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El cuerpo nunca olvida: Trabajo, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980) PDF

404 Pages·2022·10.927 MB·Spanish
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El cuerpo nunca olvida Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980) ABEL SIERRA MADERO Exergo [...] hombre nuevo de Cuba, Abroquelado entre la propaganda y los cerrojos. Triste de interrogantes, de sonrisas y miedos, Con una sola ventana para mirar el mundo. Ángel Cuadra Manos esclavas en el nombre de la patria y sus sagrados principios Reinaldo Arenas No hay poder político sin el control del archivo, si no de la memoria. La democratización efectiva siempre se puede medir con este criterio esencial: la participación y el acceso al archivo, su constitución y su interpretación. Jacques Derrida Introducción «Vamos saltando de los vagones mientras nos cuentan. De los rieles del tren a la entrada del campo nos separa un tramo. Caen algunas gotas. Trato de saltar entre los charcos y el fango. Los otros están saltando todavía cuando estoy casi a la entrada. El tren ha echado a andar. Una tela blanca con letras rojas y algunas manchas de lluvia anuncia: "El trabajo os hará hombres. Lenin”». Así describe José Mario Rodríguez su ingreso a los campos de trabajo forzado en Cuba, conocidos como Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), a fines de noviembre de 1965. Las instalaciones le recordaron el poema de Salvatore Quasimodo sobre el campo de exterminio de Auschwitz y el cartel del pórtico con el que recibían a los nuevos confinados: «El trabajo os hará libres». «El juego entre las palabras libres y hombres», agregó el escritor cubano, «se confundió en mi mente». José Mario Rodríguez había sido el director de Ediciones El Puente, un proyecto cultural independiente que fue desmantelado por el Departamento de Seguridad del Estado cubano a mediados de 1965. Antes de ser enviado a las UMAP. era vigilado constantemente y fue arrestado decenas de veces. La última, asegura, fue un amanecer en el que lo sacaron de su casa a punta de pistola y lo llevaron a una estación de policía donde lo esperaba una orden de ingreso en la prisión de La Cabaña, en la que estuvo nueve meses. Las UMAP han sido una suerte de punto ciego en la historiografía sobre la Revolución cubana y en los estudios de memoria. Usualmente, aparecen diluidas en referencias o Notas al pie de textos que intentan explicar la homofobia estatal, sin hacer un análisis extenso y profundo de la historia, el diseño y el impacto de estos infames campos en la subjetividad y la experiencia de vida de los confinados. Muy poco se ha escrito sobre el tema. El texto más conocido es La UMAP. El gulag castrista (2004) del historiador autodidacta Enrique Ros. El libro utiliza valiosos documentos, imágenes y fuentes orales, pero muchas veces opera con nociones preestablecidas y no sobre la base del rigor historiográñco. Otro de los que ha estudiado esta institución con un poco más de profundidad es Joseph Tahbaz, cuando aún era un estudiante de Historia en Dartmouth College. En 2013, publicó en el Delaware Review of Latin American Studies «Demystifying las UMAP: The Politics of Sugar, Gender, and Religión in 1960S Cuba», un artículo orientado a desmontar la tesis de que las UMAP fueron instituciones diseñadas para el control y reconversión de homosexuales. Es cierto, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción formaron parte de un sistema económico y policial más complejo dentro de un proyecto amplio de «ingeniería social», basado en la intervención sistemática en todos los niveles de la vida, en el control de la sexualidad y en una pedagogía que descansaba en los programas de rehabilitación política. Las UMAP se articularon sobre la base de un poder biopolítico y tenían, entre otros objetivos, la intención de someter y disciplinar a aquellos sujetos considerados como «indeseables» en el proyecto revolucionario, cuyo ideal era el hombre nuevo, es decir, el militante comunista. La sexualidad, la religión, el origen de clase, la moda, entre otros, se convirtieron en variables que el régimen cubano manejó en sus políticas de control. En 2016 hice un par de contribuciones al tema: «Academias para