EL ÑANDÚ O AVESTRUZ AMERICANO (1848) Francisco Javier Muñíz*. 1916. Escritos científicos, Ciencias Naturales Argentinas, Seis ensayos publicados con introducción y comentarios de Domingo F. Sarmiento; La Cultura Argentina, Buenos Aires. *1795-1871. www.produccion-animal.com.ar Volver a: Producción de ñandúes INDICE Comentario por Domingo F. Sarmiento 1. El ñandú, churí o avestruz americano 2. Exterioridad de la especie 3. Paralelo entre el ñandú y el avestruz africano; excelencia de aquél en velocidad y fortaleza 4. Alimentación del ñandú. Peculiaridades de su sistema digestivo 5. Generación. Proceso incubativo. Saca y cría. Enemigos de la especie. Sagacidad del padre y sus recursos en protección de la prole 6. Antecedentes de una campería en las pampas de Buenos Aires. Libertad y posibilidad de cualquiera para emprenderla. Provisiones. Unicos medios de ejecución: el caballo y las bolas. Su manejo. Cerco y mal juego en él. Estratagemas e instinto del Ñandú para eludir el peligro. Medios naturales con que lo consigue. Perros cazadores 7. Naturaleza de la carne del ñandú. Su salubridad. Distintas preparaciones que recibe, y las que dan a los huevos. Conducción de éstos a la distancia. Plumas. Toldos o reparos contra la intemperie 8. Domesticidad del ñandú. Modo de conducirlo. Su ineptitud para el vuelo. Su facultad natatoria. Su voz. Aprensiones de los gauchos al campo desierto. Conclusión EL ÑANDÚ O AVESTRUZ AMERICANO. COMENTARIO POR DOMINGO F. SARMIENTO El doctor Muñíz publicó hace años en varios números de "La Gaceta Mercantil" una monografía del ñandú o avestruz americano, que es uno de sus más acabados estudios de las peculiares facciones de nuestro país. Su observación personal le permite rectificar no pocos errores de Buffon, en su famosa historia natural, guiado a veces por similitudes que cree existen con el avestruz de Africa, o bien repitiendo errores de viajeros, que recogen al paso tradiciones y consejos populares sobre las costumbres de los animales notables de América; y hace cierta gracia encontrar que Muñíz desde esta parte de América sobre el ñandú, como Audubon desde el otro extremo con respecto a las costumbres del pavo, tiene que habérselas con Buffon, pudiendo aquel como éste exclamar, "¿qué me ha de decir M. de Buffon sobre el pavo, a mí, que he vivido con ellos años enteros en los bosques, estudiando sus hábitos y costumbres?". Muñíz vivió veinte años entre ellos en las Pampas. Hoy ha tomado una grande importancia el avestruz, como conquista nueva que la industria hace, sometiendo a la domesticidad el ave que provee de plumas de ornato, y conviene que nuestros hacendados conozcan la historia y costumbres de este productivo animal, que hace poco tiempo forma parte del ganado que puebla las estancias y embellece y anima el paisaje con su presencia hasta acabar por domesticarse, desde que el hombre lo ha tomado bajo su protección, en cambio de sus plumas variadas, y en gran demanda, a medida que el bienestar y la moda las hacen codiciar como adorno de todas las femeniles cabezas, envidiosas de los cardenales y picaflores que ostentan penachos de colores brillantes. Amenazaban los indios extirpar la raza en sus boleadas, para obtener su escasa provisión de carne y plumas, cuando la idea de protegerlos en el país cristiano, vino a algunos de los depositarios de la "suma del poder público", no sabemos si Rozas o Urquiza; pero de seguro Urquiza los acogió en sus estancias de Entre Ríos; y tan seguros se mostraban de tan alta protección que se les veía acercarse a los caminos, y detenerse a mirar a los transeúntes, con el desdén que inspira la conciencia del derecho. Por poco no dan en incomodar a los pasajeros, que se guardaban de echar sobre ellos, ni por hacerse la mano, un tirito de bolas; y sea dicho en mengua de las ideas liberales de que blasonamos, y de la hidalguía que nos atribuimos los del habla castellana, que asesinado alevosamente por sus propios protegidos, el amo, los que se pretendieron con ello libres, la emprendieron con los avestruces, ya sin protector; y por poco no acaban en unos cuantos meses con ellos, donde quiera que no estuvieran las armas nacionales para garantirles la existencia. Felizmente el impulso estaba dado, y el ensayo de Urquiza no fue estéril. Los estancieros gustaron de verlos asomar sus cuellos en el paisaje, la industria halló su cuenta, en propagarlos; e imitando el ejemplo de los "boers" y de los ingleses del Cabo de Buena Esperanza, el ñandú forma parte hoy del dominio del hombre, domesticado como el camello en Asia, la llama y la alpaca en América. Ya el de Africa más corpulento se aplica con éxito al 1 de 40 El Sitio de la Producción Animal tiro de carruajes, imitando sin duda las palomas que tiraban el carro de Venus. (Váyase lo vigoroso del impulso por la falta de elegancia). El Dr. Muñíz, después de haber agotado la materia en la descripción del ñandú, concluye por darnos una completa idea de una "boleada" de avestruces según las buenas reglas del "sport" indígena; y es fortuna que quede este directorio, porque aunque ya desaparecen con el predominio de la Pampa, que ejerció por siglos el caballo, antes y después del diluvio, cediendo su puesto a la herrada, fatídica y estúpida locomotora, no es de perder la esperanza de que salvada la raza de los avestruces, por la domesticidad, multiplicados éstos por reclamar el mayor aseo sus plumas en plumeros, y el mayor ornato en plumajes el "sport" cuando deje de ser pura importación bretona, y se encarne argentino, tengamos el "curre" del avestruz en nuestras dilatadas Pampas, sobre magníficos alazanes de raza, cabalgados por nuestra juventud, brillante entonces de ánimo y de salud; tras bandadas de avestruces, "boleando" ñanduces, al correr de los corceles. ¡Boleando! ¿Por qué no? Ya pudieran los gringos, más "que aguantarse un par de corcovos", rebolear sobre sus rubias cabezas los libes, y de dos vueltas prendérselos al ave mañera (que a un potro serían palabras mayores) como ya la caracteriza Muñíz, que se tiende de costado, en la rapidez de la fuga, y avanzando el ala con inimitable arte y gracia, sale en ángulo recto, desviándose de la dirección que llevaba, y dejando a mi gringo que vaya a sujetar, a una cuadra de distancia, el pingo indócil al bocado como no lo es un flete de la Pampa al freno mular que no se anda con chicas. Gracias a que cabalgara un mestizo, que de su madre la yegua criolla traerá el instinto de tenderse igualmente hacia el lado y en el ángulo que describe el fugaz avestruz. Es lástima que los Casteces, los Castros, y tantos otros campeones de la vieja escuela de equitación argentina vayan llegando a la época del desencanto, sucediéndoles una generación de dandys y "cox comb", de a pie, o de carruaje, sino los grandes juegos hípicos, las boleadas de sus buenos tiempos, serían todavía el orgullo de nuestros jinetes, con lo que tendríamos la adopción por completo de los usos británicos, cuyos "gentlemen" corren, es verdad, salvando cercas y saltando zanjas, tras de un zorro de cartón, o cosa parecida, pues estando a punto de extinguirse la raza en las islas que ha visto extinguirse los lobos, conserva en las mansiones señoriales un zorro doméstico, y que después de servir para una cacería, lo guardan a fin de que vuelva a servir en otras sucesivas. Y para que el diablo no se ría de la mentira, y porque no habrá de repetirse de nuevo la hazaña, ni habrá en adelante ocasión de traerla a cuento, consignaré aquí un caso ocurrido recientemente en Australia, donde como en Inglaterra hay día designado para abrirse la caza. Habíase dado cita una banda de jóvenes en una pequeña aldea, para de allí lanzarse al día siguiente a la caza, en los vecinos campos. Ya enjaezados con los arreos de gala peculiares a aquel "sport", cargaban sus escopetas, ajustaban sus botines y polainas, cuando entra desalado el mozo del hotel, diciendo: ¡una liebre! y señalando hacia el lado donde la dejaba. ¡Esto si que era salirles la liebre al atajo! Corren todos los novicios cazadores, y tanta prisa se dan por tener el honor de ponerla patas arriba, que ningún tiro le aciertan, y la liebre se deja estar tranquila contemplándolos con la mayor indiferencia. Míranse los unos a los otros, asombrados de tan inusitado proceder entre liebres, cuando acercándose uno de los cazadores a distancia poco respetuosa, la liebre indignada saca una pistola, le descerraja el tiro a boca de jarro, y acaso por la emoción tampoco le acierta, lo que evitó felizmente efusión de sangre de una y otra parte; y hubiéranse dado las manos y quedados tan amigos como de antes, si la liebre por razones que no se dignó exponer, no hubiese preferido tomar el portante. El hecho es auténtico e histórico; y siendo como es de suponer el asunto del día en el teatro de tan singular suceso, dióse al fin con la explicación del fenómeno. Una compañía de prestidigitadores pasaba a la sazón, y el Hermann que la dirigía había adiestrado una liebre, entre otros animales "savants", a disparar en las tablas, un tiro, probablemente vestido de militar (él o ella), y el mozo del hotel se la había procurado para hacerles aquella mala pasada a los jóvenes "nemrods" cuidando de sacar a la carga de las carabinas todo misil mortífero. Así poco más o menos es por cierto la caza del zorro manso de Inglaterra, desprovista de la gracia de la del avestruz, con sus gambetas, sus tendidas de alas, cambios de rumbos, y astucias. Porque aun en esto viene errada la tradición que siguió M. Buffon, acreditando el estúpido cuento árabe de que viéndose perdido el avestruz, en la persecución, entierra el pico en la arena, creyendo con no ver él, que no lo ven a él los otros. Esto lo hacemos nosotros, en política sobre todo, de donde viene el decir, "¡esconde la pata que se te ve!", que le están diciendo los diarios todos los días al gobierno, en materia de elecciones y otros enredos. Por el contrario el ñandú si encuentra delante de sí un médano y logra distanciar a sus adversarios, lo sube, y por poco que encuentre pajonales altos del lado opuesto, se desvía, siguiéndolos de soslayo para esconderse; de tal manera que si ofrece bajada el médano hacia el mismo lado de donde viene la corrida, lo rodea y va a salir en dirección opuesta al lado a donde van, dejando burlados y sin rumbos a los perseguidores. De la gracia infinita de los movimientos circunflejos a que ayuda el uso de las largas alas como velamen o timón, he presenciado escenas de que Muñíz no pudo tener idea, por no haber "ñandúes" en grande escala domesticados en su tiempo. En la comisión recibida de la Sociedad "Protectora de los Animales" para gestionar en Santa Fe, el cumplimiento de nuestras antiguas leyes prohibitivas de corridas de toros, llenado satisfactoriamente el objeto, y teniendo algunos días por delante hube de aceptar gustosísimo la amistosa invitación de los señores Casado y Leguizamón para visitar sus respectivas colonias. El señor Leguizamón tenía en su estancia cría de 2 de 40 El Sitio de la Producción Animal avestruces, y como en las cabras de Córdoba, la experiencia aconseja tener reunidos los polluelos en rededor de las casas, a fin, sin duda, de precaverlos de accidentes. Había reunidos más de sesenta polluelos grandulones, listos, y bien emplumados ya, y sea que les causase novedad la presencia de un extranjero, o que estuviesen de buen humor, noté que principió de un lado y se comunicó alrededor mío a todo el "chiquero" (de chico) un furor de correr y de hacer gambetas y tendidas de alas para girar en círculo, que mostraba una especie de locos o de histericados, de tenerme absorto, alucinado con espectáculo tan bello. Duró casi media hora, y creo que animal ninguno, ni los cabritillos, ni las bailarinas de la Opera, sean capaces de desplegar tanta gracia de movimientos; tendiendo los cuellos y sentando de golpe la carrera, mediante una ala tendida para equilibrarse y saliendo a escape en dirección opuesta. Sus plumas alborotadas y desparpajadas parecían espuma de agua que hierve a borbotones, o velas que extiende la maniobra, o pañuelos en los "bailecitos" americanos para recogerse de nuevo cual mariposas que suprimen o dilatan sus brillantes alas. Esta zalamería me trajo a la memoria la "fantasía" árabe, lengua que nos ha dejado la palabra, aunque la cosa ha desaparecido. La fantasía es la recepción que los jinetes de un aduar o de una tienda árabe hacen en el desierto a la persona a quien quieren dar la bienvenida. Salen a recibirla a caballo los varones a cierta distancia, y la saludan con disparos de sus largas escopetas, rayando los caballos, saliendo a escape mientras cargan de nuevo, para volver corriendo a disparar nuevos tiros casi a las orejas del caballo que monta el favorecido. Cuando los jinetes son numerosos se deja comprender la novedad y el brillo del espectáculo, pues a cada revuelta y durante la carrera, los albornoces blancos se extienden al aire, inflados como velas latinas o juanetes de goletas, mientras que el humo, las detonaciones, el polvo y los aleluyas o "ayuyu" de bienvenida hacen escenas, que con el peligro de las caídas, llega a ser impresiva. ¿No habrán tomado de los avestruces los árabes la fantasía, pues yo la he visto original como la describo? La imitación de la naturaleza es nuestra dote a veces civilizadora, testigo los vestidos de cola de nuestras damas, que son imitación del magnífico aditamento del pavo real, lo que nada quita a su majestad y a la elegancia de los movimientos verdaderamente regios que el llevarla provoca en nuestras pavitas. Perdimos con los árabes la "fantasía" como gimnástica, pero quedó por estos pasados siglos en América, su tradición con el juego de "tirar al pato", que también ha desaparecido, o va camino de extinguirse en la molicie de nuestras modernas costumbres. Dábanse cita los más bien cabalgados caballeros y mejores jinetes para ostentar su