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El perjuicio y el ideal : hacia una clínica social del trauma PDF

233 Pages·2001·3.89 MB·Spanish
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Paul-Laurent Assoun EL PERJUICIO Y EL IDEAL Hacia una clínica social del trauma Ediciones Nueva Visión Buenos Aires 159.964.2 Assoun, Paul-Laurent ASS El perjuicio y el ideal - 1a ed. - Buenos Aires: Nueva Visión, 2001 240 p.; 19x13 cm. Traducción de Paula Mahler ISBN 950-602-429-4 l Título -1. Psicología Social Título del original en francés: Lepréjudice et l’idéal. Pour une clinique social du trauma © Ed Anthrophos, 1999 Este libro se publica en el marco del Programa Ayuda a la Edición Victoria Ocampo del Ministerio de Asuntos Extranjeros de Francia y el Servicio Cultural de la Embajada de Francia en la Argentina. © 2001 por Ediciones Nueva Visión SAIC, Tucumán 3748, (1189) Buenos Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina / Printed in Argentina Introducción EL SUJETO DEL PERJUICIO: TRAUMA IDEALIZADO ¿Qué te han hecho, a ti, pobre niño?1 La pregunta de Goethe nos ubica en el centro mismo de lo cuestionado por el psicoanálisis, de lo que querríamos hacernos eco aquí, como lo que, al retornar, lo interroga: alusión a un cierto perjuicio de origen -en forma de exclamación a la patética perplejidad-, que se supone inflige a un niño -pues siempre se trata de un niño, hasta en las formas más “adultas” de daños inconscientes-, un “otro” enigmático, causa putativa de esta “adulteración”. Quizás el creador del psicoanálisis, alimentado por el texto de Goethe, como en una reminiscencia, se haya recordado a sí mismo, en un momento decisivo -probablemente el que toma acto del mismo nacimiento del psicoanálisis-.2 Esto nos dice que hoy es preciso un redescubrimiento de este origen, cuando la figura del perjuicio está en el cénit de la “enfermedad de la civilización”. En efecto, se trata de designarla como la pregunta simultáneamen­ te más actual -porque algo del síntoma colectivo adquiere significado aquí y ahora- y la menos nueva -ya que da cuenta del centro mismo, traumático, de lo originario infantil-. Cuestión de “época”, en la medida en que cada época le da su estilo -radicalmente singular- a este problema atemporal. Lo que la práctica clínica muestra y encuentra en lo cotidiano de la enfermedad es este avance de un cierto sentimiento de perjuicio, configurado en el malestar de sus formas sociales singulares. Esta referencia a los “perjuicios” en su materialidad organiza una posición 1 Goethe, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister. 2 Carta a Fliess del 22 de diciembre de 1897, citada por Jeffrey Moussai'eff Masson, Le Réel escamoté, Aubier, 1984, p. 132. subjetiva que podemos denominar perjudicial: oímos que el sujeto organiza su habla y su acción alrededor de esta convicción de un perjuicio cuya eventual reparación exige —con formas más virulentas o de modos más discretos-, pero que, sobre todo, organiza su estilo de vida (inconsciente) y su estar-en-el mundo y la relación con los demás. Un sujeto que tiene de qué quejarse, por supuesto, pero que no sabe cuál es el tema del objeto de su queja. Aquí interviene la posición del inconsciente, en el nexo entre la clínica y lo social. Pues el hecho es indisolublemente colectivo -perjuicio “generaliza­ do”, de alguna manera-y está articulado con la posición singular de los sujetos, uno por uno. Por consiguiente, parece pertinente y fecundo retomar la actualidad del malestar de la civilización a través del tem a del perjuicio, a través de ese “pliegue” del sujeto del malestar -en tanto viene a generar sus modos de idealización (mórbidos) y cuestionar el ideal-de-civilización (Kulturideal),3 lo que