ebook img

El templo del cosmos La experiencia de lo sagrado en el Egipto antiguo Jeremy Naydler PDF

19 Pages·2016·0.11 MB·Spanish
by  
Save to my drive
Quick download
Download
Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.

Preview El templo del cosmos La experiencia de lo sagrado en el Egipto antiguo Jeremy Naydler

Jeremy Naydler El templo del cosmos La experiencia de lo sagrado en el Egipto antiguo Traducción de María Tabuyo y Agustín López Ediciones Siruela Índice Prólogo 11 El templo del cosmos 1. Un paisaje metafísico 17 El sol radiante 17 Río y desierto 18 Inundación y sequía 21 Orientaciones 24 2. Mundos que se interpenetran 27 Espacio exterior y espacio interior 28 El cosmos manifestado 29 El cosmos no manifestado 41 3. Mitos de cosmogénesis 51 Heliópolis 54 Hermópolis 66 Menfis 75 4. La forma de marcar el tiempo 81 Experiencia moderna y experiencia antigua del tiempo 81 El sol y la luna 85 Sirio 90 El Nilo 92 Los festivales y la forma de marcar el tiempo 95 La inundación 96 La Aparición o Emergencia 101 La cosecha 108 5. El matrimonio del mito y la historia 117 El Tiempo Primero 117 Maat 119 El ordenamiento del tiempo 124 Los ciclos de la historia 128 La mitologización de la historia 132 La batalla de Kadesh 139 6. Teología de la magia 149 Religión frente a magia 149 La magia definida 150 La activación de la magia 157 El mago 157 Imágenes sagradas 161 Palabras sagradas 168 Actos rituales 173 7. La práctica de la magia 177 Invocar el Tiempo Primero 177 Identificarse con los dioses 182 Hacer frente a los demonios e invocar la ayuda de los dioses 189 Las amenazas a los dioses 193 Reordenar la naturaleza 196 8. El alma encarnada 207 Los dioses y la psique 207 Cuerpo y alma 211 Transcender la psique repartida 224 8 9. El alma desencarnada 229 El ka 229 El ba 237 El akh 245 10. Orientarse en el Otro Mundo 251 Psique, dioses y cosmología 251 Conceptos del Otro Mundo 252 Abrir el camino 255 Los magos del Otro Mundo 262 Imágenes del viaje 269 11. Los tormentos del Otro Mundo 277 Aire, agua y fuego 277 Los animales hostiles 284 Las puertas del Otro Mundo 293 12. El final del viaje al Otro Mundo 305 La sala de Maat 305 El logro del equilibrio 310 El despertar de Osiris 319 Epílogo 329 Abreviaturas 335 Notas 337 Créditos de las ilustraciones 353 Índice analítico 355 9 Prólogo El título de este libro procede de un pasaje del Corpus Hermeticum, colección de textos mágicos atribuidos a Hermes Trismegisto, el «Hermes tres veces grande», a quien los egipcios conocían como Thoth, el más sabio de los dioses. En diálogo con su discípulo Asclepio, Hermes describe en términos audaces el significado simbólico de Egipto en la historia espiritual del mundo. Le dice: Egipto es una imagen del cielo, o, por expresarlo con mayor claridad, en Egip‑ to todas las operaciones de los poderes que gobiernan y actúan en el cielo han sido transferidas a un lugar inferior. Más aún, para decir toda la verdad, nuestra tierra es el templo del cosmos en su conjunto1. Trismegisto dice estas palabras para introducir una profecía que tiene dos partes. En la primera, Hermes dice a Asclepio que llegará un día en que Egipto, «templo del cosmos», será devastado. Los seres humanos, hastiados de la vida, dejarán de considerar el universo como algo digno de reverencia o asombro. La religión será percibida como una carga y las gentes «preferirán la oscuridad a la luz». Entonces los dioses se apartarán de la humanidad y sus voces ya no serán escuchadas. El suelo se volverá estéril, el mismo aire se co‑ rromperá y se tornará nauseabundo, y así la vejez se abatirá sobre el mundo. Hasta aquí la profecía, que, aunque relacionada de manera ostensible con el destino de Egipto, abarca claramente un proceso histórico mayor que el de la sola civilización del Egipto antiguo. Es un proceso histórico que de forma reconocible se extiende hasta nuestros días, pues, en efecto, parece describirse ahí el destino de la civilización occidental. Quizá sus palabras implican que hemos cometido un error al considerar que Egipto pertenece a una época esencialmente diferente de la nuestra. En lucha contra la sensación de hastío en un mundo descreído y contaminado, po‑ demos sentirnos inclinados a pensar que la primera parte de la profecía se ha cumplido ya plenamente: «Egipto» ha sido devastado. Pero viene a continuación la segunda parte. Cuando todo eso haya ocurrido, dice Trismegisto, mediante la gracia de Dios habrá una reno‑ vación de la conciencia humana de lo sagrado. Asombro y reverencia 11 llenarán de nuevo los corazones humanos. Habrá