ELEMENTOS DE PROSODIA 1. Delimitación El alcance del término «Prosodia» en el contenido de este tema viene delimitado por una razón de carácter práctico: el aparecer en el Programa de COU como proemio para el tema siguiente, de- dicado al estudio de los esquemas principales de la Métrica latina. De acuerdo con ello, se tratarán aquellos aspectos del latín que constituyen los fundamentos de su ritmo lingüístico, según se en- cuentran aplicados en la versificación, prosa métrica, cursus, etc. Desde el punto de vista teórico, este encuadre utilitario resulta justificable porque se mantiene dentro de los límites que ha alcan- zado el concepto de Prosodia a lo largo de la historia de su em- pleo. Por supuesto, no rebasa los que tuvo en su uso más amplio: cuando Prosodia, dentro de la Gramática normativa, era el «arte» que «enseñaba» la correcta pronunciación de los sonidos de una lengua, con lo que su contenido alcanzaba a todo lo que hoy sería objeto de estudio de una Fonética sincrónica. Ni tampoco, por otro lado, deja de abarcar todo lo que actualmente se considera prosódico en el sentido más estricto del término: cuando por «ras- gos prosódicos~ se entienden sobre todo los suprasegmentales -cantidad, intensidad, tono (estos dos últimos, según se opine sobre la naturaleza del acento latino)-, que han podido llegar incluso a englobarse en la denominación común de prosodemas. Esto se justifica porque- habitualmente (y concretamente en el caso del latín) les son comunes estas características -que, en cambio, los distinguen de los otros rasgos distintivos, los fone- 214 SEBASTIÁN MARINER BIGORRA mas-: la suprasegmentalidad y la relatividad. Cantidad, intensidad y tono, en efecto, suelen rebasar la dimensión de los mínimos segmentos distintivos: así, y ejemplificando precisamente con el latín, la cantidad afecta a las sílabas, que pueden estar constitui- das por más que fonemas vocálicos; y lo mismo cabe decir del acento, ya se le tenga por intensivo, ya por tonal, ya por mixto. En cuanto a la relatividad, es también clara: podrá especularse sobre la duración normal de una sílaba larga y de una sílaba breve, o sobre la intensidad de una acentuada y de una inacentuada, o so- bre la altura promedio de cada uno de los tonos de una lengua donde sean distintos; pero 10 cierto es que, aun saliéndose de aquella norma, o rebasando ampliamente por exceso o dejando inalcanzado por defecto este promedio, si se mantienen las dife- rencias en duración o en intensidad o en altura, será bastante para que se mantenga también su valor distintivo. Así, p. ej., la inten- sidad de una sílaba inacentuada puede, en una determinada con- versación iracunda, ser muchísimo mayor que la de una acentuada en una dicción con sosiego, con tal que en el hablar airado la acentuada sea todavía más intensa que aquélla, y que en el sose- gado la inacentuada sea aun menos intensa que la otra. Gran diferencia con lo que ocurre con los fonemas, incluso en los que se oponen gradualmente: p. ej., las vocales de una lengua en que se distingan por mayor o menor abertura: todas son abiertas, unas más y otras menos; pero la distinción que media, v. g., entre a y e no puede pretenderse que se vaya manteniendo, con sólo seguir guardando el grado que las diferencias, en cualquier otro lugar de la boca: llegará un momento, si se va cerrando, en que el oyente ya no interpretará la diferente abertura como rasgo distintivo de a y e, sino entre e e i. 2. Distribución Algunos de estos aspectos lingüísticos en que se fundamenta el ritmo latino pueden estudiarse a nivel de palabra (así, p. ej., la cantidad). Otros requieren ser considerados a nivel de las com- binaciones de palabras (p. ej., los cortes o cesuras). No pocas ve- ces, la combinación de palabras puede infhir también en aquéllos (el número de sílabas, p. ej., puede estudiarse en la palabra aisla- da; pero las alteraciones que cabe que le alcancen con la elisión o la aféresis pueden depender del contacto de unas palabras con otras). ELEMENTOS DE PROSODIA 215 De acuerdo con ello, la materia a tratar se distribuirá, previo un inicio acerca de los conceptos básicos, en dos enfoques según los indicados niveles. 