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España romana PDF

279 Pages·1996·10.187 MB·spanish
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ESPAÑA ROMANA Leonard A. Curchin i I Hi · (r~S· “'if " ' W%r m & m \ · ί V ■ ; · ■: i ; ». · .· ’)■ .7 s í fiT, i ñ h X . V ;\ f.;/ y-t'" !i % ■ » ' Ir* ' . ' M ·:·; Ai/ <§> CREDOS MONOGRAFÍAS HISTÓRICAS MONOGRAFÍAS HISTÓRICAS © LEONARD A. CURCHIN, 1991 © EDITORIAL GREDOS, S. A., Sánchez Pacheco, 81 Madrid, 1996, para la versión española Título original: Roman Spain. Conquest and Assimilation Routledge, London and New York Maqueta de colección y diseño de cubierta MANUEL JANEIRO Fotografía de cubierta: Santa Olalla de Bóveda (Lugo), finales del s. III. Detalle de los frescos. ISBN: 84-249-1826-6 Dep. Legal: M. 34398-1996 Impreso en España. Printed in Spain Gráficas Cóndor, S. A., Esteban Terradas, 12. Polígono Industrial. Leganés (Madrid), 1996 ESPAÑA ROMANA CONQUISTA Y ASIMILACIÓN Leonard A. Curchin VERSIÓN ESPAÑOLA DE Julio Calonge Ruiz AGRADECIMIENTO [Como editores de la versión española de la obra, reproducimos, la nota de la edición original, adhiriéndonos a la misma.] El autor y los editores desean agradecer a los que a continuación se citan el permiso para la reproducción de ilustraciones en Roman Spain: Fig. 0.1, cortesía del Servicio de Publicaciones del CSIC, Madrid; Figs. 1.2, 8.1, Royal Ontario Museum, Toronto; Figs. 1.3, 3.2, 5.2 (a), 5.2 (b), 7.3, Museo Arqueológico Nacional, Madrid; Fig. 3.1, Musée du Lou­ vre. Clichés des Musées Nationaux, Paris, © PHOTO R. Μ. N.; Fig. 5.3, Rômisch-Germanisches Museum, Kôln. Rheinisches Bildarchiv 33517; Fig. 7.1, cortesía de B. T. Batsford Ltd.; Fig. 7.4, Foto Barrera, Museo Nacional de Arte Romano, Mérida (Badajoz); Fig. 7.5, Museo Arqueológico de Córdoba, cortesía de la Junta de Andalucía; Fig. 8.3, Deutsches Archâologisches Institut, Madrid. Photo R. Friedrich; Fig. 9.1, Museo de Navarra, Pamplona. ABREVIATURAS DE OBRAS MODERNAS AE L’année Epigraphique, París, 1888-, ANRW Aufstieg undNiedergang der romischen Welt, Berlín, 1972-, CIL Corpus Inscriptionum Latinarum, Berlín, 1863-. HAE A. Beltrán (ed,), Hispania Antiqua Epigraphica, Madrid, 1950-. HER J. Vives (éd.), Inscripciones latinas de la España romana, Barcelona, 1971-2. ILS H. Dessau (éd.), Inscriptiones Latinae Selectae, Berlín, 1882-1916. JRS Journal of Roman Studies, Londres, 1911-. PIR1 Prosopographia Imperii Romani, 2.a edic., Berlín, 1933-. RIT G. Alfôldy (éd.), Die rômischen Inschriften von Tarraco, Berlín, 1975. PREFACIO El título de este libro requiere unas palabras previas de explicación. La expresión «España Romana» indica sólo el territorio que los romanos llamaron Hispania, que abarca en nuestros días España y Portugal. Pido la indulgencia de mis colegas portugueses y les aseguro que cuando incluyo en «España» lugares y monumentos situados actualmente en Portugal, me estoy refiriendo a Hispania no a España. Hay dos modos de escribir un estudio histórico sobre una región determinada. Por una parte, la descripción estrictamente cronológica, colocando los detalles sociales, económicos y culturales dentro de sus períodos respectivos; por otra parte, está el tratamiento tipológico que estudia la sociedad, la economía, la religión, etc., diacrónicamente, en capítulos separados. Para la España romana no es plenamente practica­ ble ninguno de estos dos enfoques a causa de la naturaleza de nuestras fuentes. Los datos literarios suministran una cobertura bastante comple­ ta (aparte de lagunas ocasionales debidas a accidentes de la transmi­ sión) sobre la historia política y militar del período republicano, pero muy escasa para el