ebook img

filósofos y científicos ante el problema de dios PDF

494 Pages·2016·5.11 MB·Spanish
by  
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview filósofos y científicos ante el problema de dios

FILÓSOFOS Y CIENTÍFICOS ANTE EL PROBLEMA DE DIOS 1 PRÓLOGO La búsqueda de un principio que pudiese explicar el soporte de cuanto exis- te en el mundo, ha sido una constante desde los albores de la humanidad. Senti- miento e inteligencia humana fueron a una para poder dilucidar lo que se presen- taba como un profundo enigma, ¿quién o qué hay detrás de los incidentes ocurri- dos? Ya desde la prehistoria existen pruebas para sospechar sobre un primitivo impacto, aun cuando todavía estuviera ausente la deducción propiamente racional. Es de creer que, de un modo u otro, al hombre le inquietase la procedencia de los terremotos, de los rayos, de la lluvia o si existía una fuerza que tornara la luz en ti- nieblas o que hiciese pasar de la vida a la muerte. Con el tiempo, dichas incógnitas se fueron especificando mediante una mi- tología que testimoniaban las creencias de un espíritu espontáneo y popular. Las fuerzas naturales fueron personificadas y divinizadas, lo que contribuyó a dar el primer paso para que se hablase de competencias, de relaciones, de idoneidades del hombre y la Divinidad. Pero, en dicha concepción todavía no se daban razones, no se aportaban pruebas, sencillamente se afirmaban y se sacralizaban experiencias de la vida en aras de una supuesta idealización. El cambio se va a producir con el pensamiento filosófico al pasar de la le- yenda a la “razón”. Pues, aun cuando la cultura mítica sintió inquietud por subli- mar lo que veían: naturaleza, movimientos, acciones humanas e incluso la misma muerte como final de la vida, ahora los filósofos indagan qué es esa naturaleza, quién provoca el movimiento y qué sentido tienen las acciones humanas, es decir, cuál es su origen y su razón de ser. Se pasa del mito al “logos”, de la ficción a lo es- trictamente racional. Se preguntaban sobre todo por el tema de la composición de los cuerpos y el espíritu que los animaba. En el fondo, no otra cosa que la búsque- da del Ser de las cosas y la fuerza que las movía. Este fue el camino para que se 2 plantease el sí o el no de lo trascendente, de lo finito en oposición a lo infinito, del problema de Dios. Dadas las numerosas respuestas, nuestro propósito ha sido lograr ofrecer en estas páginas una somera visión de los más representativos filósofos y científicos cuando éstos han tratado el tema de Dios. Todo ello para que, a la hora de presen- tar sus conclusiones, pueda cada lector formular o complementar el propio punto de vista. Lo secunda, por nuestra parte, el esbozo que hemos intentado exponer al final de este tratado. Decir también que el estudio se enmarca fundamentalmente dentro de la filosofía occidental, lo que no quiere decir que se prescinda de las orientaciones y sabiduría de los maestros orientales. Previo al pensamiento de cada autor, hacemos también una sucinta biogra- fía con la intención de situarles en su contexto personal, social y de escuela, sin pre- tender por ello dar una visión exhaustiva de toda su orientación intelectual; nos detenemos principalmente, como ya se dijo, en lo tocante al problema de Dios y los principios que les indujeron a reflexionar sobre el tema. El estudio se nutre lógicamente del dato histórico y de los juicios que indu- jeron a cada uno en las diferentes soluciones; de ahí que sean los textos de cada au- tor los que, en principio, nos servirán como principal garantía que avale su direc- ción y perspectiva. Al mismo tiempo, por iniciarse y continuar el trabajo de forma cronológica, se hace imprescindible, según los casos, cotejar las reflexiones con las doctrinas precedentes, así como una somera crítica o valoración de su aporte a la historia del pensamiento. Debido a la misma problemática, reconocemos que los dictámenes conllevan en muchos casos su dificultad y serio compromiso, pues, no sólo es la ciencia moderna la que apremia a reabrir nuevos planteamientos, sino que es la misma evolución de la vida la que los demanda como principio. De hecho, el hombre progresa preguntando; aunque si pregunta, no es por- que desconozca totalmente la realidad, como