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En defensa de la democracia (Spanish Edition) PDF

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Introducción Lo que va de ayer a hoy Antes de 2018: los nutrientes del malestar y la izquierda Lo que requiere nuestra incipiente democracia La democracia para un México social o las fuentes del desencanto Poder y desigualdad La perspectiva de la democracia Liberalismo e izquierda El 2018 y su secuela Hacia el 2018: malestar, fragmentación, incertidumbre El malestar y su explotación Pragmatismo y personalismo en el centro, ¿un nuevo sistema de partidos? Los retos del sistema político En defensa de la democracia Reseñas que ayudan Democracias bajo acoso Razones y sinrazones del desencanto democrático Cómo mueren las democracias Para Blanca Introducción Este libro tiene como preocupación fundamental: la pervivencia (y ojalá robustecimiento) de nuestro germinal régimen democrático. Porque como toda edificación humana la democracia puede fortalecerse, reblandecerse e incluso desaparecer para dar paso a fórmulas autoritarias. Reúne textos escritos entre 2014 y 2019. En 2014 el diario La Jornada cumplió treinta años y Lourdes Galaz me solicitó un breve texto de balance político sobre esa época para el anuario del periódico. El resultado fue “Lo que va de ayer a hoy”. Creo que es útil como introducción porque de manera sintética expone mi visión de los cambios democratizadores que vivió el país1. El segundo capítulo, “Antes de 2018: los nutrientes del malestar y la izquierda” reúne artículos en los que se llamaba la atención sobre los ingentes retos que afrontaba nuestra inicial y contrahecha democracia. Resultaba claro que el descrédito progresivo de las instituciones y sujetos que la hacen posible no podía presagiar nada bueno. Ello, desde mi muy particular punto de vista, reclamaba de una izquierda capaz de comprometerse al mismo tiempo con el fortalecimiento de la incipiente democracia y con la necesidad de políticas que atendieran la desigualdad, la exclusión y la discriminación que modelaban y modelan nuestras relaciones sociales, al tiempo que reorientaba la política económica. Si hubiese que ponerle un adjetivo ése esfuerzo sería el de asimilar la tradición socialdemócrata, la que mejor ha logrado conjugar los dos grandes valores que puso en marcha eso que llamamos modernidad: la libertad y la igualdad. El tercer capítulo, “El 2018 y su secuela”, reúne textos que intentan contribuir a una discusión sobre el rumbo del gobierno que apenas inicia. La preocupación central es que a nombre de la búsqueda de una presunta equidad (que por supuesto es más que necesaria) se erosione (o peor aún se liquide) lo poco o mucho que el país ha avanzado en términos democráticos. Son reacciones “al bote pronto” que por lo menos desean visibilizar preocupaciones que (creo) no son solo mías. El libro se complementa con tres reseñas que pueden resultar útiles. Una, sobre el importante Informe presentado por idea Internacional sobre el estado de las democracias en el mundo (2018); la segunda, sobre un conjunto de textos publicados en Andamios. Revista de investigación social de la uacm (2017) que en su sugerente título ponen el dedo en una llaga abierta: “Razones y sinrazones del desencanto con la democracia”; y la tercera sobre el libro de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, Como mueren las democracias (2018). Se trata de textos redactados con una clara intencionalidad política y que intentan contribuir a un debate y una reflexión más allá de la coyuntura, aunque pertinentes para el momento actual. Vivimos una situación fluida e incierta, pero de lo que hagamos o dejemos de hacer ahora dependerá, en buena medida, nuestro futuro común. Dado que se trata de una recopilación de materiales que en su momento fueron publicados de manera independiente, el libro contiene algunas repeticiones. Espero por ello la comprensión del lector y de antemano ofrezco disculpas. El libro es producto de una invitación de Rafael Pérez Gay cuya generosidad debo agradecer una vez más. También agradezco a Delia Juárez, Daniela Morales Posada y Leonel Trejo su trabajo de edición y corrección. Marzo 2019 Lo que va de ayer a hoy El México de 1984, en materia política, es un país lejano y ajeno. Irreconocible para las nuevas generaciones. Fantasmal para quienes tenemos memoria viva de aquel entonces. Pero debe y puede