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El Materialismo Cultural PDF

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Marvin Harris El materialismo cultural Versión española de Gonzalo Gil Catalina Alianza Editorial Tftulo original: Cultural Materialism La traducción al castellano de esta obra Ha sido publicada por acuerdo con Random House, Inc. Primera edición en "Alianza Universidad": 1982 Tercera reimpresión en "Alianza Universidad" 1994 Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artístic a o científica fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización. © 1979 by Marvin Harris © Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1982, 1985, 1987, 1994 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 741 66 00 ISBN: 84-206-2324-5 Depósito legal: M. 25.176-1994 Compuesto en Fernández Ciudad, S. L. Impreso en Lavel. Los Llanos, C/ Gran Canaria, 12, Humanes (Madrid) Printed in Spain INDICE Reconocimientos................................................................................................ 8 Prefacio a la segunda edición española............................................ 9 Prefacio................................................................................................................ 11 Primera parte: El materialismo cultural como estrategia de investigación. 17 Introducción a lá primera parte..................................................................... 19 1. Las estrategias de investigación y la estructura de la ciencia ........... 20 2. La epistemología del materialismo cultural........................................... 44 3. Principios teóricos del materialismo cultural....................................... 62 4. El alcance de las teorías materialistas culturales ................................. 94 Segunda parte: Las alternativas...................................................................... 135 Introducción a la segunda parte..................................................................... 137 5. La sociobiología y el reduccionismo biológico...................................... 139 6. El materialismo dialéctico ................................................................ 163 7. El estructuralismo................................................................................... 188 8. El marxismo estructural........ ....................................................... 241 9. El idealismo psicológico y cognitivo ..................................................... 284 10. El eclecticismo........................................................................................ 314 11. El oscurantismo ................................................................................. 343 Bibliografía......................................................................................................... 371 RECONOCIMIENTOS Quisiera manifestar mi gratitud hada las siguientes personas por la ayuda prestada en la formulación de las ideas contenidas en este libro. Aunque no estén necesariamente de acuerdo conmigo, no por ello dejo de agradecerles su asesoramiento y experiencia. Ernie Alleva Michael Harner Alien Berget Alien Johnson Douglas Brintall Orna Johnson Brian Burkhalter Cherry Lowman Michael Chibnik Richard MacNeish Myron Cohén K. N. Raj Anna Lou DeHavenon Anna Roosevelt William Divale Eric Ross Brian Ferguson Jagna Sharff Morton Fried Samuel Sherman Frederick Gamst Brian Tufner Ashraf Ghani A. Vaidyanathan Ricardo Godoy Benjamin White Daniel Gross Karl Wittfogel Asimismo, estoy sumamente agradecido a las siguientes perso­ nas por haber contribuido a que esta obra superase el trauma de la publicación. Virginia Brown Madeline Harris Jason Epstein Nancy Inglis Brian Ferguson Simah Kraus PREFACIO A LA SEGUNDA EDICION ESPAÑOLA Durante una visita a España en 1985 descubrí complacido que muchos intelectuales españoles mostraban una inclinación favorable a la estrategia de investigación denominada materialismo cultural. Aunque también es objeto de discusión en los Estados Unidos, el materialismo cultural ha recibido críticas feroces y a menudo infun­ dadas por parte de grupos que representan a intereses con gran arrai­ go, situados tanto a la derecha como a la izquierda en el espectro po­ lítico académico. Para los marxistas dialécticos el materialismo cul­ tural, con su .insistencia en el cientifismo, la investigación empírica y la contrastabilidad en la tradición del positivismo lógico (que no debe confundirse con el positivismo francés), parece tomar partido por el statu quo. Al propio tiempo, para humanistas, eclécticos e idealistas el énfasis en el deterninismo infraestructural hace al ma­ terialismo cultural prácticamente indiscernible del marxismo de prin­ cipios del siglo xx. La izquierda, por tanto, lo acusa de ser un eco- nomicismo mecánico, vulgar, burgués; la derecha, de no ser más que marxismo-leninismo. Según mi propia forma de concebirlo, el mate­ rialismo cultural combina el pragmatismo y empirismo angloamerica­ no con lo mejor del marxismo, a saber, el estudio marxiano de las condiciones materiales como clave para i a comprensión científica de la vida social humana. El materialismo cultural no se alinea con ningún programa polí­ tico, partido o visión de futuras utopías concretos. En la práctica, sin embargo, no puede afirmarse sin dificultad que se trate de una estrategia que contemple la alternativa entre sistemas socioculturales desde una posición neutral o no valorativa. Un paradigma de inves­ tigación que se base en la separación de pensamiento y conducta, en la distinción obligada entre las percepciones del actor y del observa­ dor y en el principio de que la infraestructura domina a la superes­ tructura, estará inevitablemente reñido con el statu quo político de los Estados Unidos, donde la doctrina idealista de que «Ja percep­ ción es la realidad» da alas a una agresión cada vez más audaz contra la capacidad del pueblo para saber qué es lo que ocurre a su alrede­ dor y comprender las causas del deterioro de sus perspectivas vitales. En una crítica reciente al materialismo cultural, se me acusa de haber «embaucado» a todo el mundo con el principio del deterni­ nismo infraestructural por haber tratado de transformar la manera de pensar de los lectores sin cambiar primero las condiciones materiales de su sociedad (Drew Westen en Current Anthropoiogy 25 : 642, 1985). A modo de réplica señalé que, en general, la posibilidad de alterar los pensamientos de las personas siempre está severamente limitada por las condiciones infraestructurales. En los Estados Unidos los paradigmas científicos idealistas, eclécticos y oscurantistas en­ cuentran un apoyo tan abrumador en las condiciones infraestructu­ rales y político-económicas que pueden conservar su ascendiente pese a su demostrable fracaso en lo que atañe a desarrollar un corpus coherente de teorías con tratables. Dadas las actuales circunstancias, nunca esperaría que el materialismo cultural consiguiera desplazar a estas alternativas en los Estados Unidos. En España, sin embargo, las condiciones infraestructurales y político-económicas pueden ser más propicias. Muchas son las circunstancias que empujan a la Es­ paña postfranquista a rechazar los extremos que representan la dia­ léctica socialista, de un lado, y el idealismo capitalista, de otro. Tal vez el interés por el materialismo cultural que han mostrado los intelectuales españoles sea un aspecto de los actuales procesos de re­ forma política y económica y de la búsqueda española de una ade­ cuada y moderna cosmovisión. Eso espero. Gainesville, Florida Junio 1985 PREFACIO El materialismo cultural es la estrategia que ha resultado ser más eficaz en mi intento de comprender las causas de las diferen­ cias y semejanzas entre sociedades y culturas. Se basa en la sencilla premisa de que la vida social humana es una reacción frente a los problemas prácticos de la vida terrenal. Confío en poder demostrar con esta obra que el materialismo cul­ tural conduce a mejores teorías sobre las causas de los fenómenos socioculturales que cualquiera de las estrategias rivales de que dis­ ponemos en la actualidad. No afirmo que se trate de una estrategia perfecta, sino única y exclusivamente que es más eficaz que las al­ ternativas existentes. Debido a su adhesión a las reglas del método científico, el ma­ terialismo cultural se opone a aquellas estrategias —como, por ejem­ plo, el planteamiento humanista de que no existe determinismo en los asuntos humanos— que niegan la viabilidad o la legitimidad de las explicaciones científicas del comportamiento humano. Se opone, del mismo modo, a que se atribuyan los males de la sociedad