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Estudios sobre las letras en el siglo XVIII : temas españoles, temas hispano-portugueses, temas hispano-italianos PDF

339 Pages·2020·7.007 MB·Spanish
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GIUSEPPE CARLO ROSSI ESTUDIOS SOBRE LAS LETRAS EN EL SIGLO XVIII (TEMAS ESPAÑOLES. TEMAS HISPANO-PORTUGUESES. TEMAS HISPANO-ITALIANOS) VERSIÓN ESPAÑOLA DE JESÚS LÓPEZ PACHECO BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA EDITORIAL GREDOS, S. A. MADRID © GIUSEPPE CARLO ROSSI, 1967. EDITORIAL GREDOS, S. A. Sánchez Pacheco, 83, Madrid. España. Depósito Legal: M. 18969 - 1967. Gráficas Cóndor, S. A., Sánchez Pacheco, 83, Madrid, 1967.— 2942. PRÓLOGO Me es muy grato poder presentar al público de lengua española, en una colección dirigida por el ilustre colega y amigo Dámaso Alonso, una selección de doce de mis estudios sobre el siglo xvm: cinco de argumento español, tres de argumento hispano-portugués y cuatro de argumento hispano-italiano. Dicha selección corresponde al deseo de llamar la atención so­ bre la oportunidad de un examen más profundo de la cultura y literatura española de aquel siglo —y de sus relaciones con la portuguesa y la italiana—, en la esperanza de que de estas páginas pueda sacar el lector una ayuda para ver más claramente la presen­ cia de España en la preparación de la época romántica, sobre todo en sus ideas estéticas. Los estudios seleccionados salen como se publicaron por pri­ mera vez, salvo poquísimos retoques. Se ha mantenido la lengua original para las citas de textos portugueses, y se han traducido las citas de otras lenguas, excepto las del escritor italiano Giuseppe Baretti (capítulo XII), que se transcriben fielmente, dado el valor artístico de sus páginas. G. C. R. I CALDERÓN EN LA POLÉMICA DEL XVIII SOBRE LOS “AUTOS SACRAMENTALES” La revalorización del xviii, ya en acto, incluso para España, por parte de no pocos de los más preparados o más prometedores de sus estudiosos \ está lejos, sin embargo, de ser decisiva respecto a algunas de las actividades que, por justificada tradición, se con­ sideran las más importantes —o hasta simbólicas— de la geniali­ dad creadora literaria española, y antes que ninguna otra, la teatral2. 1 No pudiendo en esta ocasión extendernos sobre este asunto, nos limi­ tamos a dar el nombre del joven Fernando Lázaro Carreter, quien se ha revelado en estos últimos años como uno de los más agudos estudiosos y revalorizadores del xviii en su país a través de fecundos trabajos consagra­ dos, por una parte, a encuadrar en su tiempo figuras representativas •—in­ cluso con la publicación de inéditos, como los de Juan Pablo Fomer (véase la edición del Cotejo de las Églogas que ha premiado la Real Academia de la Lengua, Salamanca, 1951)—, y, por otra parte, a examinar y tratar, con una visión intelectual y espiritualmente viva, temas específicos, como el de la lengua y el estilo de aquel siglo (véase Las ideas lingüísticas en España durante el siglo XVIII, Madrid, 1949). 2 No faltan, desde luego, indicios de ello. Entre los estudiosos conocidos, Guillermo Díaz-Plaja ha señalado repetidamente en sus trabajos la oportu­ nidad de que se revise el mundo dramático español de aquel siglo. Entre los eruditos de los intereses culturales más diversos, Guillermo Gustavino Ga- llent, al presentar su curioso libro sobre Los bombardeos de Argel en 1783 10 Estudios sobre las Letras en el siglo XVIII Es evidente, ante todo, una distinción todavía demasiado gené­ rica, y a menudo no suficiente, entre lo que fue en el xviii español la creación dramática y lo que fue la actividad crítica sobre la producción teatral propiamente dicha: a esta insuficiencia de dis­ tinción se pueden hacer remontar razonablemente ciertas contusio­ nes de juicio que, mantenidas desde hace tiempo, todavía hoy ha­ cen difícil la valoración desapasionada de ciertos aspectos de la literatura española de aquel siglo y de algunos de sus significados en el conjunto de la historia de la cultura. Las discusiones sobre el teatro en aquel siglo fueron efectivamente en España mucho más vivas y dignas de interés que la producción dramática contemporá­ nea a ellas: si puede hablarse sin más de la mediocridad de ésta, el ignorar ciertas manifestaciones de aquéllas, o el no subrayarlas, perjudica a la posibilidad de entrever, entre los altibajos de la conciencia crítica de entonces, esos