destreza y elegancia en el manejo del caballo, y llevando uno un pato tomado de las patas, corriendo en círculo, seguíanle otros diez o doce a un tiempo para arrebatárselo. Fórmese idea el que pueda sin haberlo visto, del peligro de las volcadas, del terror de los encuentros, de rodar unos sobre otros jinetes, con caballo y todo, y de la destreza y coraje para dejarlos a todos burlados el campeón, rayando bruscamente el caballo para dejar pasar a los perseguidores, y "rebrousser chemin", si ese era el giro indicado. ¡Oh! restablezcamos las corridas de avestruces en las estancias como las de Unzué, Cano, Luro, Pereira, Muñíz, en campos como los vecinos de Mar del Plata, o las Lagunas de Gómez, y otros lugares pintorescos, y nuestras costumbres recuperarán su antigua bizarría. No la echemos de civilizados, nada más que por ser "gomosos" (léase poltrones), pues hasta las naciones sucumben, cuando las facultades físicas no se desarrollan a la par de las intelectuales. Las Boleadoras Tiene un particular interés la conservación del uso de las bolas, como misíl entre nosotros, y mayormente aplicado a la caza del avestruz o ñandú, que quiero hacer notar aquí. Las boleadoras, el avestruz y la Pampa, tienen entre sí tan íntima relación, que suprimido uno de estos factores quedan suprimidos los otros dos. Si la Pampa estuviese cubierta de bosques, aun matorral, el ejercicio franco del tiro sería perdido. Esta invención del hombre prehistórico es exclusiva de la Pampa, como el "womerang" lo es de la Australia. La primitiva embarcación es un tronco que flota y desciende los ríos, sobre el cual se asientan pájaros. Cada región o raza humana tiene su embarcación especial, lo que prueba que es local la invención. Sin embargo, en las costas del Pacífico la piragua se compone de dos bolsas de lobo sopladas y pareadas. El arco y la flecha son armas universales en América, Asia, Africa y Europa; la pagalla, o el dardo arrojadizo es de todos los países; pero aun así no son armas primitivas, ni aun las piedras como armas arrojadizas, pues cuesta mucho estudio a los niños aprender a dirigirlas. Desgraciada aquella de nuestras damiselas que contase salvar de una agresión con arrojarle una piedra al agresor, le saldría el tiro hacia un lado, infaliblemente. Y bien, las boleadoras o los libes son invención de nuestros antecesores prehistóricos, impuesta por la necesidad, cuando ya el hombre se habría adiestrado a arrojar piedras a los animales o a sus enemigos. Los querandíes, indiada de estas pampas, usaban las bolas en los días de la conquista, descriptas por Ramírez como "globos de piedra redonda y del tamaño de un puño, atados a una cuerda que los guía, los lanza con tanta seguridad que jamás erran". (Citado por Ameghino). El padre Lozano extiende su uso a la Banda Oriental, y cosa rara y significativa, Azara niega el hecho. "Ni les hacían ventaja los avestruces, dice Lozano, para cuya caza 3 de 40 El Sitio de la Producción Animal usaban las bolas de piedra, no sólo para enredarlos y detenerlos, sino para herirlos en la cabeza, en que son tan certeros, que poniéndoseles a competente distancia no erraban tiro". Confunde instrumentos distintos. Pero es el caso que no hay piedras en la Pampa; y sólo pudo el habitante de esta dilatada planicie procurárselas, por el comercio, o de las sierras de Córdoba o de la Ventana, y debió ingeniarse para recoger la piedra misma que tiró, desmintiendo el adagio "piedra suelta no tiene vuelta". En este país todo tiene vuelta, hasta las palabras. La bola solitaria que el indio maneja para quebrar el cráneo, conservándola en su poder por medio de una cuerda, pertenece a la misma familia. Los instrumentos que de piedras se labraron los hombres primitivos, los proveía el silex o pedernal, y otras piedras duras como la obsidiana. El señor Ameghino que posee el más rico arsenal de armas y de instrumentos de pedernal de nuestros indios, nos hacía notar la pequeñez de los instrumentos, cuchillos, raspadores, agujereadores, etc., debido, decía, a la escasez de la materia prima, pues han tenido que procurarse de Montevideo o Entre Ríos los fragmentos de pedernal en que las han tallado. Los señores Zavalla, afincados a la orilla de la Mar Chiquita, debiendo procurarse arena para proveer a las obras de ferrocarriles, tuvieron la excelente idea de encargar a los trabajadores apartasen los fragmentos de roca que encontrasen, u otros objetos del arte humano. Pobrísima y poco variada es la cosecha de pedernales obtenidos de las orillas del lago. Una libra de los que nos cedieron como muestra la componen pequeños fragmentos de cuarzo blanco sin excepción, la mayor parte tallados en forma de dardo de flecha, alcanzando poquísimos a una pulgada y el resto sin formas, y como desechos del mismo pedernal, pero que parecen conservados como cosa preciosa. Supongo que sea muy reciente la mansión de indios, por ser como se cree, moderna la aglomeración de aguas que ha formado aquella gran laguna; pero en todo caso es de lamentar la escasez de instrumentos de aquellas indiadas, pues no se descubren otros utensilios que aquellas diminutas puntas de pedernal. El señor Ameghino, oriundo de las poblaciones del país clásico de los fósiles, cuya fauna ha empezado a clasificar, ha coleccionado un grande arsenal de instrumentos de los indios primitivos, con lo que tendremos la historia de sus artes y de sus progresos. Suya es la explicación del por qué de las boleadoras, como misil, como es nuestra su adaptación especial a las condiciones de la Pampa, equivocándose a nuestro juicio en querer generalizarlas a otros pueblos, pues ni en Chile se usaron ni se usan boleadoras a causa del bosque y la abundancia de piedras. El uso de las boleadoras requiere, como las armas más civilizadas, prolongado ejercicio, para hacer certero el misil. La esgrima robustece la musculatura y da rapidez a la mirada, y el ejercicio de bolear produce el mismo resultado a mayores distancias, y sin peligro de efusión de sangre. Los niños en las campañas se adiestran diariamente en el manejo de esta arma verdaderamente nacional, y aun en las ciudades era practicado su ejercicio, sirviéndose de un palenque para blanco, pues no es así no más que el poco ejercitado ha de lograr desde distancia adecuada envolverlo con las bolas. En el interior se hacía la caza de guanacos y vicuñas con libes más pequeños, y los niños de las ciudades, llegado el invierno, construyen en moldes de greda que ellos mismos saben construir lo que llaman bolitas, y es un cono de plomo a guisa de campánula, perforado por el centro, para asirlo a las torcidas de crin que las unen entre sí, con una tira de paño lacre en el centro para descubrir su paradero cuando han sido lanzadas a la distancia. Prestábanse al ejercicio del arte, bandadas de cuervos que dejaban acercarse a los que los espantaban y era alarde de los rapaces cortarles al vuelo una ala con la cuerda de las bolas y ver caer ala y cuervo