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El Imperio romano: evolución institucional e ideológica PDF

476 Pages·1993·9.626 MB·Spanish
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S A N T I A G O M O N T E R O G O N Z A L O B R A V O J O R G E M A R T I N E Z - P I N N A EL IMPERIO ROMANO .. '7 VISOR LIBROS SANTIAGO MONTERO GONZALO BRAVO JORGE MARTÍNEZ-PINNA EL IMPERIO ROMANO EVOLUCIÓN INSTITUCIONAL E IDEOLÓGICA © Santiago Montero Gonzalo Bravo Jorge Martínez Pinna © VISOR LIBROS Isaac Peral, 18 - 28015 Madrid Teléfono (93) 543 61 34 Depósito Legal: M- ISBN: 84-7522-497-0 Fotocomposición: MCF Textos, S.A. Impresión: Graphiris. Impreso en España / Printed in Spain INTRODUCCIÓN Existen varias formas de entender la evolución histórica del Im­ perio Romano. El tratamiento de los aspectos políticos, las cues­ tiones sociales, las transformaciones económicas, son temas elegi­ dos con frecuencia por los historiadores. Nosotros, en cambio, he­ mos preferido abordar la completa evolución del Imperio Roma­ no haciendo hincapié también en los componentes institucionales e ideológicos de dicha evolución, habida cuenta de que a menudo la comprensión de los cambios en toda su dimensión histórica exige también el análisis de lo que se suele entender por superestructura. Como el lector comprobará a lo largo de esta obra, el resulta­ do de dicho análisis no es quizás una historia diferente del Imperio Romano, pero sí una historia más enriquecedora que, en muchos casos, contribuye también a enriquecer nuestro conocimiento so­ bre los mecanismos y la diversidad de los elementos que subyacen en el complejo entramado histórico-social de Roma. Nuestra obra ha sido articulada conforme a un criterio que quizá pueda ser calificado de «clásico» o de «tradicional» —el estudio por dinastías— pero que reporta considerables ventajas para quien se inicia en la historia de la Roma imperial. No obstante, para impe­ dir que el lector caiga en una visión excesivamente limitada o par­ celada en el tiempo, hemos realizado una exposición de aquellos aspectos de la civilización romana —del Alto y del Bajo Imperio— 7 que nos parecen esenciales para entender la evolución de los tér­ minos expuestos con anterioridad. En este sentido hemos tratado de incorporar a esta obra buena parte de las nuevas aportaciones a la historia de la Roma imperial de la historiografía más reciente, ya que temas tales como el pen­ samiento político o la economía están sometidos a una continua revisión por parte de los historiadores del mundo antiguo, Por lo que se refiere a la historia del Imperio Romano, esta tendencia es tan ostensible que cualquier lector informado podrá comprobar fácilmente que poco o nada tienen que ver la presentación actual de ciertas cuestiones, como el reinado de Cómmodo o Dioclecia­ no, con la visión de la historiografía tradicional de hace tan sólo dos décadas. Es evidente que para que un estudiante pueda profundizar en el análisis de determinadas cuestiones de la historia de Roma, ha de estar familiarizado con los conceptos y la terminología básica y conocer la evolución histórica de estos siglos. Sin embargo, aún siendo ésta nuestra principal finalidad, no hemos renunciado a in­ troducir al lector —siempre de la forma más sencilla posible— en la metodología histórica de este periodo, haciendo ver las contra­ dicciones en las que incurre la historiografía, la necesidad de com­ pletar las fuentes escritas con otra documentación de diferente ca­ rácter o mostrando la evolución del pensamiento historiográfico moderno, de la que da cumplida cuenta la selecta bibliografía que adjuntamos al final de esta obra. Como es sabido, en la historiografía moderna y reciente se ha debatido hasta la saciedad el punto final del mundo romano sin que por el momento se haya llegado a un acuerdo. Nosotros he­ mos optado por fijar éste hacia mediados del siglo V por creer que en ese momento se produjeron cambios no sólo políticos y socia­ les sino también institucionales e ideológicos lo suficientemente profundos y significativos como para anunciar con claridad el ini­ cio de una nueva época. Los autores. Capítulo I EL PRINCIPADO DE AUGUSTO La transformación de Roma de Estado-ciudadano en un Impe­ rio con connotaciones universalistas no se produjo de golpe, sino que es producto de un largo proceso que prácticamente hunde sus raíces en los comienzos del siglo II a.C., cuando se inicia el gran expansionismo romano por el Mediterráneo. Este hecho trae con­ sigo una profunda crisis de las estructuras republicanas, y en defi­ nitiva de todo el Estado romano, crisis cuya única salida es preci­ samente la disolución de la República. La mala situación del cam­ pesino —verdadero soporte del Estado-ciudadano—, el problema de los itálicos, la definición profesional del ejército, las necesida­ des del gobierno provincial, la influencia cada vez mayor de la ideo­ logía monárquica helenístico-oriental, son factores cuya conjun­ ción poco a poco socava el ideal republicano e indefectiblemente aboca hacia la constitución de un fuerte poder central y de carác­ ter personal. Los ejemplos de Sila y César no son más que realida­ des medianamente cumplidas de una ambición que casi puede con­ siderarse general. Por ello aunque el asesinato de César —«el cri­ men más estúpido de la historia», como lo calificó Goethe— se llevó a cabo invocando la «libertad republicana», lo cierto es que apenas quedaban ya republicanos y por tanto la acción de los «ti- ranicidas» estaba de antemano condenada al fracaso. Como dice S. Mazzarino, «el asesinato de César no resolvía el problema del 9 Estado romano 7 de la revolución. Por el contrario, lo planteaba con ma7or gravedad». En las circunstancias imperantes en la se­ gunda mitad del siglo I. a.C., la restauración republicana no era más que una utopía irrealizable, 7 así lo entendió Octaviano cuando triunfador de la última guerra civil, se vio único dueño de Roma: la apariencia republicana que dio a su gobierno en ningún momento oculta la realidad de un régimen monárquico, un tanto eufemísti- camente denominado «Principado». EL FIN DE LA REPÚBLICA El segundo triunvirato Una vez disipado el humo de la muerte de César, Antonio) cón­ sul en ese año 44, aparece en una posición predominante. Tenien­ do en su poder el testamento 7 el dinero de César 7 con las tropas a su disposición, Antonio se asegura el control de la situación. A cambio de una amnistía para los conjurados, son respetadas las ac­ ta Caesaris 7 se decretan funerales públicos en honor del dictador asesinado, lo que permite a Antonio atraerse el favor popular con repartos de dinero 7 atacar a los asesinos en la oratio funebris de su desaparecido jefe. Ante estas circunstancias, los conjurados op­ tan por abandonar Roma, quedando los cesarianos totalmente li­ bres de competencia. En consonancia con la tradición de los últi­ mos tiempos republicanos, inmediatamente los triunfadores pro­ cedieron al reparto de las provincias 7 con ello de los auténticos resortes del poder: Lépido se quedó con las Galias e Hispania; el otro cónsul del 44, Dolabella, con Siria, mientras que a Antonio le correspondió Macedonia, donde estaban estacionadas las tropas para la campaña que César había pro7ectado contra los partos. Sin embargo, al poco tiempo Antonio consiguió que a cambio de Ma­ cedonia se le concedieran las Galias Cisalpina, donde gobernaba el conjurado Décimo Bruto, 7 Transalpina, inclu7endo las legio­ nes acantonadas en Macedonia. Entre tanto llegó a Roma C. Octavio, heredero 7 sobrino e hi­ jo adoptivo de César, que se encontraba en Apolonia cumpliendo 10 las últimas etapas de su formación. Octavio, que inmediatamente adoptó el nombre de C. Julio César Octaviano, fue bien acogido por los amigos y partidarios de César, no muy contentos con la ambición de Antonio. Este no supo reaccionar y aunque se negó a restituir la fortuna de César, no pudo impedir que Octaviano, con sus propios recursos, cumpliera las mandas testamentarias de César en beneficio del pueblo y de los veteranos. El enfrentamiento entre Antonio y Octaviano empujó a este último a una alianza con el Senado y su principal representante, Cicerón. Mientras tanto Antonio dio un mal paso, pues al querer asegurarse la Galia Cisal­ pina, chocó con Décimo Bruto provocando la llamada «guerra de Mutina», que terminó con la derrota de Antonio, declarado ene­ migo público, y el triunfo de las tropas gubernamentales enviadas por el Senado. Los senatoriales se creyeron con la suficiente fuerza e intenta­ ron imponer sus criterios. Sin embargo, no contaban con el joven César, quien apoyándose en un ejército reclutado a sus expensas y en el prestigio popular heredado de su padre adoptivo, dio un golpe de timón y obligó a que se le nombrase cónsul en el año 43, cuando apenas tenía veinte años. Como magistrado, Octavia- no logró que se legalizase su adopción, al tiempo que mediante la lex Pedia, promulgada por su tío y colega en el consulado, de­ claraba enemigos públicos a los asesinos de César y a Sexto Pom- peyo, y privaba de tal calificativo a Antonio, Lépido y demás ce­ sar ianos. A pesar de todo, la situación de Octaviano no era todo lo fir­ me que quisiera, pues en Oriente los «tiranicídas» Bruto y Casio se habían hecho fuertes, mientras que en las provincias occidenta- les Antonio había logrado reunir en su entorno a gran parte de los cesarianos y amenazaba con regresar a Italia. La solución se alcanzó en un acercamiento entre Octaviano y Antonio, sirvien­ do Lépido como mediador. El encuentro tuvo lugar en Bononia en noviembre del 43 y de aquí surgió una nueva forma de poder que, aunque con el antecedente