FAMILIA Y AUTOESTIMA Aquilino Polaino 1 ÍNDICE PRÓLOGO CAPÍTULO I. ¿Qué se entiende por autoestima? ¿Qué se entiende por autoestima? ¿Qué factores condicionan la formación de la autoestima? El conocimiento de sí mismo. Los sentimientos y afectos relativos al propio Yo. El comportamiento personal. El modo en que los otros nos estiman. Autoestima y autocontrol. CAPÍTULO 2. La familia y la autoestima Introducción Autoestima, reconocimiento y aceptación del don Don y crecimiento del don: lo «dado» y lo «conquistado» Autoestima, valores y familia El carácter genitivo de la autoestima en el contexto familiar Autoestima y libertad. Autoestima y emotivismo: la personalidad dependiente. Tres enemigos de la autoestima en el contexto familiar El ensimismamiento El individualismo .El narcisismo CAPÍTULO 3. El apego infantil y el desarrollo de la autoestima. Introducción Breve aproximación al concepto de apego infantil Autoestima y conductas innatasde apego Las respuestas de orientación La respuesta de succión La conducta de agarrarse y asirse El llanto La sonrisa El contacto ocular Las expresiones faciales Los balbuceos Apego, habilidades sociales y desarrollo de la autoestima Del apego a la autoestima, y regreso Autoestima y tipos de apego El apego inseguro-evitativo o ansioso-evitativo El apego seguro El apego inseguro-resistente o ansioso-ambivalente El apego ansioso-desorientado-desorganizado La autoestima y elapego paterno 2 CAPÍTULO 4. La educación sentimental Introducción ¿Pueden educarse los sentimientos? El laberinto sentimental La educación de los sentimientos Tres principios en la educación de la afectividad Educar en la afectividad es educar para el compromiso. Educar la afectividad es educar en la libertad Educar la afectividad es educar en el sufrimiento El conocimiento personal. Obstáculos que se oponen al conocimiento personal El ensimismamiento hermético La imagen ideal e idealizada de sí mismo El voluntarismo. La admiración y el reconocimiento sociales Autoestima y autocontrol El estilo emocional Los sentimientos reactivos en la génesis y mantenimiento de la relación yo/tú. CAPÍTULO 5. La autoestima y la educación en la familia y la escuela. Introducción La autoestima y la práctica de la educación ¿Cómo motivar a padres y educadores? La autoestima y la educación en la libertad La autoestima y los estilos de educación La sobreprotección La dependencia La rigidez El perfeccionismo El permisivismo. El autoritarismo La indiferencia La ausencia de autoridad La coherencia La madurez personal de los padres: algunas características Felicidad de la pareja y autoestima de los hijos Los criterios de la Asociación Nacional de Salud Mental Norteamericana Diez principios básicos para mejorar la autoestima en la familia La disponibilidad, seguridad y confianza de los padres La comunicación padres-hijos Coherencia de los padres y exigencias en los hijos 3 Espíritu de iniciativa, inquietudes y buen humor de los padres. La aceptación de las limitaciones ajenas El reconocimiento y la afirmación de las personas en lo que valen La estimulación de la autonomía personal El diseño del apropiado proyecto personal El aprendizaje realista del adecuado nivel de aspiraciones La elección de buenos amigos y amigas CAPÍTULO 6. El adolescente, sus padres y la autoestima Introducción La autoestima y los hijos adolescentes El conflicto de ser admirados o descalificados socialmente El conflicto de la dependencia o independencia afectivas El conflicto de querer o ser queridos Roles, autoestima y valores: aspectos diferenciales en la mujer y el varón adolescentes. La diversidad psicobiológica y evolutiva de los adolescentes . El desarrollo afectivo Los conflictos sentimentales Fortaleza física, agresividad manifiesta y autoestima ¿Roles, estereotipias o tipos de autoestima? La aceptación social Ambiciones y expectativas Los errores de subestimación y sobrestimación Autoestima, emotivismo y madurez en el adolescente ¿Cómo sobrevivir en la convivencia con un adolescente que no se estima y no morir en el intento? CAPÍTULO 7. La autoestima y los trastornos psicopatológicos Introducción Autoestima, psicopatología y psicoterapia. La psicopatología y la evaluación de la autoestima Relevancia de la autoestima para la psicopatología La autoestima y los trastornos psicopatológicos menores La autoestima y los trastornos psicopatológicos mayores Intervención terapéutica, psicopatología y déficit de autoestima CAPÍTULO 8. Las crisis conyugales, las crisis de la autoestima y la violencia familiar. Introducción La auto estima, el ciclo vital y las crisis conyugales El primer año de matrimonio Los años intermedios A los 40 años de edad La vida de la pareja a los 50 años Cómo superar los «baches» ¿Se pueden evitar las crisis conyugales? En las redes de la violencia familiar Excitabilidad, impulsividad, irritabilidad, agresividad, violencia y autoestima. Personalidades desajustadas Tensiones y conflictos: la antítesis de la ternura La negación de la autoestima: el abuso sexual ¿Cómo reaccionar ante la violencia familiar? 