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El Entrevistador: mis experiencias con Guardiola, Messi, Cristiano Ronaldo y otros: Diez años de fútbol, periodismo y viajes (Spanish Edition) PDF

2016·0.44 MB·spanish
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¡Muchas gracias por comprar este libro! Estoy seguro que les gustará. Si es el caso, los invito a seguirme en Facebook y en Twitter. Ahí debato todos los temas descritos en este libro y muchos otros más a gran profundidad. Además, en mi página www.martindelpalacio.com podrán encontrar las fotos que acompañan este libro, y también mi blog, donde hay innumerables textos de deportes, viajes y otros temas interesantes. ¡Nos vemos del otro lado! Prólogo a la primera edición Julio de 2016 “No quiero, me siento muy triste, ya hablé con la televisión, en serio no quiero”. Se trataba de André-Pierre Gignac, en la zona mixta después de la final de la Euro 2016, que el local Francia perdió dramáticamente ante Portugal. El delantero del club mexicano Tigres se había perdido el gol de su vida en el último suspiro del tiempo regular y, ya en el alargue, su equipo había sucumbido ante un zapatazo asesino del suplente portugués Éder. Era ya pasada la una de la mañana y los valientes que nos habíamos quedado esperando, anticipábamos unas cuantas frases para ofrecer a los medios que nos habían acreditado para estar ahí. En mi caso, era doblemente importante. Como durante toda mi carrera como entrevistador freelance, me pagaban por historia publicada, y tenía que ser exclusiva. Si no conseguía nada u otro medio se acercaba a grabar las respuestas que me había dado un jugador, mi balance final del partido sería la pérdida de los dos euros y medio que había pagado por llegar al estadio y la noche del departamento que había rentado por ese mes. La situación era aún más complicada porque la organización había previsto que las televisoras tuvieran un largo espacio destinado sólo para ellas por delante de nosotros, los reporteros de medios escritos. Casi ningún jugador tenía el ánimo de detenerse ante nuestras grabadoras después de haber pasado varios minutos repitiendo lo mismo frente a diez diferentes cámaras. Los franceses no tuvieron misericordia; teníamos que comprender su dolor, aún a costa del nuestro. Con audífonos sobre los oídos, en algunos casos, y sin pretexto alguno en otros, pasaron frente a nosotros sin siquiera mirarnos a los ojos. Los portugueses, ganadores esa noche, representaban una mayor esperanza. A final de cuentas, lo único mejor a ser campeón es poderlo recordar una y otra y otra vez. En efecto, cuando al fin salieron, después de mucho celebrar en el vestuario y pasar frente a las televisoras, algunos decidieron tener clemencia de quienes trasnochábamos. Por unos brevísimos instantes, frente a mis ojos se materializaron Renato Sánches y André Gomes, dos jóvenes promesas, y Ricardo Carvalho, ilustre veterano. Las plegarias habían sido respondidas, ahora sólo faltaba hacer las preguntas correctas para escribir una buena historia. Y, entonces, apareció Cristiano. La estrella portuguesa, con la sonrisa en los labios y la copa en los brazos, decidió que la mejor manera de celebrar su triunfo era encabezar una “viborita”, con otros jugadores. Cantaban una canción y, cada vez que pasaban al lado de alguno de los futbolistas que hablaban para nuestros micrófonos, lo sumaban al grupo y se lo llevaban con ellos. Así fueron desapareciendo, una a una, las posibles oportunidades para escribir un texto legendario. Y esa fue la gota que rompió mi vaso. El futuro de la profesión a la que me había dedicado por la última década, había sido alterado definitivamente. Buscando a Pep Noviembre de 2011 En Barcelona, noviembre no suele ser un mes de temperaturas bajas. El invierno, cuando llega, ataca en febrero y marzo. Sin embargo, noviembre suele ser el mes en que los habitantes de la ciudad pasan más frío, porque se resisten a aceptar la pérdida del larguísimo verano mediterráneo. En las casas aún no se enciende la calefacción, y cuando se sale a la calle, se sale ligero, como si se tratara de uno de los primeros días del otoño. Ese día, Joanjo, mi amigo transformado en fotógrafo y yo, nos congelábamos en la Ciudad Deportiva del Barça, mientras esperábamos uno de los momentos más importantes de nuestras vidas. El suyo, porque, culé de corazón, conocería al arquitecto del gran éxito de su equipo del alma, el mío porque parecía que al fin iba a conseguir el sueño que todo periodista había albergado por los últimos tres años: entrevistar, en exclusiva, a Pep Guardiola. Ese