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El París Americano: la oligarquía chilena como actor urbano en el siglo XIX PDF

129 Pages·1951·13.39 MB·Spanish
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EL PAR~ASM ERICANO La oligarquia chilena como actor urbano en el siglo XIX OMANUVEILC URA URRUTIA, 1996 Inscripci6n N" 98.089 Impreso en Impresos Universitaria, S.A. San Francisco 454. Santiago de Chile IMPRESO EN CHILE I PRINTED IN CHILE EL PARk AMERICAN0 La oligarquia chilena como actor urbano en el siglo XIX Manuel Vicuha Urrutia En la historia, lo mismo que en Proust, la observacidn depende del punto de vista del observador, las pretensiones de objetividad pueden resultar engaiiosas, y lo unico que podemos hacer es sugerir relaciones. Eugen Weber ~ N D I C E Introduccidn 11 TERTULIAS Y SALONES: REPRESENTACIONES COLECTIVAS EN ESCENARIOS ~NTIMOS 15 El baile silente 15 La identidad estilizada 27 LA FUNCION CITADINA 35 Crimenes de lesa moda 35 La jerarquia urbana 46 LOS DANDIS DE LA MONEDA 59 La juventud sin melena 59 La apuesta literaria 75 EL PARiS AMERICAN0 0 EL EXOTISMO DE LA MODERNIDAD 85 La sana pedagogia 85 Formulaciones proyectuales, introspecciones narcisistas 105 CONCLUSION 123 FUENTES Y BIBLIOGRAF~A 127 INTRODUCCION En lo sustancial, el objetivo de este libro es comenzar a vislumbrar, mediante una iluminaci6n parcial, per0 evocadora del conjunto, las caracteristicas de un fresco donde se pueda observar -yo ya quisiera que en toda su diversidad y complejidad- a la oligarquia chilena durante las ultimas dCcadas del siglo XIX y, en el futuro, tambiCn a comienzos del siglo xx. En este caso, la atenci6n se ha centrad0 en la e‘lite radicada en Santiago y s610 por lo que dice relaci6n con ciertos aspectos de su existencia social. Su eje temitico tiene un prop6sito puntual: dilucidar cuiles fueron las significaciones de 10s escenarios (desde 10s salones a1 Municipal) en 10s cuales la oligarquia desarroll6 parte impor- tante de sus relaciones sociales. Se reconocera con prontitud el valor que se le concede a estos diferentes espacios, en tanto instancias favorables a la articu- laci6n de la e‘lite. Con todo, a fin de no planear exclusivamente a una altura donde apenas -si acaso- es posible visualizar entelequias conceptuales o procesos muy globales y poco personalizados, a contar del capitulo titulado “Los dandis de La Moneda”, se comienza a enfocar el relato hacia personajes cada vez mis puntuales, con la precisa intenci6n de darle a lo general un poco de substancia individual. Me parece que Roger Shattuck ha sido especialmen- te convincente a1 momento de destacar las virtudes de este “antiguo mCtodo hist6rico digno de confianza, a medias investigacibn sistemitica y juego intuitivo, que podriamos llamar estudio de 10s “hombres representativos”: el arte de encontrar pequeiias familias de personajes cuya simple asociaci6n sugiere una interpretacih de la Cpoca”l. Consider0 necesario aclarar que en las piginas venideras no se hallari ninguna referencia con respecto a la educaci6n formal de 10s miembros de la &lite. Esta historia se desplaza preferentemente a travCs de aquellos lugares donde se reunian hombres y mujeres, sin tener mucha importancia si se trataba de personas de edad avanzada o j6venes sencillamente. Mientras no se la ‘Roger Shattuck, La ipocu de 10s banquetes. Origenes de la vanguardiu en Fruncia: de 1885 a la Primera Guerru Mundial, pBg. 39. 11 considere de manera peyorativa, la expresi6n “ritual mundano” ayuda a hilvanar en un conjunto coherente a todos estos escenarios citadinos. TambiCn seria de inter& tener a la vista que, desde un comienzo, aqui se habla de tertulias y salones indistintamente. Es cierto que hacia fines del siglo XIX, por efecto de una pretensi6n mis cosmopolita y moderna en el sen0 de la oligar- quia, 10s salones comenzaron a reemplazar a las tertulias, cambio que no s610 supuso un trueque de nombres para una misma realidad, sino, ademis, dio cuenta de una variaci6n en el estilo habitual de tales reuniones sociales. Asi y todo, no debe olvidarse que las tertulias siempre se efectuaron en 10s salones de las casas patricias, lo que en 6ltimo tCrmino