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El Mundo como vacuidad y Mythos PDF

197 Pages·1.336 MB·Spanish
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El Mundo como vacuidad y Mythos Slaymen Bonilla HEREM Derechos de autor © 2021 Slaymen Bonilla Núñez El Mundo como vacuidad y Mythos © Slaymen Bonilla Núñez, 2021 © 2021, Editorial HEREM Diseño de carátula: Slaymen Bonilla Núñez Diagramación: Slaymen Bonilla Núñez Edición: Slaymen Bonilla Núñez Correo electrónico: [email protected] Primera edición Ciudad de México, México, 2021 Todos los derechos reservados Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico, o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del editor. A los Maestros que me ayudaron a trazar mi camino filosófico. We will go out into the world and plant gardens and orchards to the horizons. We will build roads through the mountains and across the deserts, and terrace the mountains, and irrigate the deserts until there will be garden everywhere and plenty for all. And there will be no more empires or kingdoms, no more caliphs, sultans, emirs, khans or zomindars. No more kings or queens or princes. No more qadis or mola or olima. No more slavery and no more usury. No more property, no more taxes. No more rich and no more poor. No killing or maiming or torture or execution. No more jailers and no more prisoners. No more generals, no more soldiers or navies or armies. No more patriarchy, no more more caste. No more hunger. No more suffering than what life brings us for being born and having to die, and then we will see for the first time what kind of creatures we really are. Kim Stanley Robinson, The Years of Rice and Salt. Contenido Página del título Derechos de autor Dedicatoria Epígrafe Prefacio Prólogo Introducción Capítulo I Pesimismo utópico Apartado I Aproximación general a la noción de pesimismo utópico Apartado 2 Breve definición de pesimismo Apartado 3 Breve definición de utopía Apartado 4 El Mundo como Mythos: El pesimismo y la no-razón Apartado 5 El Mundo como vacuidad: la Ilusión del sufrimiento Capítulo II El Mythos Apartado 1 ¿El paso del Mito al Logos? Apartado 2 Reconstrucción del Mythos Apartado 3 El Logos y el Ser (la superstición del origen) Apartado 4 Metafísica y epistemología del Mythos Apartado 4.1 El Mythos como conocimiento luciferino Apartado 4.2 El Mythos como metáfora Apartado 4.3 El Mythos como Paradoja (desgarramiento dialéctico) Apartado 4.4 El Mythos como Poiesis Apartado 4.5 El Mythos como Estética Apartado 4.6 El Mythos como Ilusión Capítulo III La vacuidad Apartado 1 Dos tipos de verdad en el Mādhyamaka Apartado 2 El concepto de vacuidad en Nāgārjuna Apartado 3 El oxímoron como filosofía del lenguaje y la ascética total Conclusiones Bibliografía Acerca del autor Libros de este autor Prefacio Se acabó la fiesta filosófica. Terminó la frivolidad posmoderna. Corren tiempos aciagos, y todas las certezas (porque nuestro tiempo, que aparentemente ha renunciado a toda certeza, también ha tenido las suyas) parecen derrumbarse a nuestro alrededor. El individuo contemporáneo ha asistido al transcurso de casi un cuarto del siglo XXI, y ha podido comprobar que, al contrario de lo que sostenían los gurús del pensamiento único, no sólo no ha mejorado el panorama mundial (o, en su caso, nacional) en casi ningún aspecto, sino que, por el contrario, los viejos Jinetes del Apocalipsis: el Hambre, la Guerra, la Peste y sobre todo la Muerte, se ceban, como lo han hecho siempre, con la Humanidad, azotándola con nuevos (¿o viejos?) sufrimientos. En este contexto, el sujeto mira a su alrededor, y, al encontrar que el pensamiento cargado de vitalismo y optimismo desarrollado en las últimas décadas le deja en la estacada, vuelve su mirada intelectual a aquella filosofía que, como si fuese una roca inmutable, ajena a los embates del tiempo y la historia, parece proporcionarle un último punto de apoyo a su corazón atribulado: el pesimismo. Sabe que se