hace de él un factor de verdad. La ecuación traumática o la “pregunta de Mignon” Cuando Freud percibe un cierto eco del trauma originario en el sufrimiento neurótico, le escribe a su amigo Fliess lo que Goethe había puesto en boca del personaje Mignon, en los Años de aprendi­ zaje de Wilhelm Meister. Tomemos esta expresión, -esos versos extraídos de la Balada de Mignon- en su letra, para comprender por qué puede servir de epígrafe para nuestra cuestión -estructural- que quiere volver a lanzar de la manera más aguda la coyuntura (de un cierto malestar de estructura). Un espectrograma de la expresión muestra la proble­ mática a la que la pregunta de Mignon, la heroína miserable, da su valor de verdad con todo su pathos. El centro de gravedad de la exclamación interrogativa está en el “qué”: “¿qué te hicieron?” En ese objeto del perjuicio está condensado el nudo de preguntas solidarias: ¿quién te hizo?, ¿cómo?, ¿por qué? Por un efecto de aspiradora nos vemos remitidos al punto oscuro del trauma, exorbitante real y enigmático. 3 P.-L. Assoun, Freud et les sciences sociales. Psychanalyse et théorie de la culture, Armand Colin, 1993, p. 124. WAS = qué, objeto del trauma perjudicial HAT MAN = te han, acto que perjudica al sujeto anónimo DIR = a ti, sujeto destinatario de la demanda y objeto del perjuicio: por lo tanto, sujeto-objeto ARMES KIND = pobre niño, calificación del sujeto del incali­ ficable perjuicio, objeto de compasión nom­ brado por su perjuicio (colocado, por reforza­ miento, en aposición de esta segunda perso­ na interpelada) GETAN = hecho, acción -perjudicial- del Otro, que se inscribe como “pasión “ de la “víctima”. De esta manera, detrás de la expresión en su opresiva concisión, se dibuja una impactante ecuación de la cuestión del perjuicio origina­ rio y, con la densidad del verbo de Goethe, que Freud amaba, vuelve a su memoria, como eco de la pregunta sobre sí mismo, la pregunta sobre el sujeto de la “escena originaria”. Por otra parte, no es indiferente que en este pasaje de los Años..., el sujeto de la interpelación sea impreciso: ¿es la misma interesada a la que se interpela, en ese momento de lamento que el autor pone en su boca? ¿O es el autor quien interroga y, en este caso, a quién se dirige, más allá de ella, sino al lector al que se le pide que sea testigo de este enigma? Ejemplo paradigmático de “polifonía” en el sentido bajtiniano, en la que es indiscernible el sujeto que habla en el texto. Esta “polifonía” tiene más de un referente: el que habla o al que se habla es justamente el sujeto del perjuicio, colocado en posición de oráculo ciego, que se plantea como otro testigo. En efecto, él solo podría decirlo pero, ¿puede hacerlo, en cuanto es denominado y designado por su “siniestro”? La fórmula de Goethe echa mano de una cierta captación melancólica del sujeto en su malestar. Ahora bien, éste es el hecho decisivo: con este auto-cuestionamien- to -“heterológico”-, Freud, confrontado con el reverso de la seducción fantasmática, propone hacer “una nueva divisa”. Un trauma llamado Mignon En efecto, Freud inscribe en un momento decisivo, en el frontispicio del psicoanálisis, este verso de la saga de Mignon. Decisión de erigir como “divisa” (Motto), como baütismo del psicoanálisis, para re- dirigirlo a aquellos de los que la recibe -y, por consiguiente, a todos los analistas- es decir, los sujetos de la escena originaria: ¡esa ciudad siniestra cuyo príncipe es un niño! ¿Quién es Mignon, la heroína epónima del complejo que intenta­ mos circunscribir? Es el personaje con el que se encuentra Wilhelm Meister durante sus peregrinaciones. A pesar de su nombre, es una “nena”, lo que podemos llamar “niño-nena”. Es significativo que Goethe haya duda­ do del