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El rey Midas PDF

16 Pages·1997·1.853 MB·Spanish
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rey Midas Rey / o ji^.ag . El rey Midas »<fcm - . . - Editorial Pueblo y Educación ¿ \ *» tlMUCTf.« i C PROCEE ^'¿h^>t- FEOttA Edición: Lie. Crisna Moráguez Díaz Lie. Lucía Hechavarria Ford Diseño: Elena Faramiñán Cortina Ilustración: Ángel García Castañeda Corrección: Alina Mustelier Rodríguez Emplane: María de los Angeles Ramis Vázquez © Ministerio de Educación, 1997 ©Editorial Pueblo y Educación, 1997 ISBN: 959-13-0539-7 Depósito legal: M-13394-1997 Imprime: S.S.A.G., S.L. - MADRID (España) EDITORIAL PUEBLO Y EDUCACIÓN Ave. 3ra. A No. 4605 entre 46 y 60, Playa, Ciudad de La Habana, Cuba. CP 11300. Hace muchos, muchísimos años, reinaba en un pueblo remoto un rey llamado Midas, a quien nadie quería por su ambición y avaricia. Tan egoísta era este rey, que no le importaba que las gentes de su pueblo se volvieran pobres, mientras él se hacía más rico cada vez. Sin embargo, el rey Midas tampoco era feliz. Y es que, era tan grande su ambición, que siempre quería más de lo que tenía. De nada servía que su bella hija, la princesita Alicia, le suplicara que se volviera generoso y repartiera su oro entre los pobres, porque el rey siempre se burla ba de ella. Cuando nadie podía verle, el rey Midas se en cerraba en su habitación, abría un arca muy grande y con taba una y otra vez sus tesoros. —¡Cómo brillan! —exclamaba feliz el soberano, acariciando sus monedas de oro. Pero pronto se entristecía y gritaba: ¡Quisiera tener más! ¡Quisiera tener todo el oro del mundo! Cierto día, mientras contaba su oro, un simpático geniecillo apareció ¡unto a él y le dijo: —Vengo a cumplir tu mayor deseo, rey Midas, pero antes te advierto, que la riqueza no da la felicidad. Desde hoy, todo aquello que toques se convertirá en oro. Dicho esto, el genio desapareció y el rey se puso muy contento. Pero su alegría fue aún mayor, cuando al tocar uno de sus libros, vio que se convertía en oro. Entonces, saltando de alborozo, empezó a tocar cuantas cosas tenía cerca y, al ver que en todas el prodigio se obraba, gritaba: ¡Soy rico! ¡Soy rico! Pero, al llegar la hora de cenar, apenas el rey Midas se sentó a la mesa, vio que su comi da se convertía en oro también, y el ambicioso monarca empezó a preocuparse.

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