agarra a un clavo ardiendo, porque se trata de una filosofía desilusionada, que, por haber hecho voto de veracidad, no promete ofrecerle mucho consuelo; pero, al menos, está seguro de que este enfoque filosófico le proporciona un anclaje relativamente firme, que le puede ayudar a mantenerse en vilo ante el abismo que amenazadoramente se abre ante sus pies. Asistimos, ciertamente, en nuestros días, a un revival del pesimismo filosófico. ¿Quién se lo iba a decir a Nietzsche, que consideraba a toda esta ralea de filósofos unos décadents? Y no sólo retorna la obra de Schopenhauer y Leopardi (ambos, en realidad, nunca se fueron), sino que los olvidados, y hasta ahora menospreciados, Eduard von Hartmann, Ph. Mainländer, J. Bahnsen o Helene von Druskowitz (esta última, empoderada recientemente por el auge del movimiento feminista), salen de su sepulcro filosófico, y, unidos a los nombres de E. Cioran, A. Caraco, C. Michelstaedter, M. Sgalambro, o sus acólitos del realismo especulativo (R. Brassier, R. Negarestani, E. Thacker, Q. Meillassoux o G. Hartman), rodean amenazantes la fortaleza construida por la escolástica nietzscheana, que apenas cuenta ya con armas para defenderse, puesto que los bombásticos conceptos que la defendían: “voluntad de poder”, “eterno retorno”, “superhombre”, “transvaloración de todos los valores”…, se han ido quedando sin munición. De la manida “muerte de Dios” no diremos nada, porque, como va siendo cada vez más sabido, parece que Nietzsche saqueó esta expresión principalmente del almacén conceptual de Mainländer, al que leyó con intensidad en 1876. En verdad, este retorno hodierno al pesimismo tiene algo de natural, si tenemos en cuenta que, como supo ver muy bien Ludwig Marcuse, el pesimismo no es otra cosa que un estado de lucidez; y no cabe duda de que la reciente evolución de los acontecimientos históricos (y ecológicos) ha conducido a los seres humanos a despertar del sueño ilusorio en el que se habían mecido en las últimas décadas, para, recobrada su lucidez, enfrentarse al imperativo de lo real con toda su crudeza. Zurück zum Pessimismus! sería, pues, el lema que conviene a la época recién inaugurada tras el cambio del siglo. Mas parece evidente que el pesimismo que podría servirnos de inspiración para afrontar la crisis del presente y preparar nuestros ánimos ante el futuro que se nos avecina no puede coincidir totalmente con los postulados del pesimismo tradicional, tal como nos lo transmite la tradición de este movimiento. Aunque es verdad que hay algo de eterno en el mensaje pesimista (quizás por inspirarse, en último término, en la filosofía hindú, el platonismo y Kant), lo cierto es que el pesimismo que está actualmente en curso de elaboración debe adaptarse a los retos del presente y al complicado contexto que nos asedia, marcado por enormes y crecientes desigualdades sociales y por una deriva totalitaria que ha echado por tierra muchas de las ilusiones que se habían depositado a finales del siglo pasado sobre la democracia y el capitalismo: No queda todavía tan lejos la conocida tesis de F. Fukuyama sobre “el fin de la historia” (y es verdad que la historia se ha terminado: la historia del cuento progresista occidental que acababa con el “fueron felices y comieron perdices” de los protagonistas del relato, tras su acceso a un mundo “mejor”). El problema que se le plantea actualmente al pesimismo es este: constatamos que este mundo es pésimo, y parece tener visos de no mejorar nunca; siendo así, y en estas condiciones, ¿qué hacer? ¿Debe el sujeto pesimista quedarse cruzado de brazos o tiene que pasar a la acción? Y, si decide actuar, ¿qué tipo de acción cabe emprender, habida cuenta de que dicha acción culminará, casi con toda seguridad, en un fracaso? ¿Para qué moverse, entonces? Personalmente, en este punto de mi andadura vital e intelectual, sostengo lo que cabría llamar, con José Vasconcelos, un “pesimismo heroico y alegre”, o, con una expresión tomada del filósofo