4 La estimación y la «otra» violencia CAPÍTULO 9. Errores, sesgos y distorsiones cognitivas en la autoestima conyugal y familia. Introducción Autoestima y atribución Las atribuciones acerca del éxito y el fracaso, y la autoestima Errores y sesgos cognitivos Distorsiones cognitivas en la autoestima conyugal y familiar. ¿Es científico compararse con los demás? Las atribuciones, la excelencia personal y el contexto familiar Autoestima familiar y excelencia personal: algunos consejos preventivos CAPÍTULO 10. Autoestima y terapia familiar Introducción La autoestima y la estima en la pareja El apego infantil y el apego en la pareja. Apego, autoestima y estructuras familiares Los estilos de estimación en las familias «enredada rígida» y «desprendida caótica» Los estilos de estimación en las familias con mucha «cohesión» o muy «dispersas» Estructuras familiares y terapia familiar La autoestima y la crítica a los suegros. La infidelidad conyugal y la quiebra del encuentro amoroso CAPÍTULO 11. La auto estima y los abuelos, y cómo sacar provecho de todo esto Introducción Los abuelos y la autoestima La auto estima de los abuelos y la equidad intergeneracional La cuestión acerca del origen La levedad del ser La fragilidad de la vida humana La debilidad de la condición humana ¿Cómo sacar provecho de todo esto? El arte de ayudar a los demás Bibliografía. PRÓLOGO -¿Sobre qué estás escribiendo ahora? -Sobre la familia y la autoestima. -¡Qué barbaridad! ¿Por qué te metes en un tema así, en el que todo está tan revuelto? -Precisamente por ello. Porque en cuestión tan vital el río anda revuelto. 5 -Pero las personas no quieren oír la verdad. Ya verás cómo tendrás problemas, incluso para editado. En fin, allá tú. -No soy de la misma opinión. Estoy persuadido de que la gente no es tan necia como para dejar de interesarse por los problemas que están en la calle e incluso en su propia casa, y de los cuales todo el mundo habla. -Pues creo que te equivocas. Sobre la autoestima ya se ha publicado mucho, acaso demasiado. Además, sobre eso está dicho todo. Muchos de ellos son libros de esos que ahora llaman de autoayuda, pero que luego nadie aplica. Me imagino que tú no serás de ésos. Lo tuyo será como siempre la teoría. Pero la teoría hoy no vende. -Insisto en que no es esa mi percepción de la gente. Las personas lo que necesitan es ejercitar un poco más su mente, pensar, reflexionar y sólo después... aplicar a la práctica lo que hayan decidido. Además, no es cierto que sobre la familia y la autoestima haya muchas publicaciones disponibles. A mi parecer, lo que se trata precisamente es de hablar de la autoestima en el ámbito que le es más propio: el contexto familiar. He trascrito apenas un ejemplo del breve diálogo sostenido con algunos amigos benevolentes, mientras este libro se estaba redactando. Mis buenos amigos me han advertido que era mucho mejor no decide al lector lo que en este libro vaya tratar de decide. Ustedes dirán si son ellos o soy yo el que estaba equivocado. Lo piense el lector que estos bienintencionados consejos me desanimaron. Al contrario. Si ésa era su opinión acerca de este problema y de lo que opina la gente, y yo pensaba lo contrario, lo lógico era continuar con la tarea adelante, sin cansancios y sin desmayos. Ahora ha llegado el momento de la verdad. Es el lector -y sólo él- quien tiene que decir si su contenido no sirve para nada o si pensar es una actividad de la que conviene huir cuanto antes o si lo mejor es desentenderse de la cuestión de la autoestima en el ámbito familiar. En fin, el lector amigo tiene en esto la última palabra. Un consejo de amplia circulación social sostiene que cuando se lee un libro no debe saltarse ningún capítulo. Pero es un consejo que, por fortuna, tiene en la práctica muy poca audiencia. Cualquier persona sensata se salta con toda libertad -y cierta elegancia- aquello que a su parecer le resulta muy poco atractivo -si antes ha ojeado el índice-, o no lo entiende bien -apenas comienza a leerlo- o, sencillamente, si intuye que no le va a servir para nada. Proceder así en modo alguno es una