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Erasmo, la contrarreforma y el espíritu moderno PDF

204 Pages·1970·7.356 MB·Spanish
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LUCIEN FEBVRE . ERASMO, LA CONTRARREFORMA Y EL ESPÍRITU MODERNO EDICIONES ORBIS, S.A. Traducción de Carlos Piera Dirección de la colección: Virgilio Ortega © 1957, École Pratique des Hautes Études, París © 1970, Ediciones Martínez Roca, S.A. © Por la presente edición, Ediciones Orbis, S.A. Apartado de Correos 35432, Barcelona ISBN: 84-7634-029-X D.L. B. 13867-1985 Compuesto, impreso y encuadernado por Printer, industria gráfica s.a. Provenza, 388 Barcelona Sant Viceng deis Horts Printed in Spain NOTA PRELIMINAR Este libro, con excepción de una conferencia inédita,1 es una recopi­ lación de artículos publicados en varias revistas, como continuación a los Combats pour l'histoire,4 aparecidos en 1933. Lucien Febvre pre­ paró el manuscrito entero, reunió los diversos fragmentos, corrigió unos, redactó nuevamente otros; dispuso, con su habitual celo, todo el orden del cortejo: los problemas generales, con el admirable artículo sobre Los orígenes de Ja Reforma francesa y eí problema de las causas de la Reforma a la cabeza; los Estudios sobre Erasmo después; la parte titulada A través de la Reforma francesa-, y, por último, En el umbral de ¡os tiempos nuevos, es decir, en el umbral del nuevo espíritu del siglo xvn. Lucien Febvre pensaba escribir un prefacio que enlazase estos estu­ dios aislados con sus grandes obras, y, sobre todo, con su Rabelais. Creo que no es de nuestra incumbencia sustituirle en esta difícil tarea. Este nudo religioso del siglo xvi es, sin duda, el nudo del pensamiento más original de Lucien Febvre. Se basta a sí mismo. Femand Braudel 1 2 1. Erasmo y su época, conferencia pronunciada en agosto de 1949 en Rio de Janeiro, ante la Academia brasileña de las Letras. 2. Armand Colín. PRIMERA PARTE PROBLEMAS GENERALES UNA CUESTIÓN MAL PLANTEADA: LOS ORÍGENES DE LA REFORMA FRANCESA Y EL PROBLEMA DE LAS CAUSAS DE LA REFORMA Historia comparada: desde que un hermoso discurso de Henri Pi- renne despertara ecos adormecidos, estas dos palabras han experi­ mentado un nuevo auge.' Ciertamente, no se trata de ninguna pana­ cea. Una mirada a nuestro alrededor, por encima de las medianerías, nos permitiría aportar nuevos elementos en respuesta a numerosas cuestiones mal planteadas. Trataremos de demostrarlo a propósito del irritante problema de las causas y los orígenes de la Reforma francesa. Mucho se ha trabajado, durante casi un siglo, para reconstituir la gé­ nesis de un movimiento que, a lo largo de varias décadas, amenazó se­ riamente a un catolicismo más galicano que ultramontano. Pacientes investigadores -con Nathanael Weiss. probado conocedor de este os­ curo pasado, a la cabeza-, agrupados en torno al Bulletm de la Société d'Histoire du Protestantísme frangais? y a la excelente biblioteca de la calle de Saints-Péres, han continuado e impulsado los trabajos de ex­ ploración emprendidos con entusiasmo por atrevidos pioneros, origi­ narios en su mayoría de Estrasburgo y de la Suiza de habla francesa, entre 1840 y 1860.1 2 3 No obstante (para limitarnos a las principales inicia­ tivas), un penetrante historiador, Henri Hauser, tratando de situar en el 1. Artículo aparecido, en 1929. en la Reme historique. t. CUQ. 2. Bulletin de la Sodété d’Histoire du Protéstanosme franjáis, abreviado en el texto bajo las siglas B.S.H.P. 3. A la cabeza de los estrasburgueses aparece Charles Schmidt. Sus Études sur Pare! (Estrasburgo, 1834, w.-4.