ser un referente que permita evaluar lo que ha sucedido en tres décadas. Eran todavía los tiempos del partido hegemónico. El Presidente de la República era el licenciado Miguel de la Madrid que había ganado su elección con el 71 por ciento de los votos. El cien por ciento de los senadores eran del pri: 64 de 64. En las elecciones para diputados de 1982, el pri había ganado 299 de los 300 distritos y tenía el 74.8% de los escaños. Todos los gobernadores (31) eran también del Tricolor. Y el mismo partido tenía mayorías calificadas en todos los congresos locales (más del 66% de los escaños). Y para 1984, año en que se fundó La Jornada, de los más de 2 mil 400 ayuntamientos del país, solo doce eran gobernados por presidentes municipales que habían sido postulados por partidos diferentes al pri. De los partidos de la izquierda de entonces ninguno subsiste. En 1982, dos años antes, en la boleta habían aparecido cuatro candidatos presidenciales de izquierda: Arnoldo Martínez Verdugo (psum), Rosario Ibarra de Piedra (prd), Cándido Díaz Cerecedo (pst) y Manuel Moreno Sánchez (psd). Arnoldo Martínez Verdugo fue el abanderado del entonces ambicioso proyecto de unidad que había logrado que cinco agrupaciones de la izquierda, entre las que se encontraba el Partido Comunista Mexicano, dieran paso al Partido Socialista Unificado de México (psum). Fue el candidato de izquierda más votado y se colocó en el tercer lugar de las preferencias. Obtuvo el 3.48% de los votos. Y entre los cuatro candidatos sumaron el 6.89%. En la Cámara de Diputados, gracias a la reforma política de 1977, ya había grupos parlamentarios opositores. En aquel año el pan tenía 51, el 12.8%; el psum 17, el 4.3%; el pdm 12, el 3.0%; el pst 11, el 2.8%; y el pps 10, el 2.5%. Pero el partido oficial podía hacer en todos los casos su voluntad porque contaba con los escaños y votos suficientes para modificar por sí mismo incluso la Constitución de la República. En aquel México no existían comisiones de derechos humanos, tampoco garantías para acceder a la información pública, las elecciones las organizaba el mismo gobierno, el Banco de México era una dependencia más del gobierno, al igual que el entonces recién creado inegi (Instituto Nacional de Estadística y Geografía), o los órganos reguladores de las telecomunicaciones y la radio y televisión o la Procuraduría General de la República. Teníamos un Presidente fuerte, un Legislativo subordinado, una Corte que en materia política era omisa. Y, por ello, muy escasos contrapesos institucionales al poder del Ejecutivo Federal. Es, insisto, un México lejano y no sólo en el tiempo. La vida política se organizaba en lo fundamental a través de un partido hegemónico, que lo era como producto institucionalizado de una añeja revolución. El pnr-prm-pri había sido capaz de revertir la potente ola centrífuga que generó el movimiento armado de 1910-20 para convertirla en una fórmula centralizadora en cuya cúspide existía un guía-árbitro incuestionable: el Presidente. Claros Cualquier observador medio de la política sabe que hoy las cosas son diferentes. El presidente Enrique Peña Nieto, lo es gracias a que obtuvo el 38% de la votación. Él y su partido no tienen ni en la Cámara de Diputados ni en la de Senadores los votos suficientes como para imponer su voluntad. Están obligados a escuchar, negociar y pactar si es que quieren sacar adelante cualquiera de sus iniciativas. El antaño Congreso subordinado a los designios presidenciales ha dejado de serlo y sus tensiones, pleitos y acuerdos, se explican por la existencia de un pluralismo equilibrado en su seno. E incluso aquella Corte remisa a involucrarse en los asuntos políticos (esos los resolvía, por supuesto, el Presidente), es hoy un actor central a través del desahogo de no pocas controversias constitucionales y acciones de inconstitucionalidad. Los estados de la República son gobernados por diferentes partidos y coaliciones; han vivido muchos de ellos fenómenos de alternancia, y los propios gobernadores hoy coexisten con presidentes municipales de dos, tres, cuatro y hasta siete partidos distintos. Hay sí, congresos con mayoría absoluta de algún partido, pero otra vez, la mayoría están habitados por distintas fuerzas, lo que impide que una sola de ellas haga su simple voluntad. Hoy, en materia de ejercicio de las libertades los márgenes se han

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