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El Creyente Ante La Critica Contemporanea PDF

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André Dartigues . el creyente ante la crítica contemporánea f % • marova ANDRE DARTIGUES El CREYENTE nació en Berdoues (Gers), en 1934. ante la crítica Licenciado en Teología contemporánea y en Filosofía y Letras, diplomado en la Escuela Superior de estudios filosóficos, sacerdote, fue profesor en el Seminario Mayor de Auch y capellán de la Iglesia universitaria y de los Equipos de Enseñantes de la diócesis. Desde 1969 enseña historia de filosofía moderna y contemporánea en el Instituto Católico de Toulouse. A través de sus trabajos y sus cursos demuestra gran interés por el pensamiento alemán del siglo XIX y XX, así como por las cuestiones que le plantean a la teología las corrientes filosóficas contemporáneas. El CREYENTE ante la crítica creer contemporánea comprender André Dartigues colección dirigida por Antonio Cañizares Luis Maldonado Juan Martín Velasco Ediciones Marova, S. L. E. Jardiel Poncela, 4, Madrid-16 PREFACIO Cubierta diseñada por José Ramón Ballesteros. Traducción realizada por Felipe Martín. Con las debidas licencias. Depósito legal: M. 30251.—1981. ISBN 84-269-0434-3. © EDITIONS DU CENTURIÓN, 1975 EDICIONES MAROVA, S. L., E. Jardiel Poncela, 4, Madrid-16 (España), 1981. Reservados todos los derechos. Printed in Spain. Impreso en España por Gráficas Halar, S. L, Abdón Terradas, 4, Madrid-15, 1981 (11-81). Las reflexiones que siguen no pretenden en forma alguna ofrecer una exposición sistemática sobre la naturaleza y el con tenido de la fe cristiana. Dicho contenido se da aquí por supuesto y aunque es necesario reelaborarlo y profundizarlo sin cesar, otros trabajos se encargan de hacerlo con la suficiente amplitud. Lo que nosotros nos proponemos abordar es una cuestión a la que todo creyente es hoy especialmente sensible y desde la que intenta replantearse su fe; es ésta: ¿Bajo qué condiciones es posible la fe cristiana hoy? Entre dichas condiciones, hay unas que afectan a la natura leza misma del acto de fe, no son específicas de una época cul tural concreta: son las condiciones que hacen relación directa a aquella disponibilidad de la inteligencia y del corazón sin la que es difícil que la Palabra pueda penetrar, siendo entregada a los pájaros, como aquel grano de semilla que cayó sobre el camino de la parábola evangélica. Otras, sin embargo, son propias de una época determinada, guardan relación con un contexto cul tural y social: son éstas las que van a acaparar nuestra atención. Indudablemente estas condiciones en cuanto tales varían de un país a otro y sobre todo de un continente a otro: lo que puede ser válido aplicado a España no tiene por qué serlo igualmente para la China o la India. Queda fuera de nuestro objetivo, por tanto, el querer abarcarlas todas. Somos conscientes, pues, de las limitaciones tanto espaciales como temporales de las «contesta ciones» de la fe que vamos a intentar analizar. Por otra parte, el contexto temporal y espacial que a nos otros nos ha tocado vivir es un contexto muy concreto. La di ficultad de creer adquiere dentro de él un tinte particular, te- 9 niendo en cuenta cómo es la sociedad a la que pertenecemos y y discurre en la actualidad. De ahí que no nos quede más recurso cómo ha evolucionado el pensamiento que la sustenta tal como que observar hacia dónde desemboca esa brecha abierta y pre queda reflejado en su antropología o en su filosofía. A este res guntarnos si ha conseguido socavar la fe hasta su derrumbamiento. pecto creemos vislumbrar una fuerte crisis de la afirmación, no A veces este tipo de problemática irrita a algunos creyentes de cualquier afirmación, sino de una afirmación fundamental que que confiesan estar ya hartos de esas «puestas en cuestión» que podíamos denominar «metafísica», ya que su terreno es el Ab otros creyentes aceptan demasiado alegremente y a la ligera, sin soluto. ¿No existe ya el Absoluto? ¿Ha quedado más bien des pensar o caer en la cuenta que son fenómenos de un espacio plazado? A este propósito nos ha asaltado con una claridad un geográfico y de una situación determinada. Nunca, sin embargo, poco confusa y teñida de pesimismo la idea de la muerte, bien se ha dicho que la fe sea algo cómodo, que no suponga, una vez sea de la «muerte de Dios» o