a sus pies, amén de teruteros, loros, íbiñas y otros pájaros aunque en ocasiones más raras. Dábanse cita los jueves por la tarde los niños de escuela en un potrero para "revolear", justa en que alguno lanzaba las bolas al aire, y los demás debían "cazarlas" con las suyas, sucediendo no pocas veces que cuatro pares se cruzaban con las mantenedoras y caían hechas el nudo gordiano, tan enredadas entre sí, que era mejor sacrificar las bellas torcidas de crin, antes que desenmarañar el enredo. La Pampa no se cubrirá de árboles en siglos y los avestruces abundarán siempre, porque se les cuida y conserva. Faltará sólo el jinete que revolée las boleadoras y persiga a través de los campos, la esquiva y artera "tropiya" de ñanduces, gambeteando y tendiendo las alas para escapar al tiro. En los Hipódromos queda el ancho espacio que guarda por el interior la cancha ovalada. La del Parque de Palermo es espaciosa, y siquiera por verlo una vez para mostrarles a los "misteques" una corrida de avestruces, podrían obtenerse cincuenta, y lanzarlos en aquella magnífica plaza. Todavía me temo que las corridas de toros se introduzcan entre nosotros por los poltrones que se divierten a bragas enjutas. Las de avestruces por lo menos son nobles, y mantendrán la destreza y gallardía del jinete, sin sangre ni brutalidad. ¡Veremos qué ventajas obtiene la España en la guerra con Alemania de poseer valientes y diestros chulos y toreros! ¿Van a ponerle dos buenas a un prusiano? ¡Cosa singular! las boleadoras manejadas por hábiles tiradores han figurado en la historia argentina, retardando tres veces los progresos de la ocupación cristiana, o haciendo prevalecer las resistencias indígenas contra un mayor grado de cultura, como todo lo que es "¡criollito!" El fundador de la ciudad de Buenos Aires, el General 4 de 40 El Sitio de la Producción Animal Mendoza fue capturado, según lo trae el doctor Muñíz, por los indios salvajes, maniatándole el caballo durante el combate y dándole muerte. La tradición no olvida la memoria del célebre coronel Rauch, alemán, que al mando de sus húsares, no contento con rechazar a los indios del territorio cristiano, se trasladaba a sus tolderías a imponerles terrible castigo por sus depredaciones, rescatando los cautivos. Rauch, el temible y movible guardián de la frontera, fue boleado por montoneras de gauchos e indios, y murió asesinado después de caído, y liarlo con los libes, los que no se habrían atrevido a mirarlo cara a cara en sus tiempos gloriosos. Pero el hecho más extraordinario producido por este misil pampeano, ocurrió en Córdoba en 1831, dejando estériles tres victorias anteriores del General Paz, en el acto de emprender con excelentes tropas, su campaña final contra el gobierno de caudillos que sólo quedaba en Santa Fe y Buenos Aires, estando toda la República organizada ya y pronta a reconstituir el gobierno nacional, bajo instituciones regulares, de conformidad con los principios y prácticas de las naciones civilizadas. Causa tan noble estaba confiada al General más hábil y científico que las guerras de la Independencia y del Brasil nos habían legado; y los que estuvieron más tarde en su intimidad, como el que esto escribe, oyeron de sus propios labios que tenía la más completa confianza en el éxito final de la campaña, dados los elementos de guerra que había reunido y el valor moral de sus soldados. Un tiro de bolas bastó empero para prolongar veinte años más la guerra civil, dando tiempo a que se desenvolviese el sistema de sangre y de crímenes que desoló al país, hasta que en Caseros vino a remediarse el estrago causado por aquel singular accidente de la vida argentina. Hecho tan notable, y tan contra las buenas reglas que preservan al general en jefe de percances fortuitos, debe recordarse, y aquí tiene su lugar el relato, ya que hablamos del instrumento mismo. Avanzaba el ejército del General Paz en orden regular, cuando se tuvo noticia de la proximidad de montoneras de Santa Fe, hacia el frente, y pudieran ser emanadas de centros que quedarían al Este, y por tanto incomodando por el flanco al ejército en marcha hacia Buenos Aires. Las montoneras de Santa Fe acaudilladas por López desde los primeros tiempos de la revolución, eran un factor muy principal en la campaña, y el General en Jefe se propuso examinar a fondo su número y carácter. Al efecto, y esto explica todo el misterio, había hecho disfrazar de gauchos una partida de soldados de línea que debían con jefe entendido ir a la descubierta, sin alarmar desde lejos a los montoneros, que disciernen de a leguas el porte especial del soldado de línea, sucediéndonos en las calles de Santiago de Chile en 1842 reconocer en jinetes, desde la distancia, antiguos oficiales retirados del ejército de los Andes, y señalarlos. El General Paz se había trasladado a la vanguardia a esperar el regreso de sus emisarios, cuando se vio venir una partida de montoneros en la dirección que él ocupaba. Su ayudante que no estaba en el secreto, le dijo, señor, son enemigos, de lo que el General se desentendió, creyéndose mejor informado; repitióle la misma admonición el ayudante, cuando estuviera cerca, y el General no volvió de su error, sino cuando los tenía encima. El ejército estaba empero a algunos cientos de pasos a retaguardia y podía oírse el rumor de los soldados. Otro incidente del terreno produjo nuevo error irreparable, origen de la catástrofe. Un montecillo de chañares o algarrobos acababa en punta en el lugar de la escena, lo que los paisanos llaman una ceja de monte. El General tratando de huir tomó el lado de afuera de dicha ceja, sin reparar que era en forma de cuña, de manera que cuanto más avanzaba más se separaba del campamento, sin poder atravesar el bosque, una vez conocido el error. El mismo orden de plantación, diremos así, estorbó que un vapor de doble quilla que trasportaba un escuadrón de caballería con sus caballos, y medio batallón de infantería tomase a López Jordán en el puerto de Hernandarias, adonde había venido con una escolta, en procura de un prometido armamento. La expedición desembarcó a la cabecera de un monte, del lado opuesto a la entrada, por precaución y cautela; pero como el bosque asumía la forma de cuña, perdieron la noche en andar y desandar, y el golpe se malogró. ¿Qué son pues las boleadoras que tan singulares efectos han producido? ¿Sabémoslo nosotros mismos ni el público en general? No encontraría el escritor europeo, un autor que le describa este instrumento único en su género, pues como lo hemos demostrado es invención pampeana, sugerida por la escasez de piedras. El Coronel Muñíz en las notas con que ha aclarado el texto de su estudio sobre la "vaca ñata" les consagra un capítulo, y no he de ser yo quien lo suprima, admirando por el contrario esta prolijidad de conservar por lo escrito, la descripción de las cosas vulgares hoy de la Pampa; pero que pueden tener un valor histórico o tradicional, como sucede en