sexo de su personaje, porque cuando lo forja habla de “él” o de “ella” -como una madre que ignora el sexo del niño por nacer-. De hecho, todo sucede como si Goethe presintiera como un elemento esencial en la naturaleza de “Mignon” una vacilación de la sexuación, como si el trauma que ella encarna debiera conjugarse con lo “neutro”. Mignon -que finalmente será una nena- es primero, “el pobre niño”, sacado de su patria-esa Italia que para Goethe es el lugar del deseo feliz-, raptado y maltratado, y al que se le impone, con el exilio, la desposesión, irreversible y dolorosa, de sí mismo. Objeto de malos tratos tanto más impresionantes cuanto que dejan de evocarse -como algo “peor” que es indecente enunciar- y que, después, muere de nostalgia. Mignon es la “criatura” (das Geschópf), “el niño” (das Kind) -pa­ labras de género neutro, traducción de un efecto de estructura que vamos a tratar de discernir-. Lo más preciso que podemos decir es que su desamparo -físico y moral- permite transparentar un trauma oscuro -que provoca una compasión fascinada en el que se propone ser su salvador, ese prototipo de la “novela de formación” (Bildungs• román) que es el viajero Wilhelm Meister-, La que traiciona su significación es la “sombra” del trauma de origen sobre su persona. No sólo Mignon presenta la imagen de la traumatizada, sino que da su nombre de bautismo a un trauma que encarna en su persona y en su vida desafortunada. Esto no impide que Wilhelm Meister sea objeto de una seducción y el “tropismo” de una felicidad a recuperar. Embelesada, ella tiene el carácter “encan­ tador” de la traumatizada -lo que se confirma en una “elección de objeto particular” cuya existencia se comprueba-. Encanto trastorna­ do, entre la santidad y la anorexia, de las jóvenes traumatizadas por los hombres hasta la “oblación” un poco obsesiva -fila que va, sin dudas, de Mignon hasta Lol V. Stein-...4 La cita de Freud, epígrafe de nuestra problemática, aparece en la “balada” que abre el libro III de los Años...3 4 Marguerite Duras, Le ravissement de Lol V. Stein, 1964. 3 Goethe, Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister. Surge de manera inesperada en medio de la evocación idílica y sensual de la Italia natal, por la que sueña incurablemente y que no sabemos si pudo conocer. En todo caso, se trata de ese lugar de placer originario del que ha sido frustrada para siempre. El incipit de esta balada es el verso célebre en el que vibra el mítico Heimat: ¿Conoces el país en el que florecen los limoneros? Sobre el fondo “azul” de este paisaje lujurioso, de la casa acogedora ala que el enamorado querría llevar a su bienamada -soñando con la dulzura de vivir juntos allí-, surge, como una mancha, la evocación de esta irrecusable miseria, esa “sombra” en el sol: Y las estatuas de mármol se levantan y me miran. ¿Qué te han hecho, a ti, pobre niño? Este es el trauma originario: el lugar oscuro de un “error” y de un perjuicio que ponen una mancha en la belleza del mundo, lo que inscribe la sombra de la infelicidad en el cuadro festivo de la felicidad. Pasado inolvidable que viene a estropear las promesas de felicidad, do­ bladillo de “noche” en pleno mediodía. Hay que señalar que las efigies de la Cultura -los monumentos de mármol que hacen al esplendor de Italia, al lado de los limoneros- toman la palabra para hacer la pregunta. Esta pregunta viene del Otro marmóreo -según una bella intuición de Goethe- que Mignon cree entender que le recuerda con compasión su infelicidad, que explota sobre la felicidad del Origen. Del otro proviene el lamento: “¡Pobre de mí!". Clavada en el centro de esta balada surge “la idea negra” como lo que estropea la felicidad, en presencia de lo ideal. La imagen de mármol