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El hombre del Renacimiento PDF

477 Pages·2019·2.971 MB·Spanish
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El despertar cultural que caracteriza desde sus orígenes al Renacimiento es, por encima de todo, una renovada afirmación del hombre, de los valores humanos en diversos campos: de las artes a la vida civil. EL HOMBRE DEL RENACIMIENTO pretende ilustrar uno de los momentos más brillantes de la cultura europea que resultó decisivo en la génesis de la conciencia moderna. 2 AA. VV. El hombre del Renacimiento El hombre europeo - 7 ePub r1.0 Titivillus 13.06.2019 EDICIÓN DIGITAL 3 Título original: L’uomo del Rinascimento AA. VV., 1988 Editor digital: Titivillus ePub base r2.1 Edición digital: epublibre (EPL), 2019 Conversión a pdf: FS, 2019 4 Índice de contenido Cubierta El hombre del Renacimiento INTRODUCCIÓN EL HOMBRE DEL RENACIMIENTO CAPÍTULO I EL PRÍNCIPE RENACENTISTA CAPÍTULO II EL «CONDOTTIERO» CAPÍTULO III EL CARDENAL CAPÍTULO IV EL CORTESANO CAPÍTULO V EL FILÓSOFO Y EL MAGO CAPÍTULO VI EL COMERCIANTE Y EL BANQUERO CAPÍTULO VII EL ARTISTA CAPÍTULO VIII LA MUJER EN EL RENACIMIENTO CAPÍTULO IX VIAJEROS E INDÍGENAS Sobre el autor Notas 5 Capítulo primero EL HOMBRE DEL RENACIMIENTO Eugenio Garin 6 Supuesto Autorretrato, Antonello de Messina 7 1. Frecuentemente utilizado, el término impreciso «hombre del Renacimiento» aparece en la literatura y en la historiografía en conexión con difundidas interpretaciones de un periodo histórico concreto, el Renacimiento, situado aproximadamente entre mediados del siglo XIV y finales del XVI, y que tuvo sus orígenes en las ciudades-estado italianas, desde las que se extendió por Europa. Es como si entonces hubiera circulado un número relevante de tipos y ejemplares humanos con características especiales, con dotes y actitudes singulares, con nuevas funciones[1], que obviamente pasaron, con el paso del tiempo, de las ciudades italianas a otros países europeos y difundieron por otros territorios tales figuras humanas y características, cambiando de forma, incluso notablemente. Así, la difusión de ideas y temáticas propias del Renacimiento italiano fuera de Italia irá desarrollándose en lo sucesivo, dándose de diversas formas, más allá de los acostumbrados límites cronológicos, durante todo el siglo XVII. Debemos subrayar que, desde los orígenes del Renacimiento, la idea de «renacer», de nacer a una nueva vida, acompañó como un programa y un mito varios aspectos del propio movimiento. La idea de que una nueva era y nuevos tiempos ya habían nacido circula insistentemente en el siglo XV, tanto que no pocos historiadores (no hace muchos años) la debatieron largamente, llegando hasta considerarla como una característica distintiva de todo el periodo[2]. No obstante, si una conclusión de ese género es muy discutible, es preciso tomar en consideración qué es aquello que renace, que se reafirma, que se exalta, pues no es solo, y no es tanto, el mundo de los valores antiguos, clásicos, griegos y romanos, a los que se retorna programáticamente. El despertar 8 cultural, que caracteriza desde sus orígenes al Renacimiento es, por encima de todo, una renovada afirmación del hombre, de los valores humanos en diversos campos: de las artes a la vida civil. No por casualidad aquello que más impresiona en los escritores, y en los historiadores, desde los orígenes, es esta preocupación por el hombre, por su mundo, por su actividad en el mundo. Si la famosa cita de Jacob Burckhardt —sacada de Michelet— que dice «la civilización del Renacimiento descubre primero e ilumina la entera, la rica figura del hombre», está llena de retórica, incluso hasta lo insoportable, también es verdad que hunde sus raíces en una realidad en donde la historia, los hechos, las figuras e incluso los cuerpos de los hombres, son centrales: en donde pintores y escultores representan inolvidables figuras humanas, en donde los filósofos repiten: «Gran milagro es el hombre» (magnum miraculum est homo). Quien ahora, mentalmente, evocase la expresión análoga «hombre del Renacimiento», y sus diversas configuraciones, debe tener muy presente que, aceptada la acostumbrada periodización del Renacimiento, es completamente distinto, respecto al Medievo, el conjunto de problemas que se presentan, y el uso mismo de la expresión. Son diferentes sobre todo, y mucho, las coordenadas espaciales y temporales, y en estrecha conexión con las precisas características culturales de un periodo bien caracterizado, al menos en hipótesis, sobre el plano de las actividades y los comportamientos. Como se ha dicho, el auténtico Renacimiento, el «gran» Renacimiento es muy breve respecto al Medievo: ocupa poco más de dos siglos; tiene orígenes italianos, y no ha de confundirse con ciertos fenómenos medievales, con algunos aspectos análogos, como los muchos renacimientos a partir de la época carolingia, florecimientos diferentes y de otros 9 lugares, pese a que no faltan ciertas similitudes, e incluso influencias[3]. Ya en Petrarca los cambios de una sensibilidad y de una cultura son evidentes, y buscan, y encuentran verificación en acontecimientos de profunda resonancia, bien entre los confines nacionales o en los límites de los fenómenos literarios. Así, la contraposición, cara a Coluccio Salutati, entre la vida activa y la contemplativa, que incluso utiliza la manida forma retórica del doble discurso, no es ciertamente inédita, pero se sitúa de lleno en aquella exaltación de la vida activa, mundana, política, «civil», «comprometida» —Palas Atenea que nace armada de la cabeza de Zeus— destinada por añadidura a ser, no mucho tiempo después, una moda de los más refinados círculos intelectuales toscanos. La contestación a la donación constantiniana no comienza ciertamente con Valla (baste pensar en Cusano), pero Lorenzo Valla realmente ya no pertenece al Medievo, no es un «hombre del Medievo». Por sus batallas políticas y teológicas, por el elogio de la «voluptas» epicúrea, por su dialéctica y su «elegancia», no será casualmente exaltado, compendiado y publicado, como el maestro de los nuevos tiempos, por su gran «discípulo», el príncipe de los humanistas de Europa: Erasmo de Rotterdam. Precisamente en la obra crítica del Nuevo Testamento de Valla, de la que se hizo primer editor en cuanto la descubrió, Erasmo encontrará la primera inspiración para sus célebres trabajos bíblicos —Erasmo que estuvo más cerca que nadie de Valla, en tantas cosas. Cerca de dos siglos y medio, por tanto, duró el Renacimiento; sobre todo en algunas ciudades-estado de Italia, su lugar de aparición. Estas son las coordenadas entre las que buscar, y situar, si lo hubo con características bien definidas, al hombre del Renacimiento: y por tanto una serie de figuras cuyas específicas actividades generan, de forma 10

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