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El rostro interior PDF

184 Pages·2018·2.432 MB·Spanish; Castilian
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Olivier Clément El rostro interior NARCEA, S.A. DE EDICIONES Olivier Clément ha publicado en NARCEA: • Dios es simpatía • Unidos en la oración Nota del Editor: En la presente publicación digital, se conserva la misma paginación que en la edición impresa para facilitar la labor de cita y las referencias internas del texto. Se han suprimido las páginas en blanco para facilitar su lectura. © NARCEA, S.A. DE EDICIONES Paseo Imperial 53-55. 28005 Madrid. España www.narceaediciones.es © Yves Briend Editeur / Salvator, Paris, 2017 Título original: Le visage intérieur Traducción: Juan Carlos G. Jarama ISBN papel: 978-84-277-2478-5 ISBN ePdf: 978-84-277-2479-2 ISBN ePub: 978-84-277-2480-8 Depósito legal: M-19528-2018 Impreso en España. Printed in Spain Imprime: Safekat Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distri- bución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser cons- titutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sgts. Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos. ÍNDICE Introducción ..............................................................7 El rostro y el icono ...................................................9 El misterio del rostro. El Dios rostro. El icono, rostro transfigurado. Silencio y palabra de Dios ....................................51 Aproximación antinómica o el Dios paradójico. Notas sobre el Espíritu Santo. Algunos caminos hacia el Espí- ritu: el silencio, la belleza, el eros, la feminidad, el cos- mos, la vida. El hombre trinitario. San Serafín de Sarov, profeta y testigo de la luz ...89 El estarez: un hombre llevado. El descenso al infierno. El “resucitado”. El mensaje: “la adquisición del Santo Espíritu”, la conversión evangélica, hacia los tiempos nuevos. Literatura y fe. Aproximaciones .........................117 La búsqueda. El asombro. La diaconía del afuera. La elaboración poética como experiencia espiritual. Dostoievski, testigo..............................................147 Tradición y profecía. “Una negación muy poderosa”. “El Dios de la alegría”. © narcea, s. a. de ediciones 5 INTRODUCCIÓN Los ensayos que constituyen este volumen han sido redactados con ocasiones diversas aunque los he rees- crito y desarrollado para formar con ellos un conjunto publicable. Hay algunos temas fundamentales que se imponen: el silencio y la cruz, el Espíritu y la tierra, el rostro y el icono. Conciernen, como se verá, ante todo al conocimiento vivido de Dios y a esa verdadera belle- za de la que Dostoievski dice que “salvará al mundo”. El Occidente y el Oriente cristiano se reencuentran sin cesar, y yo no he dudado jamás, dentro de la perspecti- va de un cristianismo en el que el Padre y el Espíritu encuentran su lugar, dejar expresarse a veces al judaís- mo, al islam o al oriente más lejano. En este tiempo de “revuelo y furor”, me parece que solo cuenta, a largo plazo, la renovación espiritual que avanza discretamente. Solo ella podrá dar a los hombres razones para vivir sin odio, sin odiarse, y la posibilidad de creer sin tomarse por demiurgos, sino con el respeto justo a los rostros y a la tierra. Puede que estos ensayos, escritos al margen de las modas, contribuyan humildemente a esta renovación. © narcea, s. a. de ediciones 7 EL ROSTRO Y EL ICONO La revelación bíblica, al afirmar que Dios se ha he- cho rostro y que el hombre es imagen de Dios, ha pri- vilegiado el rostro. El encuentro de las miradas y tam- bién el encuentro de los labios son específicos de esta tradición. Nada de esto se da, por ejemplo, en el ero- tismo sagrado de la India donde la unión de los cuer- pos, como se representa sobre los muros de los tem- plos, se acompaña de la plenitud cerrada de los rostros desnudos en una interioridad impersonal. Hoy, sin embargo, la “muerte de Dios” amenaza al rostro humano. La masa amorfa de los totalitarismos y la masa solitaria de las