signos y esos filones de pensa­ miento y de sentimiento que, más o menos remotamente, anuncian el ya inminente romanticismo. Quizá al propio siglo xviii le fue más fácil advertir sus apertu­ ras de horizontes sobre el futuro de lo que ha sido para el XIX, e incluso para nuestra época, el darse cuenta de la consciencia de aquel siglo3: en efecto, la crítica española de entonces, que no vacila, por una parte, en admitir la inferioridad de su siglo res­ pecto al precedente en el campo de la creación literaria y artística —y, por tanto, se preocupa por imitarle—, se proclama sin más, por otra parte, más original que el xvn, no sólo en el mundo de las ciencias, sino también en el de las ideas. Y la separación resulta singularmente clara por lo que se refiere al teatro: las composi- y 1784 y su repercusión literaria (Madrid, 1950), tiene ocasión de recordar explícitamente la separación entre la opinión pública de la generalidad de los españoles (siempre del xviii) favorable al teatro nacional, y la de la minoría de los “afrancesados”, denigradores del teatro nacional —sobre todo del siglo de oro— en honor del verbo neoclásico. 5 Si se buscaran los motivos, acaso se llegaría a la conclusión de que ha perjudicado a la investigación y a la valoración del xviii la conocida y en­ tusiasta revalorización que el Romanticismo (y aun antes el extranjero que el español) hizo del teatro español del siglo de oro, remontando el curso del tiempo sin preocuparse por mantener un lazo ideal con el siglo inter­ medio. La polémica del XVIII sobre los “autos sacramentales” 11 dones dramáticas neoclásicas, o pseudoclasicistas, que surgen sin interrupción, con frecuencia, como es notorio, sobre temas obliga­ dos (y, ante todo, los de Merope y Catón), conservan el tiempo que encuentran y cada vez resultan más aburridas; las rebeliones críti­ cas contra el sofocante neoclasicismo despuntan, no obstante, hasta en los hombres que mayormente sostienen y propugnan dichas teo­ rías, hasta en los que más las siguen, como el mismo príncipe de los teóricos dieciochescos españoles: Ignacio de Luzán. El propósito de nuestro estudio, limitado por ahora al autor en tomo al cual, por la fuerza de las cosas, se enardeció más la polé­ mica, Calderón, no es sino rastrear y seguir la vena de tales into­ lerancias respecto al espíritu neoclásico por parte de literatos espa­ ñoles que se ocuparon de teatro en el xvm (en empeñada lucha contra adversarios cuyo significado ha supervalorado hasta ahora evidentemente la tradición en perjuicio de aquéllos), para mostrar en ellas la iniciación, si bien a través de perplejidades y contradic­ ciones, de la teoría romántica. Y en estas páginas nuestra atención se restringirá a uno de los aspectos de dicha polémica, el religioso, que se manifestó en la disputa —no falta de golpes— sostenida en tomo a los “autos sacramentales” del gran dramaturgo. La polémi­ ca en tomo a ellos y a la oportunidad o inoportunidad de su repre­ sentación constituye, en efecto, uno de los episodios más movidos y, al mismo tiempo, más interesantes debido a la continua confu­ sión que en ella se producía entre problemas artísticos y éticos, en­ tre visión estética y teológica, dentro del conjunto de las diatribas sin fin entre partidarios y opositores de las representaciones teatrales. * * * Sabida es la actitud de la Iglesia en tales diatribas: respecto al teatro en general no asumió una posición oficial de hostilidad; el Santo Oficio lo juzgó, en términos generales, inofensivo 4. La Iglesia se preocupó, no obstante, de los “autos sacramentales”, promovien­ 4 Aún son válidas a este respecto las consideraciones de Alfred Morel- Fatio en las páginas introductorias a su edición de El mágico prodigioso, de Calderón (Heilbronn, 1877). 