de la muerte «del hombre», como recibida, una trabajosa tarea para el pensamiento y la razón. La se prefiera, ya que constituyen el trasfondo o el contrapunto tarea que hoy se le impone al creyente que reflexiona no es necesario de todas las afirmaciones esenciales en torno a las cua exactamente la misma de ayer, ni evidentemente la misma del les se ha edificado nuestra cultura occidental y el pozo de donde futuro. Es la suya, la de su época; basta con que la asuma con la fe ha sacado sus formulaciones. Ni que decir tiene que este ánimo y confianza. resurgimiento de la idea de la muerte de Dios no pone en la picota «una fe específica y particular»—la época del anticristia nismo es ya una época pasada—sino más bien la misma idea de «creer» en general, incluso aquellas que fueron propuestas como sucedáneas de un cristianismo fallecido. Tal vez se tenga la impresión de que con estas nuevas co rrientes de pensamiento no hemos recorrido el camino que con venía: bien porque parezca excesivamente corto, habiéndonos li mitado solamente a sobrevolarlo sin dar una idea suficiente y adecuada de la riqueza de sus análisis; o bien porque resulte a otros excesivamente largo, haciendo perder el tiempo a una fe cristiana que lo único que requiere es que se la reafirme sin más. La dificultad está en que ése pensamiento moderno, crítico o analítico, no se sitúa como en otro tiempo en la sintonía de las afirmaciones de fe. En la antigua apologética tanto la fe como su negación sintonizaban, se situaban una frente a la otra (como puede verse, por ejemplo, en el siglo XVIII con la confrontación entre «los diccionarios» filosóficos de los enciclopedistas y los «anti-diccionarios» de los defensores del cristianismo). La discu sión sobre las verdades de la fe tenía desde el punto de vista del «sujeto» una común longitud de onda, tanto para los ata cantes como para los defensores de la fe. El pensamiento crítico actual, sin embargo, ha abierto una brecha profunda, en cuyas raíces se encuentre tal vez ciertos vestigios del lenguaje de la fe, pero con el que no tiene nada que ver, tal como se desarrolla 10 I EN BUSCA DE UN ESPACIO DE CREDIBILIDAD Nuestro tiempo está bajo el signo de la «huida de los dioses», según aquel conocido himno de Holderlin: «Cuando todo se acabe, cuando la luz se apague, el sacerdote será el primero que caiga, pero su templo, la iconografía y el rito le seguirán, fieles, al país de las Sombras, y ningún resplandor subsistirá. Como el humo dorado que sube de las antorchas funerarias, una leyenda sobrevivirá y cubrirá de nubarrones nuestros espíritus dubitan- tes» 1. Desaparición de la luz y permanencia de la leyenda. Una ojeada a ía fe cristiana de hoy puede darnos ía impresión de que en muchos sectores lo que en otro tiempo sirvió para iluminar la vida ha quedado reducido actualmente a un puro y piadoso souvenir. Evidentemente se seguirá hojeando con respeto los libros de viejas estampas, como belleza conservada y como sello vetusto de nuestra cultura y nuestra historia, pero en plan «retro», como algo perteneciente al pasado, como esas historias bellas que son las leyendas. Es más, tanto más bellas serán cuanto menos útiles y verda deras sean. Lo mismo que esos viejos instrumentos agrarios col gados como inservibles o esos venerables documentos protegi dos tras las vitrinas de los museos. ¿Se leerán un día los Evan gelios—porque se seguirán leyendo—como se lee actualmente a Homero? De todo aquello que se tuvo como verdadero durante una cierta época ¿no se conservará más que la «fumata dorada» por no ser más que un momento transitorio dentro de la historia de la conciencia humana? Se podría incluso decir que mientras fuese contestado, mientras provocase persecuciones del signo que 1 HOLDERLIN, Germania. 