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Filosofia De Las Bellas Artes PDF

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1 luz garcía alonso JUS 2 Derechos reservados © por la doctora María de la Luz García Alonso, con domicilio en Tula Núm. 66, colonia Condesa, México 11, D. F. PRIMERA EDICIÓN Julio de 1975.—1,000 ejemplares. EDITORIAL JUS, S. A. Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial. Registro Núm. 56. Plaza de Abasolo 14, colonia Guerrero, México 3, D. F. Esta edición y sus características son propiedad de la Editorial Jus, S. A. Queda hecho el depósito de Ley. 3 ÍNDICE Pág. PRESENTACIÓN ....................................................... PRÓLOGO ...................................................... . . . I. Las exigencias de una filosofía de las bellas artes II. El arte ......................................................... III. La belleza . ............................................... IV. Las bellas artes. Constitutivo interno .......... V. Las bellas artes. Origen y fin………… VI. El calopoeta . . . . . . . . . . . . . . . VII. Artes menores y artesanías ................... ANEXOS: Sobre la educación estética ......................... Sobre la autoridad de los documentos y las fuentes para la estética Algunos testimonios de los calopoetas contemporáneos 4 PRESENTACIÓN Las discusiones acerca del valor o disvalor de las obras de arte suelen ser apasionadísimas pero interminables, rarísima vez llegan a conclusión satisfactoria; verbigracia, difícilmente se llega a un acuerdo sobre si la pintura abstracta es sublime o anda por los suelos. Ocurre así por no haber partido de principios metafísicos que harían oficio parecido al de los axiomas en la Matemática, para derivar de esos postulados los juicios estéticos, que así se habrían construido sobre cimientos firmes. Este magnífico libro satisface tal necesidad de primeros principios. Expone las bases metafísicas del arte: de las bellas artes tanto como de las artes útiles. La profundidad de estas investigaciones hará que sea el libro verdaderamente indis- pensable a todos los estudiantes de Filosofía, pero también a los maestros de la materia y a los amantes del arte. Por lo general, los célebres filósofos que han dejado su contribución de doctrinas estéticas, no han sido artistas: jamás esculpieron, o poetizaron, o compusieron una sinfonía. Reflexionaban sobre el arte, mas no lo crearon. En cambio la doctora García Alonso ha reunido en su persona ambas virtudes: es artista y filósofa. Ha escrito bellísimos poemas y sus pinturas merecieron ser expuestas aun en el extranjero. Por otra parte, da el mentís a aquello de que la mujer es incapaz de pensar por su cuenta en el ámbito filosófico. El que la autora posea creatividad y reflexión, dobla el valor de este libro, que hoy se ofrece a quienes tengan inquietudes intelectuales y amor a la belleza. EMMA GODOY 5 PROLOGO El capítulo central de esta obra fue leído en Bulgaria durante el XV Congreso Mundial de Filosofía; de alguna manera el resto del libro conecta con él a modo de antecedente, de complemento o de consecuente. Las ideas que contiene han sido preparadas en el aula a través de varios cursos impartidos sobre estética, psicología y metafísica, de las horas del trabajo reflexivo y silencioso del cubículo y de la experiencia personal en el quehacer artístico avalado por la proximidad con tantos valiosos calopoetas que han sabido encontrar hoy una cima nueva para el género que cultivan. Quien escribe comprende muy bien la necesidad de mantener la doctrina filosófica en su reducto, en el plano teorético que le pertenece, conservándola al margen de la crítica artística al evitar la tentación de constituirla en juez, por emitir sentencias prácticas. No hallará el lector pronunciamientos sobre fenómenos estéticos contemporáneos, encontrará el análisis valorativo de los principios rectores y de las estructuras comunes que, pertenecientes a todo arte bello, pueden ser también raseros del contemporáneo, pero cuya aplicación se abandona a la competencia de otros obreros de la cultura. Muchos nombres, cuyo talento bien podría avalarse aquí, quedan en la sombra, pero el deseo de