efecto con las bolas. "Bolas de potro" dice, son tres piedras gruesas como el puño, forradas en cuero, y atadas a un centro común con fuertes cuerdas de lo mismo, de más de una vara. Las usan tomando la más pequeña, que llaman "manija"; y haciendo girar sobre la cabeza las otras dos voladoras las despiden a las patas del caballo o vaca que quieren enredar. Debe existir cierta relación entre el peso de la manija, y el mayor de las voladoras que deben ser iguales entre sí, sin esta circunstancia al arrojar las bolas, las voladoras arrastrarían sin contrapeso a la manija, lo que perjudicaría a la seguridad y buen efecto del tiro ... El lado de la manija es un poco más corto que las voladoras; peso de éstas, seis a ocho onzas, según la fuerza del brazo. "Los tiros de bolas se distinguen en tiro de tres vueltas que es el más largo que puede hacer un hombre, probablemente a la distancia de veinte varas. Un tiro más largo es un tiro de azar. El de dos vueltas es el regular, 5 de 40 El Sitio de la Producción Animal de quince varas más o menos. El de una vuelta que comprende la mitad de este tiro, y todavía se puede llamar tiro de media vuelta aquel en que se pilla tan cerca el animal que poco hay que revolear para enredarlo con las bolas. Esto se llama tomar el animal bajo el freno. (Las bolas que han de usarse para avestruces, ciervos, guanacos, pueden ser de menos peso, si se quiere evitar fracturas con el golpe de la bola. En este caso pueden ser de plomo)." Ultimamente, y para completar las notables observaciones de Muñíz, debe tenerse presente que es difícil salvar al caballo de la acción de las bolas, cuando vienen lanzadas por mano hábil. Hemos visto maniatar a un sargento, tomándolo del costado de su mitad, ligando en un terrible nudo la tercerola que tenía en la mano, el cuerpo, los brazos y la rienda del caballo, de manera que quedándose éste parado, el cazador de hombre pudo desmontándose, bajarlo del caballo como a un manequí, quitarle de la cintura el sable, y desprenderle la carabina antes de desenvolverlo del lío. Los más afamados gauchos al decir de Muñíz tienden el poncho extendido hacia atrás del caballo, tomándole de una punta, tendiéndose ellos en la fuga a todo escape, sobre el anca del caballo, de espaldas, a fin de alejar más y más el poncho para que las bolas se enreden en él, antes de tocar al animal. En la retirada de la dispersa caballería después de Cepeda, los mayordomos que acompañaban al rico estanciero Cascallares, venían en pos, revoleando los lazos, con el mismo fin de detener las bolas al paso, pero no llegaron los enemigos a ponerse a tiro de lanzarlas. La domesticación del avestruz es ya un hecho conquistado, y sería gloria argentina exclusiva el haber añadido un animal más puesto al servicio del hombre, si al mismo tiempo y con más producto no hubiese sometido el avestruz de Africa, que ya se propaga entre nosotros con el uso de la incubadora artificial. Hay ya propietarios que poseen dos mil cabezas de avestruz nuestro, y en menos cantidad siempre creciente se les ve en los terrenos alambrados regocijando a los pasajeros al pasar los trenes. Al pasar el que viene de la ciudad de La Plata por la estancia de Pereira, una tropilla de veinte avestruces acertó a estar al paso. Gustóles la gracia y echaron a correr con el tren, levantadas las cuarenta alas al aire, gambeteando hasta darse por vencidos, con el aplauso de los pasajeros, asomados por las ventanillas. Cuando la producción de huevos exceda a la demanda para aumentar las crías, se venderán por millares en nuestro mercado para proveer a fritangas y tortillas monstruos. Sin eso ya hemos enriquecido con un nuevo animal doméstico al mundo, para proveer de un nuevo comestible al hombre. Llámase Cabiay en el "Anuario Científico Industrial" de 1864, al que nosotros llamamos Carpincho, pues dice que se le encuentra en Buenos Aires. "La domesticación, dice, sería, a lo que parece, una excelente adquisición para las estancias y casas de campo, pues no demanda más cuidados que un conejo, y puede suministrar tanta carne como un cordero. "Su forma es la del cerdo: piel rosada, cubierta de pelos gruesos color canela. Y aunque no tenga los pies palmeados nada bastante bien, manteniendo el hocico fuera del agua. No es acuático sin embargo, y sólo se echa al agua para defenderse de sus enemigos." Don Marcos Sastre crió uno en su casa de San Fernando, que se daba mucho con los niños y jugaba con ellos. Una vez robado, se escapó y volvió a su casa. La carne es excelente, y en una fiesta veneciana tenida en el Carapachay, todo el high-life gustó en general de un enorme carpincho asado, chupándose los dedos las damas que no sabían que era carpincho, y relamiéndose los bigotes los machos que lo sabían. El Parque 3 de Febrero tiene actualmente un casal de hermosos carpinchos enteramente domesticados, y tanto, que tienen tres cachorros, o lechones, en estado y edad de ir al horno, si no fuera que va a ensayarse la cría regular y propagación de tan útil y sabroso producto. Acaso sean las islas del Paraná su patria, excelente terreno acuático para establecer estancias de carpinchos, y que el chasco y sorpresa de la no olvidada fiesta veneciana de las Islas, a que asistió el presidente, haya llevado la fama de su sabor a jardines de aclimatación de Europa, con la noticia dada por el Anuario citado. La ménagerie de Buenos Aires lo ha ensayado con el mayor éxito, como lo ven los millares que visitan el Parque 3 de Febrero, donde ya ha empezado la cría. Otras adquisiciones podemos hacer como hemos ya hecho la del ñandú y la del carpincho. La pampa se puebla de árboles con dificultad a causa de la abundancia de las hormigas que los persiguen y destruyen. Dios creó el mundo, y las hormigas el humus, que cubre de una tercia la superficie de la tierra. Sin hormigas no hay agricultura ni civilización. Tiene este reino animal moderadores, leones y tigres que contienen a los herbívoros de apoderarse del suelo. ¡No hay enemigo chico! El oso hormiguero encargado de la policía de las hormigas, su boca contiene una espada flexible, elástica, cubierta de un pavón viscoso que mete en los hormigueros, y recogiendo el instrumento se trae consigo un hormiguero entero. Hoy está relegado a los bosques del Chaco, tanto lo han perseguido los conquistadores del suelo. Cada estancia debe llamar a estos proscriptos al seno de la patria común. Todavía queda otro animal utilísimo y mandado hacer exprofeso para mantener la mecánica animal. Deshonra y envilece nuestra horticultura, la multiplicación del gusano de canasto, bicho indecente que hace el invierno en la canícula, despojando la vegetación de su más bello ornato, las hojas. El caatí u oso lavandero tiene la vocación especial de almorzarse, yendo de rama en rama, en un santiamén, todos los gusanos que contienen los cestos de 6 de 40 El Sitio de la Producción Animal uno o dos naranjos infestados; y así de suite con todos los árboles