El pentágono del poder Título del original inglés: The Pentagon of Power. The Myth of the Machine Volume Two Pepitas de calabaza ed. Apartado de correos n.° 40 26080 Logroño (La Rioja, Spain) [email protected] www.pepitas.net © Lewis Mumford, 1970 and © renewed 1998 by Elizabeth M. Morss and James G. Morss Published by special arrangement with Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company © De las imágenes, sus autores. © De la presente edición, Pepitas de calabaza ed. Traducción: Javier Rodríguez Hidalgo Imagen de cubierta y grafismo: Julián Lacalle isbn: 978-84-937671-3-6 Dep. legal: NA-502-2011 Primera edición, marzo de 2011 El pentágono del poder El mito de la máquina Lewis Mumford El plan original de El mito de la máquina era de un único volu men; y el presente libro, volumen segundo, es el cuarto de una serie que se inició en 1934 con Técnica y civilización. Aunque la aportación más original de estos libros quizá fuera su tratamiento de la técnica como parte integral de la cultura superior del hom bre, mostraron idéntica audacia en refutar que el alejamiento del hombre de la animalidad y su desarrollo progresivo se basaran únicamente en la tendencia a usar y crear herramientas. Es más, en oposición al dogma contemporáneo, estas obras no considera ban que la existencia humana se redujera al mero avance cientí fico y a la invención tecnológica. A mi juicio, el fenómeno funda mental lo constituye la propia vida; y la creatividad es, antes que la «conquista de la naturaleza», el criterio principal para medir el éxito cultural y biológico del hombre. Si bien las ideas básicas de El mito de la máquina ya esta ban presentes, siquiera como esbozo, en Técnica y civilización, los abusos sistemáticos de la técnica me han obligado a abordar las obsesiones y coerciones colectivas que han extraviado nuestras energías y socavado nuestra capacidad de vivir una vida plena y espiritualmente satisfactoria. Si la clave de las últimas décadas ha sido «la mécanización toma el mando», el tema de esta obra pue de sintetizarse en las palabras del coronel John Glenn a su regreso de la órbita terrestre: «Que el hombre asuma el mando». L. M. Amenia, Nueva York P R I M E R C A P Í T U L O Nuevas exploraciones, nuevos mundos i. La nueva visión Se ha llamado Era de las Exploraciones al periodo que se inició a fi nales del siglo xv; y tal denominación sirve para designar muchos de los acontecimientos que tuvieron lugar a partir de aquel mo mento. Pero las exploraciones más significativas se produjeron en la mente humana y, lo que es más importante, las múltiples raíces ocultas del Nuevo Mundo cultural que se inauguró entonces se remontaban, incluso en el hemisferio occidental, hasta el Viejo Mundo; unas raíces que se adentraban a través de gruesos estra tos de suelo hasta las ruinas de antiguas ciudades e imperios. Lo realmente novedoso para el hombre occidental era la es timulante sensación de que, por primera vez, todas las regiones del planeta le eran accesibles, lo cual despejó el terreno para las aventuras más audaces, y espoleó el intercambio económico acti vo y, al menos para las mentes más reflexivas, la autoformación. Cielo y tierra se abrían de par en par a la investigación sistemática como nunca antes había ocurrido. Si el cielo estrellado invitaba a la exploración, otro tanto hacían los oscuros continentes de ul tramar; y lo mismo sucedía con ese otro continente oscuro: el pasado cultural y biológico del hombre. A grandes rasgos, el hombre occidental sucumbió ante dos tipos complementarios de exploración. Si bien nacieron de puntos 9 de partida estrechamente relacionados, ambos siguieron cursos divergentes y apuntaron a metas distintas —aunque sus caminos se cruzaran a menudo— para unirse al final en un único mo vimiento, que fue imponiéndose progresivamente el objetivo de sustituir los dones de la naturaleza por creaciones humanas, más limitadas, obtenidas a partir de un único aspecto de la naturaleza: el que pudiera someterse al dominio humano. Una exploración se centró sobre todo en el cielo y en los movimientos regulares de los planetas y la caída de los cuerpos; en la medición del espacio y del tiempo; en los acontecimientos repetitivos y las leyes determi- nables. La otra surcó audazmente los mares e incluso descendió bajo la superficie del globo en busca de la Tierra Prometida, atraí da en parte por la curiosidad y la codicia, y en parte por el deseo de liberarse de viejos límites y ataduras. Entre los siglos xv y xix, el Nuevo Mundo que estaban descu briendo exploradores, aventureros, soldados y funcionarios unió sus fuerzas con el nuevo mundo científico y técnico a cuyo estudio se dedicaban científicos, inventores e ingenieros: todos ellos for maban parte del mismo proceso. Una modalidad de exploración se volcó en los símbolos abstractos, los sistemas racionales, las le yes universales, los acontecimientos reiterables y predecibles y las mediciones matemáticas objetivas. Su aspiración era entender, utilizar y controlar las fuerzas que en última instancia derivan del cosmos y el sistema solar. La otra modalidad se atenía a lo concre to y lo orgánico, lo novedoso, lo tangible: navegar océanos aún sin cartografiar, conquistar nuevas tierras, someter y llenar de asom bro a pueblos extraños, descubrir nuevos alimentos y medicinas y, quizá, hasta la fuente de la eterna juventud o, en su defecto, apoderarse de la riqueza de las Indias por medio de un hecho de armas despiadado. En ambas formas de exploración hubo desde el principio un toque de soberbia y de ímpetu demoníaco. 10