un nuevo despertar a lo divino, y los seres humanos cantarán sin cesar una vez más himnos de alabanza y bendición. Esto equivaldrá a un nuevo nacimiento del cosmos, «una restauración sagrada e imponente de toda la naturaleza». Todo esto se afirma sin embargo en el marco de una profecía sobre Egipto, pero resulta evidente que el destino de Egipto incorpora al mismo tiempo no sólo el de la civilización occidental (al que ninguna parte del mundo moderno ha permanecido ajena), sino también el de la naturaleza toda. Se nos ofrece aquí la idea de un vasto ciclo cósmico en el que Egipto tiene una importancia simbólica especial, pero que incluye también nues‑ tro propio tiempo de forma particularmente significativa. Pues vivimos hoy esa coyuntura en que la primera etapa del ciclo –la devastación del templo– se ha cumplido prácticamente, pero la segunda –la restauración del templo– está únicamente comenzando. En los términos de la profecía, «Egipto» representa de algún modo toda la humanidad y toda la naturaleza. En la civilización y la vida espiritual del antiguo Egipto se expresó algo que era significativo para nosotros en un momento particular de nuestra evolución. El Egipto antiguo hizo que cristalizaran, como cima del logro espiritual humano y de la relación con la naturaleza, aspectos que se han convertido en una parte de nuestra biografía cultural. Actualmente, todos creemos que nuestra era comenzó con los griegos, por una parte, y los israelitas, por otra. Los griegos nos aportaron la ciencia y la razón; los israelitas, el monoteísmo. De esta manera, el alma de Oc‑ cidente se forjó mediante una antipatía heroica hacia una época anterior de superstición irracional y paganismo desenfrenado. Sin embargo, ésta es una descripción de nuestra identidad cultural que, con el paso del tiempo, resulta cada vez menos convincente. Lo que los griegos hicieron no fue tanto inaugurar una nueva época de ciencia y racionalismo cuanto desprenderse de su idea de un ordena‑ miento divino más antiguo. Los egipcios fueron los principales guardianes en el mundo antiguo de ese ordenamiento, dentro del cual se cultivaba asiduamente el conocimiento de los poderes espirituales que impregnan el cosmos. Cuando los griegos dejaron de estar interesados en ese modo de conciencia más antiguo, más sutil, tuvieron que orientarse cada vez más se‑ gún las facultades humanas más estrechas de la lógica y la percepción de los sentidos. De forma similar, tampoco los israelitas encontraron su religión monoteísta en un vacío espiritual, sino en un pleno consenso politeísta más antiguo. Desde el punto de vista politeísta, la religión de los israelitas era un minimalismo incomprensible que ni siquiera el pueblo israelita podía fácilmente comprender y que sólo llegaron a aceptar a través de un proceso de reajuste doloroso y a menudo violento. 12 La biografía tradicional de la mente occidental que ve nuestras raíces en Grecia e Israel no nos ofrece una descripción completa. La descrip‑ ción completa debe incluir el mundo del que los griegos y los israelitas se apartaron. El alma de Occidente es más antigua y más sabia de lo que se nos ha hecho creer. En el esfuerzo actual por reclamar la dimensión de profundidad del alma, es necesario, por lo tanto, que traslademos nuestra perspectiva a la resplandeciente cultura que se encuentra al otro lado del horizonte judeocristiano. Al hacerlo, no sólo empezamos a recuperar el sentido de nuestra identidad fundamental, sino que también logramos una perspectiva más depurada sobre el proceso de desarrollo que de manera lenta, pero inexorable, hemos seguido desde aquellos tiempos. Egipto nos llama como una parte perdida de nosotros mismos. Cuando nos esforzamos por alcanzar una sensibilidad nueva respecto de los pode‑ res espirituales que impregnan nuestra vida, Egipto reclama cada vez más nuestra atención. Descubrimos que existe un diálogo nuevo y vivo entre la espiritualidad vigente en los tiempos modernos y la del mundo antiguo, pregriego y prejudío. Tal vez reconozcamos que estamos empezando a entrar, a nuestra manera moderna, en áreas de experiencia con las que griegos e israelitas se sentían incómodos pero que para los egipcios eran completamente familiares. Por esta razón, es de importancia fundamental continuar el diálogo con los egipcios antiguos. Pues aunque su tiempo haya pasado, pueden sin embargo convertirse en nuestros compañeros y guías cuando nos aventuramos hacia nuestro futuro. No se trata de preconizar algún arreglo New Age de la antigua religión egipcia. Nuestra