15 fuesen, el cristianismo estaba vigente, aunque fuese signo de meramente memorística? Si así formuladas resultan un poco contradicción. Pero si lo único que se conserva de él es su pa abstractas estas cuestiones, vamos a intentar precisarlas y formu siva belleza y si lo único que provoca es nostalgia, entonces es larlas de otra forma. que su hora ha pasado, que ha comenzado otra época en la que Notamos en primer lugar que no es suficiente con la mera ya nadie puede temer nada de él. Hoy nos quedamos maravillados formulación de los enunciados de la fe, tal como se expresan ante las estatuas del Zeus olímpico, pero nos reímos de su ra^o. por\ ejemplo en un Credo, para que se dé realmente fe, es decir, No se puede, pues, eludir la cuestión de saber si el cristianismo para que el espíritu se adhiera a dichos enunciados y los haga y la fe que le define son verdaderos también para el futuro y propios. Muchos no creyentes leen y releen los textos en los para siempre o si solamente es válido para una época, una época que se expresa y refleja el cristianismo—la Biblia, por ejemplo— que comenzó con el apogeo del Imperio romano y que acabó y no se sienten identificados con ellos. Pueden mostrarse inte alrededor del año 2000. Asistiríamos en este caso a las últimas resados, emocionarse incluso con ellos, sin que por ello dejen irradiaciones de un día que no volverá. de considerarlos como documentos puramente humanos. Piénsese Esta cuestión fue evocada por Marx a propósito del arte y en la forma en que Montherlant supo hacer vibrar ciertas fibras la época griega, pero no hay duda de que el cristianismo era del más puro espíritu cristiano sin sentirse en absoluto personal para él también un fenómeno del mismo tipo. «Un hombre no mente identificado con ellas. El hecho, pues, de que se pueda puede hacerse niño sin hacerse al mismo tiempo pueril, Pero uno ocupar del contenido de la fe sin sentirse creyente establece ¿no goza con la ingenuidad del niño? ¿Y no debe esforzarse una cierta distancia entre la expresión y la adhesión que conviene por reproducir su verdad y autenticidad, aunque a un nivel más analizar. Sería de mal gusto medir dicha distancia en términos elevado?... ¿Por qué motivo la irreversibilidad de aquella infan exclusivamente morales, convirtiendo al no creyente en un ser cia histórica de la humanidad, en todo su bello esplendor, no culpable, pues en ese caso el masivo incremento de la increencia, va a seguir ejerciendo una atracción eterna?... Los griegos fue convertido en un fenómeno de civilización3, nos obligaría a ron ciertamente unos niños; el encanto que seguimos encon tachar de esa forma a mucha gente. Por otra parte, desde el trando en sus obras de arte no tiene por qué quedar contrariado punto de vista del creyente dicha distancia es percibida y vivida u oscurecido por el hecho de que fuese una etapa de la huma con cierto embarazo o incomodidad al tener que dar cuenta del nidad ya superada y caduca. Precisamente eso es lo que refleja contenido exacto de su fe: al ser ésta siempre la fe de la Igle su arte; el resultado inseparable de aquella ideología y de aquel sia y al comportar siempre una serie de proposiciones que es estado de inmadurez social en que surgió y que ya indudable preciso afirmar sin rodeos, el creyente se siente más de una vez mente no volverá a darse» 2. en aprietos hasta el punto de silenciar aquellas verdades más Transferidas del helenismo al cristianismo estas observaciones chocantes con los tiempos que vivimos. Una encuesta relativa de Marx dan pie a las siguientes cuestiones: Las condiciones de mente reciente puso en evidencia que un punto tan capital para posibilidad de la fe cristiana ¿no son en el fondo unas condi el cristianismo como la resurrección se había convertido para un ciones puramente hístórico-sociales que, una vez superadas, hacen gran número de católicos en un punto dudoso4. Si denomina- que en adelante la fe cristiana sea inadmisible por caduca? Y si a pesar de todo, la fe subsiste, ¿cuál es subsuelo en el que se s Cf. a este respecto Georges MOREL, Problémes actuáis de religión, enraiza? ¿Cómo puede a la vez nacer en la historia y hundir París, Aubier-Montaigne, 1968. Dios: ¿Alienación o problema del hombre?, sus raíces más allá de la historia, de suerte que no se confunda Madrid, Marova, 1970. con las formas perecederas de esta última cuya subsistencia es 4 Sondeo aparecido en la revista Le Pélerin du XX siécle del 28 de oc tubre de 1973: «Entre los católicos practicantes, el 13 por 100 piensa que no hay nada después de la muerte, el 31 por 100 cree que habrá algo 2 K. MARX, Introducción a la Crítica de la economía política. y el 49 por t00 (uno de cada dos) afirma la existencia de una vida nueva. Entre los católicos no-practicantes—cuyo número es muy elevado en Fran- 16 17 mos «espacio de credibilidad» a ese campo móvil que separa al creemos, el objeto de nuestra búsqueda, sin embargóles el mis sujeto creyente de