°). sobre Gerson (ibtó, 1839). sobre Gérard Roussel (Jbld.. 1949, ln.-8.°) son otras tantas (¿ras asombrosas para su época. Su influencia (ue doble, por su ejemplo y enseñanza: Nath. Weiss fue uno de sus discípulos. Hay que citar también a E. Reuss(t 1891) por sus preciosos FragmentsrelaUIs á l'histoire de la Bible franeaise (.Reme de théologie et philosophie chrétienoe de Estrasburgo. 2.* serie. 11, IV, V, VI, XIV, 1891, 93-97:3.' serie. 10. IV, V, 1869-1867), no menos que por su participación en la gran edición de las Cahrini Opera (1863 y ss.). junto con sus amigos & Cunitz y J.-W. Baum. Baum es autor de Ttteodor Beta. Leipzig. 2 voto, in.-8.°, 1843-91. y recopilador del precioso Thesaurus Bau- mianus. que se conserva en la Biblioteca nacional y universitaria de Estrasburgo. En cuanto a los suizos, citaremos tan sólo a A.-L. Herminjard. autor de la admirable Correspondaoce des Réíormateurs dans lespays de langue fraiifaise, 1S12-1S44, Ginebra y Parts, 1864-1897, la-8.«. 13 marco de la vida económica y social la vida religiosa de la Francia del siglo xvi, demostraba que la historia del siglo heroico estaba entrete­ jida de elementos materiales y espirituales.1 Y, a pesar de estos esfuer­ zos y estos logros, cuando, dejando a un lado los hechos, se pasa al peli­ groso terreno de las ideas, ¡qué discordante concierto de imprecacio­ nes y contradiciones! ¿Hubo o no una Reforma francesa, diferente desde un principio de todas las demás Reformas contemporáneas, por sus autores y sus ca­ racterísticas? Y si afirma su existencia, ¿hay que atribuirle una fecha de comienzo anterior a la de la Reforma luterana? Por otra parte, ¿se trató de una Reforma autóctona, nacida en Francia, de un esfuerzo francés, o bien sus gérmenes procedían del exterior y, concreta­ mente, de la Alemania luterana? He aquí, planteados a grandes rasgos, los tres eternos problemas de la especificidad, la prioridad y la nacio­ nalidad de la Reforma francesa que, desde hace años, enfrentan a los historiadores, semejantes en esto a los polemistas escolásticos que describe Michelet en una célebre página. Afirmaciones, negaciones, nuevas afirmaciones: los mentís se suceden, irritantes e inútiles; y aquel que, tratando de comprender, se engolfa en esta literatura tan vacía como prolija, no encuentra en ello sino argumentos mil veces ma­ nidos por tres generaciones que marcan el paso sobre el propio te­ rreno. El caso Lefévre es típico. ¿Qué papel desempeñó este modesto sabio en la génesis de la Reforma francesa? Desde hace casi un siglo, con fastidiosa paciencia, los historiadores no se cansan de dar a esta pre­ gunta dos o tres respuestas contradictorias. Sin remontamos a fechas anteriores a 1897, en este año, E. Doumergue, en su estudioJean Calvin, sostenía una vez más la tesis extremista de que Lefévre había sido el «creador del primero de los protestantismos en el tiempo».* En 1913, 1 2 1. Estudios recogidos en varios volúmenes: Études sur le Rélorme frampaise, Picard, 1909, in.-12.°; Ouvrlers du temps passó, Alean, 1* edición. 1898; Travaiileurs et marchands dans l'ancienne Ranee, ibld. 1920; Les débuts du capüal:sme, ¡bid. 1927, in -12.'’. A esto hay que añadir cuatro fascículos de Source de 1‘histoire de Ranee. KVT siécle (1494-1610), Pi­ card, 1906-1915, repletos de erudición y sagacidad, y el volumen Les débuts de l'Sge mo­ derna, la Renaissance et la Rétorme, en colaboración con A Renaudet -para la colección Peuples et dvilisaOon. 1929. (En último lugar, y menos eficaz, La Naissance du Protéstan­ osme, 1940.) 2. T. I.. 1899, in.-4.