rendirles tributo va implícito en cada una de estas páginas. Sin embargo los filósofos quedan a salvo, y nada impide dar testimonio de agradecimiento al claustro de Filosofía del Instituto Panamericano de Humanidades, por su paciente revisión de los originales y sus apreciables indicaciones; lo mismo que al desaparecido don Alfonso Junco, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, por su apoyo en el deseo de no maltratar el castellano, y a doña Emma Godoy por sus cordiales palabras de presentación. Las siguientes páginas intentan encontrar las condiciones de posibilidad de la estética y desarrollar una teoría filosófica sobre las bellas artes, sobre la actividad creadora del artista, el papel del espectador, la naturaleza de lo bello… psicología y metafísica se reúnen a lo largo de estas argumentaciones para adentrarse en el ámbito de lo mágico. 6 Capítulo I LAS EXIGENCIAS DE UNA FILOSOFÍA DE LAS BELLAS ARTES Por cierto que no toda reflexión sobre las bellas artes constituye una estética. Determinar las condiciones necesarias para que el pensamiento acerca de alguna cosa pueda decirse filosófico, será la cuestión preliminar de este trabajo. El pensamiento filosófico, pese a la diversidad —muchas veces antagónica— entre los múltiples sistemas, se caracteriza por ser un conocimiento de la realidad total, y por su radical profundidad. Esto establece de principio la diferencia entre aquello sobre lo cual se reflexiona, por una parte, y la reflexión misma por otra. La filosofía procura un conocimiento por las causas últimas, por aquellas que explican definitivamente —hasta donde es posible erradicar el provisionalismo en las aprehensiones humanas. Esto avala su dignidad por encima de cualquier otra ciencia y funda un estrato común entre todos los saberes filosóficos. Se trata pues, de una formalidad, del modo de considerar aquello que se considere. Cimentadas en este esquema común orgánico, pueden aparecer otras formalidades precisivas, que expresan los modos fundamentales de considerar algo por sus últimas causas, tales como la movilidad, la moralidad o la entidad. Estos modos fundamentales no pueden multiplicarse, son excluyentes y adecuados, por lo que de su acción formalizante resultan las ciencias filosóficas. Cualquier otro saber filosófico se encontrará enraizado, de un modo u otro en alguna de estas formalidades, o participará a la vez de una y otras o de dos de ellas; tratándose así de un saber filosófico derivado, esto es, de una disciplina filosófica. No obstante, el carácter científico de las disciplinas filosóficas permanece inconmovible.1 El modo de reflexionar filosóficamente de cada ciencia filosófica, esto es, formalidad, es determinante de aquello sobre lo que ella reflexiona. Contemplar filosóficamente la realidad bajo el aspecto de movilidad que ella encarna, obliga a constreñir la mirada filosófica al ámbito de la realidad que reviste semejante modo filosófico de reflexionar: al mundo material. La formalidad entitativa no admite ningún tipo de restricción respecto a la realidad: puede considerarla toda. El sujeto de las ciencias filosóficas se haya supeditado a la formalidad a través de la cual es considerado. En las disciplinas filosóficas, esta formalidad precisiva no es una constante. No hay en ellas más esquema permanente de carácter originario y formal que el de las causas últimas;2 en cuanto a la determinación del sujeto, cabe una conside- 1 La dignidad de un saber científico depende de su certeza y de la nobleza de su objeto. 2 Puede haber en ellas un esquema formal, como sería la educabilidad en la filosofía de la educación; pero este esquema no es fundamental (la educabilidad es un tipo de movilidad) ni permanente (en la filosofía de la educación se considerará, por ejemplo, la persona humana desde una perspectiva meta física, etc., etc.). 