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Estuve con Hitler - Ero con Hitler (traducción al español) PDF

159 Pages·1967·0.62 MB·Spanish
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2 TRADUCCION DEL ITALIANO: LUDOVICO PAVÉS DE LA VERDE 3 PRESENTACIÓN Como oficial de Caballería, Gerhard Boldt tomó parte en las duras batallas de Sedán y Montmedy en la Línea Maginot. La campaña de Rusia lo conduce a Leningrado, Volchov, al infierno nevado de Demiansk, a los pantanos del Pripet y al sudoeste del lago Ilmen. Fue muchas veces herido en combate y muchas veces también fue condecorado, y en enero de 1945 fue nombrado primer oficial de ordenanzas del jefe del Estado Mayor alemán, general Guderian. Boldt se convirtió así en el único oficial alemán superviviente de aquellos que ocuparon, hasta la dramática caída de Berlín, el histórico búnker de la Cancillería, desde donde Hitler dirigiría la lucha hasta el último instante. Todas las versiones hasta ahora contadas sobre el fin de Alemania y la muerte de Hitler, se han basado en las declaraciones hechas por Gerhard Boldt cuando fue capturado por los británicos. Este libro, que es el primero escrito por un oficial alemán, supera obviamente por su competencia y su autenticidad todo lo que hasta ahora ha podido ser publicado por fuentes americanas e inglesas. 4 NOTA DEL EDITOR Esta es una edición aumentada de una obra aparecida con el mismo título en 1948, y que desde ese momento ha sido muchas veces citada y muchas veces discutida. Y ahora, reaparece enriquecida por recuerdos, anécdotas personales, y por párrafos que habían sido en su momento censurados por las autoridades Aliadas; a su vez, no pretende dedicarse a los análisis, sólo se limita a referir y a describir. Con la dificultad propia de un médico que debe hacer el informe acerca de una enfermedad que se le revela más mortal que cualquiera otra de la que haya podido dar testimonio, Gerhard Boldt nos describe la historia de una agonía. Boldt no es escritor, sino soldado, un oficial (capitán de Caballería) condecorado con la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro. Ha combatido en Francia, Rusia y Hungría como oficial en primera línea y condecorado con el Distintivo de Oro deHerido en Combate además de una variada cantidad de condecoraciones al valor. No deseó nunca dar por concluida su honorable carrera militar en la ratonera que fue el refugio de Hitler, pero gracias a esa circunstancia es que ha podido dar su testimonio personal de este final miserable e históricamente catastrófico. En 1944 fue destinado al comando supremo del ejército como Oficial de Información de la Sección de Ejércitos Extranjeros Orientales, y como tal, trabajar de manera muy cercana al Jefe de Estado alemán, elaborando los mapas para el uso del Estado Mayor para más tarde, con estúpido respeto, desplegarlos delante de un jefe que no podía o no quería 5 leerlos; debiendo finalmente, utilizar como último medio de información acerca de un ejército fuera de combate, existente sólo sobre el papel, los teléfonos del refugio de la destruida Cancillería y llamar a los abonados de la red telefónica de Berlín y preguntar a quien aún pudiera contestar la llamada: “Señora, dígame ¿acaso ya ha visto los rusos?” Este librito no tiene la intención de reescribir la historia, ni de interpretar los hechos históricos según la necesidad o la casualidad. Pero, el gran mosaico de la Historia está compuesto de miles de pequeñas piezas ensambladas lo más ajustadamente posible, y en la historia del siglo XX, éstas son los testimonios de aquellos que “estuvieron ahí”. 6 I EN LA CANCILLERÍA DEL REICH Estamos a principios de febrero de 1945. La Wilhelmplatz está fría y desierta. Hacia donde dirijamos nuestra mirada, nos encontraremos con restos de muros quemados y marcos de ventanas vacíos, detrás de los cuales se acumulan las ruinas. Del encantador palacio barroco de la antigua Cancillería imperial, símbolo de la época guillermina, sólo queda en pie la fachada gravemente dañada. El jardín frente al palacio, alguna vez adornado con bellas bancas, ahora se encuentra sembrado de ruinas. La que aún se mantiene en pie es la fachada de la Nueva Cancillería con su pequeño balcón cuadrado, desde donde Adolf Hitler solía acoger las tempestuosas manifestaciones de entusiasmo de las masas berlinesas. Siempre solemne, y aún amenazadora, en el severo estilo de la Alemania hitleriana, la gran fachada de la Cancillería del Führer se extiende desde la Wilhelmplatz hasta la Hermann Göring Strasse. Los soldados de la Guardia de Berlín, muchachos altos e imponentes como no se veían desde hace tiempo en otras ciudades alemanas, se encuentran ahora sobre las gradas de madera de la Cancillería y presentan armas cada vez que pasa un oficial. Las grandes puertas de hierro que durante las incursiones aéreas bloquean los ingresos a los refugios, están ahora entreabiertas. Nos encontramos aquí con los llamados “huéspedes del Führer”, centenares de niños berlineses con sus madres han llegado 7 hasta esta zona en los últimos tiempos buscando un refugio. Pero ahora, también Hitler, desde hace unas semanas, ha buscado refugio en esta ciudadela subterránea. Esta es