tampoco por su total desconocimien- to o ignorancia, sino porque desea reavivar y acrecentar sus posibilidades. Al fin y al cabo, este es el porqué de su incesante indagación y, a la larga, de su continuo progreso. En su búsqueda y examen puede que al lector le surjan nuevas ideas. Como principio, todo ello es justo y razonable, más aún, es de agradecer que al- guien pueda abrir espacios para que entre luz y aire más puro en esa búsqueda de fundamento para el siempre sugestivo y a la vez inquietante problema humano de la existencia de Dios. 3 DE LA REALIDAD AL MISTERIO Ante el plural y complejo mundo de los seres y las cosas, es razonable que el hombre se pregunte por su origen y desarrollo. Gracias precisamente a esa inquie- tud de búsqueda y al interés por interpretar las realidades del entorno, es por lo que la humanidad puede hablar de evolución y de progreso. Lo que en un princi- pio podía resultar confuso o enigmático, con el tiempo, pudo muy bien quedar desvelado por el esfuerzo de investigación y de estudio. En ese afán, tampoco po- drían ser marginadas las aspiraciones más radicales del espíritu humano; entre ellas, la que se pregunta por el último fundamento de la realidad en la que todos nos encontramos y vivimos. Pero, si esta cuestión estuvo siempre en el tapete de la historia del pensa- miento, hoy, en virtud del enorme desarrollo de las ciencias experimentales, diría- mos que su importancia ha cobrado dimensiones insospechadas. De hecho, ante el gran abanico de posibilidades que ofrece la actual investigación, lo que la persona hace no es sino desentrañar los mecanismos ocultos que gobiernan el mundo en el que nos encontramos. Desde las enormes galaxias, a los minúsculos átomos, elec- trones y quarks, hay una aspiración común: poder descubrir esa huidiza realidad que se esconde tras los acontecimientos. Como consecuencia, es normal que el ser humano, desde su física, su biolo- gía o el sistema filosófico escogido, se pregunte si hay algo tras las ruedas de esa ingente máquina que llamamos universo, si hay o no un designio en la prodigiosa articulación de leyes y principios por las que nos regimos y hacemos predicciones de futuro; en última instancia, que termine interrogándose por el fundamento de tantos fenómenos como le instan a dar una respuesta adecuada. Cierto que habrá situaciones de difícil solución, pero el hecho de afrontarlas será siempre un primer paso positivo, incluso cuando el reto tenga como punto de mira lo insólito o lo me- tafísico, como lo es sin duda el siempre sugestivo problema de la existencia o no 4 existencia de Dios. Tanto es así que el enigma del puesto del hombre en el mundo tan sólo podría resolverse en la medida que se pueda afrontar y dar sentido al pro- blema de lo Absoluto. Ahora bien, un reto como éste no es sólo, como en ocasiones se ha dicho, un compromiso reservado a la propia inteligencia, sino que entra en juego la totalidad de la persona; autores, como Blondel, Mounier, Marcel, Marechal, Von Balthasar, entre otros, han declarado sin ambages que el tema de Dios no es algo a resolver fría e impasiblemente como si se tratase de una fórmula química o matemática; es algo más que eso, pues en la propuesta queda comprometida toda la carga exis- tencial del ser humano, con sus sentimientos, su moral y sus más radicales aspira- ciones. Cierto que un análisis superficial inclina a creer que es solamente la razón la que únicamente nos puede conducir a la verdad; sin embargo son todas las pul- saciones del ser humano las que convergen en ese afán de búsqueda. Secundando esas pesquisas en pos de lo desconocido, la historia de la hu- manidad fue elaborando unas nociones cuyo alcance sólo el contexto y la propia situación podrían desvelar. Mirando al origen, vemos que la palabra castellana, “Dios”, al igual que en otras lenguas romances, procede directamente del latín “deus”, muy similar al concepto griego ó ( Dios) forma genitiva de Zeus. Inclu- so para no pocos filólogos la palabra latina “deus” derivaría de έ Zeus), aun- que posiblemente sea una simple variación fonética de θεό (deidad, dios). También en las lenguas indoeuropeas hay una serie de designaciones rela- tivas al nombre de Dios que se interpretan como derivadas de una única forma original