del primer triunvirato, contaba con un apoyo legal. Octaviano, Antonio y Lépido asumieron el título de tresviri rei publicae constituendae, una especie de dictadu­ ra tripartita encubierta, que permitía a sus titulares situarse por 11 encima de cualquier magistratura y con la facultad de promulgar leyes y nombrar magistrados y gobernadores. Teniendo a Italia como solar común, procedieron a un reparto territorial y de fuer­ zas, correspondiendo a Octaviano la parte más débil (Africa, Sici­ lia y Cerdeña) y a Antonio la más potente (Galias Cisalpina y Co­ mata), mientras que a Lépido le entregaron Hispania y la Galia Narbonense. Del encuentro nacieron otros compromisos, como el reparto de tierras entre los veteranos de César y sobre todo la venganza del dictador, de la que se encargarían Octaviano y An­ tonio, dejando a Lépido en Italia al cuidado de los asuntos comu­ nes. Por último, no podían faltar las inevitables proscripciones, una lacra que Roma venía soportando desde el ya lejano inicio de las guerras civiles: la víctima más notable fue en esta ocasión M. Tu- lio Cicerón, quien pagó con su vida los ataques dirigidos poco an­ tes contra Antonio en sus célebres Philippicae. Mientras tanto, Bruto y Casio habían coseguido hacerse con el control del Oriente, donde organizaron grandes fuerzas y sir­ vieron de refugio a los proscritos que huían de Roma, recogiendo en definitiva los últimos alientos del espíritu republicano. Contra ellos marcharon los dos triunviros Octaviano y Antonio, encar­ gándose este último, mucho más experimentado, de la dirección real de la campaña. El encuentro tuvo lugar en Filipos, en el norte de Grecia. En un primer choque el resultado quedó incierto, pues Antonio obligó a retirarse a Casio, quien a su vez se quitó la vida, pero por el contrario Bruto consiguió saquear el campamento de Octaviano; un segundo combate decidió la suerte a favor de los triunviros, ya que Bruto no poseía la capacidad suficiente para afron­ tar la responsabilidad de la guerra tras la muerte de Casio, mejor militar que él. Los jefes republicanos que cayeron prisioneros fue­ ron ejecutados, mientras que el fugitivo Bruto se suicidó para evi­ tar las consecuencias de la derrota (octubre del 42). Tras la victoria, Antonio y Octaviano procedieron a renovar su alianza dejando al margen a Lépido. Antonio perdió la Galia Cisalpina, incluida en Italia, pero recibió a cambio la Narbonen­ se, así como el encargo y los medios para reorganizar el Oriente; por su parte, Octaviano arrebató Hispania a Lépido y se compro­ metió a realizar los repartos de tierras y a terminar la guerra con- 12 tra Sexto Pompeyo, quien prácticamente era dueño de Sicilia y Cer- deña y con sus naves impedía el aprovisionamiento de Roma. El tercer triunviro, carente de la fuerza y los recursos de los anterio­ res, quedó provisionalmente fuera de este reparto. La consolidación de Octaviano La primera misión de Octaviano era la de asentar a los vetera­ nos de César, que conforme a los usos impuestos desde Mario, exi­ gían tierras como pago a sus servicios. La situación era delicada, pues se trataba de un elevado número de beneficiarios y había que establecerlos en Italia, donde apenas existía suelo libre. Para cum­ plir el plan fueron necesarias grandes expropiaciones, lo que natu­ ralmente causó un profundo descontento entre los afectados. Sin embargo, los beneficios futuros que Octaviano obtenía de ello eran enormes, ya que suponía disponer de un ejército numeroso, en­ trenado y leal en la misma Italia. Fue precisamente aprovechando este malestar como se produ­ jo un acontecimiento todavía no bien aclarado, pero que puso a Roma al borde de una nueva guerra civil. Fulvia y Lucio, esposa y hermano de Antonio respectivamente, quizás actuando en prin­ cipio de acuerdo con este último, trataron de levantar a Italia con­ tra Octaviano, e incluso Lucio logró del Senado que declarase a éste enemigo público. Al momento los veteranos respaldaron a Oc­ taviano, pues si la situación de éste era ilegal también lo serían sus recién adquiridas tierras, mientras que los lugartenientes de Anto­ nio en la Galia juzgaron más prudente no intervenir sin órdenes directas de su jefe. El asunto terminó en la llamada «guerra de Pe- rugía», puesto que las acciones se limitaron al sitio de esta ciudad, donde se había encerrado Lucio Antonio y que finalmente capitu­ ló (40 a.C.) Este episodio enturbió las no muy claras relaciones entredós triunviros y obligó a Antonio a desplazarse a Italia. Se produjo un nuevo reparto del poder, en virtud del cual Octaviano se quedaba con las provincias occidentales, Antonio con las orien­ tales y Lépido con el Africa; además se acordó que Antonio lleva­ ría la guerra contra los partos y Octaviano contra Sexto Pompe- 13

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