la primera vez que soy conducido al llamado cuartel general del Führer para asistir a una reunión militar de los tres cuerpos de la Wehrmacht, el Ejército, la Marina y la Aviación, que se produce todos los días en presencia de Hitler. Se discuten todos los problemas acerca de la lucha en la tierra, el mar y el aire. Hoy seré presentado a Hitler. Un gran Mercedes se detiene delante de las gigantescas columnas cuadradas del portón principal que se abre a la derecha del edificio: el ingreso de la Wehrmacht. La Cancillería del Reich tiene dos entradas distintas y de significado simbólico. El portón de la izquierda es para el Partido, el de la derecha, para la Wehrmacht. El general Guderian, jefe del Estado Mayor alemán, y su ayudante, mayor barón Freytag von Loringhoven descienden del vehículo junto conmigo. Los dos centinelas presentan armas, saludamos y subimos los doce escalones del portón (los cuento uno por uno, sintiendo que a cada paso me acerco más hacia mi destino) y, a través de una pesada puerta de encina, abierta por un ordenanza, ingresamos a la Cancillería. Pasamos a una sala con un alto cielo raso, que a la luz de unas cuantas y pálidas lámparas, parece aún más austera y fría. A medida que fueron intensificándose los bombardeos sobre Berlín, los cuadros, los tapices y las alfombras, fueron desapareciendo. Muchos de los cristales de los grandes ventanales fueron sustituidos por planchas de cartón o de madera. En el techo y en una de las paredes se pueden apreciar grietas profundas. En la parte que da a la vieja Cancillería, se ha levantado una nueva pared de madera. Un servidor de librea me solicita el pase reglamentario. No 8 lo tengo, ni tampoco ningún documento de identidad que lo sustituya, por lo tanto, mi nombre es inscrito en el gran libro de registración. Así es como puedo pasar. El barón me acompaña a la oficina del adjunto de la Wehrmacht y me presenta a su ayudante, el coronel Borgmann, al cual le pregunta si el informe se le dará a Hitler en su estudio o en el refugio. Ya que al menos, por el momento, ningún peligro de incursión aérea amenaza la capital del Reich, se ha decidido que la reunión tendrá lugar en el estudio. Cuando haya toque de alarma aérea, se utilizará el refugio. *** Para poder reunirnos con Hitler, debíamos caminar por muchos corredores y atravesar otros tantos salones. El acceso directo es imposible, algunas partes de la Cancillería han sido terriblemente dañadas por las bombas. Así, por ejemplo, el gran salón de honor ha sido destruido completamente por un ataque aéreo. A la entrada de cada corredor montan guardia dos centinelas de las SS, y a cada momento nos debemos identificar. Esta ala de la Cancillería donde se encuentra el gran estudio de Hitler, está aún intacta, de tal manera que es una de las pocas partes del gigantesco edificio que aún puede ser utilizada completamente. El suelo del largo corredor brilla como un espejo, las paredes todavía están adornadas con cuadros, y a los lados de los altos ventanales cuelgan grandes y pesadas cortinas. En la antecámara del gran estudio nos vemos detenidos para pasar un nuevo control, aún más severo que los anteriores. Entre los guardias de las SS armados con subfusiles, se encuentran diversos oficiales. El general, el mayor y yo debemos despojarnos de nuestras armas. Dos oficiales de las SS de guardia nos piden nuestros maletines 9 que contienen los documentos relativos a la reunión y los registran con mucha atención para cerciorarse de que no contengan armas o explosivos. Tras el atentado del 20 de julio, todos los maletines son considerados altamente sospechosos. Aquí también tendríamos que presentar nuestros documentos de identidad, no nos los solicitan, pero las miradas de los oficiales de las SS se fijan largamente sobre nuestras insignias de rango. Hemos llegado muy temprano, son las 15’45 y la antecámara está casi vacía. Tres ordenanzas de las SS se apresuran a llenar las mesas con bebidas y panecillos. Delante de la puerta que da al estudio, están otros tres oficiales de las SS armados con pistolas automáticas. El general utiliza el tiempo que ahora le queda para telefonear al cuartel de Operaciones del Comando General en Zossen, para informarse de las últimas novedades del frente oriental. Nosotros escuchamos. Finalmente, aparece el coronel de las SS Günsche, ayudante personal de Hitler, y nos comunica que en unos momentos podremos entrar al estudio. Hitler se encuentra conversando con Bormann; a los pocos minutos, se * abre la puerta del estudio y aparece el Reichsleiter Martin Bormann. “Al fin” —pienso en ese instante— “podré saber quién es este hombre, que tanta influencia tiene sobre Hitler, ¿será acaso el genio maligno que se esconde tras los bastidores?” A quien vi cruzando la puerta en ese momento fue a un hombre de cerca de cuarentaicinco años, de estatura media, rechoncho, de cuello taurino, parecía un luchador. Su rostro era redondo, con los pómulos pronunciados y una larga nariz, tenía una expresión brutal. Llevaba el cabello, que era negro y lacio, peinado hacia atrás. Sus ojos eran oscuros y la actitud de su rostro revelaba una fría voluntad. 10

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