°, pp. 542 y ss., apéndice V: Lefévre, réformateur franpais. Mazda sin­ gular de fórmulas afortunadas y exageraciones. «Lefévre no fue ni Lutero ni Caivino: fue Lefévre... Lefévre fue un reformador original antes que Lutero, porque lo siguió siendo después de Lulero» (p. 544) Se pueden admitir estas afirmaciones, convenientemente in­ terpretadas. Pero decir que «el espíritu de Lefévre fue tan original que nada pudo modifi­ carlo» (P. 545) es totalmente falso. La originalidad de Lefévre se ha beneficiado de fuentes muy diversas, y. como bien ha demostrado A. Renaudet. «el buen Fabri» ha sufrido, a la larga, la influencia de su émulo Erasmo. El autor de la Farce des Théologastres de 1523 es­ taba en lo justo cuando rogaba al Rey de la Gloría que pusiera en su Santo Paraíso, conjunta­ mente, a «Erasmo, el gran escritor, y a Fabri. el gran ingenio...». Pero Doumergue se aleja aún más de la realidad cuando habla (p. 545) «déla fecha de conversión de Lefévre». ¿Con­ versión a qué? Doumergue olvida que «Lefévre no fue ni Lulero m Caivino». sino él mismo. 14 John Viénot, en un apasionado artículo del Bulletínrefutaba la argu­ mentación del decano de Montauban: «La broma ha durado dema­ siado, exclamaba. No ha habido Reforma francesa independiente de la de Lutero y anterior a ella; ¡ya es hora de desembarazar a la historia de la Reforma de esta leyenda!» Sin duda, pero ¿y de su contra-leyenda? Tampoco el artículo de Viénot decía nada que no hubiese dicho y re­ petido ya.' ¿Y qué se podía hacer? ¿Esperar la réplica y, luego, la réplica a esa réplica? No, Sísifo ignora el reposo. Mucho antes de que Barnaud, en los Études théologiques el réligieuses de Montpellier,2 hiciese suya la tesis de un Lefévre precursor de la Reforma francesa, un germanista, Louis Reynaud, en su ambiciosa Histoire générale de 1‘influence fran- gaise en Aliemagne3 -que en su tiempo hizo mucho ruido-, declaraba: «No sólo Lefévre enseñó el luteranismo a los parisinos, sino que quizá lo enseñase también al propio Lutero.» Él quizá era prudente, pero la pru­ dencia se olvida pronto, y así Reynaud concluía: «El luteranismo tuvo, por tanto, su cuna en Saint-Germain-des-Prés, y no en Wittenberg.» Lo que no le impedía celebrar1 * 3 4 5 6 en la doctrina del monje sajón «la más per­ fecta expresión de la Alemania liberada de finales de la Edad Media». E incluso añadía: «Un movimiento tan profundamente alemán, como francés el calvinismo.» Y, de pronto, los que en 1913, reincidiendo en el odioso tópico, dogmatizaban con Pierre de Vassiére (generalmente más acertado): «El protestantismo sería rechazado por el mismo país, cuya alma y genio repelían esencialmente, como se ha demostrado, al espíritu y a la doctrina reformistas»." se veían combatidos de frente como Doumergue superado y Viénot contradicho. No cometeremos la simpleza de preguntar el nombre del autor ni el texto literal de esta pe­ rentoria «demostración». Con toda certeza, no es obra de Henri Ro- mier, que, en 1916, escribía: «Los únicos que adoptaron y comprendie­ ron la Reforma fueron aquellos de pura raza francesa, desde Béze hasta Coligny.» Y añadía: «No ha habido movimiento histórico más na­ cional o local que el de la Reforma francesa.»" Pero no resistimos la ten- 1. Y a-t-il une Réforme franjase antéríeure é Luther?, 1913, pp. 97-108. Z. T. I., 1.a* año, 1926. El bosquejo es sumario. Más documentado es el estudio de H. Dó- rries, Calvin undLefévre (Z. f. Kirchengeschichte, XU V. 192S), serio esfuerzo para dilucidar, desde el punto de vista teológico, las concepciones de Lefévre sobre Dios y la Majestad di­ vina; la unión con Dios; el honor de Dios. Scheibe, en su Calvws Pradestinatíonslehre, soste­ nía en 1897 que, 3obre estos puntos, Calvlno no habla hecho sino reproducir las ideas de Le- févre. 