producir machos en Cuba» es un pequeño artículo que fue publicado por la revista Letras Libres, y «“El trabajo os hará hombres”: Masculinización nacional, trabajo forzado y control social en Cuba durante los años sesenta» apareció en Cuban Studies. Estos textos ensayaron algunas ideas que pasaron después a este libro. Al igual que sucedió en Europa con la difusión y circulación de las narrativas sobre el gulag soviético, muchos en el mundo no dieron crédito a las historias que se filtraban y difundían sobre los campos de trabajo forzado en Cuba a fines de la década de 1960. A pesar de las semejanzas, el número de testimonios, documentales y libros que existe sobre este tipo de experimentos en Europa del Este y Alemania supera por mucho el que hasta hoy se puede encontrar sobre el caso cubano. Generalmente, los historiadores e investigadores que estudian Cuba -ya sea dentro o fuera de la isla- han evitado indagar sobre las políticas estatales relacionadas con el trabajo forzado, la concentración y el aislamiento de miles de ciudadanos en granjas creadas durante los años sesenta y setenta. Además, han rechazado la utilización de estos términos como si no se ajustaran al análisis del socialismo en la Isla. Tomando en cuenta estos malentendidos, El cuerpo nunca olvida. Trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980) parte de la necesidad de llenar vacíos historiográficos sobre los objetivos, el diseño y el impacto de esos campos de trabajo forzado en la vida de los confinados y en el imaginario colectivo del país. Ahora bien, ¿qué elementos del campo de concentración pueden aplicarse a la estructura de esta institución? ¿Puede considerarse como una experiencia excepcional, aislada, o como parte de un sistema más complejo de control? ¿Qué fines tenía para la sociedad socialista la instalación de estos campos de trabajo forzado? ¿Cuáles fueron las tecnologías y dispositivos que utilizó el Estado para justificar su emplazamiento? ¿Cómo la izquierda internacional lidió con esta problemática? ¿Sobre qué bases y marcos ideológicos el Estado cubano ha tratado históricamente de borrar de la memoria colectiva la existencia e implementación de los campos de trabajo forzado? ¿Qué papel desempeña la historia de las UMAP en la política cubana contemporánea? La indagación que supone dar respuestas a todas estas preguntas está sujeta a varios retos; uno de ellos es el del acceso a la información, a las fuentes documentales, al archivo -espacio fundamental en cualquier proceso de reconstrucción histórica-. A diferencia de otros contextos, como los de Rusia, Bulgaria o España, por ejemplo, en los que los campos de trabajo forzado se han integrado a los lenguajes públicos y a las políticas de la memoria, en Cuba la historia de las UMAP ha estado rodeada de un manto de silencio. Esto se debe, en gran medida, a la imposibilidad de acceder a los archivos que están controlados totalmente por el Estado y sujetos a una política de secretismo muy poco transparente. Los gobiernos autoritarios establecen un férreo control sobre los archivos. Todavía en Rusia el acceso a la documentación sobre el gulag y los materiales acerca de la promulgación y aplicación del Artículo 121 - conocido como «estatuto o código antisodomita» de 1933 y 1934- está controlado. En tiempos de Boris Yeltsin, todos los archivos se abrieron por un corto período de tiempo y algunos investigadores tuvieron la posibilidad de consultarlos. Aún en la actualidad, están restringidos los del Ministerio del Interior (MVD), los de la policía y los del Servicio de Seguridad Estatal (FSB), la entidad que sustituyó a la KGB. Recientemente se supo que el gobierno de Vladimir Putin, en su intento por recuperar la figura de Stalin y construir otro tipo de memoria sobre el gulag y las purgas de la década de 1930, ha estado destruyendo en secreto las tarjetas de registro de los prisioneros de los campos que aún permanecen en poder de la policía y los oficiales de inteligencia. En 2018, Alexander Makevev, archivista del Museo de Historia del Gulag, reveló que en 2014 algunas agencias del Estado habían recibido una orden para proceder con la destrucción de los archivos de los prisioneros que para entonces habían cumplido ochenta años. El empeño de la era