insensatez; no proceder de esta forma sí podría serlo, además de demostrar una cierta e inútil osadía. Al autor de estas líneas le gustaría avisar al lector sobre algo en lo que cada uno habría de poner la necesaria atención, antes de decidirse a atacar su lectura. En el capítulo 7 se trata de la psicopatología de la autoestima, es decir, de algo que puede ayudar a algunos lectores a satisfacer su curiosidad, mientras que para otros tal vez pueda resultarles una complicación innecesaria. Si alguien pertenece a esta última clase de lectores, el autor le aconseja no molestarse en absoluto, pasar páginas y detenerse allí donde lo considere conveniente. Si nada más comenzar su lectura advierte, amigo lector, que los temas que se cuestionan nada significan para usted o las preguntas a las que se trata de dar respuesta le dejan indiferente, porque nunca se las ha planteado, lo mejor es que lo deje y no se preocupe. Si este capítulo se ha incluido aquí es porque hay ciertos trastornos de la autoestima -por otra parte, muy extendidos- que no se pueden entender desde fuera de ella misma y, por eso, será muy difícil encontrarles solución. Esto quiere decir que la autoestima puede alterarse en la gente o que la gente puede manifestar un síntoma -el déficit o el exceso de autoestima- que forma parte de otras enfermedades. Si no se trata la enfermedad será muy difícil que la autoestima mejore, aun a pesar de la psicoterapia. La cuestión que aquí se debate, como puede observarse, no es meramente teórica sino eminentemente práctica. La autoestima es un concepto que ha hecho fortuna en la actual cultura. Aunque ha de referirse a las personas, a todas las personas; sin embargo son muy pocas las que han reflexionado o reflexionan con frecuencia acerca de ella. ¡Y así les va! La persona ha de procurar conocerse a sí misma un poco mejor, saber dónde están sus «puntos fuertes» y sus «puntos débiles», a fin de que el propio comportamiento no acabe luego por escandalizarle. Lo mismo habría que decir respecto de las personas más allegadas, es decir, la propia familia. ¿De qué le serviría a una persona estimarse mucho a sí misma, si en su casa no le 6 entienden porque no le estiman lo suficiente? La autoestima de cada persona ha tenido un origen y una evolución. El origen, sin duda alguna, es la familia: las primeras relaciones, las relaciones tempranas entre padres e hijos, que es donde en verdad se acuna. La evolución, en cambio, depende mucho de las vicisitudes por las que haya atravesado la propia biografía. El origen exige casi siempre la comparecencia de los padres y las personas que con su cariño nos quisieron y nos enseñaron a querer. La evolución, por el contrario, depende más del propio talante afectivo y personal, es decir, de lo que hacemos con nuestros sentimientos, de cómo los expresamos y de cómo acogemos las manifestaciones de afecto de quienes nos rodean. Origen y evolución suelen estar muy unidos en esto de la autoestima, pero siempre hay una fisura, la de la libertad personal, por donde pueden penetrar otros diversos factores que la robustecen y vigorizan o la fragmentan y disuelven. La autoestima y la familia son inseparables. De tal familia, tal autoestima. Algo parecido puede afirmarse respecto de la escuela. De tal educación, tal autoestima. Pero, no se olvide, que el modo en que se va trenzando ese talante afectivo -a partir de la autoestima- media luego casi todas nuestras acciones y omisiones. En el ámbito de la pareja, se diría que la autoestima de cada uno de los cónyuges se entreteje, de forma indisociable, con el amor que se tienen. Por consiguiente, es esta una peculiaridad personal en la que se juega mucho la persona y, por eso, hay que observarla de cerca. Es preciso hundirse hasta el fondo de la propia intimidad para saber qué es lo que bulle o no en el corazón de la persona, cuáles son sus preocupaciones e ilusiones, sus desvelos y satisfacciones, sus éxitos y fracasos, sus deseos de querer y ser querida, la satisfacción o no de ellos; en una palabra, el ideal de lo que se concibió para sí mismo como autorrealización personal en la plenitud y excelencia de la propia vida. En realidad, algo de eso nos sucede de continuo. A lo que parece, las personas disponemos de un diálogo interior -algo así como si se rumiasen ciertos pensamientos- para relacionarnos con nosotros mismos. En cierto sentido es más bien un monólogo, pero en otro sentido no lo es. Como psiquiatra, con casi cuatro décadas de ejercicio profesional ininterrumpido a mis espaldas, les puedo asegurar que eso no es un desdoblamiento de personalidad. Es tan sólo uno de los procedimientos naturales de que disponemos para habérnoslas con nuestro propio yo. Ese diálogo o monólogo entre la persona y su yo es algo natural: una forma de pensar acerca de sí mismo desde sí mismo, que casi nunca se asoma a los labios en forma de palabras. Y que, por consiguiente, aunque se da en todos, no se comunica y casi ninguna persona lo comparte con nadie que no sea su propio yo. Pero este diálogo o monólogo en cuanto tal se da -¡vaya que si se da!