indus­ trial, como suele hacerse hoy en día, no ya a un defecto, sino a un exceso de ciencia. Con su énfasis en la relación entre producción, reproducción y ecología, nuestra estrategia es contraría también a numerosas formulaciones que parten de las palabras, las ideas, los valores morales y las creencias estéticas y religiosas para compren­ der los acontecimientos cotidianos de la vida humana. Aunque en este aspecto coincide con las enseñanzas de Karl Marx, se aparta, empero, de la estrategia materialista dialéctica de Marx, Engels y Lenin. Condenados por los partidarios de ésta como materialistas «vulgares» o «mecánicos», los materialistas culturales intentan mejo­ rar el modelo marxiano original desechando la idea hegeliana de que todos los sistemas evolucionan a través de una dialéctica de ne­ gaciones contradictorias, y añadiendo la presión reproductora y las variables ecológicas al conjunto de condiciones materiales estudiado por los marxistas-Ienínistas. A pesar de que un número considerable de antropólogos ha adoptado la estrategia materialista cultural, la mayor parte de mis colegas sigue inclinándose por alguna de las otras alternativas dis­ ponibles. La más popular de éstas niega la necesidad misma de adoptar una estrategia definida. Se trata de la alternativa que de­ nomino «estrategia del eclecticismo». Para el ecléctico, los compro­ misos estratégicos del materialismo cultural, o de cualquier otra estrategia (materialismo dialéctico, estructuralismo, etc.) que se iden­ tifique como tal, no hacen sino excluir de antemano posibles fuen­ tes de comprensión. Ser ecléctico equivale a sostener que toda es­ trategia investigadora puede contribuir a la solución de ciertos enig­ mas y que no cabe predecir cuál de ellas será más fructífera en un caso dado. El eclecticismo se presenta a sí mismo como el campeón de la «mentalidad abierta». Pero, en realidad, constituye un com­ promiso estratégico tan cerrado como cualquiera de sus rivales, pues mantener indefinidamente abiertas todas las opciones supone tomar una posición estratégica muy clara. Por lo demás, insistir a priori en que el empleo de más de una estrategia en cada proble­ ma dará lugar a teorías científicas mejores, no es lo que se dice un ejemplo de mentalidad abierta. Esta pretensión es indudablemente falsa. Lo que garantiza la amplitud de miras no es el eclecticismo, sino el choque de las diferentes opciones estratégicas, entre las que éste se incluye. Al defender la superioridad del materialismo cul­ tural, no abogo, pues, por la supresión de las estrategias rivales. Me limito a recalcar que la comparación sistemática de estrategias alternativas es un ingrediente esencial de la empresa científica. El eclecticismo campa por sus respetos, ya que no parece sino de sentido común pensar que tiene que haber algo de cierto en cada uno de los -ismos competidores, que ninguno puede contener toda la verdad. Discrepo, no obstante, en que sea de sentido común abandonar la búsqueda de la posibilidad de grandes verdades para conformarse con la certeza de las pequeñas. Tampoco me parece sensato suponer que todas las estrategias comparten idénticas dosis de aciertos y desatinos. Ninguna, cierto es, posee el monopolio de la vetdad, pero éste tampoco equivale a la suma de todas las es­ trategias. Aun cuando no inventé el «materialismo cultural», sí soy el autor de la expresión (en The Rise of Anthropological Tbeory). Permítaseme explicar por qué escogí, precisamente, estos dos voca­ blos. Hacia mediados de la década de los sesenta, muchos colegas compartían mi convicción de que mientras se siguiera infravalorando la importancia de Karl Marx no podría darse una ciencia de la so­ ciedad humana. En el siglo xix, Marx había estado a punto de con­ vertirse en el Darwin de las ciencias sociales. Como éste, Marx de­ mostró que era posible lograr que ciertos fenómenos, considerados hasta entonces ininteligibles o de origen directamente sobrenatural, descendiesen sobre la tierra y se hiciesen comprensibles en términos de principios científicos sujetos a leyes. Marx consiguió esto al pro­ poner que la producción de los medios materiales de subsistencia forma «la base a partir de la cual se han desarrollado las institucio­ nes políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo» (véase pág. 163). El «materialismo» del «materia­ lismo cultural» representa, pues, un reconocimiento de la deuda contraída con la formulación marxiana de la influencia determinante de la producción y otros procesos materiales. Ahora bien, soy consciente de que una estrategia que se auto- defina materialista corre el particular riesgo de sufrir el menosprecio tanto del público en general como del profesorado académico. Ma­ terialismo es una palabra tabú para la juventud, cuyo comportamien­ to y modo de, pensar aspiran al idealismo. Materialista es aquel que se vende, que abandona sus ideales. (Poco parece importar, en este sentido, que la gente tienda a considerarse tanto más idealista cuan­ to más dinero gane.) Con todo, las motivaciones de los materialistas culturales son tan idealistas como las de los demás. Por lo que res­ pecta, además, a una devoción pura y desinteresada por la humani­ dad, una parte importante de la opinión mundial, con razón o sin ella, considera a Marx igual o superior a Jesucristo. Huelga decir que la distinción técnica entre materialismo cultural e idealismo nada tiene que ver con estas comparaciones odiosas. Se refiere exclusiva­ mente al problema de cómo se pretenden explicar las diferencias y semejanzas socioculturales. Y, pese a las connotaciones negativas que sugiere el término materialismo, descartarlo sería poco honrado desde un punto de vista intelectual. Cuando comencé a escribir The Rise of Anthropological Theory, en 1965, era asimismo evidente que la auténtica ciencia de la socie­ dad, con o sin Marx, no podría desarrollarse mientras los marxistas- leninistas (y otros científicos sociales) continuaran eludiendo o ig­ norando los hechos y teorías de la antropología moderna. Los pre­ supuestos estratégicos de Marx, como los de Darwin, se hallan im­ pregnados de conceptos filosóficos decimonónicos que reducen su plausibilidad y utilidad para los antropólogos del siglo xx. El ma­ terialismo marxiano está encadenado a la noción hegeliana de con­ tradicciones dialécticas; de ahí que Engels lo bautizara con el nombre de materialismo dialéctico. Y con Lenin, el rabo dialéctico acabó por menear al perro materialista. El marxismo-leninismo vino a repre­ sentar el triunfo de la dialéctica sobre los aspectos objetivos y em­ píricos del materialismo científico de Marx. El materialismo cultural es una estrategia no hegeliana cuyos presupuestos epistemológicos entroncan con las tradiciones filosó­ ficas de David Hume y el empirismo británico, presupuestos que desembocaron en Darwin, Spencer, Tylor, Morgan, Frazer, Boas y el nacimiento de la antropología como disciplina académica. Sin em­ bargo, no representa una alternativa monística y mecánica a la dia­ léctica. Antes bien, se interesa por las interacciones sistemáticas entre pensamiento y conducta, por los conflictos tanto como por las armonías, por las continuidades y las discontinuidades, los cam­ bios revolucionarios y los graduales, la adaptación y la inadaptación, la función y la disfunción, la retroalimentación positiva y la nega­ tiva. Abandonar el calificativo «dialéctico» no implica abandonar ninguno de estos intereses; se trata únicamente de insistir en que deben perseguirse bajo auspicios empíricos y operacionales y no como elementos accesorios de un programa político o como un in­ tento de expresar nuestra propia individualidad. En cuanto al calificativo «cultural» de nuestro materialismo, éste sale a relucir debido a que las causas materiales de los fenó­ menos socioculturales difieren de las que, en rigor, corresponden a los deterninismos de índole orgánica e inorgánica. Así, nuestra es­ trategia es contraria a los materialismos reduccionistas de corte bio­ lógico, tales como las explicaciones raciales, sociobíológicas o eto- lógicas de las diferencias y semejanzas culturales. Además, el tér­ mino «cultural» expresa con mayor exactitud que otros —como «histórico» o «sociológico»— el hecho de que los fenómenos que tratamos de explicar son humanos, tanto sincrónicos como diacró- nicos, tanto prehistóricos como históricos. Pone, asimismo, de re­ lieve que la estrategia en cuestión es un producto característico de la antropología y sus disciplinas afines; que se trata de una síntesis que persigue la superación de las fronteras disciplinarias, étnicas y nacionales.

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