7 rable flexibilidad. A partir de lo antes dicho, no es difícil concluir que la estética es una disciplina filosófica. Y afirmar esto enfrenta de nuevo con el doble problema apuntado al principio: sobre las condiciones para que una reflexión acerca de las bellas artes pueda ser considerada filosófica, tanto por lo que se refiere a la reflexión misma como por lo que respecta al tipo de realidad sobre el que la reflexión discurre. No siendo la estética una ciencia filosófica, la determinación de su sujeto tolera un alto grado de libertad. Hasta cierto punto es admisible que dicho sujeto se estipule convencionalmente. ¿Qué objeción de fondo podría hacerse a una filosofía de la pintura, a una filosofía de la belleza o a una filosofía del arte helénico? Todo ello no hace relación sino al sujeto de la disciplina y el sujeto no es sino la materia —de suyo interminada— de la consideración científica. De esto a concluir la absoluta indiferencia del sujeto para las disciplinas filosóficas, no hay más que un paso que debe evitarse. Porque para que un conocimiento se eleve al rango de conocimiento filosófico no sólo se precisa una radical profundidad (de suyo independiente del sujeto) sino, al mismo tiempo se exige que él verse sobre la realidad total (y ésta es la vertiente del sujeto). Solamente un saber de totalidad merece llamarse conocimiento filosófico. Obviamente ninguna disciplina filosófica es, en una primera instancia, un saber de totalidad; el único conocimiento acreedor a este título sería el metafísico. Urgando en el sentido de esta condición se descubre que un saber de totalidad suple no por el saber todo de todo, menos aún por el saber algo de todo, sino por el saber sobre un algo parcial pero inscrito en la totalidad. Cuando el pensamiento se incline en actitud filosófica sobre las bellas artes, no podrá omitir el situarlas. Las condiciones que exige el carácter filosófico de la reflexión misma, son, si cabe, más agudas, puesto que no se trata ya de su aspecto material, sino del formal. Radical profundidad en el conocimiento de las bellas artes, lejos de ser una expresión vacía, cobija toda una serie de características ineludibles. No hay reflexión filosófica sin un discernimiento ante lo que es verdaderamente un hecho filosófico y lo que solo parece ser tal. El mundo del arte ofrece al filósofo una multitud de facetas para que éste discrimine aquellas ajenas a lo filosófico; y esconde una multitud de respuestas filosóficas hasta no ser correctamente interrogado sobre su ser. Semejante discernimiento es un primer paso que conduce a la necesidad de precisar la naturaleza de las bellas artes y el conjunto de realidades que constituyan su entorno. Una vez alcanzada esta meta, ha de procederse demostrativamente, tanto para obtener conclusiones a partir de las verdades ya conquistadas, como para hacer patente la necesidad de las relaciones generativo-productoras y la necesidad interna de las naturalezas mismas que se manejan. Además, reflexión filosófica significa especulación de los principios. Filosofía de 8 las bellas artes, será pues una ciencia especulativa3 y no sólo demostrativa sino contemplativa. Por último, radical profundidad en el conocimiento es contacto con lo real, lo más opuesto a generalización por universales lógicos: es comunidad existencial con lo conocido. Filosofía puede hacerse acerca de todo, acerca de cualquier cosa. Es absolutamente válido filosofar sobre las bellas artes y llamar estética a esta filosofía. Existen opciones distintas a ésta, y válidas también. Hay que confesar el carácter arbitrario de la elección, pero no puede decirse que ella no haya sido precedida de razones. La medular de éstas es la ambición de totalidad. Cierto que la estética es típicamente un saber acerca de un algo parcial, pero es muy propio del filósofo manejar ese algo parcial, no en cuanto parcial, y procurar que subsista lo menos parcializado posible. La estética trata de la belleza, o del arte, o del conocimiento de las obras de arte, o de su creación. Determinar como sujeto de esta disciplina a las bellas artes, obliga a considerar el arte en general (bello y no bello: artesanal o técnico), la belleza en absoluto (natural y estética), el conocimiento y la creación estéticos y —en fin— los temas principales que pudieran incluirse en las otras consideraciones de esta disciplina. Es necesario hacer aquí un paréntesis de carácter terminológico. La dificultad de manejar el término doble: Bellas Artes conduce a la búsqueda de una expresión más simple como