Putin replica la práctica de la era soviética de eliminar los expedientes de cada persona enviada al gulag. En Cuba, los archivos de más interés son los del Ministerio del Interior (MININT), especialmente los del Departamento de Seguridad del Estado, la entidad más turbia y temida en el país que ha estado encargada de garantizar, desde su fundación y hasta la actualidad, el gobierno policial. También conocido popularmente como Villa Marista -por tener su sede en el edificio que fuera propiedad de la Congregación de los Hermanos Maristas antes de 1959-, ese enclave almacena la información sobre las zonas más oscuras del poder en Cuba. El escritor Norberto Fuentes asegura que los muros de la institución están preparados con cargas de dinamita para que el archivo y las instalaciones no sobrevivan en caso de que se produzca un cambio de régimen: «Los nichos blandos donde eventualmente han de ser colocadas las cargas de explosivos que deben convertir en un inmenso cráter estas cuatro manzanas de edificaciones y un terreno de pelota y otro de campo y pista, son inspeccionados con regularidad para saber, con certeza, que ni un pedazo de papel del tamaño de un confeti pueda caer en manos enemigas». La eventual destrucción de Villa Marista o de los archivos de las UMAP no debe preocuparnos ni quitarnos el sueño. El archivo, como bien advierte Arlette Farge, no escribe páginas de Historia. Por otra parte, no debemos depositar muchas expectativas en los documentos sobre los campos de trabajo forzado, si es que aún existen. En esos legajos apenas encontraríamos, seguramente, información sobre las tecnologías y dispositivos que utilizó el Estado para gestionar el poder, quizás algunos detalles sobre el proceso de internamiento y clasificación de los confinados. Sin embargo, esa papelería no podrá dar cuenta de los maltratos, las arbitrariedades cometidas por los cancerberos y, mucho menos, de las secuelas traumáticas que dejaron en las víctimas. La reconstrucción de la historia de una institución de este tipo sin archivos oficiales es compleja. De ahí que este libro haya tenido que recurrir a otras fuentes como cartas, fotografías, narrativas de memoria de tipo autobiográfico, testimonial o ficcional, producidas por los que padecieron aquella experiencia. ¿Quiénes escribieron sobre las UMAP? A pesar de que muchos escritores y artistas fueron enviados allí, muy pocos se animaron a hablar sobre el asunto. Por alguna razón que desconozco, la mayoría de los relatos sobre este experimento fue escrita por religiosos. Los autores que decidieron dar testimonio tienen modos diferentes de relacionarse con ese pasado. Aquellos que lo han hecho desde Cuba asumen una ética de testigo muy distinta a la de quienes lo hicieron desde el exterior. Por su parte, los exiliados cubanos conciben sus relatos no solo como parte de un proyecto arqueológico de memoria, sino como un artefacto, una herramienta para pensar el presente político y un eventual proceso de administración de justicia. Los textos producidos en Cuba, en cambio, tienden a acomodar y a despolitizar la experiencia traumática; buscan que el pasado sea leído como Historia dentro de un relato evangelizador. Existen varios relatos sobre las UMAP: La mueca de la paloma negra (1987) de Jorge Ronet; Insider: My Hidden Life as a Revolutionary in Cuba (1988) de José Luis Llovio-Menéndez; UMAP: cuatro letras y un motivo, destruirnos (1993) de Nelson Noa; Tras cautiverio, libertad (1993) de Luis Bernal Lumpuy; Dios no entra en mi oficina. Luchando contra la amargura cuando somos víctimas de la injusticia (2003) de Alberto I. González Muñoz; UMAP: una muerte a plazos (2008) de José Caballero Blanco; y Agua de rosas (2012) de René Cabrera. En 2018, se publicó en Cuba el libro del reverendo Raimundo García Franco Llanuras de sombras. Diario de las UMAP. A este corpus narrativo también se suman Los unos, los otros... y el seibo (1971) de Beltrán de Quirós (seudónimo de Jorge Luis Romeu); «2279: ¿definitivamente?», «El stadium» y «El primer día» de José Mario Rodríguez; Arturo, la estrella más brillante (1984) de Reinaldo Arenas; la obra de teatro El loco juego de las locas (1995) de Héctor Santiago; y la novela Un ciervo herido (2003) de Félix Luis Viera, quien estuvo en