3. Hachette, 1914. Véase el § I del capítulo V, pp. 157-171. 4. Página 157. Y un poco más lejos (p. 164); «El luteranismo es germanismo a la segunda potencia.» 5. Récils dutemps des troubles. De quelquesassassins, Emtie Paul, 1912, p. 16. La misma tesis, con distintas palabras, sostiene Autin en Les causes de l'échec de la Réforme en FYance, Montpellier, 1917. En contra de ella escribe J. Pannier, entre innumerables artícu­ los, Les origines frangaises du protestantisme frangais IB.S.H.P.. 1928, t. LXXVII). 6. B.S.H.P., 1916, 343. Y añade (ib ld «Creo que toda, o casi toda, la civilización moral del siglo XVII francés tiene sus raíces en la Reforma nacional del siglo XVI.» Observemos que Romier no se ocupa de lo que denomina «la Reforma, bastante vaga, de los primeros tiempos»; sólo se interesa por la de Calvlno, «que cristalizó en una doctrina y una organiza- 15 tación de catar dos textos de Brunetiére. En 1898, en su Histoire de la ¡it- térature frangaise' declaraba, con su imperturbable autoridad: «La Re­ forma es esencialmente germánica, es decir, opuesta al genio fran­ cés.» Dos años después, en la Revue des Deux Mondes1 aseguraba: «Hubo una Reforma puramente francesa, que nada, o poco, debió a la Reforma alemana...» Quizá alguien diga: «Las pasiones temporales, políticas o'religiosas, lo explican todo.» Todo, no. No explican que Doumergue y Viénot, his­ toriadores y teólogos reformistas ambos, interpreten tan contradicto­ riamente la postura de Lefévre frente a Lutero, o, para ser más exactos, la verdadera situación de Lefévre a la vez ante los innovadores, los conservadores y los hombres de su país que, más tarde, siguieron a Juan Calvino. No explican la pereza en abandonar las viejas costum­ bres de la controversia. Además, no son sólo unos pocos historiadores los que se enfrentan brutalmente. Es todo un problema, el problema capital de los orígenes de la Reforma en Francia, que aún no se ha re­ suelto. aunque pueda agrupar a la casi totalidad de hombres de buena voluntad. Y esto sin duda es grave. Más grave de lo que normalmente creen los historiadores. Es sabido que, en su mayoría, desconfían mucho de lo que llaman «las ideas ge­ nerales». No digo que estén equivocados, pero hay que distinguir. En un movimiento tan amplio como la Reforma, que se desarrolla en un país espiritualmente tan rico como Francia, buscar el punto de partida (como si, en efecto, sólo hubiera un punto de partida) inmerso en un círculo cerrado de acontecimientos y de motivaciones; de corrientes de ideas y de sentimientos tan poderosos, y mezclados además con tantos intereses temporales, no querer reconocer de forma exacta las fuentes profundas, de modo que cualquier investigador desinteresado pueda enumerarlas sin vacilar, es exponerse alegremente a los mayo­ res errores, a las interpretaciones más fantásticas; precisamente, las que se enfrentan en las citas que recogemos más arriba. Aún más, es renunciar a representar un movimiento cuya curva sólo se puede tra­ zar si se comienza por calcular, de forma rigurosa, las primeras coor­ denadas. aón eclesiástica, hacia 1560, que surgía de lo más profundo de nuestro terruilo y de nues­ tra alma nacional». Esta idea es discutida por Weiss, ibtd., 1916, pp. 246 y 343; «Si. si se en­ tiende que la Reforma francesa fue preparada, proclamada en Francia por franceses y fa­ vorecida por ciertas tradiciones francesas; no, si lo que se quiere decir es que la Reforma nació en Francia y se desarrolló independientemente de toda otra influencia.» 