protoindoeuropea, Dyeus, cuyo alcance bien pudo provenir de un dios dominante del panteón protoindoeuropeo y que de igual modo encontramos en una fórmula originaria del sánscrito antiguo, como es el término deiw-os, asociado a p´ter, con referencia, en la mayoría de los casos, al “padre de los dioses”. En el sánscrito tardío evolucionó al Dyaus pitar, en tanto que en las lenguas germánicas, la raíz para designar a la Deidad es “Got”, de donde provienen los términos God (en Inglés) y Gott (en Alemán). Distinto es el caso del pueblo hebreo, donde el tetragrámaton, YHWH, no guarda relación con las mencionadas formas indoeuropeas. La primera alusión que encontramos en referencia a este nombre se halla en el libro del Génesis, probable- mente significando “el Señor”, aunque, debido a que los judíos consideraban una blasfemia pronunciarlo, es difícil sintetizar todo su alcance. Con frecuencia el nombre de Yhwh se reconstruye en castellano como Yahveh o Yahvé, en ocasiones también como Jehová. Los judíos ortodoxos nunca pronuncian la palabra, en tanto que los no ortodoxos no tienen dificultad en hacerlo, aunque sólo con fines didácti- cos. En las plegarias usan el término Adonai. 5 Otros términos, como “El” (Dios), guarda afinidad con el acadio Ilu, que en la literatura cananea significaba el “Dios Supremo”, en tanto que “Olam”, del he- breo Lm, era el “Dios eterno”, así como “Shalom”, de raíz igualmente hebrea y vinculada con le-shalem alechim, en sus distintas acepciones tiene el alcance de ser el “Dios de la paz”. A estas designaciones podríamos sumar los innumerables calificativos que nos depara la multisecular historia de las religiones en referencia a lo que conside- raban y consideran su origen, su aval y su recompensa. Pues, independientemente de la génesis de cada una de las manifestaciones, sólo cabría hablar de dios o de dioses cuando la soberanía se concibe al modo de seres dotados de personalidad y voluntad propia. Así, en contraste con los “espíritus”, que también eran poderes, la trascendencia de Dios viene expresada con un alcance individual y determinado. El “numen” se convierte en “nomen”. Al Dios se le confiere un título concreto y pri- vativo. Cierto que en determinados casos a un mismo dios se le dan variadas acepciones, pero todo ello es como expresión de sus poderes y múltiples activida- des. Claro que, no siempre esto es así, hay celebraciones religiosas donde el signo de trascendencia no existe o no viene expresado con nombre alguno, sus ritos de culto se definen más bien en formas negativas: lo Absoluto sería lo indescriptible, lo irreconocible, lo inmutable, sin calificativos ni nombres concretos que expresa- ran el alcance del consiguiente predicado. Acaso sea el budismo el que mejor ha expuesto esta concepción de lo Incon- dicional. Lo secunda, por ejemplo, el budista japonés Masao Abe, quien vislumbra a Dios, no sólo superando el concepto de lo personal e impersonal, sino también por encima de la esencia y la existencia, incluso más allá del ser y del no ser. Con- sidera que las proposiciones negativas sobre Dios son verdaderas, en tanto que las positivas son para él insuficientes. Como especulación filosófica, la idea es ciertamente sugestiva, si bien, por no adecuarse en este momento al examen que venimos tratando, lo emplazaremos para cuando la temática sea más acorde con el contexto y el desarrollo del proble- ma; tan sólo adelantar que, aun cuando Dios trascienda cualquier posible atribu- ción positiva, sería inadecuado desvincularle de toda relación con el mundo y de toda acción humana. Consideramos que podemos hablar de su Realidad desde la diferencia y el contraste, desde la cercanía y la distancia, desde la univocidad y la analogía. Pues, aun cuando sean diferentes los parámetros de lo finito y lo Infinito, de lo relativo y lo Absoluto, en la comparación siempre hay algo de igualdad y de- sigualdad, de cercanía y de distancia por más que el espacio y la proporción nos transcienda y nos proyecte hacia el “el misterio”. En atención precisamente a esa capacidad humana que intenta buscar y desvelar lo que no tiene, es por lo que nos hemos sentido en la obligación de se- 6 cundar lo que consideramos preguntas radicales: ¿Quiénes somos y a dónde va- mos? Como demanda, reconocemos