- y, además, desempeña una importante función: la de hacer consciente a la persona acerca de sí misma y tomar ciertas decisiones que, de no darse este «diálogo», tal vez no se tomarían. He escrito «se» tomarían, porque en muchos casos se toman las decisiones sin tomarlas. Me explico: el propio «diálogo» se va abriendo paso hacia su meta natural, aunque los «dialogantes» sean una sola y misma persona que, por otra parte, no suele ser muy consciente de estar tomando esa decisión. En el monólogo y en las decisiones, que subrepticiamente toma, no se apercibe de que la intimidad de esa persona está habitada y conviven sus propios geniecillos, una especie de «demonios» íntimos y familiares muy difíciles de hacer enmudecer y acallar de una vez por todas. Entre los geniecillo s malvados que le persiguen -y casi le arrastran con sus pequeños discursos a donde no quiere-, se encuentran el Espíritu Crítico, la Impulsividad, el Amor Propio, la Impaciencia, la Vanidad, el Compararse con los demás, la Envidia, el Orgullo Herido, la Frivolidad, el Resentimiento, el Desasosiego, la Pereza, el Temor a lo Desconocido, y la Falta de Sentido Común. Un conjunto de voces más que suficientes para constituir un coro malsonante y desacompasado, en cuya audición nos deleitamos unas veces y en otras nos frustran demasiado. Una persona que se autoestima como es debido, no hace oídos a quienes conoce demasiado bien como para perder su tiempo escuchándolos. Una persona que realmente se estime podrá despreciarlos, aunque regresen una y otra vez con sus voces desafinadas, porfiando sus desventu- radas propuestas. 7 Algunas personas no están en absoluto orgullosas de sí mismas ni de sus logros, porque saben lo que hicieron y lo detestan, y porque tampoco ignoran del todo lo que no hicieron y les sigue atrayendo, y el balance entre lo que saben y no saben y lo quesí consideran que fue positivo porque lo hicieron o porque no lo hicieron, no les tienen del todo contentos. En otras circunstancias, hay personas que no se sienten seguras de nada o que se comportan como si nunca estuvieran muy seguras de qué elegir, de lo que deben hacer, de cómo presentarse, de quiénes son o de cómo les gustaría ser en realidad. Pero ninguna de ellas estaría dispuesta a admitirlo delante de otra persona, por muy de su familia que fuera. En el hondón de su corazón desean ser lo que no han sido y, probablemente, no serán. Pero hay todavía un perseverante caudal de luz que mantiene su esperanza -¿o tal vez sus expectativas?- y enfoca su luz hacia delante. No se dan cuenta que los geniecillos que conviven en su intimidad se comportan como el rayo que no cesa. Tampoco se aperciben de que aquello que todavía desean ser, acaso lo han sobrevalorado y está magnificado y tal vez no sea para tanto. Pero no deja de ser curioso que mientras todos esos «argumentos» del «discurso interior» se aceptan sin más, si se oyeran en los labios de otro serían, por inaceptables, fulminantemente rechazados. De otra parte, el balance personal que resulta del monólogo es poco aceptable, no obs- tante, los oídos permanecen muy atentos cuando el balance de la propia vida realizado por otros resulta ser mucho más positivo. Esto indica que la persona como autora de sí misma y de su autoestima personal es un juez demasiado intransigente y acaso un tanto confundido. Por el contrario, esa misma persona en tanto que actora de la representación de su vida es mucho más benevolente y tolerante, por lo que apenas encuentra resistencia para aceptar las opiniones -siempre que fueren positivas- de su público. Es decir, que el juicio de los otros no coincide con el propio y que, especialmente cuando nos estiman, suele ser mucho más positivo que el nuestro. Lo que demostraría que hasta en la estimación personal necesitamos de los otros. En cambio, en lo que se refiere a la valoración de las personas que no conocemos ni estimamos, los geniecillos o hermanos menores e invisibles del yo están siempre al acecho y vuelven a las andadas entonando una sinfonía, las más de las veces patética y desafortunada. En