PATIVILCA Federico Ozanam SEGÚN SU CORRESPONDENCIA Nihil obstat DR. ANTONIO ZALDUA Censor Ecco. IMPRIMATUR: Bilbao, 27 de diciembre de 1957 DR. LEÓN MARÍA MARTINEZ Vic. Gen 2 ÍNDICE PRÓLOGO DE VÍCTOR IRIARTE S.J. 5 INTRODUCCIÓN 9 CAPÍTULO I: PRIMEROS AÑOS 11 CAPÍTULO II: PARÍS. ACCIÓN CATÓLICA 17 CAPÍTULO III: POR LA VERDAD 23 CAPÍTULO IV: LA CONFERENCIA DE HISTORIA. APOSTOLADO 29 CAPÍTULO V: LA CONFERENCIA DE CARIDAD 38 CAPÍTULO VI: ORIENTACIÓN 44 CAPÍTULO VII: ALMA DE APOSTOL 51 CAPITULO VIII: LYON Y PARIS. DOCTORADO EN LEYES 55 CAPÍTULO IX: LA CONFERENCIA DE LYON 62 CAPÍTULO X: EL TRIBUNAL 70 CAPÍTULO XI: DOCTORADO EN LETRAS 75 CAPÍTULO XII: CURSO DE DERECHO COMERCIAL. VOCACIÓN 80 CAPÍTÚLO XIII: MATRIMONIO 87 CAPÍTULO XIV: LA SORBONA. LA GERMANIA. EL PROFESOR 91 CAPÍTULO XV: MAESTRO Y DISCÍPULOS 100 CAPÍTULO XVI: LA IGLESIA Y LA UNIVERSIDAD 107 CAPITULO XVII: FAMILIA, TRABAJO Y CARIDAD 111 CAPITULO XVIII: OZANAM Y EL PECULADO 116 CAPÍTULO XIX: ROMA 118 CAPÍTULO XX: LA REVOLUCIÓN DE 1848 122 CAPÍTULO XXI: LA INSURRECCION DE JUNIO 127 CAPITULO XXII: L'ERE NOUVELLE 133 CAPÍTULO XXIII: FE Y TOLERANCIA: 141 CAPÍTULO XXIV: LOS POETAS FRANCISCANOS. EL SIGLO V 147 CAPÍTULO XXV: DESCANSO. BRETAÑA. INGLATERRA 156 3 CAPÍTULO XXVI: VIDA ÍNTIMA 163 CAPÍTULO XXVII: OZANAM, AMIGO 169 CAPÍTULO XXVIII: LA ENFERMEDAD. LOS PIRINEOS 172 CAPÍTULO XXIX: ITALIA 181 CAPÍTULO XXX: ÚLTIMOS DÍAS 190 CAPITULO XXXI: REGRESO A FRANCIA 199 CAPITULO XXXII: SU RECUERDO 203 EPÍLOGO BEATIFICACIÓN: HOMILÍA DEL PAPA JUAN PABLO II 214 4 DEDICATORIA A la memoria de mis padres, a quienes vi siempre practicar con fervor la caridad cristiana. A la memoria de mi hermano Miguel Alfonso Rivas, quien siempre tuvo para el pobre una caridad y un respeto tales que me atrevo a calificar de ozanámicos. A la memoria de mi hermana Hortensia Alfonso Rivas, cuya vida puede quedar resumida en dos palabras: sufrimiento y oración. 5 PRÓLOGO Lanza al público Pativilca la vida de Federico Ozanam. En su rico epistolario ha recogido hermosas espigas y la biografía de Baunard le ha dado la estructura al volumen. Corre ágil y ligera la pluma por estas páginas y descorre ante la mirada atónita del lector la figura de este hombre que va creciendo con el tiempo, en relieve e importancia. Es ésta una de las biografías que necesitamos para sacudir el sopor que nos amodorra. Ozanam habla al alma moderna. Es un seglar que se interesa por todo y, en primer término, por su santidad. Es un esposo que, con su bondad, ha hecho feliz a su compañera. Es un padre lleno de ternura para con su hija. Es un intelectual que en la universidad ha difundido y defendido la verdad. Como católico, es el caballero sin miedo ni tacha. No tiene miedo a bajar al campo y a entrar en batalla con el enemigo. Su arma es la Historia, que esgrime con gran habilidad, sabiendo sacar de entre el polvo de los archivos la solución al problema difícil. Acude a la Filosofía en busca de luz y de sus grandes principios, para resolver aparentes antinomias. Cultura, arte... No hay sector humano donde rehúya el ataque. Pero no es un mero teórico. Sabe vivir lo que enseña y confirmar con su vida lo que defiende. El mundo necesita imperiosamente de Cristo: pero de Cristo encarnado totalmente en los cristianos. Esta idea le lleva a empaparse en lo que constituye la esencia y entraña viva del cristianismo: la Caridad. Mediante esta caridad abraza a Dios, a través de Él, en estrecho abrazo, al hombre con el hombre. Y esta caridad le lleva a defender a la Iglesia ante sus detractores, trazando la trayectoria de su historia, para que se manifieste como, en fidelidad a Cristo, ha surcado sólo haciendo bien. Algo da quien da la palabra, sobre todo si es tan bella y jugosa como la de Ozanam. Pero Cristo da más que su palabra. Cristo ha venido a darse. Su vida es una donación total. Como canta Santo Tomás de Aquino, la caridad de Cristo se va despeñando en inmensa catarata hasta transformarse al fin en océano inmenso, sin horizontes ni orillas. «Por compañero se nos da en el mundo, Cual divino manjar en el Sagrario, Cual rescate de sangre en el Calvario, Y como premio se nos da en el cielo.» Ozanam quiere darse así, en donación total de su persona. Y halla la estampa fiel de Cristo en el pobre; el establo de Belén en el tugurio; el taller de Nazaret en la fábrica; la Cruz del Calvario en la miseria. Y allá corre, él mismo, sin emisarios, buscando el contacto personal y directo. 