mismo día ya había hablado con Cesc Fàbregas y Andrés Iniesta, el primero, el hijo pródigo que volvía a casa después de un exitosísimo exilio en Londres y el segundo, una estrella en el esplendor máximo, por su papel en el Barça apoteósico de finales de la primera década siglo XXI, pero más aún por ese gol inolvidable que dio a España su primera Copa del Mundo en Johannesburgo. Un verdadero lujo que, sin embargo, se sentía como un aperitivo para ese plato principal por tanto tiempo anhelado. Nunca había hablado con uno ni con el otro, y eran dos nombres muy importantes que había logrado añadir a mi lista así que, en ese sentido, mi expedición podía ya considerarse un éxito. Pero Pep era Pep, y con los antecedentes entre nosotros, no podía bajar la guardia ni un segundo hasta que lo tuviera frente a mi grabadora. Así, Joanjo y yo esperábamos sentados en la tribuna del campo de entrenamiento, junto con varios reporteros japoneses que, ellos sí, habían venido preparados con gorros y abrigos y no tenían las manos en los sobacos ni hacían un esfuerzo por cerrar la boca lo más fuerte posible para que no castañeteara. Dos veces antes se me había escapado por los pelos. Al asumir la dirección técnica del Barcelona, Josep Guardiola había decidido seguir el ejemplo de uno de sus mentores, Marcelo Bielsa, y cancelar para siempre las entrevistas individuales. La primera razón era más que loable: eliminar las ventajas habituales de los medios de comunicación masivos sobre los pequeños, los grandes conglomerados que, con sus influencias, podían contar con los nombres importantes, mientras que los demás debían conformarse sólo con reproducir las frases dispersas de los jugadores en las zonas mixtas, o retomar los cables de las agencias. La segunda era más bien práctica, sin entrevistas, el técnico nacido en Santpedor cerraba una posible válvula de presión por parte del siempre asfixiante entorno periodístico alrededor de los culés. Entrevistas para nadie era igual a privilegios para nadie y, en consecuencia, adiós envidias, rencores y críticas. Pero la imposibilidad de lo imposible no significaba que no pudiéramos soñar con conseguir una exclusiva con ese hombre enigmático y genial, reverenciado por los fanáticos del Barcelona y admirado por los aficionados al futbol en general. Y yo me había quedado más cerca que ninguno. Dos veces antes el grial se me había escapado cuando ya lo atisbaba en la lejanía. La primera sucedió en una situación similar a la que me había llevado ese día a la Ciudad Deportiva, pero dos años atrás. Un par de meses antes de cada Copa Mundial de Clubes de la FIFA (el famoso Mundialito), los equipos participantes deben cumplir con el compromiso de ceder a algunos de sus jugadores y a su entrenador al comité organizador y los medios de comunicación con derechos. Para ese efecto, se organiza un Día de Medios especial en el que un puñado de periodistas japoneses y el editor de FIFA.com en turno tienen la posibilidad de hablar con las grandes estrellas que participarán en el torneo. Desde finales de 2006, ese editor de FIFA.com en Barcelona era yo. Desde que me había mudado a la Ciudad Condal me había convertido en el “entrevistador extraoficial” para el sitio del máximo organismo del fútbol mundial. Un poco por esfuerzo –viajes y llamadas a cualquier parte del mundo donde pudiera encontrar un gran nombre- y otro tanto por suerte –llegué al lugar justo en el momento justo-, por mi grabadora habían pasado ya casi todos los grandes nombres del balompié en el planeta. Y así, en 2009, antes de que el Barcelona lograra ganar en Emiratos Árabes el ansiado título que faltaba en sus vitrinas, llegué, en traje y corbata impecables, para hablar con los Messi, Xavi y compañía pero, sobre todo, para entrar en la mente de Guardiola, por lo menos por unos minutos. En mi mano aferraba, como si de un arma se tratara, una lista de nombres que encabezaba Pep y que serían los entrevistados del día. El problema es que el técnico tenía otros planes y, con total apego a su política ante los medios, decidió no comparecer. Fue una frustración, pero una frustración esperada. Pese a todos mis anhelos, por los antecedentes, había rehusado a ilusionarme demasiado. Un año más tarde, el técnico del Barcelona estaba nominado en la terna al mejor del año, junto con José Mourinho y Vicente del Bosque. Yo había viajado a Zúrich para participar en la cobertura de FIFA.com de la entrega del Balón de Oro al mejor jugador, y de los premios paralelos, y tenía programadas una serie de entrevistas con los candidatos y con algunos jugadores importantes