1. T. 1., p 1%. En el Manuel del mismo autor (1898, p. 75) se halla otro pasaje divertido: «¡Francia ho había rechazado lo que encontraba demasiado germánico en su constitución, bajo las especies del sistema feudal (s/c). para reintegrar en ella, bajo las especies del pro­ testantismo, algo al menos igualmente germánico!» Z. L’Oeuvre littéraire de Calvin. 13 de octubre de 1900. pp 898-923 Sobre la polémica que suscitó, cf. B.S.H.P., t. L, 1901, p. 698. y t. U. 1902, p. 38. 16 I ¿Cómo definir hoy estas viejas posturas que sólo la inercia de sus ad­ versarios parece mantener? ¿Y, cómo han llegado a adoptarlas en el transcurso del tiempo? Sólo se puede señalar a grandes rasgos, ya que carecemos de his­ toria, buena o mala, de la Reforma francesa.1 En términos generales, el día en que cualquier problema histórico de cierta importancia esté apoyado por un estudio genealógico en regla, se habrá dado un gran paso. Nunca nos encontramos, por decirlo así, ante hechos clasifica­ dos de modo imparcial, que podamos libremente combinar a nuestro antojo. Tropezamos siempre con selecciones antiguas, más o menos arbitrarias, de sucesos e interpretaciones; con recopilaciones ya clá­ sicas de ideas y documentos: en una palabra, con «grandes proble- mas> planteados a veces desde hace varios siglos, bajo la influencia de costumbres, ideas y necesidades que han dejado ya de ser las nuestras. Un hecho está claro. Los primeros que se esforzaron por encontrar las causas, recorrer las vicisitudes, descubrir los principios de la Re­ forma, no fueron historiadores sino eclesiásticos, sacerdotes o minis­ tros, con ribetes de controversistas. Para ellos, no se trataba de estu­ diar. con simpatía desprovista de segunda intención, la génesis de una nueva mentalidad que levantaba contra las viejas formas piadosas a miles de fieles ávidos de certidumbre. Los tiempos no estaban para se­ mejantes curiosidades. De hecho, preocupaciones muy poco desinte­ resadas, verdaderas obligaciones profesionales o necesidades de lu­ cha determinaban las opiniones y las posturas de estos beligerantes, para los que la historia era sólo un arsenal. Como eclesiásticos, preten­ dían, ante todo, defender sus Iglesias particulares frente a las rivales. Y por ello, lo que más les afectaba de la Reforma no eran sus conse- ' cuencias religiosas, sino eclesiásticas: la ruptura con Roma, el naci­ miento de nuevas Iglesias, hecho primordial que unos trataban de jus­ tificar y otros deploraban apasionadamente. En cuanto a los historiado­ res, modestos auxiliares de las potencias en juego, se guardaban de aventurarse en las oscuras profundidades de una historia repleta de psicología, cuyas posibilidades y fecundidad no sospechaba nadie por entonces. ¿Qué papel desempeñaron las nuevas Iglesias, íntimamente unidas a los príncipes, en el concierto discordante de una Europa des­ garrada por guerras medio políticas, medio confesionales? Esto es lo que Sleidan, el primero de los historiadores de la Reforma, se preo­ cupó por demostrar en el siglo xvi con su De statu religionis et reipubli- cae, de 1551; esto es loque, durante tres siglos, retuvo exclusivamente la atención de un abigarrado tropel de memorialistas más o menos hu­ manizantes, ninguno de los cuales pensó en enfocar la Reforma dentro 1. £3 instructivo Bossvet historien, de Rébelllau, no es aquí de ninguna utilidad, toda vez que Bossuet desdeña todo lo que, en Francia, es anterior a Calvino. 17

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