de una finca. Abunda en Corrientes y le llaman los naturalistas "lavandero" por su innata propensión de lavarse la cola. Lo hemos visto hacer esta operación con jabón; la mano de oso de su familia, aunque pequeña, se presta para manejarlo. Otro animal doméstico tiene anunciado la fauna de la Pampa al mundo gastrónomo para el siglo XX. No ha ensayado la naturaleza forma tan gigantesca como la de clyptodones, que pudieron llevar el peso de seis hombres sobre sus lórigas, ni reducídolas al pichiciego superviviente que cabe en el hueco de la mano, mediando armadillo, peludo, quirquincho y mataco, nada más que para que se admire con la boca abierta su inventiva de formas extrañas, sin comérnoslos. Si aún hubiere reyes, en el siglo venidero comerán mulitas en sus mesas fastuosas, criadas en vivares como los conejos. Es una experiencia que está por hacerse. Don Augusto Belin Sarmiento llevó un casal al jardín de plantas de París para su propagación; y los que dan de almorzar a extranjeros transeúntes deben propinarle una mulita asada en la cáscara y pedirles que nos den des nouvelles . La gente culterana de Buenos Aires, porque eso de culto no es de prodigarlo, no come mulita por refinamiento, pues que M. Charpienter no las ha reconocido cultas, él, que sirve rana a los franceses, y no diremos que gato por liebre a sus parroquianos. El pavo es contingente con que la América del Norte contribuyó al regalo de la mesa del hombre. ¿Por qué la del Sud no proveería el más delicado manjar que la raza de los edentados produce, ya que, descendida de las colosales dimensiones del clyptodón, se reproduce sin limitación en nuestros campos? El Parque Tres de Febrero, o la menagerie , de Palermo, podrían ensayar su domesticación. D. F. Sarmiento EL ÑANDÚ, CHURÍ O AVESTRUZ AMERICANO (STRUTHIO AMERICANUS DE LINNEO. RHÆA TUYUYÚ DE BRISON) Hemos inquirido con el más vivo interés la historia completa de esta ave singular, sin que nuestro empeño fuese hasta hoy gratificado con el deseado suceso. El mismo señor de Azara, fiel y juicioso historiador de nuestros animales y de los del Paraguay, no trae sino nociones muy sucintas sobre ella. El artículo que consagra a esta especie la "Biblioteca Americana" (tomo l°, página 162) es una compilación, como dicen sus sabios autores, en cuanto a los caracteres del orden, familia y género, de lo que han escrito sobre ella Cuvier ( Règne animal), Sannini ( Nouveau diction. d'hist. nat.), Hammer ( Ann. dumus, de hist. nat.), Azara ( Hist. de las aves del Paraguay). Los redactores de la "Biblioteca Americana" hicieron también uso de noticias comunicadas por personas inteligentes. A pesar de tanta información, la historia que hacen del Ñandú es compendiosa y en muchas partes inexacta. La estampa que insertan copiada de la de Hammer, con una leve alteración en el pico, es incorrecta, a pesar de los defectos que advirtieron en la de Azara, en la del nuevo diccionario, en la de la edición de Buffon por Lacépède, en la de Shaw. La de la "Biblioteca Americana", que en lo demás es natural, tiene de imperfecto una especie de mechón de plumas demasiado abultado y largo en el sitio donde la rabadilla apenas cubierta de plumas cortas sobresale muy poco a las extremidades alares, que superiormente la ocultan; el pico, menos convexo y más prolongado; las escamas de los tarsos de su mitad abajo, siendo así que los cubren casi completamente en su parte anterior en número de cincuenta o más, y posteriormente en sus dos tercios superiores y no el inferior como representa la lámina. Por esta causa nos hemos resuelto a hacer la presente descripción, si más detallada de lo que debiera serlo en una obra de historia natural, no por eso redundante ni tan difusa, cuando su objeto es privado y su destino pudiera decirse informativo también de ciertos usos, que no es impropio denominarlos nacionales. Si el ilustre M. Buffon da minuciosos detalles del Avestruz Africano, de cuanto concierne a su caza, propensidades, etc., ¿omitiremos nosotros, aunque desprovistos de la aventajada elocuencia y del inmenso saber de aquel grande hombre, aquellas explicaciones tendientes a ilustrar con regular variedad y extensión el conocimiento de esta interesante especie americana? M. Cuvier ( Elem. de la hist. nat. de los animales) adopta el nombre de Tuyu con el cual M. Buffon distingue a esta especie; tanto por conocerla con él, dice este sabio en la Guyana, cuanto por la analogía que le supone con la voz de esta grande ave terrestre. Pero Tuyu, palabra compuesta, significa en guaraní, dice el señor Azara, barro amarillo. Los guaraníes designan con ella la familia de las Cigüeñas, que no tienen la menor relación con el Ñanduú o Churí, nombres que, aunque distantes, representan en su idioma al Avestruz. Los brasileros le llaman Ema en sentir de M. Buffon, erradamente, porque este nombre corresponde, dice, al Casoar. En las Repúblicas del Plata le apellidan indistintamente Ñandú o Avestruz. En Chile, donde según este escritor, le denominan Surí, no sabemos exista al presente. Algunos que se ven en la ciudad de Concepción y en otras 7 de 40 El Sitio de la Producción Animal partes, son transportados del lado Oriental de los Andes, o de las quebradas o valles sitos en las faldas de esas montañas. De los varios cognómenes que los naturalistas impusieron a esta especie, como: Avestruz bastardo, Grulla ferrívovora, Casoar gris con pico de Avestruz, Avestruz de Magallanes , etc., ninguno parece más impropio que el latino Rhæa (nombre de Cibeles con su torre en la cabeza) con relación sin duda a un casco como el del Casoar que el Ñandú no tiene; ni otro tan racionalmente aplicado como el de Avestruz de Occidente. El célebre Barón Cuvier adapta, con impropiedad, en la obra predicha, al Casoar los nombres de Mandú- Churí, que aun cuando alterado el primero, sólo se refieren al Ñandú o Avestruz Americano. Este no debería enumerarse entre los brevipennes o alicortos de Cuvier; primera familia del orden gralatorias o porta zancas ( grullæ Linnei; échassiers de los franceses). Ese nombre se impuso a aquellas aves, porque la brevedad de sus alas las inutiliza para el vuelo. Las del Ñandú, de cerca de tres pies, no deben reputarse tan pequeñas aun para el cuerpo poderoso de esta ave. Ellas no le favorecen, en verdad, para elevarse en los aires; pero es la naturaleza de las plumas, su particular colocación, la deficiencia de ciertas partes y la inadecuada disposición de otras lo que influye, más que su brevedad, en aquel resultado. Lo mismo observaríamos, si subsistentes los mismos inconvenientes naturales, concediéramos a las alas, o ellas tuvieran, una dimensión dúplice o cuádruple. Por otra parte, los brevipennes tienen sumamente débiles los músculos que mueven las alas. Su esternón chato y de corta extensión, no presenta superficie bastante a la inserción de los músculos que agitan las alas; pero los humerales y sus tendones en el Ñandú son en extremo vigorosos