sus deseos, pero incapaz de sacrificarse verdaderamente por la persona amada. En cambio, entendemos que un verdadero amor es capaz de los más grandes sacrificios por alcanzar el bien de la persona amada, es capaz de entregar hasta su vida por quien ama. El amor verdadero se nos representa siempre como un amor de entrega y de donación, nunca como una inclinación que lleve a buscar todo el bien para uno mismo. 1 Ésta será la respuesta común, a menos que nuestro interrogado no quiera contestar desde su sencilla captación de la realidad, sino desde alguna concepción filosófica de moda. 10
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