período del Imperio. Por otro lado, la documenta­ ción (en su mayor parte epigráfica y arqueológica) sobre la economía y la historia cultural y social data fundamentalmente de los primeros tiempos del Imperio. Por fortuna, el fin de la conquista romana coincide cronológicamente con la línea divisoria que separa estos dos grandes períodos históricos. De aquí que haya cierta justificación histórica (y no simplemente la desesperación de estar «a merced de nuestras fuentes») para poder dividir este estudio en dos fases distintas: la conquista ro­ mana, en la época de la República, y su asimilación, en la del Imperio. 12 España romana Los doctores Jonathan Edmondson, Robert Knapp, Patrick Le Roux, Ramsay MacMullen y Lucinda Neuru han leído amablemente partes del manuscrito. A todos les doy las gracias por su cálido estímulo y por ha­ ber sacado tiempo de sus horarios sobrecargados para leer mi original. La Dra. Jennifer Price me proporcionó una valiosa ayuda en los pro­ blemas de la producción de vidrio. Ninguno de estos investigadores es responsable de ningún error o de algún dato de opinión que yo no haya detectado. Por último, doy las gracias a mi editor, Richard Stoneman que inicialmente me propuso este proyecto y que tan pacientemente es­ peró su realización. INTRODUCCIÓN Aunque Hispania era parte integrante del Imperio Romano, un via­ jero que llegara desde Roma o desde una provincia distante se asom­ braría de sus muchas peculiaridades. La duración misma del viaje —por lo menos, una semana desde Roma a Cádiz y casi un mes desde Alejandría— aumentaría en la mente del viajero la impresión de lejanía de España, cuyas costas y estuarios están más orientados hacia el Atlántico que hacia el Mediterráneo. Más allá de Gibraltar, las plácidas bahías azules del Mediterráneo se convierten poco a poco en el oleaje gris verdoso del océano exterior. Barcos equipados con cuerdas de es­ parto hispano y cargados con ánforas hispanas navegaban por los dos mares y llevaban aceite de oliva y salsa de pescado a puertos de pro­ vincias distantes como Britania y Judea. En el interior, el visitante romano descubriría un país de luz y con­ tornos, marcado por una impresionante variedad de paisajes y colores: las secas y onduladas llanuras de la tórrida Castilla, los verdes valles exhuberantes de la lluviosa Cantabria, el majestuoso esplendor de los Pirineos, cubiertos de nieve, y las monótonas y desarboladas estepas de Extremadura, cuyos resistentes campesinos llegarían un día a colonizar el Nuevo Mundo. Bosques de robles y de pinos, guaridas de jabalíes, de ciervos, de lobos y de osos cubrían buena parte del suelo de la Penínsu­ la Ibérica en época romana. Pero en las regiones que los hombres ha­ bían hecho cultivables, nuestro visitante vería florecer olivos, viñas y cereales en la rica tierra roja. Caminaría por una red de vías pavimenta­ das tales como la Vía de Hércules, ceñida a la costa mediterránea, o la Vía de Plata que conducía desde Emerita Augusta, la capital provincial más al Occidente del Imperio Romano, hasta la zona minera de Astu- 14 España romana rías. A lo largo del camino, dejaría a su paso muías, carretas de bueyes, posadas y aldeas, y sería guiado en su ruta por señales como: «Ca­ minante, sigue la derecha en la vía pública»1. Pasaría delante de cam­ pesinos, que trabajaban sus cultivos en terraza en las laderas de las co­ linas, cuyas cabañas primitivas contrastaban agudamente con las villas palaciegas de los ricos, y también pasaría delante de los pastores que conducían sus rebaños al pasto. Se encontraría con iberos de cabellos ondulados que, a veces, terminaban en una melena rizada, y con