y robustos, y están dotados proporcionalmente de la misma fortaleza casi que los de los miembros inferiores. Su esternón, siendo tan amplio, no necesita de la quilla o cresta indispensable a las aves de vuelo para proporcionar puntos de implantación a las fibras de sus poderosos músculos escápulo-braquiales y braquio-esternales. A no formarse, pues, del Avestruz americano un carácter único, una especie sui generis, creemos que la colocación que le asignó Linneo entre los gallináceos por su pesantez, por su régimen y por la configuración de su pico, es la que convendría conservar como más natural individualizante. EXTERIORIDAD DE LA ESPECIE Sus individuos interesan a cuantos les ven, por su peculiar hermosura, por su índole inocente, apacible y cándida. Su cuerpo ovoide, cónico posteriormente, es esbelto. Su marcha, cuando tranquilos, llevando el cuello enhiesto, es grave y mesurada. Son graciosísimos cuando corren; y hay que admirar en ellos la soltura y agilidad de sus movimientos tan varios como vivos. No es fácil distinguir a primera vista el macho de la hembra, a no verlos juntos. Sin embargo, el mayor volumen del cuerpo, el del grosor de las extremidades, el negro si no más subido mucho más extenso en las plumas del escapulario en el macho, la mayor prolongación de su anca [ 1 ] comparada con la de la hembra que la tiene redondeada, hacen reconocer el sexo a aquellos que han visto muchas de estas grandes aves. Su cabeza, lejos de ser pequeña, es muy proporcionada al tamaño del cuerpo. Si tal aparece a la distancia, es en virtud de la gran mole de éste y por estar montada sobre un cuello tan prolongado. No es por tanto verdadera la pequeñez en que inculca M. Buffon y otros que le siguen. A ser mayor aquel miembro, se asemejaría más que al natural de las aves, al de algunos reptiles; y entonces, perdiendo su hermosa apariencia, tomaría el aspecto extraordinario de un animal hórrido y dañoso. De cualquier modo, su peso de más de ocho onzas, cuando fresca, no obstante la gravedad del pico y de la lengua, se oponen al concepto de una exigüidad desfigurativa. Ella no es aguda como la de las demás aves, ni necesita esa disposición, pues privada la especie del vuelo, sin tener, por consiguiente, sus individuos que hender los aires, se concilia perfectamente con su destinación pedestre la organización obtusa de aquella parte. La pluma que la reviste es espesa, áspera y cerdosa: la negra que cubre su parte superior forma una especie de medallón, en cuyo promedio se observa en los machos adultos y aun en las hembras, en la misma edad, un filoncito plumoso a manera de cresta inclinado hacia atrás. Como continuación, desciende desde allí por detrás una faja negruzca, que ensanchándose y haciéndose más rara sobre el dorso, se extiende hasta la última vértebra. La parte inferior y las laterales están pobladas de plumas blanquizco-cenicientas. Circuye su base y baja hasta el pecho una golilla de pluma negra más ancha en el macho que en la hembra. Dos porciones triangulares de pluma mora, que caen por ambos lados hasta tocarse inferiormente por un ángulo, sirven de opérculo o sobrevesta al corbatín negro, el cual queda más visible sobre la pechuga que por todo otro lugar. La de la grupa que cuelga ligeramente por los lados y por detrás, y la del vientre, son absolutamente blancas. La de los muslos y piernas es mora y tupida como la de la cabeza y cuello; alcanza anteriormente hasta una pulgada más arriba del talón o vulgarmente rodilla, llegando por los lados y por detrás algo más abajo. De las plumas largas de las alas, que son de ciento treinta a ciento cuarenta en cada una, las mayores tienen dos pies de largo, y son blancas de la raíz hasta su mitad y en el resto grises o cenizo-plúmbeas. Su distribución es en rangos paralelos de cinco plumas uno, interceptados de espacios de una pulgada enteramente limpios. Las del 8 de 40 El Sitio de la Producción Animal húmero o primer hueso son más cortas que las de los segundos (el cúbito y el radio) y aun también que las del cuerpo. Su dirección es hacia arriba y atrás. Las del carpo, que son como veinte en línea, fuera de ocho muy hermosas absolutamente blancas que orillan su primer hueso, sirven de movible apertura al ano. El pulgar tiene diez plumas de color común; éstas, como las del carpo, inclinadas atrás. El espolón o cornezuelo curvo y deprimido, de una pulgada de largo y aun mayor en el Ñandú viejo, tiene su articulación en las extremidades de aquel dedo. En el nuevo es plumoso, pasa después a córneo y adquiere finalmente el aspecto y la consistencia, o sea en la edad provecta. Todas estas plumas son filamentosas, secas, blandas, desprendidas unas de otras, y sus barbillas sin la menor adherencia entre sí. Se asemejan a las del pavo real en estas condiciones, aunque sus astiles sean mucho más endebles. Todas ellas son inútiles, ya para dirigir, ya para sostener el vuelo. Las alas del Ñandú en flexión tienen una apariencia singular comparada con las de las otras aves en igual situación. Estas, incluso el Avestruz Africano cuando las plegan, dejan el dorso descubierto; aquel le cubre enteramente, alcanzando a envolver con ellas, como con un manto, todo su cuerpo. Cuando las levanta por cualquier motivo en bóveda (lo que hace frecuentemente) o las extiende, entonces queda patente el ano, manifestándose él y la grupa sólo resguardados por las cortas plumas blancas y no grises, como dice M. Buffon, de que naturalmente está vestido. Este insigne naturalista informa que el Tuyú tiene sobre el dorso y en contorno de la rabadilla largas plumas, que cayendo hacia atrás, ocultan el ano. Pero estas partes están apenas cubiertas por plumas que no pasan, en un Ñandú adulto, de cuatro pulgadas. Una sola propia de aquellos lugares no desciende en limbo o cenefa aun para servir de diáfano tegumento al ano, que dista dos pulgadas del uropigio o rabadilla cónico convexa, pelada y callosa además en una pulgada de circunferencia. Son las alas cruzando sus plumas extremas, cuando recogidas, las que celan con ellas al mismo tiempo que el dorso, aquel conducto excretorio de las heces intestinales. En la especie del Ñandú no hay individuos enteramente negros, como dice Molina haberlos visto, aunque los haya blancos, pues originalmente son de un mismo color. DESCRIPCION DE UN ÑANDU ADULTO Sus sentidos y principales órganos internos Pies pulgadas líneas Longitud de la cabeza con el pico. 78 De éste hasta su ángulo o comisura................................. 53 De esta parte hasta las primeras plumas de la cabeza.................. 36 Mayor espesor del cráneo.............. 4 Longitud de la rama superior del pico.................................. 3 De la inferior......................... 66 De las de la mandíbula hasta el oído............................... 66 Del hueso inferior del pico hasta su porción ahorquillada............... 2 De la extremidad del pico a la de la lengua............................ 