las UMAP desde mediados de 1966, en un período en que la situación de los confinados había mejorado, en parte debido a las críticas y denuncias internacionales. Recientemente se publicó la novela Aislada isla (2016) de Pío Rafael Romero. Este libro, aunque está empaquetado dentro del género de novela de no ficción, tiene igualmente un alto componente autobiográfico y testimonial. La novela Arturo, la estrella más brillante de Reinaldo Arenas es quizás el texto que más atención ha recibido. Pero esto solo sucedió después de su muerte y de la publicación en 1992 de su autobiografía Antes que anochezca. A excepción de Arenas, que no estuvo en las UMAP, todos los autores a los que he mencionado pueden ser considerados testigos «auténticos» o testigos presenciales; es decir, escribieron los textos a partir de sus propias experiencias en los campos. Como explicaré más adelante, no uso este tipo de categorías ni jerarquizaciones absurdas y mecánicas en el análisis que propongo. El testigo es una noción amplia que puede constituirse a partir de transferencias. No es imperativo vivir un acontecimiento para ser considerado un testigo. La mayoría de las escrituras de memoria sobre las UMAP se empezó a producir muchos años después de su desmantelamiento y se publicaron fundamentalmente en Estados Unidos por sellos editoriales modestos y de poca circulación. Las más recientes, incluso, han formado parte de ese basurero editorial compuesto por factorías de autopublicación. Como se sabe, las editoriales son instituciones que conceden prestigio y credibilidad a los textos. Además, poseen redes de circulación y comercialización que potencian su alcance y recepción. Estas narrativas de memoria, aunque han democratizado los discursos públicos y literarios, también han sido silenciadas, desechadas y enviadas a una suerte de matadero -para utilizar el término de Franco Moretti. El cuerpo nunca olvida... tiene un enfoque transdisciplinar y transnacional. Se trata de poner en conversación el caso cubano con otras experiencias de trabajo forzado que se implementaron no solo en el campo socialista, sino también en otros lugares. Esta perspectiva comparativa está orientada también a conjugar la aproximación historiográfica con los estudios de memoria, trauma, historia oral y archivo. La conexión entre memoria y trauma puede ser muy productiva para analizar los modos en que los testigos dieron cuenta del confinamiento, de los abusos y de las torturas. Sin embargo, no entiendo el trauma como una identidad fijada, sino como un lenguaje que también genera silencios. En este sentido, tomo distancia de la jerga médica y psicológica con la que muchos de los estudios de memoria se han aproximado al describir la experiencia traumática. Este encuadre termina casi siempre por diluir nociones como la de justicia dentro de un lenguaje terapéutico y sanador que ha traído, entre otras consecuencias, la victimización excesiva, la pérdida de agencia y la despolitización de los relatos. Por lo tanto, las narrativas de memoria van a ser entendidas aquí como un acto, una performance resultado de una agencia colectiva. Esta aproximación toma en cuenta los modos creativos en que puede operar la memoria en los procesos de reconstrucción de la experiencia. Uno de los estudiosos que ha contribuido a estas discusiones a través de sus proyectos de Historia Oral es Alessandro Portelli, quien entiende la memoria como una especie de documento histórico o como Historia en sí misma. El historiador reconoce que la memoria «manipula» detalles factuales y secuencias cronológicas. A tales gestos los llama «errores creativos», y los ve como formas culturales de procesamiento de la experiencia y de articulación de subjetividades que se posi- cionan de un modo diferente ante el hecho histórico. Estas decisiones, agrega, no atenían contra la legitimidad ni la credibilidad del testimonio, sino que sirven para entender las negociaciones en las que se involucra el testigo para que su relato sea «representativo» de una comunidad determinada. La memoria no opera en el vacío, sino que se articula a partir de una relación continua y tensa con otras narrativas que reclaman también legitimidad y credibilidad.

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