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El enigma del mal PDF

262 Pages·2017·1.651 MB·Spanish
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Luis Seguí se licenció en Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y posteriormente realizó estudios complementarios de Historia, Ciencias Políticas y Psicoanálisis. Exiliado en Suecia en 1976, desde 1978 vive en Madrid, donde ejerce la profesión de abogado. Es miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano (ELP) y de la Asociación Española de Neuropsiquiatría (AEN), destacándose como un estudioso de la relación entre las diversas disciplinas jurídicas y el psicoanálisis, tema sobre el que ha editado numerosos trabajos en revistas especializadas y libros como Las ciencias inhumanas (2009), Adolescencias por venir (2012) y Psicoanálisis y discurso jurídico (2015). Además de colaborar habitualmente en revistas culturales como Letra Internacional, es autor del ensayo España ante el desafío multicultural (2002), y del artículo que encabeza Triunfo y fracaso del capitalismo. Política y psicoanálisis (2010), obra en la que participó además como compilador. Entre los años 2008 y 2010 fue director de la Biblioteca de Orientación Lacaniana de la sede de la ELP en Madrid. En octubre de 2013 y febrero de 2014 participó como docente invitado, en Madrid y Barcelona respectivamente, en el curso «Introducción al psicoanálisis para juristas », organizado por el Servicio de Formación Continua de la Escuela Judicial, dependiente del Consejo General del Poder Judicial. En 2012 el Fondo de Cultura Económica de España editó su ensayo Sobre la responsabilidad criminal. Psicoanálisis y criminología. 2 S O P , P , P ECCIÓN DE BRAS DE SIQUIATRÍA SICOLOGÍA SICOANÁLISIS EL ENIGMA DEL MAL 3 LUIS SEGUÍ EL ENIGMA DEL MAL Prólogo José María Álvarez 4 Primera edición, 2016 Primera edición electrónica, 2017 © 2016, Luis Seguí © 2016, del prólogo, José María Álvarez D. R. © (2017) Fondo de Cultura Económica de España, S.L. Vía de los Poblados, 17, 4.º-15; 28033 Madrid, España D. R. © 2017, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México Comentarios: [email protected] Tel. (55) 5227-4672 Diseño de cubierta: Composiciones Rali Maquetación: Diseño Nómada Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor. ISBN 978-607-16-5183-9 (mobi) Hecho en México - Made in Mexico 5 Índice Prólogo. La luz del mal, por José María Álvarez PRIMERA PARTE. MIRADAS 1. La pregunta sobre el mal 2. La maldad de Dios 3. La política del miedo y los cruzados del bien 4. En el altar del maligno 5. El eclipse de la razón 6. Sobre la ubicuidad del mal SEGUNDA PARTE. MALVADOS /MALVADAS 1. Crimen y locura 2. La niña que estaba de más 3. Folie à deux, o delirio a dos 4. Crimen perverso y goce pulsional 5. Landru, el asesino en serie aplastado por lo real 6. Esa costumbre de matar 7. Acabar con el mal: una utopía libertaria 6 A Pilar, cuya bondad alienta la esperanza 7 PRÓLOGO LA LUZ DEL MAL 1. El mal en la condición humana Da gusto leer libros que a uno le interesan. Cuando se da el caso de que estos libros están escritos de forma sencilla, elegante y precisa, el placer se multiplica. Satisfacciones de esta índole son escasas hoy en día, lamentablemente. En el género en que se acomoda esta obra, el ensayo, se publica demasiado. Los anaqueles de las librerías están atestados de obras que no merecen el papel que les da cuerpo. Apenas separados por centímetros conviven durante algún tiempo volúmenes de calidad muy desigual. Ensayos originales, hábilmente enlazados y repletos de agudos argumentos, cohabitan con otros más ásperos e insustanciales que no pasan de meros resúmenes, de transcripciones de conferencias o anotaciones atropelladas sobre lo que tal autor dijo sobre cierto tema. El enigma del mal, de Luis Seguí, se cuenta entre los selectos y distinguidos, de ahí que invite a su disfrute. Por eso, a quien oficia de prologuista le da un no sé qué escribir sobre él y teme desovillarlo y atenuar su luminosidad. Esta obra se ocupa del mal y de la condición humana, en concreto del mal que nos constituye y con el que convivimos, el mal que refleja nuestra ruindad y bajeza. Esa es la impresión que le queda a uno después de leerlo y ver desfilar por sus páginas a algunos de nuestros congéneres, protagonistas de lances de los que revuelven las tripas. Quizá no haya que ir tan lejos ni aludir a esos monstruos morales, a los malvados que dan repelús y causan escalofríos. Porque el mal no solo está fuera, en los otros, sino dentro, en cada uno de nosotros. El mal no es una abstracción. De él se podría decir también aquello que señalaba Foucault con respecto al poder, cuando destacaba que transita transversalmente y no está quieto en los individuos. Además, como enfatiza Luis Seguí al inicio del epígrafe V del capítulo dedicado a la maldad de Dios, el mal es polimorfo y posee el don de la ubicuidad. Humillación, sangre, tortura, desprecio, asesinato, barbarie, genocidio, sea cual sea la expresión que adquiera, el mal y la posibilidad de que se encarne en ciertos sujetos es, como afirma el autor, «inherente a la condición humana». El 8 mal huele a carne