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Filosofia Del Valor PDF

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FILOSOFÍA DEL VALOR por RAYMOND RUYER FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO Primera edición en inglés, 1952 Primera edición en español, 1969 Primera reimpresión, 1974 Traducción de: Agustín Ezcurdja Hijar Título origina] Philosophie de la Valeur © 1952 Librairie Armand Colin 103, Boulevard Saint-Michel, París. D.R. © 1969 Fondo de Cultura Económica Av. de la Universidad 975. México 12, D. F. Impreso en México Desde los años finales del siglo xvm la noción de valor ha emergido progresivamente en la filosofía moderna. Ahora aparece como una filosofía de importancia pri­ mordial. Por otra parte los filósofos antiguos y moder­ nos la utilizan desde hace mucho tiempo, pero bajo los nombres de Bien, de Soberano Bien, de Perfección. La filosofía de Kant es, en el fondo, claramente una filosofía del valor. Sus tres “Críticas” podrían intitu- bise: de lo Verdadero, de lo Bueno, de lo Bello. Pero esta filosofía está todavía implícita. La noción de Ra­ zón, herencia filosófica de los siglos precedentes, com­ plica y embrolla la exposición. Lo Valioso parece ser siempre lo Racional. El movimiento romántico fue probablemente el factor decisivo para el éxito de la idea de valor. Los Románticos, precedidos en esto por toda la serie de moralistas ingleses del siglo xvm, en­ señaron a los filósofos a poner en relación valor y sentimiento. En cuanto a la palabra en sí misma —o su equiva­ lente alemán, Weit— parece que fue puesta de moda, en su sentido filosófico, por Lotze, por el teólogo Ritschl y sobre todo por los economistas austríacos Menger, Von Wieser y Von Bohm-Baverk. No fue un azar que Meinong y Von Ehrenfels, cuyos libros sobre el valor hicieron época, fueran austríacos o hubieran enseñado en Austria. El éxito de la filosofía de Nietz- sche extendió el empleo de la palabra entre el público cultivado. Hacia 1900 en Alemania y hacia 1910 en In­ glaterra y en América, las teorías sobre el valor se encuentran en primer plano. En Francia, no obstante algunas obras interesantes, el éxito no fue el mismo, sino hasta estos últimos años. El empleo universal y un tanto maniático que hoy se hace de la palabra valioso es significativo. Aun aquellos que pretenden hacer caer la escala de los valores no cesan de em­ plear la palabra. Acaso porque la teoría de los valores, o axioiogía, no es la obra de un gran filósofo sino la de una mul­ titud de mentes distinguidas trabajando en orden disperso, sorprende la incoherencia de las obras que tratan en principio el sujeto del valor. Al abrir un libro sobre el valor no se sabe si será: 1) un trata­ do de teología (Lossky); 2) un tratado de psicología sobre las tendencias y los intereses (R. B. Perry); .3) un tratado de sociología (Bouglé); 4) un tratado de economía política (Fr. Perroux); 5) un tratado de ló­ gica (Lalande); 6) un tratado de moral (Scheler); 7) un tratado de filosofía general (R. Polin), u 8) un tratado de física general (Kohler). Los diccionarios etimológicos no pueden ser de gran auxilio para fijar el sentido de la palabra y la exten­ sión de nuestro sujeto. El verbo latino vale o, primi­ tivamente significaba: “soy fuerte”, “tengo buena sa­ lud”. Implica por consiguiente la idea general de ser efectivo, eficiente o adecuado. En francés, de la misma manera que las palabras correspondientes en inglés o en alemán, la palabra vaíeur, conservando desde luego también algo de su sentido latino (en inglés la palabra worth está ya especializada)/está fuertemente impreg­ nada del sentido que tiene en economía política. Un objeto tiene valor cuando se está dispuesto a pagar por él, ya sea en moneda o en otra forma. Como la idea de peso entraña la idea de balanza, el valor de un objeto nos parece fijado por su equivalencia con el valor de otro objeto, y como valor de cambio. Los hombres, que pesan todo en una balanza invisible, juzgan instintivamente el peso, la importancia relativa de los seres y de las cosas, según aquello que estarían dispuestos a sacrificar del otro lado de la balanza. Como si los seres y las cosas poseyeran, además de su exis­ tencia pura, y de cierta manera óptica, una cualidad dinámica, mensurable por el esfuerzo necesario para obtenerlas. La extrema generalidad de la noción de valor pre­ destina, de todas maneras, este sujeto a la filosofía general. Los puntos de vista especiales que citamos no pueden adoptarse sino sobre el fondo de una filosofía general del valor. Una filosofía del valor es precisamente la que