nuevas grandes ciudades lo borran de la misma manera. Una civilización de la huida ante la muerte (y ante el misterio) lo ahoga en el barullo de los ruidos, de las imágenes, de los ali- mentos, de todo este juego –en la superficie de la existencia– de agresiones nerviosas y de compensa- doras torpezas carnales. El rostro humano ha desapa- recido de la pintura contemporánea de la que Max Pi- card decía, desde 1929, que coloca lápidas sepulcrales sobre la faz asfixiada del hombre. Hoy, sin embargo, el arte no figurativo, cuando pasa de los fantasmas a las esencias espirituales, esboza ex- trañas músicas, ángeles con la boca cerrada, en torno a © narcea, s. a. de ediciones 9 una inefable natividad… Las filosofías de la diferencia, y esta “tercera cultura” que Jean-François Six ve surgir entre los jóvenes, presentan el misterio en la alteridad misma del otro. Expulsado de la pintura, el rostro rea- parece, irrisorio y patético, en los toscos planos del cine y la televisión. Si, desde orientes lejanos, vienen los rostros (los no-rostros) absorbidos por el “en-stasis” que ellos saborean, de un oriente menos lejano, oriente sin embargo por su sentido de la universal sacralidad, fundamentalmente cristiano, nos llega el testimonio del icono, es decir, de una eternidad que se abre en lo in- agotable de un rostro, de un Dios que se ha hecho real- mente rostro para permitirnos descifrar en él, único pero no separado, la faz humana. La última prueba (mos-tración, no demostración) de la existencia de Dios, dice Paul Evdokimov, es icónica. Está hecha de la irradiación de ciertos rostros. De ahí la urgencia de una reflexión sobre el rostro, como espera del icono, y también como icono blasfe- mado (en Dostoievski, los grandes blasfemos rompen los iconos, para destruir lo que cada uno de ellos pue- de llegar a ser). Reflexión que nos conducirá al “rostro de los rostros”, el de Dios hecho hombre, y al icono del hombre deificado. El misterio del rostro La contemplación del rostro nos introduce en una dramaturgia, como si en él se inscribiera la luz del ori- gen, después de la noche y la espera de un sol eterno. Todo rostro, por desgastado que esté, aunque esté casi destruido, a poco que nosotros lo entreveamos con la mirada del corazón, se revela único, inimitable, escapa a la repetición. Se pueden analizar sus compo- 10 © narcea, s. a. de ediciones nentes, desmontar fríamente, o cruelmente, su en- samblaje, conducirle así al mundo de los objetos que se explica, o sea, que se posee. Mirado sobre el fondo de la noche, de la nada, el rostro es un archipiélago inhabitado, una caricatura descalificante. Mirado del lado del sol, el rostro revela a otro, a alguien, una rea- lidad que no se puede descomponer, clasificar ni “comprender”, pues está siempre más allá, extraña- mente ausente cuando se la quiere asir, pero que res- plandece desde su más-allá mismo cuando se acepta abrirse a ella, “prestarle su fe” como dice admirable- mente la lengua arcaica. El rostro se resiste a la pose- sión no por una imposibilidad material, sino porque su manifestación, siempre imprevisible, tal vez por un detalle minúsculo que desafía la previsión, cuestiona, como lo ha notado Emmanuel Lévinas, mi “poder de poder”1. Así pues, no es una cosa entre otras, ni una integral, por rica y compleja que sea (su pobreza, su desnudez significa más), sino que atraviesa su propia forma y todas las formas del mundo, de modo que ya no es de este mundo: modelado en el barro, pero viniendo de otra parte, siempre es el reverso de una máscara mortuoria. Me mira y me habla y así me in- vita a una relación que no sea de poder. Espera el encuentro de miradas como acogida recíproca, espe- ra mi respuesta y mi responsabilidad. La mirada ex- presa sobre todo la translucidez de este mundo a otra luz, al resplandor de otro mundo. Sin embargo, los ojos no son solamente la visión de la luz sino su do- nación. En la prisión indefinida del mundo, el rostro abre una brecha, constituye como una apertura de trascendencia. 