que el mundo no agota las inquietudes que el hombre tiene de conocer, de sentir y de amar. Aspira a lo persistente y seguro, a lo que no puede conseguir con los actos concretos. Pues, aun cuando nuestros órga- nos sensoriales opten y seleccionen los objetos sensibles, existe dentro de todos una disponibilidad ilimitada de sentir que no logramos del todo alcanzar; tampoco el amor - por más que encuentre el complemento de un tú añorado -, logrará la eter- nidad que anhela. Y todo ello porque somos proyección hacia un más, hacia la sor- presa que está por encima de toda previsión; porque el hombre no tiene el centro en sí mismo, sino en una trascendencia, en un misterio, en lo Incondicional y Per- sistente. 7 LA MITOLOGÍA En el umbral de la filosofía griega encontramos algo todavía no filosófico: la mitología. Es el mito un relato de algo imaginario que el pueblo y los escritores su- girieron a la hora de enfrentarse con las grandes cuestiones del mundo y de la vi- da. Se recibe de la tradición de forma irreflexiva, pero casi siempre con alguna in- tención muy determinada; por eso los mitos son en todo punto reveladores de una sociedad. Poco se podría entender de los pueblos antiguos si se prescindiera de su mitología. Ya Aristóteles lo quiso hacer notar al decir que el filósofo puede ser amigo del mito, en cuanto que en filosofía y en mitología existe cierta comunidad de contenidos: se habla de dioses, de héroes y de hombres. Respecto a la temática, la mitología puede referirse tanto a fenómenos naturales, en cuyo caso se les suele presentar en forma alegórica, por ejemplo, los “mitos so- lares”, como también personificando acontecimientos o cosas más tangibles y delimitadas. En todo caso, cuando al mito se le toma alegóricamente, la descripción tiene dos modalidades: lo ficticio y lo real. Es ficticio cuando lo que se dice no ha ocurrido nunca. Es real si la narración afecta de alguna forma a la existencia de los hechos. Pla- tón los consideraba como un modo de expresar ciertas Fg. 1. Busto de Homero. verdades que escapan al razonamiento. Se explicaría así Museo Capitolino.Roma. que los emplease para exponer, no solamente su teoría de “las ideas” con el “mito de la caverna”, sino también la teoría del alma, del Bien y de Dios. En gran medida, haciendo caso omiso de las condiciones materiales y de los límites de espacio y de tiempo, la mitología es reveladora de los afanes y senti- mientos de toda una sociedad. Representando por ejemplo a sus dioses no hizo otra cosa que personificar lo sagrado en formas simbólicas que pudiesen resolver lo conflictivo para las fuerzas y el alcance puramente humano. Lo que para la per- sona era inverosímil e inalcanzable, lo podía remediar el dinamismo de un poder mayor. Ahora bien, de tener presente a los creadores del mito, nadie ocupa puestos tan relevantes como Homero y Hesíodo. Figs. 1 y 2. En ellos se encuentran ya las doctrinas sobre el origen y la formación de los mismos dioses (teogonías), así como las del mundo y todas sus realidades (cosmogonías). Según la concepción homéri- 8 ca, por ejemplo, habría que buscar la causa de todo el devenir histórico en las divi- nidades marinas, Océano y Tetis, en tanto que en Hesíodo son el caos, el éter y el eros los que se constituyen en los verdaderos embrionarios de todas las cosas. Pero no es sólo eso, sino que a esta problemática se suman también otras cuestiones que afectan igualmente al constitutivo más radical del ser humano, como es el destino, el azar, la necesidad, el libre albedrío, el origen del mal y el premio o castigo tras el siempre temeroso misterio de la muerte. Hoy día, sin embargo, el análisis lingüístico ha encon- trado diferentes formas de valorar y estructurar la mitología. Ernst Cassirer, por ejemplo, cree que hay un principio de for- mación de los mitos que hace que éstos sean algo más que un conjunto accidental de imaginaciones y fabulaciones. Para él, el origen obedece a una especie de necesidad inherente a la cultura. Son verdaderos supuestos culturales de la idiosincra- sia de un pueblo; en tanto que para el estructuralista Lévi- Straus, el mito cambia en el curso de la historia, incluso puede desintegrarse o convertirse en otro mito. Según él, se trata de un sistema de oposiciones, de