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Fuentes Literarias Cervantinas PDF

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FRANCISCO MÁRQUEZ VILLANUEVA FUENTES LITERARIAS CERVANTINAS BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA EDITORIAL GREDOS, S. A. MADRID FRANCISCO MARQUEZ VILLANUEVA FUENTES LITERARIAS CERVANTINAS 1 BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPANICA EDITORIAL GREDOS, S, A, MADRID BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA Dirigida por DAMASO ALONSO II. ESTUDIOS Y ENSAYOS, 199 © FRANCISCO MARQUEZ VILLANUEVA, 1973. EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 81, Madrid. España, Depósito Legal: Μ. 34109-1973. ISBN 84-249-0527-X. Rústica. ISBN 84-249-0528-8. Tela. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1973, —3800. A Javier Martínez de Azcoytia Laffón, amigo leal INTRODUCCIÓN: PARALELOS Y MERIDIANOS Acoge este libro diversos estudios que comparten un mis­ mo desvelo por la presencia en Cervantes de diversas tradi­ ciones literarias, de sus interacciones y de su mayor o me­ nor peso en la novelística de aquél. Trátase, pues, en con­ junto, de una investigación de fuentes literarias, es decir, de una relativa rareza para nuestro tiempo. Tal vez ello baste para espantar a algunos con recuerdos del método árido y desacreditado con que tantos eruditos de antaño se limita­ ron a catalogar grandes o pequeñas, reales o imaginarias contaminaciones, sin otra guía, al parecer, que dejar en buen lugar a Salomón y su nihil novum sub sole o a las viejas tras el fuego con aquello de En todas partes cuecen habas. Es de notar que el repudio de semejante metodología ha sido, sin embargo, una característica y notable omisión entre las ta­ reas de los viejos cervantistas. Optaron éstos de lleno por la otra gran alternativa positivista de las indagaciones ce­ rradamente documentales y biográficas, sin duda porque permitían salvar el mito opuesto y no menos ingenuo de la originalidad romántica del genio. Se pretendía explicar el arte del Quijote a través de pormenores biográficos de su autor y, sobre todo, por la existencia real y documentada de los famosos «modelos vivos», pues la inmensa galería de personajes cervantinos (empezando por don Quijote y segui­ 10 Fuentes literarias cervantinas da por Ginés de Pasamonte, Cardenio, don Diego de Miran­ da, etc.) andaba suelta por el mundo y sólo era necesaria alguna perspicacia y buena maña para trasponerlos a la obra inmortal. Aunque tal error es de los que se refutan por sí mismos, ha sido Amado Alonso1 quien mejor ha razonado la incongruencia que se daría entre un pobre loco de manía caballeresca y un don Quijote, la distinta naturaleza del he­ cho amorfo de la experiencia frente a la voluntad de estruc­ turación interna que presupone todo fenómeno literario. Aun así, y en medio de tanta exégesis «masorética» (como decía Unamuno), los estudios sobre Cervantes y su ámbito litera­ rio no se inician seriamente hasta la década de los años veinte con los trabajos de Menéndez Pidal (Un aspecto de la elaboración del Quijote, 1920) y Américo Castro (El pensa­ miento de Cervantes, 1925). Ambos esfuerzos suscitaron, aun entonces, no pocas reacciones dominadas por cierto aire de escándalo, y Menéndez Pidal había de defender su método con sabias aclaraciones que conservan todo su valor: El estudio de las fuentes literarias'de un autor, que es siem­ pre capital para comprender la cultura humana como un con­ junto de que el poeta forma parte, no ha de servir, cuando se trata de una obra superior, para ver lo que ésta copia y des­ contarlo de la originalidad; eso puede sólo hacerlo quien no comprende lo que verdaderamente constituye la invención artís­ tica. El examen de las fuentes ha de servir precisamente para lo contrario, para ver cómo el pensamiento del poeta se eleva por cima de sus fuentes, cómo se emancipa de ellas, las valo­ riza y las supera 2. La decisiva superioridad de las fuentes literarias con­ siste en que per se constituyen una materia ya organizada 1 «Cervantes», Materia y forma en poesía, 3.a edición, Gredos, Ma­ drid, 1969, págs. 154-158. 2 «Un aspecto de la elaboración del Quijote», en De Cervantes y Lope de Vega, 6.a edición, Austral, Madrid, 1964, págs. 26-27. Introducción: Paralelos y meridianos U en el mismo plano de la obra en que han de reflejarse. Tráta­ se, pues, de un paso natural y espontáneo, como el del que va de una habitación a otra dentro de su propia casa. Sobre todo, la fuente significa además un ámbito de fórmulas téc­ nicas ante el que, por necesidad, ha de adoptar su actitud la conciencia creadora del poeta. Es cierto que existe una realidad circundante, pero no puede verla éste sino literaria o poéticamente, es decir, regulada por una sensibilidad y unas categorías expresivas que en gran parte le vienen dadas en herencia, Y esto aunque sólo sea en el sentido (nunca absoluto en la práctica) de haberle servido para desarrollar las suyas propias en deliberada rebeldía y contraste. Toda obra individual se desprende, pues, de un patrimonio común, refleja de un modo u otro una coyuntura histórica de la li­ teratura y modifica, a la vez, el equilibrio de ésta, convir­ tiéndose en legado para otros poetas, según una especie