sustantivo y más versátil como adjetivo. Los griegos utilizaron la palabra musiké, la cual tiene, entre otros inconvenientes, el de designar el todo por la parte, esto es, designar a las cinco4 artes mayores o bellas artes, por el solo nombre de una de ellas. Otra de las dificultades que presenta el término musiké es la de su uso en sentidos derivados, además de los problemas inherentes a su traducción del griego. Existe un término en lengua vernácula que ha ido incorporándose poco a poco al lenguaje de la estética contemporánea, se trata del término poesía. Este mismo no deja de presentar inconvenientes, uno de los cuales es el de su contrapartida en griego. Poiesis se aplica a la actividad fabril humana, oponiéndose a praxis, y hace referencia por tanto, a todo el ámbito de las artes —bellas o no— incluyendo en sí a las técnicas. Uniendo a él el prefijo calo —belleza— se obtiene un vocablo a la vez compacto y dúctil. Hechas estas aclaraciones, no hay inconveniente en tomar el término calopoesía como sinónimo de bellas artes. 3 Aunque, en buena parte, la estética es una filosofía del arte, y éste es un operable, no es considerado, sin embargo, en cuanto operable, sino en cuanto especulable, y así no puede contarse entre las ciencias prácticas. Por otra parte, ella no pretende dirigir —ni de lejos— la actividad artística. 4 En su lugar se justificará esta afirmación tanto por lo que respecta al número de las artes mayores, como por lo que se refiere a la división misma del arte bello. Musiké designa en efecto, la actividad , dirigida por las musas; pero su contrapartida en lengua romance sugiere la música. 9 Las bellas artes son polivalentes —decirlo debería resultar superfino. El hombre del yelmo de Rembrandt acuña una considerable variedad de valores: históricos, económicos, químicos, didácticos, nacionales, psicológicos, literarios, raciales, pictóricos, etc.5 No dejaría de ser interesante el intentar una filosofía de las bellas artes en función de su interés político, por ejemplo; pero es evidente que aquí el sujeto de la disciplina estaría tomado en sentido oblicuo; y si esto no fuera explícitamente determinado, semejante estudio concluiría por desafocar la naturaleza misma de su materia. Las pinacotecas se encuentran repletas de artefactos muy valiosos desde muchos puntos de vista —la mayor parte de los cuales podrían pertenecer al género "cultural"— y entre ellos exhiben alguna joya pictórica.6 Los museos están llenos de obras de arte que no son obras de arte; es decir, de obras hechas por el hombre que no pueden considerarse como obras calopoéticas. Si se publicara la noticia de alguna obra escultórica probablemente realizada por el Greco, a priori los directores de los museos más acreditados en todo el mundo estarían dispuestos a exhibirla en ellos, por la simple consideración de su valor cultural y con total independencia de su valor escultórico. Es claro que, con el valor propiamente estético de una obra, se entremezclan otros méritos ajenos y que no es sencillo discernir entre ellos.7 El imperialismo pedagógico de algunos educadores modernos, dice Gilson, puede explicar que "en algunos casos un visitante que contempla una obra maestra por primera y última vez en su vida (...) (sea) enérgicamente invitado (...) (a dejar) su sitio a doce niñas, cada una de ellas con su propia banqueta plegable y todas preparadas para escuchar una conferencia sobre la obra maestra. Mucho menos encanto tienen —continúa— las visitas dirigidas, imperantes ahora en los grandes museos del mundo. Aquí no hay banquetas, sino un conferenciante rodeado por cierta cantidad de adultos deseosos de completar su educación, que yerguen el sólido muro de sus espaldas frente a la pintura".8 Sin duda una obra estética refleja de un modo claro el interior del poeta, no 5 Hay que confesar que en los seres artificiales,, por la doble incidencia de las causas eficientes y formales, la multiplicidad axiológica es más notoria. 