italiano, antes citado, M. Sgalambro, el “peorismo”, es decir, la idea de que el verdadero pesimista debe luchar heroicamente y con todas sus fuerzas para que las cosas no vayan “aún peor”, en un mundo en el que casi nada mejora y todo puede (y suele) empeorar. Hay en el pesimista esforzado, según yo lo entiendo, algo del soldado acorralado, que lucha hasta el fin en la posición que le ha tocado en suerte, junto con sus compañeros, para que la derrota segura no sea del todo humillante y de ella quede a salvo, al menos, el honor. En el libro que aquí presentamos, el joven, pero muy maduro, filósofo mexicano Slaymen Bonilla aporta también su respuesta, a la que él llama “pesimismo utópico”, en la que, según yo lo entiendo, nos propone acentuar la lectura del pesimismo desde el hinduismo y el budismo, frente a la habitual interpretación platónico-kantiana, mostrando un conocimiento poco común de la filosofía indostana y oriental, en general. Slaymen piensa —y yo coincido plenamente con él— que “el pesimismo todavía tiene mucho por decir” y puede servir para “mostrar cómo vivir en este ‘peor de los mundos posibles’, cómo asumirlo, cómo retarlo, cómo encararlo y dar respuesta [al problema] de si se puede o no se puede hacer algo y hasta qué punto”. Su intención, pues, no es otra que “renovar el pesimismo en general, para encarar muchas de las problemáticas y situaciones actuales que vivimos”. En un mundo que rechaza casi visceralmente la crítica al que lo somete el pesimismo, debido a la imposición de lo que Slaymen llama la filosofía del bienestar por parte del capitalismo y la globalización, el pesimismo se vuelve, como diría Husserl, pero en un sentido bien distinto, “a las cosas mismas”, resaltando en ellas lo que a su juicio constituye su núcleo fundamental: el sufrimiento, el dolor y la muerte, que alzan la cabeza una y otra vez, por muchas ilusiones que acumulemos encima de ellas para intentar ocultarlas. La difícil tarea que se plantea Slaymen Bonilla es reconciliar esta verdad descarnada que enuncia el pesimismo con la utopía y la esperanza, siguiendo el camino abierto por E. Thacker, quien afirma que “el pesimismo es el último refugio de la esperanza”. Mas, ¿cómo conciliar estos dos términos: “pesimismo” y “esperanza”, si parecen alzarse uno frente al otro como nociones contrapuestas? Bonilla cree, en cambio, que no hay tal contraposición; que de la antinomia que plantean estos dos términos puede surgir, no una síntesis de ambos, sino más bien la “transfiguración” de los mismos; o, expresado en otras palabras: el mencionado “pesimismo utópico” —que se caracteriza por rechazar el nihil negativum de pesimistas extremos como Mainländer — se atiene, más bien, a la negatividad de lo que existe, la nada que designa el Velo de Maya de las apariencias ilusorias, para abrir un horizonte de esperanza y sentido, a pesar de todo, a pesar de que el mundo está en contra nuestra (Sgalambro dixit). Bonilla entiende el pesimismo utópico “no como un relato de resignación”, sino como “una reinterpretación factible y necesaria de las condiciones de posibilidad del pesimismo, orientadas a la creación de un sentido crítico que permita la liberación o redención del hombre, a pesar del sufrimiento y la tragedia”. La reinterpretación del pesimismo a la luz de la utopía que propone Bonilla emparenta con la recuperación que propuso la Escuela de Frankfurt ―en concreto Max Horkheimer―, de esta corriente filosófica, por cuanto Bonilla, igual que Horkheimer, nos anima a combatir el mal y el sufrimiento, con la esperanza de que estos no se impongan definitivamente en todos los frentes. Según Bonilla, el pesimismo, a partir de Schopenhauer, llevó a cabo el que quizás sea el descubrimiento más decisivo de la época contemporánea (frente a toda la tradición anterior, que culmina en Hegel): constatar que el mundo es irracional. De aquí parte, como no podía ser de otra manera, el pesimismo utópico de Bonilla, pero él, en vez de situar