6 Él ha comprado los troncos para la estufa del pobre que tirita de frío, él los carga y los entrega en la buhardilla, tras sabrosa charla. El ha recogido la ropa y en su casa se ha limpiado, y manos cariñosas la han remendado y ufano entra él, como mensajero de Navidad, en la choza donde no tienen con qué cubrirse sus carnes. Allá corre, deprisa, porque el enfermo se agrava y con él va el médico y la medicina. Pero sabe que más que el cuerpo vale el alma y que las obras de misericordia espirituales son superiores a las corporales: con todo, éstas les preparan el camino a aquéllas y le sirven de embajada. Entonces se recibe con agrado el consejo, la corrección fraterna tiene éxito y se acepta la enseñanza, aunque cueste sacrificio. «La ayuda dignifica —escribía Ozanam— cuando ella junta al pan que nutre la visita que consuela, el consejo que ilumina, el apretón de mano que reanima; cuando ella trata con respeto al pobre, no solamente como a un igual, sino como a un superior, porque él sufre lo que tal vez nosotros no podríamos sufrir y porque él es entre nosotros como un enviado de Dios, para probar nuestra justicia y caridad y salvarnos por nuestras obras.» El oyó hablar y vio actuar a la filantropía. La comparó y la juzgó como la caricatura de la caridad. Si ésta es la sonrisa de Dios, aquélla es la mueca del diablo. Porque en esas fiestas benéficas, más que al prójimo se busca uno a sí mismo. Estas fiestas son hijas del egoísmo. Disfrutar del baile, satisfacer el apetito, o entablar amistades, es lo que se compra. El pobre es el pretexto. Se trafica con él. Extraño amor, que no se acuerda del pobre sino por la fiesta y, pasada ella, se esfuma y transforma en fría indiferencia y dureza de corazón. Sin fiesta no se socorre al pobre... Ozanam insistía en el contacto personal, en la visita domiciliaria, en la conversación y el diálogo, en el conocimiento de los problemas y hasta en la participación de las angustias. Sólo así es efectiva la caridad. Sólo así es educadora. «Tenéis hijos ricos —escribía al R. P. Pendola—. La lección más útil para dar temple a sus blandos corazones es el mostrarles a Jesucristo, no tanto en los cuadros de los grandes artistas o en altares deslumbrantes de oro y luces, cuanto en las llagas y personas de los pobres. Con frecuencia hemos hablado de la debilidad, de la frivolidad y nulidad de los hombres, aun cristianos, en la nobleza de Francia y de Italia. Mas estoy cierto que son así por haber faltado una cosa en su educación: algo que no se les ha enseñado, que no conocían más que de nombre y que es necesario haber visto sufrir a otros, para aprender a sufrirlo, cuando, tarde o temprano, llegue a nosotros. Esta cosa es el dolor, es la privación, es la necesidad... Es preciso que estos jóvenes sepan lo que es el hambre y la sed y la vaciedad de un granero. Es preciso que vean a los pobres andrajosos, a los niños enfermos y a los niños en llanto. Es preciso que los vean y los amen. Y una de dos: o esta visión les hace estremecer su corazón o esta generación está perdida. Pero nunca hay 7 que creer en la muerte del alma de un joven cristiano. No está muerta, sino duerme.» Cuando el Juez eterno premie a los justos, basará su sentencia en las Obras de Misericordia, en su realidad y en ese contacto: «Estuve enfermo y me visitasteis». Pero con frecuencia le asaltaba a Ozanam un pensamiento. Un hombre solo puede poco. Por más intensa que sea su actividad, queda muy marginada, tanto en el espacio como en el tiempo. Había que pensar en aumentar ambos. Para ello fundó las Conferencias de San Vicente de Paúl. El éxito fue asombroso. En torno suyo se agruparon ocho jóvenes universitarios, a quienes contagió con su ideal y hoy et árbol se ha extendido por todo el mundo. Son 20.000 las Conferencias y pasan de 200.000 los socios que cooperan en tan meritoria labor. Papas y obispos, ante la labor cumplida, han acogido la obra de Ozanam con los más cálidos aplausos y, en nuestra Patria, haciéndose eco nuestro Episcopado de la expresión de Pío XII, declaró «que se sentiría feliz el día en que cada parroquia cuente con una Conferencia de San Vicente». Entretanto, el tiempo corre, y su acción demoledora parece que, en vez de anular, pone más de relieve el valor de Federico Ozanam. Con paso lento, pero firme, se va acercando al honor de los altares. Es fácil que Dios nos depare la alegría de invocarlo entre los Bienaventurados. Este veredicto de la Iglesia confirmaría la profunda impresión que causa la lectura de esta vida. Tú, lector, no dejes de tu mano este libro y asimila esta lección que te da un militante cristiano consciente y consecuente. Víctor Iriarte, S. J. 8