vamos a intentar esbozar aquí. Dividiremos esta obra en dos partes. En la primera haremos una des- cripción tan imparcial y amplia como sea posible de los diversos caracteres del valor y de los valores. En la se­ gunda expondremos, al clasificarlas sistemáticamente, las diversas teorías del valor. DESCRIPCIÓN DEL VALOR I. EL VALOR COMO ESENCIA Y COMO FORMA Abramos un diccionario y tomemos de él todos los adjetivos calificativos: abandonado, aberrante, ablativo, abyecto, charlatán, despreciable, etc. Muchos de estos adjetivos se dan por parejas de opuestos: grande-pe­ queño, luminoso-oscuro, valiente-cobarde, glorioso-afren- toso, etc. Los otros no tienen polaridad de este género: ablativo, azul, etc., o por lo menos no se les puede oponer sino su propia negación: no ablativo, no azul, la cual no designa cualidad determinada alguna. Eli­ minemos estos últimos. De los adjetivos con polaridad aún se pueden hacer dos grupos. Eliminemos las pa­ rejas ante las que teniendo que escoger entre A y A', podríamos permanecer indiferentes; y conservemos aqué­ llas ante las cuales sentimos generalmente, no sólo una preferencia, sino que además decimos: “Vale más ser A que A’ ”; “vale más ser valiente que miedoso, po­ deroso que débil, hábil que torpe". Tenemos aquí, en principio, el dominio entero del valor y de todos los valores. En este caso es tan sólo una delimitación provisio­ nal y no una verdadera definición, pues debimos em­ plear la expresión “vale más..." Al limitamos a hablar de deseo o preferencia la definición no hubiera sido tautológica, sino falsa. En efecto, se pueden preferir los pequeños apartamientos a los grandes, la cerveza clara a la oscura, sin que estas preferencias entrañen juicio o sentimiento de valor. Es posible preferir mo­ mentánea o permanentemente una novela policiaca a una obra maestra clásica. Es posible buscar sistemática­ mente las proyecciones cinematográficas estúpidas sin dejar de reconocer un valor mayor en lo que no se ape­ tece. Las definiciones no tautológicas del valor son teo­ rías del valor más que descripciones fieles. El carácter específico del valor es el primer punto que hay que comprobar. Por otra parte, nuestro principio de elección de ad­ jetivos axiológicos nada tiene de riguroso. ¿Hasta qué punto las parejas como sacro-profano, revolucionario- conservador, despojado-adornado, severo-indulgente, op­ timista-pesimista, etc., tienen o no un carácter axiológi­ co? Depende del punto de vista. La polaridad de las parejas axiológicas puede quedar anulada d invertirse eji ciertas ciíomstancias: hay ocasiones en que vale más ser débil que poderoso. A veces no conviene ser demasiado hábil. Inversamente, las cualidades neutras pueden lograr un valar de circunstancia. La anchura de un río adquiere valor como obstáculo militar posi­ tivo o negativo, según se quiera defender el río con­ tra un asaltante o atravesarlo. Las cualidades neutras pueden obtener un valor convencional • si los “azules” ganan, vale más ser azul o haber apostado a los “azules”. Además es fácil notar que los valores de circuns­ tancias o los valores convencionales son reflejo de va­ lores más fundamentales. Vale más ser vencedor que vencido, ganador que perdedor, y si a veces los errores son afortunados o una derrota bienhadada, es por rela­ ción a una victoria ulterior o a un orden mejor. Los valores derivados o convencionales suponen valores fun­ damentales o, como se dice, absolutos. Para volver a nuestra comparación, cuando se añade un objeto pe­ sado a otro sin peso apreciable, este último parece pesar. Pueden existir conjugaciones de valores como conjugaciones de pesos pero, a la postre lo que cuenta es el centro de gravedad del sistema. El inmenso do­ minio de lo útil concierne a valores derivados, relati­ vos, instrumentales. Un objeto nunca es útil sino para ciertos seres en determinadas circunstancias. En nuestro mundo, que es un cosmos y no solamente una natu­ raleza, se establecen entre los seres relaciones y nexos cambiantes que no cesan de modificar su valor ins­ trumental. VALOR Y EXISTENCIA ORGANICA La distinción entre valor y existencia es fácil de esta­ blecer cuando se trata de un existente físico o cósmico desprovisto de individualidad y que parece tener sólo valores de circunstancia proyectados sobre él por los seres vivos como un reflejo. El río, por ejemplo, pre­ senta toda clase de valores de circunstancia positivos o negativos, para el estratego, para el ingeniero que quiere construir un dique o un puente, para los habi­ tantes de la ribera que riegan su hortaliza o temen las inundaciones, para