quemada, al terror que exhala la víctima, a la desolación que ni siquiera la muerte borrará. La presencia de la maldad en la condición humana está fuera de toda duda. De no ser así, la civilización y las leyes estarían de más. Precisamente porque la voluntad desfallece cuando se trata de contener y dominar las pulsiones, se hace necesaria la ley como límite al goce y al poderío de lo real, una ley que asegure cierta convivencia social. A menudo tiene uno la impresión de que la historia es una crónica de humillaciones, crímenes y guerras, una sucesión de acontecimientos donde prevalece el egoísmo, la cosificación del otro y la búsqueda de satisfacción propia sin tener en cuenta las consecuencias. Sórdida e impertérrita, esa sombra cubre los mitos fundacionales de nuestra cultura, como leemos en la sangrienta Teogonia de Hesíodo. Pero se realza también en manifestaciones de apariencia banal, como las estudiadas por Hannah Arendt a propósito del abnegado criminal nazi Adolf Eichmann. En el fondo, todos compartimos algo de esa esencia siniestra que Stevenson plasmó en El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Incluso personas de una talla intelectual deslumbrante se deslizan por la pendiente de la iniquidad, como es el conocido caso de Heidegger, de quien su alumno Gadamer, como anotó G. Steiner (La barbarie de la ignorancia), dijo un día: «Martin Heidegger fue el más grande de los pensadores y el más pequeño de los hombres». Bien sea por lo que vemos en nosotros, en los otros o en la historia, uno está tentado a afirmar el carácter ontológico del mal. En los tiempos que corren, con razón escribe Safranski (El mal o el drama de la libertad) que no hace falta recurrir al diablo para entender el mal. Lo cierto es que esa referencia sigue vigente y contrasta con la desarrollada por Freud en sus escritos sobre este particular, en especial en El malestar en la cultura (1930). Con los argumentos más enérgicos y mejor enlazados, Freud desarrolló en ella la idea de la maldad esencial del hombre. Proveniente de un odio primordial, la tendencia del hombre al mal, a la agresión, la crueldad y la destrucción, incide tanto en el funcionamiento personal como social y es la impulsora de múltiples desastres. A sus ojos, la misericordia, la mansedumbre y la amabilidad atribuidas al hombre son pura engañifa. Al menos una parte importante de la agresividad, achacada a la «dotación pulsional», se manifiesta en la relación con los semejantes. Al respecto, las palabras que dejara escritas en la obra mencionada desvanecen cualquier ilusión de bondad: «[...] el prójimo no es solamente un 9 posible auxiliar y objeto sexual, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo sin resarcirlo, usarlo sexualmente sin su consentimiento, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, infligirle dolores, martirizarlo y asesinarlo. “Homo homini lupus”: ¿quién, en vista de las experiencias de la vida y de la historia, osaría poner en entredicho tal apotegma?». Queda claro que, en lo tocante a esta cuestión, Freud no se contaba entre los crédulos de la probidad humana. Menos aún si se tiene en cuenta que, para él, la disminución del componente pulsional promovida por la civilización acrecienta la infelicidad, de tal manera que el precio del progreso se paga con un déficit de felicidad. A través de otra ruta interpretativa a la seguida por Freud, la pseudociencia médico-psicológica ha vinculado el mal al error, la anormalidad y la enfermedad. Al mismo tiempo que se agrandaba la ideología de las enfermedades mentales a lo largo del siglo XIX, las relaciones entre la locura y la maldad comenzaron a concebirse como causa y consecuencia. A buen seguro que alguien que mata despiadadamente o que delinque sin el menor miramiento está trastornado o tiene alguna enfermedad que le empuja a ello. Admitir sin más justificaciones que el mal -el kakon o la maldad interior- constituye un ingrediente sustancial de nuestra esencia, es algo que echaba para atrás a los estudiosos de la psicopatología. Según ellos, algún poder oculto, ya no demoniaco sino enfermizo, actúa en el malvado a modo de «impulso irresistible». Con este tipo de explicaciones, presentes en la antigua teoría esquiroliana de las monomanías o en la del criminal nato de Lombroso, se reforzaba la oposición entre lo normal y lo patológico, de manera que los malos eran los otros y el cerebro o la herencia constituían los principales causantes de la anormalidad. La asociación de la locura con la maldad y la peligrosidad fue una constante en el período clásico de la psicopatología. Las palabras de Trélat (La locura lúcida, 1861) expresan sin remilgos esta asimilación: «Es en ese ámbito [de la vida íntima] donde son más dañinos, más peligrosos, por lo que las personas que sufren su presencia no encuentran, durante mucho tiempo, ninguna simpatía, ningún punto de apoyo fuera». Este planteamiento domina el panorama psicopatológico actual, salvo que hoy en día, echando mano de una retórica cientificista hueca, se habla de trastorno del control de impulsos, psicopatía, sociopatía, esquizofrenia, etc. 10

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