conciencia moderna no es igual que la conciencia antigua. Se desarrolla a través de un largo proceso que debemos respetar. Limitarse a abrazar ahora la antigua espiritualidad egipcia sería negar el significado implícito en el extraordinario proceso histórico que constituye la biografía cultural de Occidente. La importancia que actualmente tiene el Egipto antiguo radica en ser un recordatorio de que nuestra cultura moderna tiene raíces más profundas de lo que podemos sospechar, más profundas no sólo históricamente, sino también espiritualmente. Al considerar de nuevo estas raíces llegamos a una fuente profunda de inspiración y orientación. Pero, al mismo tiempo, debemos reconocer que el templo restaurado no tiene la misma forma que el templo que fue arrasado. En consecuencia, no hay ninguna posibilidad de «volver» a Egipto. Hoy tenemos la oportunidad de entrar en diálogo con la experiencia egipcia, y por tanto con nuestros cimientos espirituales. El reto verdadero, al reconocer estos cimientos, es construir hacia el futuro. Este libro debe mucho a muchas personas diferentes y sería imposible 13 referirse a todas por su nombre. Pero debo dar especialmente las gracias a las personas que menciono a continuación, sin cuya ayuda y aliento este libro no habría llegado nunca a ver la luz. A Sam Betts y Alison Roberts, por leer el texto inicial y ofrecer consejos e ideas abundantes y útiles; a Vicky Yakehpar por su ayuda fundamental mecanografiando el manuscri‑ to; a Barry Cottrell por tantos comentarios perspicaces sobre el manuscrito definitivo y por los hermosos dibujos realizados especialmente para este libro. He sido muy afortunado al tener un editor tan sensible y cuidadoso como Cannon Labrie, de Inner Traditions, con quien me siento especial‑ mente en deuda. Por último, quiero dar las gracias a mis amigos Louanne Richards y Ajit Lalvani por su disposición a prestar atención a partes cru‑ ciales del libro y por su infatigable apoyo. 14 El templo del cosmos 1. Un paisaje metafísico El sol radiante Lo primero que sorprende en Egipto es el sol, verdaderamente ma‑ jestuoso, mucho más de lo que pueda serlo nuestro sol del norte, tan a menudo débil y nublado. El sol egipcio domina la atmósfera inferior, impregnándola con su brillo. Es una presencia regia que domina todo el país. Tan pura, tan radiante es la luz que procede del sol de Egipto que los antiguos egipcios percibieron en él la presencia divina de un dios al que llamaron Shu, de quien se decía que «llena el firmamento de belleza»2. El equivalente más cercano de la deslumbrante luz de Shu es la atmós‑ fera de por encima de las nubes que podemos experimentar en la cumbre de una elevada montaña o vislumbrar desde la ventanilla del avión. Los griegos llamaban «éter» a esa atmósfera superior. Es en ese aire celestial, mucho más refinado y translúcido que el aire mundano, en el que, según los griegos, vivían y se movían los dioses. Se puede experimentar este éter en el Monte Olimpo, cuando súbitamente se atraviesa el nivel de las nubes. Pero en Egipto todo el país parece encontrarse en esa atmósfera divina. Uno se siente mucho más cerca de los cielos, de la fuente divina que se anuncia en el brillo del sol que todo lo penetra. Y así se comprende cómo este país fue durante un tiempo conocido por sus habitantes como ta neteru, «la tierra de los dioses». La influencia del sol se manifiesta incluso por la noche. El aire embria‑ gado de sol mantiene una pureza que acerca las estrellas a la tierra. Fuera de las ciudades, las noches egipcias pertenecen a las estrellas. El cuerpo entero de los cielos se arquea sobre la tierra, cubriéndola con su abrazo resplandeciente. Este cuerpo pertenece a Nut, hija de Shu. Por la noche, la hija tachonada de estrellas de Shu es una presencia tan poderosa como su padre lo es durante el día. En verdad, es Nut quien da nacimiento al sol cada mañana. Mitológicamente, hay reciprocidad en las relaciones de Shu con Nut y de Nut con el dios sol Ra que, aunque sea el padre de Shu, nace también de Nut. La penetrante cualidad de luminis‑ cencia que caracteriza el día y la noche une a estas deidades en un círculo de interdependencia. 17

Description:
El cosmos no manifestado. 41. 3 cosmos. Cuando los griegos dejaron de estar interesados en ese modo de .. recuerda las islas Cíclades»12 el sur se puede tener la sensación de contemplar otra zona misteriosa,. 24
See more

The list of books you might like

Most books are stored in the elastic cloud where traffic is expensive. For this reason, we have a limit on daily download.