1. Cantidad silábica y acento En bastantes aspectos el latín constituye un anillo intermedio de evoluciones lingüísticas que discurren desde lo que cabe ras- trear del indoeuropeo hasta las lenguas actuales en una misma dirección y sentido. Es corriente, p. ej., citar la flexión latina no- minal como el eslabón que, a través de sus variaciones desde el latín arcaico hasta el tardío, engarza la estructura sintética que dicha flexión presenta en indoeuropeo con las construcciones ana- líticas que le equivalen en romance. Paralela es la situación del latín arcaico y clásico entre dos procedimientos rítmicos consistentes ambos en la repetición de fonemas, pero contrapuestos en cuanto a la colocación de los mis- mos, a saber, la aliteración y la rima. La primera, que supone identidad de fonemas en inicio de palabra, y que pudo ser un sistema coherente en la lengua originaria, ya no llega al latín -ni siquiera arcaico- constituyendo ningún esquema perceptible de manera regular en la versificación (saturnio incluido) o en las cláu- sulas de la prosa, una vez se desarrolla la tendencia a estructu- rarlas rítmicamente. Aparece solamente como rasgo de estilo, a discreción del autor, y sin que éste se «obligue, tampoco volun- tariamente a mantenerlo sistemáticamente ni aun en forma oca- sional y esporádica. Es decir, p. ej., que, ante un verso como el ne- viano célebre libera lingua loquemur ludis liberalibus totalmente aliterado, no se tiene ni seguridad ni probabilidad si- quiera de que fuese también aliterado el verso precedente o el siguiente o los situados a tal o cual distancia de él, etc., ni que lo fuera ninguna de sus partes. La condición de la rima en la versificación latina es análoga, si bien de sentido inverso: mientras la aliteración se encuentra en ella sólo con carácter de resto, la rima se halla sólo en situación de germen. Es cierto que la afición a colocación de homoeoptota o similiter cadentia en lugares conspicuos del verso (finales absolu- tos o finales de hemistiquio) daba no pocas veces lugar a que se produjeran homoeoteleuta o similiter cadentia; pero es comproba- ble que, durante la época clásica, esto no es sino una consecuen- cia secundaria de aquello, que era lo que en realidad se procuraba intencionadamente. Habrá que llegar ya al latín medieval (a par- tir de S. Eugenio de Toledo) para que pueda hablarse de una bús- queda voluntaria de la rima. Véanse un par de ejemplos de esa comprobación. El dístico inicial de Prop. 1 1 Cynthia prima suis miserum me cepit ocellis intactum nullis ante cupidinibus presenta en su hexámetro homoeoptoton y hornoeoteleuton a la vez entre final de hemistiquio y de verso (suis y ocellis); pero que lo pretendido era lo primero se revela en el pentámetro, donde en los lugares correspondientes siguen concordando nullis y cupidi- nibus, sin que, en cambio, haya entre ellos rima. Exactamente lo contrario de lo que cabe observar en tantos otros derivados medievales, de los que valga citar por la celebri- dad que le confiere su amplia difusión (atrio de la basílica de Ar- mentía en Alava; acceso a la iglesia de San Juan de la Peña -Hues- ca- desde el claustro) el leonino Porta per hanc celi fit peruia cuique fideli donde es innegable que lo pretendido es la rima, dado que se con- sigue mediante la identidad cabal de dos vocablos que no con- cuerdan: c(a)eli y fideli. (Obsérvese, además, cómo se ha alcanzado ya en él y sus millares de semejantes la situación habitual de la rima románica incluso en cuanto a la extensión de los fonemas repetidos, a saber, desde la vocal de la sílaba acentuada inclusive, a diferencia de lo que ocurría en los también millares de leoninos como el visto en Propercio y tantos anteriores y tantísimos más recientes, en los que la identidad de fonemas sólo alcanza a la sílaba