los comerciantes, para los pes­ cadores, etc.: pero el río es, en sí mismo, un curso de agua con caracteres definidos y neutros, descripti- bles por la geografía física, mensurables y cifrables muchos de ellos. La distinción es más difícil de establecer cuando se trata de un existente dotado de verdadera individua­ lidad y vida, como un animal o un hombre. A éstos pueden agregárseles, incidentalmente, valores de circuns­ tancia o valores ocasionales, como al río. A pesar del conocido precepto, es muy frecuente tratar a los hom­ bres como a medios más que como a fines: casi toda la vida social, económica, técnica, política, militar, se asienta en este hecho. Un soldado, como por la pluma de Anatole France dice el general Cartier de Chalmot, es “el utensilio táctico elemental". Pero bajo estos valores-reflejos no es sólo una existencia bruta y neu­ tra lo que se encuentra, análoga a la del río, sino tam­ bién un “valor-existencia” propio. Los dos términos son indisociables cuando se trata de un vegetal o de un animal. Si cuando se trata de un hombre, los dos términos se disocian es para dejar como último núcleo, no una existencia bruta, sino por el contrario, un valor que eventualmente sobrevive a la existencia. Los gran­ des hombres del pasado, los seres queridos muertos, perdieron su existencia sin perder su valor. Este valor, es verdad, parece depender de la vida actual de los sobrevivientes y de la “inmortalidad subjetiva” conce­ dida por éstos a los desaparecidos. Parece, pues, que el valor está ligado directamente a la existencia orgánica, y que los valores de circuns­ tancia no son sino el reflejo de los valores relacionados con la vida. Un mundo mineral, un planeta anterior a la vida, no parece tener valor sino por anticipación, como habitat de futuros seres vivientes. Sin embargo, esta conclusión choca con objeciones de facto. El mundo físico, el sistema solar, los siste­ mas siderales, las montañas y los ríos de un planeta sin vida nos parecen tener, en sí mismos cuando me­ nos, un valor: la belleza. Hay una belleza puramente mineral. Cierto es que con frecuencia se ha sostenido que sin testigos vivientes y conscientes, esta belleza se desvanece. Pero ésta es sólo una teoría. Atengámo­ nos a la descripción: A la montaña o al río su belleza les es, en todo caso, más inherente que su carácter de obstáculo o vía comercial. La belleza de una gruta submarina, vista por vez primera por un buzo, parece descubierta y no creada por la mirada humana. La pretensión de lo contrario conduce a sostener, igual­ mente, que la belleza de un animal salvaje inconscien­ te, y al cual nadie mira, es ficticia. De cualquier manera entonces, el valor no estará aunado a la vida or­ gánica sino solamente a la conciencia capaz de percep­ ción. El sentimiento espontáneo, sin embargo, es que una flor es bella en sí misma, aun si “esparcec on EL VALOR COMO ESENCIA 15 pena su perfume dulce como un secreto en la soledad profunda”. VALOR Y ESENCIA Sea que para su realización los valores estén o no li­ gados a los seres vivos, no existen al modo de los seres actuales cuyo origen y fin se puede datar. Están más bien fuera del tiempo, como las esencias (como h circularidad, la dualidad, la igualdad, la despropor­ ción) que se realizan en lo temporal cuando sus con­ diciones de aparición quedan satisfechas. Independien­ temente de cualquier teoría filosófica hay que hacer una distinción evidente entre la descripción de exis­ tente actual y la descripción de esencia. Un geógrafo describe una isla determinada explicando su formación por causas geológicas. Pero se puede también describir la insularidad en general, o estudiar en general las propiedades del círculo. Una descripción del valor será, evidentemente, de este segundo modo; se puede des­ cribir lo cómico, lo gracioso, lo abyecto, lo valiente en general, en la forma que el geómetra estudia las propiedades del círculo. La esencia de lo cómico, como la esencia del círculo, se realiza en seres o situaciones concretas; pero subsista o no fuera de estas situacio­ nes concretas, se la puede describir como si fuera inde­ pendiente de ellas. Subsiste al menos como una cierta naturaleza posible. No se explica por causas histórico- geográficas como la isla de Java. Hay en todo valor, como en toda esencia,1 un todo o nada que no puede nacer poco a poco, sino que ha de presentarse de golpe. Se puede hacer una casuís­ tica de las esencias como de los valores (por ejemplo, 1 Como apunta É. Bréhier, Transformaron de Ja philosophie franeaisc, p. 128.

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