cualquier caso, la función que realiza esta especie de conversación consigo mismo -sin sonido de palabras-es natural, aunque a veces no sea todo lo conveniente que debiera ser. La razón de ello está en que la persona es un ser dialógico, un ser hecho para el diálogo. Y el diálogo exige siempre la comparecencia de dos personas: una que habla y otra que escucha, turnándose en esa actividad de forma espontánea, tal y como viene exigido por los respectivos «discursos». Esto pone de manifiesto, una vez más, que la persona no puede o no debe centrarse en ella misma, que es tanto más feliz y se autoestima más cuanto más asienta el centro de su vida fuera de sí, es decir, en los otros que le rodean. La persona que se vive a sí misma como el centro de todo acaba por estar «descentrada». Por el contrario, la persona que asienta el centro de su yo en los otros acaba por centrarse, por estar centrada. Esta experiencia es muy general y puede comprobarse de forma empírica. Así las cosas, se puede concluir que la persona sana y feliz es «un centro descentrado», que no hace cuestión de sí porque está pendiente siempre de los otros, que ha hincado su corazón de un modo definitivo en un claro destino: el corazón de los otros. Acaso por eso mismo, precisamente, su autoestima crece y se robustece, va a más, se desarrolla y progresa, se vigoriza y agiganta de continuo, porque es fuerte y verdadera, porque está tejida con su estima por los demás y con el modo de acoger las manifestaciones en que los demás le muestran su estimación. AQUILINO POLAINO (Sierra de Madrid, 31 de julio de 2003) 8 CAPÍTULO I ¿QUÉ SE ENTIENDE POR AUTOESTIMA? 1. ¿Qué se entiende por autoestima? 2. ¿Qué factores condicionan la formación de la autoestima? 2.1. El conocimiento de sí mismo 2.2. Los sentimientos y afectos relativos al propio Yo 2.3. El comportamiento personal 2.4. El modo en que los otros nos estiman 3. Autoestima y autocontrol 1. ¿Qué se entiende por autoestima? El concepto de autoestima tiene una larga historia y un breve pasado, ambos inscritos en el ámbito casi exclusivo de la psicología. El término autoestima es la traducción del término inglés self-esteem, que inicialmente se introdujo en el ámbito de la psicología social y de la personalidad. Como tal concepto denota la íntima valoración que una persona hace de sí misma. De aquí su estrecha vinculación con otros términos afines como el auto concepto (self-concept) o la autoeficacia (selfefficacy), en los que apenas si se ha logrado delimitar, con el rigor necesario, lo que cada uno de ellos pretende significar (González y Tourón, 1992). Epstein (1985) reintrodujo el término autoconcepto para significar un constructo explicativo que, en tanto teoría de sí mismo, tiene cabal cabida en el ámbito de los estudios científicos. Siguiendo a Kelly (1955), el anterior autor sostiene que la persona actúa como un científico en lo que se refiere a sí mismo. Esto quiere decir que construye teorías acerca de sí mismo y del mundo que le sirven para habérselas con la realidad, de manera que pueda organizar su experiencia según sistemas conceptuales útiles para resolver problemas. La construcción del autoconcepto es realizada por la persona en muchas ocasiones de forma inadvertida, en función de cuáles sean sus experiencias al tratar de resolver ciertos problemas. El auto concepto es, pues, un instrumento del que se valen las personas para integrar los datos de la experiencia y adaptarse a la realidad, estableciendo un cierto equilibrio entre el placer y el dolor que se concitan en su vida y mantener así la propia autoestima. Por consiguiente, una de las finalidades del auto concepto es la de asegurar la estabilidad de la autoestima. Según esto, la autoestima sería más bien una dimensión o aspecto del autoconcepto, útil para orientar la propia vida (Gecas, 1982; Burns, 1979; Rosenberg, 1979; Wylie, 1979). Por su parte, Rosenberg (1965) define la autoestima como «la actitud positiva o negativa hacia un objeto particular: el sí mismo». Por contra, para Coopersmith (1967), la autoestima es «la evaluación que el individuo realiza y cotidianamente mantiene respecto de sí mismo, que se expresa en una actitud de aprobación o desaprobación e indica la medida en que el individuo cree ser capaz, significativo, exitoso y valioso». Para Wels y Marwell (1976), «no es el concepto hacia sí mismo el elemento dinámico del autoconcepto; el elemento crucial es la respuesta afectiva a este contenido». Como puede observarse el mismo autoconcepto ha ido variando desde ser entendido como un 9 constructo teórico al mero