los enunciados a los que debe prestar adhesión, mo, único» 6. la pregunta que nos hacemos es ésta: ¿Qué ha ocurrido en \ La actualización de esa formulación estaría, como observa dicho espacio desde hace unos cien años para acá para que lio Hj Bouillard, en la búsqueda de un criterio de credibilidad ba creíble devenga increíble? ¿Estará el hombre en vías de cambiar sado justamente en su carácter de comunicabilidad. «Una de las de espacio y de medio, como aquellos anfibios que salieron/del características de la situación religiosa de nuestro tiempo, debido agua para inaugurar la aventura terrestre, siendo el ateo / del a U presencia masiva del ateísmo y al ineludible encuentro de siglo xx el mutante de la nueva especie? Así expresada, la pre las religiones no cristianas, está en que el pensamiento cristiano gunta es un eco de aquella proclama de F. Nietzsche: «El más no puede desplegarse ya sin entrecruzarse con las convicciones grande de los últimos acontecimientos—a saber: que Dios ha y razones que se le oponen» 7. San Anselmo no indica que ese muerto y que la fe en el Dios cristiano se ha hecho increíble— entrecruzarse sea una especie de reflejo de autodefensa, revestido comienza ya a extender sus primeras sombras sobre Europa» 5. con las típicas radicalizaciones apologéticas, sino más bien como una búsqueda común en la que cristianos y no cristianos, cre yentes y no creyentes, podrían comunicarse. El espacio de credi bilidad se convertiría, pues, en un espacio de comunicabilidad, LA FE Y LA ANTIGUA CONFIGURACIÓN CULTURAL en el que se inscribiría tanto la postura fiduciaria del creyente como la del no creyente, pero sin que supusiese merma alguna Determinar en qué sentido ha podido modificarse el espacio en la posibilidad y libertad del creyente para asegurar y confir de credibilidad presupone que se haya previamente delimitado mar su propia fe, con toda la riqueza de una mayor comprensión y precisado su antigua configuración. Esa delimitación había que de fe que de ahí resultaría. dado ya trazada por San Anselmo en su célebre programa sobre Respecto a la configuración de dicho espacio, ni que decir la inteligencia de la fe (intellectus fidei). No se trata efectiva tiene que ha variado mucho a lo largo de los siglos, de acuerdo mente de llegar a la fe partiendo de una argumentación, como con las diversas conexiones que la fe ha mantenido con las di si los enunciados de fe fuesen demostrables; la fe es un don y versas culturas ambientales. Sería, pues, una ingenuidad verlo don previo sin el que no es posible una comprensión auténtica como algo uniforme: toda evolución cultural, al modificar el de lo que dicha fe afirma: no se trata de «comprender para campo de la razón, modifica de rechazo la misma forma de inte creer», sino de «creer para comprender». Aunque ese «compren ligibilidad de la fe. Piénsese, por ejemplo, en la gran revolución der» es siempre algo intrínseco de la fe y no puede jamás pro que se produjo en el siglo xin en las universidades de la cris ducirse sin ella, no es menos cierto que exige también una tiandad con el redescubrimiento de Aristóteles y de la que surgió credibilidad plausible de esa misma fe, un sentido que San An la poderosa síntesis tomista. Que incluso en épocas de fe pro selmo denominó vatio fidei y que sería perceptible tanto desde funda, ésta no pueda permanecer como algo pasivamente recibido el exterior cpmo desde el interior. Dicho sentido podría, pues, sino que exija una perpetua confrontación con la razón, queda constituir el terreno en el que podrían encontrarse cristianos y testimoniado por aquel dialéctico excepcional que fue Abelardo: no-cristianos: «Aun cuando estos últimos buscan la ratio preci «Está claro que mientras los hombres son niños pequeños, que samente porque no creen y nosotros, por el contrario, porque no han alcanzado la edad de la discreción, siguen siempre las creencias y los hábitos Se vida de las personas con las que con- cía—el 8 por 100 cree en una vida nueva, el 31 por 100 en la existencia de 'algo' y el 48 por 100 (uno también de cada dos) estiman que no 6 Cur Deus homo, I, 3. existe nada después de la muerte.» 7 H. BOUILLARD, Comprendre ce que l'on croit, París, 1971, Aubier Mon 5 El Gay saber, Narcea, S. A. de Ediciones, Madrid, pág. 347. taigne, pág. 29. 18 19

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