tal modo que, aun sin ser puras estructuras lógicas, su constitución, desarrollo y transforma- Fig. 2. Busto de ción están sometidos a reglas operacionales que pueden ex- Hesíodo. presarse lógicamente. Para Lévi-Straus los mitos son estructu- ras “innatas” de la mente, es decir, aptitudes personales con sus propios cánones y reglas. En cualquier caso, aunque las circunstancias cambien y modifiquen los epi- sodios de la aventura, los actores suelen ser siempre los mismos: dioses, demonios y héroes, aunque eso sí, con las señas de identidad que caracteriza a las diferencias. Por eso la mitología pertenece a todos los países y ningún pueblo ha prescindido de esta especie de superestructura que, además de afianzar los orígenes, les da siempre estabilidad y consistencia. LOS PRESOCRÁTICOS El pensamiento filosófico tiene su origen en Grecia. Pero no surgió sin pre- cedentes, sino que la cultura oriental y su propia mitología condicionaron la apari- ción y su desarrollo. Sintomático es también que se fuese advirtiendo una progre- siva ausencia de la expresión mítica y del carácter religioso que progresivamente se iría acentuando con el orfismo y una serie de sabios sentenciosos y proverbiales. De hecho, al hacerse más sensible ese desasimiento y tomar fuerza las indagaciones matemáticas y astronómicas, quedaron las puertas abiertas para que pudiera surgir la filosofía. Así, con la materia ya lograda, tan sólo era necesario conseguir su for- 9 ma, la cual se produce al entrar en escena Tales de Mileto. La filosofía surge como reflexión racional sobre la naturaleza del universo y el principio que activaba todo lo viviente. TALES DE MILETO (¿624-546? a. C.) La antigüedad conceptúa a Tales entre los siete sa- bios de Grecia. Según Diógenes Laercio, fue el primero que encabezaba ese apelativo. También Aristóteles lo llama el “padre de la filosofía”1. Sin embargo, aunque comúnmente se cree que nació en Mileto, otros, como Herodoto, especifi- can que fue de origen fenicio. No nos ha dejado escrito al- guno, lo conocemos gracias a otros cronistas. Fig. 3. Como experto del saber, nos dicen que se distinguió como matemático y astrónomo. Señalan también que viajó a Egipto donde estudió Geometría, llegando a medir la al- Fig. 3. Busto de Tales tura de las Pirámides mediante su sombra, así como las de Mileto. crecidas del Nilo por los vientos hetesios2. Curiosa es tam- bién la anécdota que nos narra Aristóteles comentando a Tales, el cual habiendo deducido mediante la observación de las estrellas una muy probable cosecha de aceitunas, alquiló todas las prensas de Mileto, proporcionándole, no sólo el enri- quecimiento, sino poder demostrar que “la Filosofía no era una cosa inútil”3. Pero, lo que verdaderamente da mayor sentido al mérito histórico de Tales es el haberse preguntado por el principio originario de todos los seres; un funda- mento y soporte que él creyó ver en el agua. ¿Por qué precisamente en el agua? No se sabe a ciencia cierta - recordemos que ni Aristóteles pudo averiguarlo con certe- za -. Se cree, no obstante, que la observación de este elemento, de cuya propiedad todas las cosas son alteraciones (en condensación o dilatación), le llevó a dicho principio originario. Tal vez el reconocimiento del semen como algo líquido le lle- vase a considerar al agua como la fuente y el principio de todas las cosas. ANIMISMO DE LA MATERIA De atenernos a las sentencias atribuidas a Tales, se deja entrever un profun- do animismo en todo elemento material. Tanto es así que Aristóteles y Diógenes 1 Aristóteles: Met. A, 3; 983b 20. 2 Diels: IIA16.21 (Conocida la personalidad de Diels por su edición de los presocráticos, le tomaremos por referencia en este estudio. Su obra clásica se titula: Die Fragmente der Vorsokratiker. Trad. esp. por J. D. García Bacca: Fragmentos filosóficos de los presocráticos. 3 Aristóteles: Política I 4, 1259ª; Cicerón, De divin. I 49,III. 10

Description:
char sus voces y contemplar las sombras (φλυαρíα) que se proyectan sobre el fondo de percibir los objetos cuyas sombras había visto antes. allá. Esto es lo que suplico: ¡que sea así!”50. La transmigración de las almas la toma de los pitagóricos y estaba muy difundida en Oriente. El
See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.