ese principio irracional en la voluntad, lo pone en la vacuidad, que se ve recubierta por una serie de mitos, o interpretaciones posibles del mundo –entre ellos, el mito de la razón-, que son el equivalente ilusorio de lo que Schopenhauer llamaba el mundo de la “representación”. En su teorización sobre el mito, Bonilla se inspira en el pensamiento de su admirado Lucian Blaga (al que ha dedicado varios estudios). Para el filósofo mexicano, igual que para el pensador y poeta rumano, el mito no debe entenderse como algo que, por su mendacidad, es inferior al logos-razón (siguiendo el tradicional relato del “paso del mito al logos”), sino que se trata de lo que Blaga llama el “conocimiento luciferino” es decir, un conocimiento que, al contrario del “conocimiento paradisíaco”, que tiende a erradicar lo paradójico y misterioso, “busca ahondar en el misterio”, valiéndose, no de categorías racionales, sino de “categorías abisales”, de índole metafórica. La puesta de manifiesto del carácter ilusorio de todos esos mitos, deja paso a la develación de la vacuidad, es decir, a la liberación utópica del sufrimiento. Para Slaymen, el sufrimiento y el mal, como sucede en la filosofía Vedanta, son también “ilusiones que impiden la liberación” en el seno de la citada vacuidad. Sería, por consiguiente, la superación de esas polaridades: bien-mal, sufrimiento-regocijo, pesimismo-optimismo, que corresponderían al mito de la razón dual, lo que nos aproximaría a la redención. En palabras suyas: “el objeto […] es desmantelar nuestras ideas […] para enseñar y mostrar […] la ilusión de todo pensamiento y, con ello, poder liberarnos del apego a cualquier doctrina, teoría, conjunto de ideas o pensamientos, que es una de las principales razones de nuestro sufrimiento, con lo cual estaríamos en el camino a la liberación (utopía), mediante la consciencia de la ilusión de la verdad y la falsedad, del sufrimiento y la felicidad; es más, concibiendo que esta misma utopía no es más que otra ilusión, pero […] una ilusión útil”. Así, mientras el pesimismo tradicional se atiene, sobre todo, al carácter sufriente de la vida, el pesimismo utópico de Slaymen busca una salida liberadora del laberinto de la existencia, que pasa por percatarse del carácter vacuo de dicha existencia y del propio sufrimiento. Con ello, su reflexión conecta con la milenaria tradición oriental, haciendo que esta ofrezca un camino de emancipación al angustiado individuo de hoy en día. A quienes la propuesta slaymeniana les produzca una excesiva impresión de quietismo y le acusen de eludir los compromisos sociales del presente, les diría que midan bien sus palabras. Efectivamente: que los mitos que construye la mente humana para ocultar la vacuidad sean ellos mismos también vacuos, no supone, como el mismo autor indica, renunciar a averiguar “qué mitos son deseables y cuáles no; qué interpretaciones son plausibles y cuáles no, qué utopías seguir y cuáles desechar”. De manera que aquellos mitos que, por hacer hincapié en la solidez y positividad de lo real (denunciada por Byung Chul-Han), supongan un aumento del sufrimiento y del dolor, además de ser vacuos, serán perniciosos, y por ello deberán ser dejados de lado, mientras que aquellas interpretaciones del mundo que contribuyan a aligerar el peso de la existencia y apunten a mejorar las condiciones en las que esta transcurre deberán ser nuestra guía durante el tiempo que pasemos en este campo de batalla que llamamos vida. Siendo cierto, pues, que toda existencia se encamina al vacío, también lo es que es menester luchar para que el sendero que conduce a ese vacío sea lo más llevadero y solidario posible. Y para recorrerlo, el texto de Slaymen nos sirve como excelente «Baedecker filosófico», que nos marca el camino: les invito a consultarlo y emprender el camino con él, como yo lo he hecho, y con gran provecho. Pongámonos en marcha… MANUEL PÉREZ CORNEJO, Viator

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