última, a partir de su vocal). Este papel de puente que el latín ha representado entre los dos indicados fenómenos de repetición de fonemas puede no haber sido «casual»: en rigor, concuerda con los correspondientes as- pectos lingüísticos relevantes en la lengua de que la latina pro- cede y de aquellas a que dio lugar. Mientras en indoeuropeo el ELEMENTOS DE PROSODIA 217 comienzo de palabra reviste una destacada importancia lingüística (contiene casi siempre la parte radical y, si no, elementos de valor gramatical pertinente -«reduplicaciones»-), en cambio, a través del latín la importancia gramatical se ha desplazado de modo prácticamente total hacia el final de vocablo: las flexiones inicial e interna han desaparecido en el latín tardío; es natural que la porción desinencia1 haya cobrado la relevancia que, a efectos rít- micos, tuvo en la lengua originaria la parte inicial. Máxime cuan- do el desarrollo de la composición contribuyó también a despojar a esta parte inicial del carácter destacado que le había ofrecido antes el ser lugar habitual del comienzo de la parte fundamental semánticamente hablando, la raíz -según ya se dijo que solía ser en indoeuropeo. ' Frente a este papel transformador, el desempeñado por el latín como intermedio entre dicha lengua y las románicas respecto a otro fundamento rítmico -el número de sílabas-, ha sido muy distinto. Sabido es -a partir del cambio copernicano que la apor- tación de Meillet a la Métrica comparada supuso- que el cómputo de sílabas estuvo en la base de Ia versificación indoeuropea, según el testimonio que aflora en la lírica Iésbica, en los esquemas indios de jagati y de tristubh, en los metros que Sonnenschein acertó a sistematizar en el Avesta y en la interpretación que el propio Meillet atisbó para el discutidisimo saturnio del latín. Y era sa- bido desde Berceo -prácticamente, desde siempre- que las «sí- labas cunctadas~e ran algo fundamental en el ritmo del román paladino. Entre estos ritmos románicos y el indoeuropeo media la versificación (y el cursus) latino, que, en una notable parte de sus esquemas continúa -y aun regulariza- el silabismo de la métrica lésbica y análogas, por más que le fuera incorporando cada vez más extensamente la combinación con las estructuras cuantitativas y las secuencias de carácter acentual. Esta mediación, pues, no ha sido de índole transformativa -como lo fue la que llevó de la ali- teración a la rima-, sino conservadora. Aparte de este su posible empleo como unidad de cómputo en determinados esquemas, la sílaba resulta ser de importancia ge- neral en la prosodia latina porque los otros dos fundamentos alu- didos, cantidad y acento, se estipulan precisamente sobre el módu- lo silábico. Así, p. ej., los esquemas cuantitativos no consisten en combinaciones de determinadas secuencias de vocales largas y bre- ves, sino de sílabas íds. e íds., y es posible que cuente como larga una sílaba con vocal breve. (Una tal importancia -mediata o in- mediata- de la sílaba explica que una revisión sobre los funda- mentos de la métrica clásica, como la recientemente intentada por Allen, parta precisamente de una clarificación de la teoría de la sílaba). Sin embargo, aparte estas posibles cuestiones teóricas acerca de su concepto y prácticas acerca de su realización fisiológica, la sílaba como fundamento ntmico en latín apenas suscita cuestio- nes, por la sencilla razón ya expuesta de que se la encuentra tam- bién en la versificación de muchas lenguas modernas, y el funcio- namiento en aquél y en éstas parece obedecer a unas mismas lí- neas. En cambio, no ocurre así con la cantidad y el acento. En efecto, con respecto a ellos, la situación puente del latín tie- ne más parecido con la que se ha visto a propósito de la alitera- ción y de la rima (carácter transformador) que con la que se acaba de anotar acerca de la sílaba (carácter transmisor, conservadu- rista). Un primer examen de lo que los propios teorizantes latinos enseñaron acerca del fundamento