1 Totalité et infini: essai sur l’extériorité. Martinus Nijhoff, Leiden, 1961, p. 172. Traducción castellana: Totalidad e infinito: ensayo sobre la exterioridad. Sígueme, Salamanca, 2012. © narcea, s. a. de ediciones 11 Así el rostro es el límite de este mundo y de otro. Eso se manifiesta notablemente en la relación del silen- cio y la palabra. Es el silencio, un silencio pleno, epifá- nico, lo que transforma el rostro en presencia del más allá. En el hombre pacífico, en el niño atento, el arqueo de la frente hace discurrir el silencio como una bendi- ción sobre los órganos de los sentidos que se disponen en el rostro. La cúpula silenciosa de la frente, la clari- dad silenciosa de la mirada, la escucha silenciosa de las orejas compone para los antiguos el rostro celeste que unifica, purifica el rostro terrestre de la nariz, de las me- jillas y de la boca. Así la nariz y la boca no hacen sino recordar el sexo, con el simbolismo masculino y feme- nino respectivamente2; la nariz puede también percibir el Soplo de vida: “Dios modeló al hombre con el barro del suelo, insufló en sus narices un soplo de vida y el hombre fue un ser viviente” (Gn 2,7). La nariz percibe el perfume del Espíritu en el olor del humus después de la lluvia, olor fecundo en que se expresa la unión del cielo y la tierra. La boca puede hablar de la sobreabun- dancia del corazón, de la sobreabundancia del silencio. La cruz del rostro, un pájaro que cae, se convierte en el movimiento de una metamorfosis. Lo celeste se des- pliega horizontalmente como una nube luminosa en lo alto del rostro para descender a grandes golpes de alas, penetrar por el soplo humano mezclado con el Soplo divino en la carne de la tierra y hacerla dulce y ligera, de suerte que la boca a su vez se esfuma; en Pabellón de cáncer, cuando Vera habla y sonríe, su boca vibra como una alondra en pleno vuelo3. Particularmente es del rostro del que se puede re- petir lo que dice Gregorio de Nisa del hombre en su 2 En francés, nariz es masculino y boca femenino (Nota del traductor). 3 Alexandr Solzhenitsyn. Pabellón de cáncer. Tusquets, Barcelona, 1993. 12 © narcea, s. a. de ediciones dimensión personal: que está llamado a llegar a ser “microcosmos y microthéos”, síntesis del mundo en la imagen de Dios. El infinito brilla en el sin-fondo de la persona, en esa realidad inaccesible que las energías del amor hacen participable, en ese más allá que se revela y brilla. El patriarca Atenágoras evocaba el “océano interior de una mirada” y Lévinas une “la desnudez total de los ojos, sin defensa” y la “desnu- dez de la apertura absoluta al Trascendente”4. El rostro es el lugar –no espacial– en que la persona se descubre como imagen de Dios, enraizada en lo ce- leste, y por ello capaz de asumir la humanidad entera, cuya historia llega a ser su propia historia, y el cosmos entero que se hace, a la vez, su cuerpo y su lenguaje por el cual conversa con Dios y con los otros, devol- viendo a Dios el mundo. La unidad humana, en el sen- tido más realista, no de simple semejanza sino de con- substancialidad, se expresa a través de relevos, de linajes, lenguas, culturas, formas de oración: la conti- nuidad de los padres deposita, mejorando, sus finas ca- pas de nácar en el interior del rostro. La asunción del mundo se realiza a través de paisajes precisos. Los es- tratos de la historia, la interiorización de los paisajes crean verdaderas “cosechas” de rostros. Estas cosechas serán tanto más sabrosas cuanto el hombre viva en las culturas graves y lentas, donde aprende a hacer silen- cio para acoger la tierra y el cielo: hombres de pueblos y de viejas ciudades; hombres de la montaña, de viñe- dos o del mar; hechura de la adoración: la vieja liturgia latina, densa, recogida, modela el rostro del benedicti- no, rostro tallado en la piedra de la fe. La liturgia bizan- tina, fluvial, interiorizada por un método de invocación, da un rostro translúcido al monje athonita del monte 4 Totalité et infini, p. 173. © narcea, s. a. de ediciones 13

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