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Ensayo sobre la naturaleza; seguido de varios discursos PDF

219 Pages·2017·4.838 MB·Spanish
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ENSAYO SOBKE LA NATURALEZA SEGUIDO DE VARIOS DISCURSOS DE 1=1. W . E M E R S O N Traducción directa del inglés POR EDMUNDO GONZÁLEZ-BLANCO MADRID LA ESPAÑA MODERNA Calle de Fomento, núm. 7. i ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO DE IDAMOR MORENO Blasco de Garay, 9t—Téléf, 8.020, 10.114 INTRODUCCIÓN Nuestro siglo es retrospectivo. Construye los sepul­ cros de sus antepasados. Escribe biografía, historia y crítica. Las anteriores generaciones miraron á. Dios y á la Naturaleza frente á frente; nosotros miramos á través de sus ojos. ¿Por qué no hemos de poseer también un concepto original del Universo? ¿Por qué no hejnos de te­ ner una poesía y una filosofía de intuición, no de tradi­ ción, y una religión formada por revelación hecha á nos­ otros mismos y no por la historia de las suyas? Puestos por una temporada en comunicación con la Naturaleza, cuyos torrentes de vida fluyen á nuestro alrededor y nos invitan con las fuerzas que despliegan á obrar en propor­ ción á la Naturaleza, ¿por qué hemos de tantear entre los descarnados huesos del pasado ó disfrazar á la gene­ ración viva con su marchito guardarropa? El sol brilla hoy también. Hay más lana y lino en los campos. Hay nuevas tierras, nuevos hombres, nuevas ideas. Atenda­ mos á nuestros trabajos, á nuestras leyes y á nuestro culto. Indudablemente no tenemos preguntas que hacer que sean irrespondibles. Debemos confiar en la perfección de todo lo creado de tal suerte, que creamos que cualquier i curiosidad que haya suscitado en nuestros espíritus el orden de cosas, puede satisfacerla este mismo orden de cosas. La condición de todo hombre es una solución en jeroglífico para las investigaciones que pueda hacer. Lo pone en práctica como vida antes de que lo comprenda como verdad. En cierto modo, la Naturaleza, en sus for­ mas y tendencias, traza ya sus planes. Interroguemos á la gran aparición que refulge tan tranquilamente á nues­ tro alrededor. Investiguemos cuál es el fin de la Natu­ raleza. Toda ciencia tiene una aspiración, á saber: descubrir una teoría de la Naturaleza. Tenemos teorías de razas y de funciones; pero apenas tenemos una remota aproxi­ mación á una idea de la creación. Estamos tan lejos del camino de la verdad, que los doctores religiosos dispu­ tan y se odian entre sí, y se considera á los hombres es­ peculativos como superficiales y frívolos. Pero para el que forme un raciocinio más sólido, la verdad más abs­ tracta es la más práctica. Siempre que aparece una teo­ ría, ella misma será su evidencia. La prueba es que expli­ cará todos I fenómenos. Créese ahora que muchos no 03 sólo están por explicar, sino que son inexplicables: como el lenguaje, el sueño, el ensueño, las bestias, el sexo. Filosóficamente considerado, el Universo está com­ puesto de la Naturaleza y del alma. Estrictamente ha­ blando, por consiguiente, todo lo que está separado de nosotros, todo lo que la Filosofía distingue con el nom­ bre de NO-YO, esto es, la Naturaleza y el Arte, todos los demás hombres y mi propio cuerpo, debe ser clasifica­ do bajo este nombre: NATURALEZA. Al enumerar las cualidades de la Naturaleza y hacer el recuento, em­ plearé la palabra en ambos sentidos: en el común y en el filosófico. En investigaciones tan generales como és­ tas, el descuido no es material: no ocurrirá ninguna confusión de ideas. La Naturaleza, en el sentido común, se refiere á las esencias que el hombre no puede cambiar: el espacio, el aire, el rio, la «hoja. El Arte se aplica á la mezcla de su voluntad con las mismas cosas: como en una casa, un canal, una estatua, un cuadro. Pero sus ope­ raciones, tomadas en conjunto, son tan insignificantes (desmenuzar, cocer en horno, remendar y eujalbegar), que en una impresión tan grande como la del mundo del espíritu hnmano, no varían el resultado. CAPITULO PKIMERO NATURALEZA Para entrar en soledad un hombre necesita tanto re­ tirarse de su habitación como de la sociedad. Yo no soy solitario mientras leo y escribo, aunque nadie está con­ migo. Pero si un hombre quiere estar solo, que mire á las estrellas. Los rayos que brotan de estos celestes mundos le separarán de las cosas vulgares. Cualquie­ ra creería que se hizo la atmósfera transparente con objeto de dar al hombre, en los celestes cuerpos, la perpetua presencia de lo sublime. Vistos desde las calles de las ciudades, ¡cuán grandes son! Si las estrellas apa­ reciesen una noche cada mil años, ¡cómo los hombres creerían y adorarían en ellas, y cómo conservarían por espacio de muchas generaciones el recuerdo de la ciu­ dad de Dios que se les había mostrado! Pero todas las noches salen estos predicadores de la belleza y alum­ bran el Universo con su sonrisa amonestadora. Las estrellas excitan cierta reverencia, porque, aun­ que siempre presentes, son siempre inaccesibles; mas todos los objetos naturales producen una impresión aná­ loga cuando el espíritu está dispuesto á recibir su in­ fluencia. La Naturaleza nunca ostenta apariencia mez­ quina. Ni el hombre más sabio descifra todo su secreto * t • ' . 