permite emplear ambas palabras como sin6nimos. Faltaria aiiadir que ese cambio de estilo no s610 se tradujo en una varia- ci6n de la naturaleza de 10s espacios mis intimos de la sociabilidad elitaria, puesto que, ademas, gener6, en forma paralela, un clSmulo de transformacio- nes operadas sobre la propia ciudad de Santiago y sus alrededores. Per0 si la dite fue su principal artifice y, no rara vez, su gran beneficiaria, estos cambios urbanos tambiCn ejercieron alguna clase de influencia sobre 10s demis estra- tos sociales residentes en la capital. La tarea de aunar en una misma historia las intenciones latentes tras las representaciones sociales de la oligarquia, con las percepciones que de estas pricticas escCnicas tenian 10s sectores medios y populares de la sociedad citadina, es algo que sobrepasa largamente 10s objetivos mis modestos de este texto. ComencC a escribir este trabajo a poco de haber ingresado a1 Museo Hist6rico Nacional. Diversas personas de esta instituci6n me garantizaron un clima de tranquilidad propicio para la necesaria concentracidn que demanda una actividad de esta naturaleza. Estoy especialmente agradecido con Sofia Correa, su directora, quien me apoy6 en todo momento. Asimismo, de gran ayuda me fue la lectura que Alfred0 Jocelyn-Holt realiz6 del manuscrito; las conversaciones que sostuvimos mientras lo escribia, aunque no siempre atin- gentes a1 tema, nunca dejaron de actuar como un estimulo sumamente gratifi- cante. Gonzalo Ciceres ley6 parte del manuscrito y sus comentarios me permitieron salvar mis de alg6n obsticulo. Cualquier reparo que se le pueda hacer a este estudio, nunca esta de mhs destacarlo, debe tener a su autor como 6nico destinatario. Con respecto a1 material iconogrhfico repartido a lo largo de todos 10s capitulos, estoy en deuda con Juan CCsar Astudillo y Pedro Marinello, fot6grafos del Museo Hist6rico Nacional. Finalmente, tambih mis reconocimientos para Daniel Osorio, Juan Diego Montalva, Cecilia Brunson, 12 Claudio Rolle, Francisco Marquez y Juan Gabriel Lira, quienes me pusieron en la pista de autores cuyos textos facilitaron el desenvolvimiento de este libro. TERTULIAS Y SALONES: REPRESENTACIONES COLECTIVAS EN ESCENARIOS fNTIMOS EL BAILE SILENTE Entre las diversas La'mirzas de costumbres del Atlas, acaso no lo suficiente- mente considerado, del provenzal Claudio Gay, encontramos un par de ilus- traciones que con un interval0 de cincuenta aiios representan dos tertulias en Santiago. Aunque las diferencias son notables, ambas laminas muestran reu- niones entre miembros del estrato alto. El contraste es elocuente y sin necesi- dad de mayor examen, bastante expresivo. El primer grabado nos conduce a una tertulia datada en el aiio 17902.O bservamos a la dite colonial, que pronto habria de beneficiarse extensamente con el proceso de la Independencia. Quiz6 en compafiia de espaiioles prominentes, sus miembros sociabilizan a merced de una mdsica interpretada exclusivamente por mujeres. Y no es nada improbable que ellas estuvieran desempeiiando un digno cometido; despuCs de todo, la educaci6n femenina de la Cpoca presta especial atenci6n a la instrucci6n musical de sus pupilas. Es pertinente decir que la conversacih parece continuar su curso sin necesidad de atender estrictamente a la ejecucidn de las mujeres. Est0 no debe interpretarse como una prueba de todo lo secundaria que era la posici6n de la mdsica en las tertulias coloniales. La verdad es que la mdsica ocup6 siempre un lugar preeminente en esas reuniones, y algo similar ocurria con el canto. Nacido en 1802, JosC Zapiola recordaba que en su niiiez aun perduraba la memoria de tertulias sostenidas por sefioras cuya fama provenia de sus voces3. Es un hecho que la mdsica y el canto poseian una relevancia tal vez hoy *Aunque Gay reciCn lleg6 a1 pais en tiempos de Portales, se diria que esta ilustraci6n fue ejecutada sobre la base de material iconogrAfico de la Cpoca, pues las vestimentas femeninas obedecen a1 registro visual dejado por imhgenes realizadas hacia fines del siglo XVIII. 3J0sC Zapiola, Recuerdos de treinta aAos (1810-1840),p hg. 86. 15

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