Micenas está en silencio, pero no puedo dormir esta noche. Al otro lado del pasillo, sé que mi hermano se habrá quitado las sábanas a patadas. Todas las mañanas, cuando voy a despertarlo, las tiene enredadas en las piernas, como si hubiera estado corriendo una carrera mientras dormía. Puede que corra detrás de nuestro padre, a quien no ha conocido.
Cuando nací yo, fue nuestro padre quien me puso el nombre. Lo hizo por el sol: fiero e incandescente. Me lo contó cuando era pequeña; me dijo que yo era la luz de nuestra familia. «La belleza de tu tía es conocida por todos, pero tú eres ya mucho más radiante que ella. Traerás gloria a la Casa de Atreo, hija mía». Me besó en la frente y me dejó en el suelo. No me molestó el cosquilleo de la barba. Me creí lo que me dijo.