6 Las joyas poéticas u "obras de arte" son seres rarísimos "hay muy pocos hombres dotados por la naturaleza con los dones que son precisos para crear obras de arte dignas de este nombre". E. Gilson, Pintura y realidad, p. 98. Madrid. Aguilar, 1961. Añádase a este argumento el que aun poseyendo estos dones, la génesis de la obra implica tantas dificultades que excepcionalmente se llega a la plenitud de exigencias que entraña el nacimiento de las obras eminentes calopoéticas. Este razonamiento adquirirá luz en su contexto, al tratarse el tema de la intuición poética. 7 Esto tiene consecuencias no sólo para la filosofía de las bellas artes, sino para la calopoesía misma. La música y la pintura de cámara, por ejemplo, no implican una atadura palaciega ni una dependencia de un cierto régimen. Todo ello es enteramente externo a la calopoesía, y pretender juzgarla por estos patrones manifiesta el desajuste "situacionista" de muchas apreciaciones. 8 E. Gilson, Pintura y Realidad. Madrid, Aguilar, 1961. 10 obstante, fijarse en la manifestación de su personalidad no es en absoluto fijarse en el valor poético de la obra, sino, por el contrario, en su valor psicológico. Las obras de arte pueden funcionar como radiografías psicológicas de su autor, pero esto nada tiene que ver con la dimensión poética de la obra. Y en nada cambia la cuestión el hecho de que se la transporte del plano individual al so- cial, y se defina entonces al arte como la expresión de la época o el sentir de los pueblos. Esto en lo que respecta a la calopoesía considerada como sujeto de reflexión de la filosofía de las artes bellas. En cuanto a las características de la reflexión misma, no es difícil suponer que determinan suficientemente la naturaleza de la estética como para excluir de ella un buen grupo de modos de reflexión sobre las bellas artes. La historia del arte,9 los estudios comparativos entre las diversas artes, la génesis antropológica de las artesanías, los cursos de apreciación artística, los estudios explicativos del arte primitivo, la racionalización de las escuelas o los estilos en el espacio o en el tiempo, son todos ellos tipos de reflexión que en nada participan (formalmente se entiende) de la reflexión filosófica. Manteniendo esta suplencia del término bellas artes, hay que encarar el hecho de su doble dimensión. Añadido al de los seres naturales se descubre un grupo de seres que no existían y que el hombre hace surgir mediante la transforma- ción de los naturales, a los cuales obliga a cambiar de forma dotándolos así de una nueva naturaleza; entre éstos algunos son eminentemente bellos: se trata de la calopoesía. Ahora bien, estos objetos cuyo ser se debe al hombre, no surgen de él por emanación física, suponen una capacidad artística suya, una fuerza generadora: es la calopoesía. He aquí la doble dimensión que se mencionaba: una consideración objetiva en cuanto se trata del conjunto de artefactos bellos y otra subjetiva cuando la referencia no se dirige al artefacto sino al factor del arte, a la naturaleza hacedora de la que procede. Una vez determinada la acepción del sujeto y de la reflexión de esta disciplina, conviene señalar que se desarrollará alrededor de dos temas centrales: el arte y la belleza. Lo que arriba se ha llamado formalidades precisivas, se presenta ahora como los enfoques a través de los cuales puede elaborarse el pensamiento filosófico; porque, en efecto, la consideración propia del arte es la movilidad, mientras que la de la belleza es la entidad.10 La estética cabalga así entre dos 9 "En el caso de la pintura como en el de la poesía, es posible saber todo sobre su historia, sin saber mucho, si es que se sabe algo, sobre la poesía y la pintura misma." E. GILSON, Pintura y Realidad, p. 77. 10 Estas formalidades son en realidad dos tipos de transparencia inmaterial. Sólo pueden considerarse a través de la movilidad aquellos seres que existen con materia y no pueden entenderse sin ella; siendo la materia un elemento de opacidad, este tipo de seres existen con un impedimento para presentarse al intelecto con la simplicidad (con la "sinceridad") de lo absolutamente inmaterial. Este candor transparente es, por otra parte, la presencia propia de los seres que, ya sea que se encarnen unas veces en materia o no, pueden siempre entenderse sin ella: éstos se consideran bajo el aspecto

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