celtí­ beros de pelo enmarañado y barba de pelo duro, cuyos dientes y piel se limpiaban asiduamente con orina. En algunos lugares vería mujeres ataviadas con velos que sujetaban delante de sus rostros con varillas dobladas fijas a una banda de metal. En otros, vería mujeres que depi­ laban la parte anterior de su cabeza para dejarla brillante2. Los hombres vestían túnicas que colgaban hasta casi las rodillas y se ceñían en la cintura; en invierno, llevaban pantalones y gorras. Las mujeres usaban vestidos largos de colores vivos y sentían gusto en lucir pendientes de filigrana y broches de oro. La gente, según los lugares, podía hablar la­ tín, griego, ibérico, púnico o un dialecto céltico. En las ciudades, nuestro visitante podría ver los monumentos y los entretenimientos comunes a todas las ciudades romanas y además algu­ nas peculiaridades. Podría andar a la sombra de un pórtico por calles pavimentadas con piedras irregulares, desgastadas por las ruedas de pe­ sados carros. Podría pasear por los jardines públicos, regados con el agua de los pozos, jardines en los que podría haber árboles raros3. En el foro, en medio del ajetreo de la multitud y los gritos de los ruidosos vendedores, podría encontrarse con una desconcertante variedad de ar­ tesanos y comerciantes de géneros muy concretos, tales como fabrican­ tes de relojes de sol, de mechas para lámparas, vendedores de perlas y de pimienta4. Los comerciantes usaban una confusa combinación de monedas romanas e hispanas. Estatuas y edificios públicos, erigidos por los magistrados locales, adornaban las plazas públicas y los caminos. En el curso de sus viajes podría admirar muchos monumentos es­ pectaculares: el famoso templo de Hércules en Cádiz, el puente de Al­ cántara (el más elevado en el mundo romano), el alto acueducto de Mé- 1 AE, 1969-70,254. 2 L. Pericot, Cerámica ibérica, Barcelona, 1977, figs. 126, 172, 175; Catulo, 37, 39; Estrabón, III3, 7, y III4, 16-17; Marcial, X 65. 3 Estrabón, III5, 7,10. 4 L. A. Curchin, «Jobs in Roman Spain», en Florilegium, vol. 4, 1982b, págs. 36- 40. Introducción 15 rida, conocido en época posterior como «Los Milagros», por la tecno­ logía sobrehumana con la que fue construido. Para recreo, podría visitar los baños termales, con frecuencia situados en lugares de fuentes mine­ rales y abiertos a horas diferentes del día para los hombres o para las mujeres, o también presenciar en un circo local la competición, en una carrera de carros, de algunos criadores de caballos hispanos. En algunas ciudades podría ver un combate de boxeo, o a las famosas bailarinas de Cádiz; en otras, la lucha en la arena entre hombres y animales, antece­ dente de las modernas corridas de toros. En los frecuentes festivales re­ ligiosos, probaría la famosa «bebida de las cien plantas» mientras oía a las mujeres tocar la flauta, el címbalo y la cítara (antecedente de la gui­ tarra española). En Bastetania, podría incluso ver a las mujeres agarrar escandalosamente las manos de los hombres mientras bailaban5. Al visitar las casas, nuestro viajero se calentaría en la omnipresente chimenea o pasearía por voluptuosos jardines regados por fuentes ma- Figura 0.1. Comida y menaje de cocina en un mosaico procedente de Marbe- 11a (Málaga), siglo i o ii d. C. Fuente: Blázquez (1981). (Cortesía del Servicio de Publicaciones del CSIC). nantiales. Sobre las paredes vivamente pintadas y en los paneles de mo­ saico del suelo podría ver escenas del circo o incluso de la mitología griega, pues los que hacían los mosaicos eran con frecuencia orientales. 5 Plinio, NH, XXV 85 (bebida); Estrabón, III 3,7.

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