de su ritmo hace pensar que, ya desde lo más antiguo a que pudieron aIcanzar, este fundamen- to era la cantidad: como cuantitativo, efectivamente, fue descrito el saturnio por Cesio Baso, cuya enseñanza no es difícil que re- monte a la del propio Varrón, que llegó todavía a escribir satur- nios, o lo que él creía tales. Más explícitos y nutridos aún son, naturalmente, los testimonios antiguos acerca del carácter cuan- titativo de la versificación restante, adaptada de la también cuan- titativa de los griegos. De otro lado, en cambio, la métrica romá- nica sólo artificialmente podría llamarse cuantitativa, en tanto que es innegablemente acentuativa en una buena parte. Lo fueron tam- bién en porción notable los metros medievales, especialmente los de nueva creación, pero incluso hubo resultados acentuales de esquemas que fueron descritos como cuantitativos en sus reali- zaciones arcaicas y clásicas. De acuerdo con esta visión primaria, pues, el latín represen- taría en la historia de la métrica occidental la fase histórica co- rrespondiente al paso de un ritmo basado en la cantidad a otro fundado en el acento. Un primer apoyo para corroborar dicha pri- mera impresión que dejan los testimonios y la apariencia misma de los hechos lo constituye el evidente paralelismo ocurrido con respecto al carácter fonológico de los aspectos prosódicos enjui- ciados. En efecto, también desde el punto de vista de lo signifi- cativo, la evolución del latín presenta en sus comienzos históricos un acento irrelevante por sí mismo, en cuanto que dependiente de ELEMENTOS DE PROSODIA 219 la cantidad («ley de la penúltima»), que sí era relevante; mientras que en el latín tardío los términos casi se invierten: las diferen- cias cuantitativas perdieron su relevancia, y ello determinó auto- máticamente la liberación del acento, que pasó a poder distinguir significados por sí mismo, heredando así -en parte- algunas de las oposiciones que resultaban anuladas con la desfonologización de la cantidad. Esta armónica correspondencia entre la historia de la cantidad y del acento como fundamentos rítmicos y como elementos distin- tivos ha ido granjeando una credibilidad cada vez mayor (a me- dida que se ha difundido la relación entre «la Phonologie» y la «Poétique», sugerida por la actividad del Círculo. de Praga en ge- neral, y, especialmente, por el trabajo de Mukdovsky rotulado con dichos términos) a aquella visión sencilla de los testimonios y de los hechos arriba aludida. Después de un primer tercio de este siglo, en que culminan las tendencias a encarecer el papel del acen- to en el verso latino -especialmente, en el popular- en detrimen- to del de la cantidad en actitudes como las de Frankel y Tamerle, el segundo representó un claro «estar de vuelta», incluso por en- cima de las tendencias de distintas escuelas. Es ejemplar, en este sentido, que haya sido un Drexler quien haya afirmado seriamente que no puede ponerse en duda la doctrina de que la versificación latina se fundaba en la cantidad o que, más recientemente aún, un Allen no haya podido asignar al acento en la métrica clásica más que un papel redundante, que resulta corresponder exactamente al redundante que podría también asignársele como elemento fo- nológico en cuanto a su capacidad ocasional de contribuir a la discriminación de significados. Junto a este aspecto, que cabría llamar positivo, de la evolución doctrinal acerca del acento y de la cantidad, se han ido desarro- llando también, a lo largo del mismo período de la investigación, las consideraciones que han permitido superar los aspectos -por decirlo así- negativos que se había intentado oponer a los con- ceptos heredados acerca de dichos elementos del ritmo. Hasta el punto de que da la impresión de que, en su mayoría, se fueron fraguando con motivo de la dificultad de los propios estudiosos en hacerse a la idea de un ritmo fundado en la cantidad porque sencillamente no lo poseían en sus propias lenguas o, al menos, no de la misma