12 Estudios sobre las Letras en el siglo XVIII do, directamente o a través de la autoridad política, la prohibición de representarlos —y ello ya en el siglo xvi y en el xvil5— en todas partes salvo en España, donde la prohibición no les afectó hasta 1765; el hecho es suficiente no sólo para subrayar la diferencia en­ tre la actitud de la Iglesia en España y en el resto de los países, sino además para entrever el motivo, que es la consciencia, por parte de aquélla, de la importancia del teatro como una de las fuerzas naturales, así como de las características principales de la vida cul­ tural y colectiva española. A tal consciencia se puede achacar sim­ plemente la cautela y lentitud de las autoridades eclesiásticas en su oposición al teatro en España, bien que en este país no faltaran las voces a él hostiles desde mucho antes del siglo xviii, como aquí señalaremos de pasada para introducirnos en la atmósfera diecio­ chesca correspondiente. Ya a comienzos del xvil, precisamente cuando el teatro alcanza en España la cima de su triunfo y de su popularidad gracias al genio de Lope de Vega —que encuentra en el ambiente benévolo y generoso de Felipe IV un estímulo decisivo incluso exterior—, se realizan los primeros ataques contra la representación de los “autos sacramentales”. Un dominico, predicador general de su or­ den, doctor en teología y estudioso de historia, el Padre Alonso de Ribera, en su Historia Sacra del Santísimo Sacramento contra las Herejías destos tiempos (Madrid, 1626), la emprende contra “la manera de representar los autos sacramentales, con muy poca reverencia y acompañamiento de bailes y entremeses atrevidos” 6; y todo el parágrafo IV del 2.° tratado de esta obra (tratado que se ocupa De la institución de la fiesta del Corpus Christi y sus indul­ gencias) es una tirada polémica contra la representación de los “autos”, como se deduce ya del mismo título del parágrafo: Cuán pernicioso, ilícito e indecente sea hacer en la fiesta del Corpus co­ medias profanas, danzas y bailes de mugeres, correr toros, y hacer 5 La historia de la actitud de la Iglesia respecto al teatro se puede docu­ mentar en la monumental obra de E. Cotarelo y Mori. Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro en España, Madrid, 1904. 6 Para mayor sencillez, se moderniza la ortografía y la puntuación de los fragmentos citados, salvo, naturalmente, en los títulos. La polémica del XVlll sobre los “autos sacramentales” 13 otros semejantes juegos. La ofensiva de este teólogo contra los “autos sacramentales” se lanza en función del pesimismo de su con­ cepción de la vida: según el Padre Ribera, en la existencia el mal prevalece sobre el bien, por lo que la representación dramática, que reproduce la vida, sirve más de escándalo que de edificación; y aún es peor si se representan cosas sagradas, pues éstas por la fuerza de las cosas son insertas entre cosas profanas y representadas, “por la mayor parte”, por personas no dignas. El teólogo se siente escandalizado aún por otro hecho: tiene la impresión de que lo que se obtiene de las numerosísimas limosnas y tributos que se piden en España en nombre del Santísimo Sacramento y de Nues­ tra Señora del Rosario, “todo se gasta en toros, farandulejos y va­ nidades” ; y echa la culpa de ello sin más a los eclesiásticos, escla­ vos del interés y de la diversión. En esto se basa para incitar a los obispos a que supriman las representaciones de los “autos”, o, en cualquier caso, si tienen que ser permitidos ulteriormente, que sean al menos “convenientes a la pureza del misterio y a la decencia de la religión cristiana, como lo enseñan Santo Tomás y la filoso­ fía moral”. “¿Qué pureza será menester y cómo la podrá tener [se pregunta, no obstante, el dominico lleno de desdén, en cierto punto, y evidentemente aludiendo a un episodio específico de la época], el representante que a vista de personas religiosas y fide­ dignas, después de haber tratado descompuesta y lascivamente en el lugar adonde se visten con la mujer del autor, con quien era público que estaba amancebado, salió él a representar a San José y ella a Nuestra Señora la purísima Virgen María, que aun decirlo ofende las orejas piadosas, y que estando representando la [sic] estaba pidiendo celos de que miraba a otros?” ; más decoroso sería que los actores no fueran “en ninguna manera admitidos para tan santificadas fiestas, sino antes se les había de dar dinero porque no representaran en ellas”. Cuando, hacia mediados del xvii, habiéndose acentuado la ofen­ siva de las órdenes religiosas —con la de los jesuítas a la cabeza— contra el teatro, Felipe IV, deprimido además por sus penosas vicisi­ tudes políticas (guerras de Portugal y de Cataluña) y privadas (muer­ te del príncipe Baltasar Carlos), acabó por suprimir (1646) las re­ 14 Estudios sobre las Letras en el siglo XVlll presentaciones en general, pareció que también en España la suerte del teatro entraba en una fase decididamente desfavorable. Pero sólo tres años después el cambio de las circunstancias (mejoramiento de la situación en