1 . 6* . V*sA«# , . * B. W. E.M EBS.*O N . ^ y pierde su curiosidad al descubrir toda su perfección. La Naturaleza nunca llega á ser un juguete para los es­ píritus discretos. Las flores, los animales, las montañas, reflejaron toda la prudencia de sus mejores horas tanto como habían deleitado la sencillez de su infancia. Cuando hablamos de la Naturaleza de este modo, tenemos en la mente un sentido distinto, pero más poé­ tico. Damos á entender la integridad de la impresión producida por múltiples objetos naturales. Esto es lo que distingue los nudos de un bastón del que tala un bosque del árbol del poeta. El encantador paisaje que vi esta mañana está indudablemente compuesto de unas veinte ó treinta fincas. Miller posee este campo, Locke aquél, y Manning el arbolado de más allá. Pero ninguno de ellos posee el paisaje. Hay en el horizonte una pro­ piedad que ningún hombre posee, sino aquel cuyos ojos pueden integrar todas las partes; esto es, el poeta. Esta es la mejor parte de las fincas de estos hombres; y, no obstante, á esto no les dan derecho sus títulos territo­ riales. Para hablar con verdad, pocas personas adultas pue­ den ver la Naturaleza. La mayoría de las personas no ven el sol. Al menos lo ven muy superficialmente. El sol sólo ilumina la vista del hombre, pero brilla en los ojos y el corazón del niño. El amante de la Naturaleza es aquel cuyos sentidos interiores y exteriores están ajus­ tados uno á otro; el que ha conservado el espíritu de la infancia en la época de la edad madura. Su comunica­ ción con los cielos y la tierra forma parte de su alimento diario. En presencia de la Naturaleza penetra al hom­ bre un deleite violento, á pesar de las tristezas reales. La Naturaleza dice: «él es mi hijo, y, á pesar de sus impertinentes aflicciones, estará contento conmigo». Ni el sol ni el verano solo, sino cada hora y cada esta­ ción, rinden su tributo de deleite; porque cada hora y cada cambio implica y autoriza distinto estado de espí­ ritu, desde la tarde ardiente hasta la obscura media no­ che. La Naturaleza es un coliseo donde igual se desem­ peña un juguete cómico que un drama. Disfrutando de buena salud, el aire es un cordial de increíble eficacia. Cruzando un terreno raso, con lodazales de nieve, al crepúsculo, bajo un cielo entoldado, sin pensar en nin­ guna cosa especial, he gozado de una perfecta alegría. Casi temo pensar en lo contento que estoy. En las sel­ vas, un hombre se despoja de sus años como la culebra de su costra, y en cualquier período de la vida es siempre un niño. En las selvas hay juventud perpetua. Dentro de estas plantaciones de Dios reina el decoro y la santi­ dad, se celebra un perenne festival, y el huésped no se cansa de ellas en mil años. En las selvas volvemos á la. razón y á la fe. Siento allí que nada puede ocurrirme en vida—ni desgracia ni calamidad—que no pueda reparar la Naturaleza. Estando sobre el terreno liso—con la ca­ beza bañada por el aire alegre y erguida hacia el infi­ nito espacio,—todo vil egoísmo se desvanece, y me con­ vierto en una transparente pupila. Lo veo todo. Las co­ rrientes del Ser Universal circulan á través de mí; soy parte ó partícula de Dios. El nombre del amigo más ín­ timo suena entonces como cosa extraña é indiferente. Ser hermanos, ser conocidos, ser amos ó criados, es en­ tonces una niñería y una molestia. Soy el amante de la belleza incalculable é inmortal. En la soledad encuentro algo más querido y connatural que en las calles 6 pue­ blos. En el tranquilo paisaje, y especialmente en la lí­ nea lejana del horizonte, el hombre mira algo tan bello como su propia naturaleza. El mayor deleite que los campos y bosques propor­ cionan es la indicación de ocultas relaciones entre el hombre y los vegetales. No estoy solo ni desconocido. Ellos se inclinan hacia mí, y yo hacia ellos. El agitar­ se de las ramas con la tempestad es para mí nuevo y viejo. Me coge de sorpresa, y, sin embargo, no es desco­ nocido. Su efecto es como el de un pensamiento más elevado, ó una emoción mejor, que viene sobre mí cuan­ do yo imaginaba que estaba pensando noblemente ú obrando bien. Sin embargo, es cierto que la facultad de producir este placer no reside en la Naturaleza, sino en el hom­ bre ó en una armonía de ambos. Es necesario usar de estos placeres con gran templanza. Porque la Natura­ leza no siempre está ataviada con arreos domingueros, sino que la misma escena que ayer exhalaba perfume y resplandecía"como para una travesura de las ninfas, está hoy impregnada de melancolía. La Naturaleza siempre ostenta los colores del espíritu. Para un hombre que su­ fre una calamidad, el calor de su propio fuego le da tristeza. Luego, el que acaba de perder á un amigo que­ rido siente una especie de desprecio por el paisaje. El cielo es menos grande cuando se despliega sobre el me­ nos digno de la población.

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