manera como había que imaginárselo a tenor de las descripciones que de él habían dado los autores coetáneos y del funcionamiento de los esquemas fundados en él. Así, pues, la posibilidad de la cantidad como fundamento del ritmo clásico resulta adverarse por los siguientes motivos: - Un ritmo de elementos durativos es perceptible por la men- te humana: las señales de un faro, en lo visual; las informaciones mediante timbrazos, en lo acústico, son claros ejemplos de ello. La duración de los destellos de aquél, o de los campanillazos de éste suelen observarse con independencia de su intensidad. Cierto que puede darse el caso de que, por variar habitualmente en algu- no de tales apartados la intensidad a lo largo de la duración, esas mismas variaciones de intensidad ayudaran a percibir mejor las diferencias durativas; pero ello no sería sino un ejemplo más de redundancia, paralelo al que ya se ha admitido como posibilidad para el acento latino en su relación con la cantidad. - Esta perceptibilidad es debida a que las duraciones de los destellos o de los timbrazos -largas o cortas o medianas, etc.- no se siguen inmediatamente, sino que están delimitadas; si for- maran un continuum, evidentemente no podrían despertar sensa- ción ninguna de ritmo, el cual exige, por esencia, una repetición: sencillamente, el faro, en lugar de señalizar, iluminaría; el timbre, advertiría, pero sin posibilidad de matizar. También las duraciones del ritmo lingüístico cuantitativo están delimitadas: aun en un recitado sin interrupciones, las cantidades no se acumulan ni con- funden gracias a que suelen cambiar los elementos sobre los que se aplican o, al menos, a que los límites silábicos cortan suficiente- mente dichos elementos. Es decir que, p. ej., las tres breves de tueor se perciben como tales y no como «larga y media», porque el cambio de u a e y de ésta a o avisa suficientemente que cada uno de estos segmentos contables ha terminado; así como se per- cibirán como dos es breves y no como una larga las dos iniciales de deerant, siempre que se las mantenga en sílabas diferentes, sin contraer. En otros términos: para que se anule la perceptibilidad de cantidades silábicas, aun tratándose de series constituidas por un mismo fonema, debe necesariamente anularse toda frontera de sílaba durante la emisión. Y es evidente que esto no suele ocurrir en el lenguaje corriente, sino sólo muy ocasionalmente con deter- minadas onomatopeyas muy intencionadas. - De hecho, existen en la actualidad lenguas en que se da una cantidad fonológicamente distintiva al modo de la latina, y con posibilidades de versificación cuantitativa al mismo modo: p. ej., el malgache y el thailandés. ELEMENTOS DE PROSODIA 221 - Ni cabe mantener la sospecha de que la presencia cuantitativa en latín sea una imitación artificiosa de la prosodia griega, impor- tada junto con los esquemas métricos que del griego realmente se importaron. En efecto, nótese, ante todo, que con ello no se haría sino trasplantar al griego el problema de cómo puede darse un ritmo cuantitativo. Pero nótese también -y csobre todo- que (como ha observado acertadamente Zirin) la cantidad funcionó en latín como determinante de alga que no fue imitado del griego, a saber, la colocación del acento según la ley de la penúltima -que, por lo demás, fue anterior a la adopción de los metros griegos-, y la cantidad de tal sílaba determinante de la colocación del acen- to resulta «calcularse» exactamente de la misma manera que la cantidad de las sílabas en los versos y en la prosa numerosa. Al lado de este afianzamiento de la opinión que admite el fun- damento cuantitativo del verso latino clásico y de la mayoría de los arcaicos (se prescindirá aquí de la discusión del carácter cuan- titativo o acentuativo -o «silábico»- del saturnio y del uersus quadratus por ser ajeno el estudio de estos esquemas a lo seña- lado en el vigente programa de COU) se ha aquilatado debidamen- te el papel del acento. De acuerdo con el hecho de que