que asistirían a la ceremonia. Unos días antes habían mandado la relación de los nombres y de quién los entrevistaría. Y, al abrir el correo, para mi decepción, descubrí que Guardiola no me tocaría a mí, sino a mi compañera Tami Castro, una excelente periodista pero que, evidentemente, no era yo. Por supuesto, me daba alegría porque ella tenía una gran admiración al técnico catalán desde sus tiempos de jugador pero, para ser sinceros, la envidia me corroía. Tan cerca y tan lejos de nuevo; de tan sólo pensar en las preguntas que podía haberle hecho se me ponía la carne de gallina. Pero, como buen deportista y compañero de equipo, asumí mi misión y ayudar a Tami a conseguir el fruto prohibido. El triunfo colectivo sobre la gloria individual. A final de cuentas, mucho ruido y pocas nueces. Durante aquella tarde, en el enorme salón que la FIFA había destinado para el evento, nos acercamos dos veces a Pep para hablar con él, pero en ambas decidimos no abordarlo porque no nos pareció el momento adecuado. A la tercera, nos dijo que lo hubiéramos buscado antes, aunque me queda la sospecha que fue para salir del paso, y que nunca tuvo realmente la intención de charlar con nosotros. Por lo menos la historia terminó con nota positiva para Tami. Se sacó una foto con Guardiola y le dijo, “esperé 15 años por este momento”, a lo que el técnico respondió, galante, “y yo esperé 39”. Chapeau! Seguramente dirán que esos dos disparos desviados que acabo de relatar no reflejan mi frase de “se escapó por los pelos”, pero, para los estándares guardiolescos yo había sido, con diferencia, el periodista que más cerca se había quedado de esa entrevista larga y exclusiva. En consecuencia, nadie podría condenarme por exceso de escepticismo cuando, en octubre de 2011 recibí un nuevo correo electrónico que decía que Guardiola, esta vez sí, estaba dispuesto a participar en el Día de Medios del Mundialito. Además, si por ventura se hiciera realidad, había otro obstáculo en mi camino, ese mismo correo dejaba claro que la entrevista iba a ser realizada por el reportero encargado del programa oficial que, después de haberla terminado, la compartiría con FIFA.com (es decir, conmigo). Así, en caso de que por fin Pep aceptara sentarse frente a una grabadora en exclusiva, a mí me tocaría asistir sin participar… y, si eso sucedía, yo estaba dispuesto a derribar la pared a cabezazos. Lo que siguió fue un intercambio frenético de correos, estimulado por mí, para que me dieran por lo menos un pequeño espacio. El reportero del programa oficial era Shin Toyofuku, un japonés que quizá no hablara bien castellano, así que yo me ofrecí a “ayudarlo”, ¡desinteresadamente, claro! Pero resulta que llevaba varios años en Barcelona, así que se frustró mi plan. Propuse entonces que me dejaran incluir algunas preguntas, a lo que me respondieron que eso tendría que hablarlo con él en la Ciudad Deportiva. Un triunfo pequeño, al menos. Por ello, desde que bajé del coche de Joanjo, aquella mañana fría de noviembre, mi intención fue ganarme a Shin, con quien nunca había cruzado palabra, ni en entrenamientos ni en partidos, y ni siquiera lo identificaba de cara. Tenía que sacar mi lado más simpático y ofrecerle algo que a él le interesara. Y vaya que costó. Se trataba de un chico japonés de unos treinta años, delgado, bien vestido y, por lo menos en principio, distante, y con pocas ganas de compartir espacio. Lo máximo que conseguí fue que, de los hipotéticos veinte minutos que teníamos para Guardiola, me dejara participar en cinco. Pero, en la conversación, me di cuenta que a él le interesaba mucho hablar con Lionel Messi, a quien yo tenía asignado, y entendí que ahí estaba mi arma de negociación. Nos fuimos a desayunar los cuatro. Joanjo, Shin, su fotógrafo y yo. Y con un buen bocadillo la vida es siempre más amable. Entendí que su distancia era más bien desconfianza. Si hablábamos los dos con Guardiola, yo llevaba ventaja porque, al trabajar para una página web, podía publicar la entrevista al día siguiente de haberla hecho, mientras que él debía esperar tres semanas hasta que saliera a la venta la revista oficial. Y eso, en un mundo como el de los reporteros, donde la ética es una cualidad tan poco común, podía ser un obstáculo infranqueable. Yo sabía que no podía dejar pasar la oportunidad y, entre mordisco y mordisco, fui ablandando su postura. Al final, propuse el siguiente trato: haríamos juntos la entrevista con Guardiola y, a cambio, haríamos juntos también la de Messi. Además, yo me comprometía publicar ambas

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