sugiere que la pérdida del objeto está idealizada. Goethe no se equivocó al hacer de Mignon el emblema de la poesía del duelo (de sí). Del “trauma mignon” a la pregunta freudiana ¿Por qué Goethe bautizó Mignon6 a este ser definido por su infelici­ dad? Mignon, adjetivo nominalizado que evoca la ternura frente a 6 En francés, mignon, es un adjetivo que significa bonito, lindo. [N. de la T.] alguna linda preciosidad -que, por otra parte, enseguida reprime el sentido original de la palabra, ya que “bonito” sirve para designar a un “mendigo”—. ¿Por qué dotó de una encarnación tan linda al ser traumático? ¿Qué vienen a hacer aquí el amaneramiento y la afecta­ ción de una atracción, para cubrir con ellos los despojos del ser desheredado? ¿Qué puede tener de “bonito” ese cuerpo frágil e hipersensible, atravesado de espasmos y repugnante en su género, ya que está marcado por malos tratos originarios? ¿Hay que compren­ der que la joven damnificada sigue siendo “bonita” a pesar del daño, o que saca de ese daño una “preciosidad” particular? De hecho, el efecto de contraste entre significado y significante contribuye misteriosamente a conferirle al personaje su alcance emblemático -al punto que Goethe confesó que escribió toda la novela para introducirla a ella, que parecería no ser otra cosa que una silueta de encuentro del héroe-viajero-. Mignon es el niño inocente, “gracioso como un corazón”, pero damnificado. Manera de subrayar que el ser asesinado conserva, más allá del horror del tratamiento de que fue objeto, ese carácter “bonito” de la infancia que resiste. No podríamos decirle “bonita”. Lo que pasa es que en ella se encarna el trauma llamado “Mignon”. En el texto de Goethe y en la actitud de Wilhelm Meister, Mignon detenta el encanto turbio del trauma: lugar del perjuicio innombra­ ble, también índice de un ideal. Allí se hace la pregunta de la “recepción” del perjuicio del otro: ¿qué quiere Wilhelm Meister de Mignon, qué espera de ella, qué pretende darle? Sin duda, emociona­ do por su desamparo, ayudarla, asegurarle su tierna compasión a la que llama “mi hijo”. Hijo adoptivo de su deseo que, marcado por el estigma del pasado, significa una promesa de “retorno” hacia ese país perdido. Prueba de que el ser que simboliza el trauma señala un cierto objeto de la pérdida de la que, exilado, sostiene y mantiene el placer... para el otro. La indigencia de Mignon parece destinada a proporcio­ narle al viajero la energía para seguir su ruta, para realizar su deseo, en tanto que ella morirá de nostalgia sin tocar la tierra prometida. Esto proporciona el alcance del pensamiento goethiano de Freud, en ese período de “equinoccio” de la escena originaria,7 en la que se interroga sobre la ligazón entre realidad y fantasía y actualiza lo real traumático de lo infantil. Lejos de denegar la realidad del trauma,8 ni de acceder inmediata­ 7 Véase, P.-L. Assoun, P.sychanalyse, PUF, 1997, pp. 121 y ss. 8 Véase nuestra obra, L’Entendement freudien. Logos et Ananké, Gallimard, 1984. mente a su testimonio, el gesto originario de Freud consiste en dejarse aprehender por la pregunta de Mignon, que repercute en sus “histé­ ricas”, un(a) por un(a): “¿y a ti, qué te han hecho, como niño?”, sin t'liminar la interrogación por medio de la compasión ni de la fascina­ ción, dejando, sin embargo, “impresionar”. Esto lo compromete a atravesar la línea de la posición subjetiva del trauma para extraer su más allá, es decir, el espacio de la verdadera pregunta: “¿qué vas a hacer, tú, con lo que te han hecho?”