3 Término medio de la prolongación del cuello, siendo susceptible de una mayor al arbitrio del animal.. 23 Longitud del tronco................ 22 Total longitud del pico a la rabadilla............................. 58 Medida circular sobre la grupa..... 24 Sobre el arqueo del dorso.......... 28 Sobre lo más grueso del muslo...... 18 Sobre la rodilla.................... 10 Sobre el tarso cerca de la pata..... 7½ De la extremidad de la uña a la crucera............................ 36 El dedo de enmedio, inclusa la uña de una y dos tercios de pulgada, que tiene de largo........... 6 El exterior, con la uña de una pulgada y un cuarto................. 3½ El interno la misma dimensión........ 2 Ancho de la pata..................... 3½ Su grosor de arriba abajo............ 1 Longitud del muslo................... 9½ De la pierna......................... 11 Del tarso............................ 12½ Este tiene anteriormente como cincuenta escamas parduzcas, y cubren posteriormente sus dos tercios superiores. Todas están sobrepuestas. La rama superior del pico tiene cinco puntitas; la inferior tres, que obran a modo de dientes. Peso de un Ñandú adulto y bien portante, sesenta a setenta y cinco libras. 9 de 40 El Sitio de la Producción Animal Bordean los párpados, por pestañas, plumitas finísimas, duras y rectas. Se asemejan a las cerdas, siendo del todo peladas, particularmente hacia la extremidad. Son más numerosas en el párpado superior que en el inferior. Un espacio limpio de pluma, cubierto de piel fina color plomo, rodea el ojo y se extiende hasta el pico. No tiene cejas, como dicen los autores de la "Biblioteca Americana" y otros. El ojo está sólo resguardado superiormente por una membrana fuerte y tirante como el pergamino de un tambor, que es continuación del pericráneo. Ella está revestida de una piel gruesa cubierta de pluma bien tupida. Ambas cierran el espacio semilunar que dejan de aquel lado los huesos que componen la órbita. [...]ojo le quita en parte la redondez, es absolutamente inmóvil, y no móvil como el del Avestruz Africano. El párpado superior que cayendo algo sobre él según M. Buffón. Ese descenso del párpado si resguarda al ojo en la parte que le cubre, no le permite ver hacia arriba, si no es ladeando algo la cabeza. Por el contrario, la depresión posterior de la órbita permite descubrir los objetos situados detrás; disposición que favorece las miradas a retaguardia, tan necesarias al Ñandú cuando huye perseguido. El no pestañea propiamente, sino que vela el ojo con la membrana transparente clignotante que le sirve de párpado interno, descorriéndola de arriba abajo y de delante atrás con celeridad suma. Un músculo elevador y otro depresor adheridos a cada extremo de la membrana movible, facilitan esa acción casi simultánea. Aun cuando el ojo del Ñandú somero o a flor de la cabeza, exteriormente redondo, de una pulgada de diámetro, de un pardo despejado y transparente, con una pupila negra, y orbicular, de una inocente brillantez, se asemeja al del hombre, como dice M. Buffon, sin embargo, privada en sus actos esta especie, como todos los animales, de la expresión que reflectan las pasiones sobre las del jefe de la creación terrena, que son como el espejo fusivo de sus emociones internas, pierden los del Ñandú mucho en la comparación, apareciendo, después de hecho, siempre indiferentes y uniformes, jamás en una actitud crítica, embarazosa o conmovida. La órbita ni es cónica ni tan profunda como en el racional. Sus dimensiones son casi iguales en todo sentido, siendo tan grande su capacidad, que si a una de estas cavidades se añadiese el cuarto de la otra, se tendría el equivalente del hueco del cráneo o del espacio que ocupa la masa cerebral entera. Un tejido fibroso bastante tenaz y fuerte, músculos firmemente adheridos a la esclerótica, y un par que acompaña al nervio óptico desde su entrada en la órbita, afirman el ojo a las paredes de la cuenca y le inmovilizan absolutamente. Cierta porción de gordura amarillenta tapiza o llena su fondo. Los conductos que dan paso al nervio predicho son redondos, y los separa un septo membranoso muy fuerte. Desprendido el ojo de la órbita en el Avestruz de Africa toma por sí mismo, dice Ramby, citado por M. Buffon, la forma triangular. En el ojo del Americano se observa esa misma figura, no porque la adquiera después de su extracción, sino porque la tiene naturalmente, como nos lo mostraron repetidas pruebas. El vértice de ese triángulo imperfecto corresponde al ángulo interno del ojo debajo del origen o arranque del párpado interno. Esa salida obtusa es ocasionada por el humor acuoso, que extiende de aquel lado las membranas, haciendo perder al ojo su forma esférica. El diámetro ántero-posterior del globo, de pulgada y media, es mayor que el vertical, a causa de la configuración expresada. Por consiguiente, el ojo de esa grande ave, que no es por poca cosa globular, no entra o no puede alojarse en la órbita humana. Cuando mucho, ésta le abarcaría en su diámetro transversal, y eso sólo en su entrada. Imposible sería hacerle penetrar más allá, en virtud del estrechamiento gradual o conoide que asume de adelante atrás la órbita de la especie racional. Aunque los humores del ojo proyectan la pupila hacia adelante, dándole no poca prominencia, sin embargo, no se forma idea por ella del volumen del órgano encerrado en la cavidad visual, que es mucho más grande que lo que exteriormente se muestra. La esclerótica es semi-opaca, dura, al parecer inorgánica. La cubre interiormente una membrana negra, lustrosa por ambas faces, floja en su textura, que se desprende y arrolla fácilmente. En el modo de separarse, en el color y lustre, se asemeja a la cutícula que cubre inferiormente a cierta variedad de hongos. Al extenderse sobre los anillos óseos que rodean la pupila (mucho más fuertes cuando le son más próximos) se esparce en tenuísimos filamentos paralelos, que remedan a un haz o manojo de partes simétricas o a los dientes de un peine fino, como es general en las aves. La córnea es fibrosa y tenaz. El cristalino, de dos granos de peso, de una diafanidad tan pura como lúcida, a pesar de la adhesibilidad de sus partículas, es esférico, y parece más convexo anterior que posteriormente, al contrario que en el hombre. Su cápsula, aunque de una perfecta transparencia, es más densa anteriormente que en el resto de su extensión. El humor vítreo, de cuatro granos de peso, es de forma esférica. El ocupa el cuarto anterior del globo del ojo, al contrario que en el hombre. El es semejante, como el de éste, al vidrio fundido o a una goma transparente y pegajosa. La tenacidad intestina de sus moléculas no le permite refringirse o perder su cohesión, cuando se le suspende. Está, como el humano, dividido en celdillas de igual tamaño por una membrana tan fina como la hyaloides. Se le nota una depresión para alojar al cristalino. 10 de 40
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