Cataluña, segunda boda del rey) sirvió de pretexto para que se reanudaran, y el teatro español tuvo entonces incluso su segundo espléndido florecimiento, con Calderón y los autores me­ nores de su época, y desde Moreto hasta Zorrilla. Comienzan luego los altibajos, que se acentúan a la muerte de Felipe IV (1665): por una parte, los juicios, en conjunto desfavorables, de las Consultas y de los Consejos llamados a dar su parecer, y por otra, las nuevas oleadas de ataques contra los “autos”, que acabaron por converger en la ofensiva que precisamente se centró contra Cal­ derón, como autor mayor de los “autos” en cuestión. * * * Inició la campaña contra la representación de los “autos” en las iglesias un profesor de teología moral en Salamanca y escritor fecundo, el Padre Manuel Ambrosio de Filguera, con el “folleto” Si sea lícito hacer los autos sacramentales en las iglesias (sin fecha, probablemente de 1678), del que hacemos un resumen a título de ejemplificación orientadora sobre la polémica inicial. Tras repetir la definición de “autos sacramentales” —represen­ tados en España en la octava del Corpus Domini y también otros días, como precisa el autor—, los cuales “suelen ser de alguna Historia Sagrada que se ordena a mayor devoción y veneración”, de la Eucaristía y de los beneficios que Dios concede a los hom­ bres, el Padre de Filguera pasa a ejemplificar con el caso de Cal­ derón: “Ha hecho demostración entre otros, en estos tiempos, D. Pedro Calderón de la Barca, ad excogitandum acutissimus vir, como el curioso lo habrá visto en el Primero y segundo Isaac, La viña1, El hambre de Egipto, La probática piscina, El verdadero 7 En la clásica edición de los “autos” calderonianos debida a D. Pedro de Pando y Mier (póstuma, 1717, y la primera completa, en 6 tomos que comprenden 72 “autos”, y que será luego repetida por Fernández de Apon- tes en 1759, con un “auto” más), este “auto” lleva como título: La viña del La polémica del XVlll sobre los “autos sacramentales” 15 Dios Pan, El horno de Babilonia, El arca de Dios cautiva, Los obreros del Señor, La hidalga del valle, La cena del rey Baltasar, El rey Asuero, El divino Orfeo 8, La piel de Gedeón, El día mejor de los días, La prudente Abigaíl, Mística y real Babilonia, y en otros autos del mismo autor” ; tras lo cual, una vez reconocida la fuerza imaginativa de Calderón, viene, sin embargo, la condena de su obra desde el punto de vista ético: “Pero no se distinguen [en­ tiéndase los “autos” de Calderón] de las otras comedias más que en lo que llevo dicho: de ser de alguna Historia Sagrada y las comedias tratar de alguna cosa seglar y algunas veces también santa, porque los dichos autos los representan hombres y mu­ jeres vestidas con toda profanidad y en muchas ocurrencias de hombre; y fuera de esto, hay entremeses, cantares, danzas y bai­ les y otras circunstancias de gracejo, que todo motiva alegría y risa. Este es el hecho de lo que en semejantes ocasiones comúnmente sucede”. Es evidente, por lo reproducido hasta ahora, la persisten­ cia de la preocupación en los ambientes eclesiásticos por la confu­ sión entre sagrado y profano; de aquí viene la pregunta que el Pa­ dre de Filguera se hace en el título mismo de su escrito, para responder a la cual le parece necesaria la discusión sobre tres pun­ tos, “el lugar, la música y los entremeses” : seguirla, aunque sea a grandes líneas, es útil para orientamos en los problemas éticos y estéticos de la época. Respecto al lugar (entiéndase las iglesias): a nuestro teólogo no le parece éste decente si se piensa en los numerosos concilios que recomiendan en las iglesias hasta la separación de sexos; y procla­ ma en seguida que “no pueden entrar en la iglesia las comediantes a representar, por hacer este oficio, según el estilo común, teniendo Señor; otros tres de los citados por el Padre de Filguera difieren también un tanto en el título: El horno de Babilonia es evidentemente La torre de Babilonia; La cena del rey Baltasar es La cena de Baltasar; El día mejor de los días es El día mayor de los días. 8 Este “auto” y los dos primeros de la lista del Padre de Filguera son los tres, entre los recordados por él, que ya estaban impresos en tiempos de la carta de Calderón al Duque de Veragua (1680) que contenía la lista más importante dada por él de sus propios “autos”, los impresos y los aún inéditos.

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