resultado de una autoevaluación, fuertemente impregnada de colorido afectivo. En lo relativo a la autoeficacia o competencia personal (self-efficacy), la mayoría de los autores la consideran como otra dimensión de la autoestima, que no sólo comporta la eficacia en determinadas habilidades, sino también una cierta cuota de poder o competencia. Sin duda alguna, del sentimiento de autoeficacia que se tenga depende en cierto modo los resultados que se obtengan. En un trabajo empírico que realizamos hace dos décadas, pudimos demostrar que las personas no depresivas que perciben que sus respuestas no son eficaces (autoeficacia) para resolver problemas suelen rendir por debajo de las personas no depresivas que no perciben así su autoeficacia (Buceta, Polaino-Lorente y Parrón-Solleiro, 1982). En cierto modo, percibir las propias respuestas como ineficaces para resolver determinados problemas supone percibir una relativa incapacidad de controlar la situación (incontrolabilidad) y, por tanto, una relativa pérdida de control. De hecho, cuando comparamos los resultados de estas personas con baja autoeficacia con otras personas afectadas por la depresión, observamos que los resultados obtenidos por ambos grupos eran muy similares. En cambio, en las personas con más alto sentimiento de autoeficacia los resultados conseguidos fueron significativamente superiores a los obtenidos porel grupo de personas cuya autoeficacia era más baja. Los anteriores resultados ponen de manifiesto la relevancia que tiene para solucionar los propios problemas y los ajenos la percepción de la eficacia y control personales respecto de las situaciones en que se plantean esos problemas. En este punto es mucho lo que los padres y educadores pueden hacer por incrementar la autoestima de sus respectivos hijos y alumnos. En realidad, lo que desveló la investigación antes aludida es que los resultados que las personas obtienen en su vida diaria no son ajenos a los sentimientos que experimentan acerca de su valía personal, responsabilidad y posibilidades de controlar el medio, es decir, de la capacidad de competencia de que están dotados. En este sentido, parece muy conveniente la educación en la eficacia personal. Lo que en otras palabras quiere decir educar en los auténticos valores que cada persona tiene, sin menoscabarlos en modo alguno, lo que es compatible con corregirles allí donde se equivoquen. Es preciso, pues, descubrir en cada alumno, en cada hijo, los valores de que está dotado -o en términos más pragmáticos, la eficacia de su comportamiento ante la resolución de determinados problemas-, de manera que mostrándoselos, se le ayude también a aceptarse como es y a poner los medios necesarios para crecer en ellos cuanto sea posible. De este modo se les ayuda a crecer en su estima personal. De las explicaciones anteriores se desprende que la autoestima es un término un tanto ambiguo y complejo. La auto estima no es otra cosa que la estimación de sí mismo, el modo en que la persona se ama a sí misma. Lógicamente, es natural que cada persona haya de estimarse a sí misma. ¿Por qué? Porque en cada persona hay centenares de cualidades y características positivas, que son estimables. Pero para estimarlas objetivamente y con justicia es necesario conocerlas previamente. De hecho, si no se conocen es imposible que puedan ser estimadas .. Entre otras cosas, además de por las diferencias singulares que caracterizan a cada persona, porque no todas las personas -con independencia de que dispusieran de idénticas capacidades y valores- se estiman de la misma manera. De hecho, hay muchas personas que personalmente se desestiman y eso porque no se conocen en modo suficiente. Algo parecido puede afirmarse respecto del modo en que son estimadas por los demás. De aquí que la autoestima, a pesar de ser un valor socialmente en alza, ni familiar ni institucionalmente sea en verdad apreciado como debiera. William James, en su libro The Principless of Psychology publicado por primera vez en 1890, ya hace mención de este término en el capítulo dedicado a «la conciencia del yo». El autor hace allí consideraciones que todavía hoy resultan de mayor alcance, pertinencia y relevancia que algunas de las reseñadas en ciertas publicaciones recientes. James distingue entre tres tipos de autoestima: la material (vanidad personal, modestia, orgullo por la riqueza, temor a la pobreza, etc.), la social (orgullo social y familiar, vanagloria, afectación, humildad, vergüenza, etc.), y la espiritual (sentido de la superioridad 10
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