... para no reducirte más a ese rol de “pobre niño” en el que suponemos que “el otro”—aunque más no sea el padre- te ha puesto, con el que, para peor, te identificas? Gesto decisivo por el cual el creador del psicoanálisis acepta dejar que ese perjuicio del sujeto le pregunte y, al mismo tiempo, le exija cuentas sobre su propia postura. Momento trágico que abre la dialéctica de una posible libertad -pa­ ra usar una gran palabra necesaria aquí, ya que forma una pareja con la “necesidad”—. El perjuicio y su ideal Pero esto supone aprehender el vínculo entre la problemática del perjuicio y la del ideal, pues la línea de resistencia es la de la (auto)idealización del perjuicio. En apariencia existe una oposición radical entre las dos nociones. El perjuicio dice la falta, el daño, el “dolo”, es decir, el sentimiento vivo en el sujeto de una “privación”, como consecuencia de un mal que se le hizo; el ideal apunta hacia un objeto de los más preciosos, verdadero “generador” narcisista que dinamiza la existencia del'sujeto. Tensión radical de la des-completud y de la completud. Pero si miramos bien, precisamente, el ideal designa la falta que viene a suplir (lo que traiciona el trabajo del ideal, siempre activo para ensalzar un objeto que sostiene la búsqueda, precisamente de faltar). En cuanto al perjuicio, si se confronta con la des-completud, va a la caza de cualquier cosa que parezca llena. La subjetividad perjudicada encuentra en su propia falta la posibilidad de (re)ganar la fuerza de su propia fundación. Nos acercamos al lugar que hay que extraer y explorar: interfase entre la “depresión perjudicial” y la “exaltación mental” del objeto. En su punto extremo, el efecto subjetivo del perjuicio es ensalzar el ideal. Lo sentimos en las Cruzadas redentoras, cuando los desarrapados adquieren vocación mítica. Más allá de alguna psicología de la “sobrecompensación”, sistema­ tizada por Adler,9 tenemos que pensar en esta posición: un sujeto que basa su ideal en su perjuicio y que encuentra en su falta-de-ser el principio de su propio cierre. Figura de dos caras (clínica y social) que puede ser caracterizada como “superlativización” de la miseria. El “síndrome de excepcionalidad” ¿Cómo pasa el sujeto perjudicado del pensamiento de su falta a su idealización? Esto es lo que podemos denominar “posición de excep­ ción”. En el centro de la situación analítica esta figura es descripta por Freud, quien sugiere el valor de este “tipo de carácter”.10 El “carácter” se revela por medio de una actitud sintomática que surge durante el trabajo analítico. Se trata del momento en que al­ gunos pacientes se irritan por las exigencias de renunciamiento parcial a una satisfacción, que el tratamiento exige: “Si se les pide a los enfermos un renunciamiento provisorio a cualquier tipo de satis­ facción de placer, o un sacrificio, una disponibilidad para aceptar durante un tiempo un sufrimiento (Leiden) con la meta de un fin mejor o, aunque más no sea, la decisión de someterse a una necesidad válida para todos, nos enfrentamos a ciertas personas (einzelne Personen) que se irritan ante este tipo de demanda con una motiva­ ción particular”.11 Éste es, por lo tanto, el hecho, el “incidente”, y éste es el discurso que lo motiva, ya que el sujeto perjudicado sostiene, más o menos, este discurso: “Dicen que resistieron bastante y que se sintieron bastante privados, que tienen derecho a la dispensa de nuevas exigencias y que no se someten más a una necesidad no amistosa, pues serían excepciones iAusnahmen) y entienden también que siguen siéndolo.” (Subrayado nuestro.) Lo que Freud muestra aquí, en un texto decisivo, es lo que bautizamos como “síndrome de excepcionalidad”. 9 Véase, Psychanalyse, op. cit., pp. 254 y ss. 10 Quelques types de caracteres tirés du travail psychanalytique, II, “Les exceptions”. 11 “Les exceptions”, op. cit,, G.W., X, p. 366.

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