de operación ad extra no menos interesante también para la crítica3. Como observa R. Lapesa4, «toda elección de fuentes es ya en sí un importante acto estilístico», y no debemos en­ tender este concepto en ningún sentido angosto ni restric­ tivo. Porque la opción que se presenta ante el poeta es ili­ mitada, y el acto creador de éste no constituye ningún ciego mecanismo, sino el supremo ejercicio de su libertad ante posibilidades infinitamente subdivididas, y esto no sólo de combinación, sino también de finalidad, énfasis y matiz. No 3 «Pour ramener à leur juste importance les problèmes de sources, on peut dire sans paradoxe qu’une oeuvre se comprend aussi bien à l'aide de celles dont elle est la source qu'en remontant aux livres dont l’auteur s’est nourri»; M. Bataillon, La Célestine selon Fernando de Rojas, Paris, 1961, págs. 9-10. 4 «Los Proverbios de Santillana. Contribución al estudio de sus fuentes», De la Edad Media a nuestros días, Gredos, Madrid, 1967, página 111. 12 Fuentes literarias cervantinas se pierda de vista que la obra no se escribe sola ni automá­ ticamente: cuando la pluma acaricia la página en blanco, fecundándola como el varón a la hembra (la imagen es, claro está, de Lope de Vega), lo hace guiada por una mano de carne y hueso, que lo mismo pudo escribir otra cosa. Esta verdad tan simple y tan a menudo olvidada representa, sin embargo, la otra cara o anverso de la difundida teoría de los topoi5, pues se hace preciso insistir en que el topos ca­ rece de vida propia en cuanto tal, entendiendo ahora por vida la noción de valor estético. El topos no equivale a su uso por el poeta en un momento determinado. Modifica su valor, si no su contenido, al hallarse combinado o no con otros topoi, al ser puesto al servicio de la sensibilidad e idea­ les del poeta, al servir de materia prima para un acto de voluntad creadora. El uso del topos es también, por último, una experiencia vital del escritor, con toda la complejidad que ello trae consigo. El interés del topos no se halla así en el contenido, sino en su aspecto funcional, que es diverso en cada caso y, por lo tanto, nada tópico. No existe la obra in­ tegralmente tópica, como no existe tampoco la integralmente original. Una obra tópica (como hay tantas) quiere decir una obra de escaso contenido poético, insuficientemente creada, y la crítica encuentra poco o nada que estudiar en ella. La línea ideal del topos, del género o estilo, de lo compartido o de lo heredado, es como un paralelo cuya utilidad consiste en guiarnos hasta el cruce exacto con el meridiano de lo inédito, de lo personal, de lo irreductible del poema. 5 Expuesta principalmente por E. R. Curtius en Literatura euro­ pea y Edad Media latina, Fondo de Cultura, México, 1955. Es preciso advertir que el deseo del autor es aquí demostrar la continuidad de la tradición grecolatina como espinazo de la cultura medieval, es decir, una tesis de naturaleza fundamentalmente histórica y no enca­ minada en modo alguno a esclarecer el carácter de la obra literaria. Introducción: Paralelos y meridianos 13 Vale como regla general que todo gran poeta recibe y da, a su vez, mucho. No sólo rebosa éste de la cultura literaria de su tiempo, sino que alcanza a cifrarla por entero, identi­ ficándose con ella, en algunos casos excelsos (Homero, Dan­ te, Goethe). ¿Y había de ser menos Cervantes? ¿Había de ser menos quien confiesa no reprimir su pasión de lector ni aim ante «los papeles rotos de las calles»? La existencia en Cer­ vantes de una gran cultura literaria debe representársenos, en primer lugar, como un postulado exigido por la misma grandeza de su obra. Pero dicha noción es, por otra parte, un hecho que la línea de encuesta señalada por El pensa­ miento de Cervantes viene acreditando en términos irrefuta­ bles (trabajos de Canavaggio, Riley, Avalle Arce, etc.). Gran innovador si los ha habido, hace su revolución, como obser­ va Francisco Ayala6, no en ruptura iconoclasta con la litera­ tura de su época, sino subsumiéndola y doblegándola a sus fines. No entender algo tan obvio fue el gran pecado y el despeñadero del viejo cervantismo, ai que halagaba mucho más la idea del genio como un ímpetu ciego y torrencial de la naturaleza. El prejuicio de la indigencia cultural de Cer­ vantes 7 caló tan hondo, como resultado, que aún es abriga­ do socapa por acá o acullá. Hasta un catálogo, a todas luces cauto, de libros conocidos por Cervantes, que compiló A. Co- tarelo8, se ha visto combatido con argumentos de escasa consistencia y mínima comprensión del problema 9. 6 «La revolución literaria cumplida por Cervantes procede a la inversa: pone a contribución las formas exhaustas, y las emplea como material de construcción para levantar un nuevo edificio, creando con él espacios espirituales cuya posibilidad nadie sospechaba, dimen­ siones poéticas que la geometría literaria anterior no había descu­ bierto»; «Nota sobre la novelística cervantina», Revista Hispánica Moderna, págs. 43-44. 7 Expuesto y rebatido por R. de Garciasol en el prólogo a Claves de España: Cervantes y el Quijote, Austral, Madrid, 1969. 8 Cervantes lector, Madrid, 1943. 9 A. González de Amezúa considera escandalosamente alta la lista

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