El general Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios se iba para siempre. Había arrebatado al dominio español un imperio cinco veces más vasto que las Europas, había dirigido veinte años de guerras para mantenerlo libre y unido, y lo había gobernado con pulso firme hasta la semana anterior, pero a la hora de irse no se llevaba ni siquiera el consuelo de que se lo creyeran. Fascinado por la figura histórica del Libertador Simón Bolívar, García Márquez narra los últimos días, los menos documentados, de su vida. Lo muestra en todos sus aspectos: devorado por la fiebre, consumido por la tuberculosis, entregado a prácticas medicinales personales y fantásticas, evocando en rachas de lucidez o de fiebre sus lealtades y conquistas, sus infidelidades y fracasos. Pero ese deslumbramiento del narrador por la lenta agonía del personaje histórico demuestra ser también un deslumbramiento por la vida, por el curso de una vida que entrelaza fragmentos mediante los cuales no sólo puede reconstruirse el pasado de nuestra América sino también el laberinto que, implacable en su rigor moral, el héroe ha trazado.