no pasa a ser relevante fonológicamente hasta el latín tardío, también sólo a partir de esta época pueden hallarse en latín versos sistemática- mente acentuativos. Lo que con anterioridad se ha observado res- pecto a dicho papel, no alcanza el grado «sistemático»: se trata de preferencias estilísticas de diferentes autores, las cuales alcanzan a lo sumo (p. ej., en determinados esquemas de la versificación plautina, en la cláusula del hexámetro dactílico, en versos de acu- sado carácter popular) el grado «normal». Esta limitación a la «norma» es lo que cabe inducir del conjunto de las siguientes ob- servaciones, referentes a los hechos agrupados en los ejemplos re- cién mencionados, que constituyen los puntos clave sobre los que -aparte del saturnio y del quadratus- se apoyaban los defenso- res de un papel principal del acento en la métrica latina, en vez del redundante que realmente ocupa en ella: - Es cierto que Plauto y varios de sus seguidores relajaron ampliamente los condicionamientos cuantitativos de los esquemas griegos al adaptarlos. Pero no lo es menos que, contando con es- tas ampliaciones, tales esquemas se mantienen dentro de una re- gularidad desde el punto de vista cuantitativo. Persona de tanta autoridad y tan propensa a valorar el papel del acento en el verso latino arcaico de índole popularizante, como es D. Angel Pariente 222 SEBASTIAN MARINER BIGORRA no deja de reconocerlo así en su última publicación al respecto. Por otro lado, que el acento no alcanza en dicha métrica un carác- ter sistemático dentro de los esquemas resultantes de la adaptación no es menos evidente: basta como ejemplo atender a la no infre- cuente aparición de bisílabo final en esquemas yámbicos o en tro- caicos catalécticos -que produce automáticamente desadecuación de acento y tiempo fuerte- para convencerse. El convencimiento aumenta si se compara esta frecuente aparición con la verdadera aversión al bisílabo en los esquemas de la misma índole en la métrica realmente acentuativa de la latinidad tardía y medieval. No es extraño, ante ello, que el último gran tratadista de la proso- dia plautina, C. Questa, se haya mostrado tan refractario a admitir un papel sistemático del acento en ella. - Por lo que respecta a la pretendida acomodación de acento y tiempo fuerte en la cláusula del hexámetro dactílico, el descu- brimiento y consolidación de tantos hechos de métrique verbale o tipología en la versificación latina lleva a considerarla más bien como un resultado secundario de lo que primariamente se preten- día, a saber, una dimensión de los vocablos que ocupaban lugar tan señalado como es el ha1 de verso. Hoy, cuando se observa que esto es innegablemente así en otros esquemas (sin ir más le- jos, en el pentámetro dactílico, donde la cláusula amplísimamente mayoritaria es el bisílabo -que, por definición, excluye la acomo- dación del acento al tiempo fuerte-, en tanto que la más rehuida es el monosílabo -que, por definición también, la proporcionaría automáticamente-), parece lo más prudente interpretarlo así en la del hexámetro. Máxime, cuando lo apoyan, además, hechos obser- vados ya hace tiempo: se rehuye en este verso en época clásica la + serie 1 4 (tipo di genuérunt o dís oriúndum, que en Ennio, en cambio, jse suceden a pocos versos de distancia! ), por más que da una cláusula perfectamente homodínica; y, por el contrario, + se admiten, pese a su heterodinia, finales en 3 2 con acento de enclisis, del tipo Tiberináque Zonge. - Por último, en lo que atañe al acento en versos de cuño po- pular, la diferencia es también manifiesta entre lo que se pretende en los de época clásica y en los de la tardía, una vez desfonologi- zadas ya las distinciones cuantitativas. Una comparación entre dos composiciones totalmente idénticas en cuanto a esquema básico y circunstancias externas lo revelará ejemplarmente: mientras entre los versos cantados por la tropa en el triunfo de César se halla
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