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El caminante y su sombra PDF

193 Pages·1999·3.043 MB·Spanish
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EL CAl\fINANTE Y SU SOMBRA FRIEDRICH NIETZSCHE lntroducci ón: ENRIQUE LóPEZ CASTELLÓN Traducción: LUIS ÜÍAZ MARÍN EDIMAT LIBROS Ediciones y Distribuciones Mateos CallPer imave3r5a , PolígonIon dustriMaall vEalr 28500 Arganddae lR ey MADRID -ESPAÑA CopyrighEtD©I MATL IBROSS,. A . Reservatdoodso lso dse rechEolsc .o ntendiede os toab reas tpár otegpiodrol aL eyq,u e establpeecnea dse p risiyó/nom ultaasd,e mádse l acso rrespondiienndteemsn izaciones pord añoys p erjuicpiaorsqa,u ienreesp rodujpelraegni, adriesnt,1 ibuoy ceormeunn icaren públicameenntt eo,d oo e np artuen,a o brlai teraarritaí,s ot icciae ntífoi scuta r,a nsfor­ macióni,n terpretoa ceijóenc uciaórnt ístfiicjaa edna cualquiteirp doe soportoe comunicaad tar avdéesc ualqumieedri os,i nl ap receptaiuvtao rizapcoiróe ns cridteol propietdaerlci oop yright. ISBN:8 4-8403-447-X Depósilteog aMl-:5 843-1999 AutorF:r iedrNiiceht zsche IntroduccEinórni:q uLeó pezC astellón TraducciLóuni:Ds í azM arín Diseñdoe c ubierJtuaa:n M anueDlo mínguez Impreseon :B ROSMAC EDMCSel.CS Elc aminanet y sus ombra IMPRESO EN ESPAÑA- PRINTED IN SPAIN SOLILOQUIOS DE UN FILÓSOFO ERRANTE Por Enrique LÓPEZ CASTELLÓN I El 11 de septiembre de 1879 Nietzsche se encontra­ ba en Saint Moritz. Desde allí envió la mayor parte de El caminante y su sombra a Peter Gast, el joven músi­ co y fiel colaborador de nuestro autor, que había acudi­ do a Venecia buscando inspiración para sus composi­ ciones. La carta que le dirige dándole cuenta de su envío constituye un testimonio inapreciable de la situación psi­ cológica en que se halla Nietzsche: «Cuando lea usted estas líneas -le dice-, estará ya en sus manos el manuscrito. Él por sí mismo le hará a usted el ruego: yo no tengo el valor para ello. Sin em­ bargo, usted compartirá unos momentos de la dicha que siento al pensar en mi obra ahora terminada.» Nietzsche ha puesto en manos de Gast un manuscri­ to casi ilegible: es todo lo que le permite su vista extra­ ordinariamente deteriorada que le impide resistir la luz brillante y le obliga a acercar de un modo desmesurado la cabeza al papel. Aquellos garabatos casi ilegibles no pueden ser enviados a la imprenta, y el filosofo, no sin cierta timidez, solicita del músico que le copie el ma­ nuscrito con su hermosa y clara caligrafía. En compen­ sación por el esfuerzo le hace estas sinceras confesio­ nes: «Estoy llegando al final de los treinta y cinco años, 5 "la mitad de la vida", se decía hace ya milenio y medio. A esa edad perfiló Dante sus visiones, según recuerda en el primer verso de su poema. Yo me encuentro aho­ ra a la mitad de la vida, pero tan "rodeado por la muer­ te", que ésta puede poner su mano sobre mí en cualquier momento. Dada la naturaleza de mi mal, tengo que con­ tar con una muerte repentina, víctima de un ataque, si bien yo preferiría cien veces, aun cuando fuese mucho más dolorosa, una agonía lenta y lúcida, durante la cual pudiera hablar con mis amigos. En este aspecto me sien­ to terriblemente envejecido, quizá también porque mi vida ya ha dado sus frutos. He alimentado la lámpara de aceite y no seré olvidado. En realidad ya he pasado la prueba de fuego de la vida: muchos tendrán que pasar­ la tras de mí. Los incesantes y dolorosos padecimientos no han doblegado hasta hoy mi ánimo, e incluso en oca­ siones me siento más alegre y benévolo que en toda mi vida pasada: ¿a qué atribuir este influjo reconfortante y saludable? A los hombres no, por supuesto, pues, con excepción de muy pocos, los demás, durante los últimos años, se han "escandalizado de mí" y no han vacilado en demostrármelo.» Pese a lo que aquí se dice, la muerte de Nietzsche no se produjo sino veintiún años más tarde. Durante una década el filósofo llevará una vida errante por Europa entre agudos e intermitentes malestares físicos en me­ dio de los cuáles producirá lo mejor de su obra. Al final de estos diez años, sufrirá en Turín el derrumbamiento definitivo que desemboc�r5 en ena existencia casi ve­ getativa, truncada por la muerte el 25 de agosto de 1900. Sí se encuentra, empero, Nietzsche en un momento cru­ cial de su vida. Sus crónicas dolencias le han llevado a presentar su renuncia a la cátedra de la Universidad de Basilea. Su libro de estos tiempos (Humano, demasia­ do humano) ha sido un fracaso editorial y una piedra de escándalo para sus pocos lectores. De hecho, ha supuesto la ruptura definitiva de su amistad con Wagner, al que 6 el autor situaba «en el crepúsculo del arte». Hasta Rohde manifestó su desacuerdo con una obra que descubría a un Nietzsche desconocido y al que rechazaba. Lo que más disgustó a Rohde fue que su amigo negase la res­ ponsabilidad del hombre por sus actos en un mundo ca­ rente de sentido en sí mismo: Nadie me hará creer jamás en una doctrina semejante: no puede haber nadie que crea en ella, ni siquiera tú. Ciertamente, como destaca lvo Frenzel, comentando Humano, demasiado humano, «sorprende ver emerger en un Nietzsche antin-acionalista una tendencia hacia un racionalismo escéptico. Al desmoronamiento del in-a­ cionalismo dionisíaco y a la negación de la trascenden­ cia metafísica sigue una invocación a la "libertad de la razón". "El hombre a solas consigo mismo" sólo tiene una vía de escape: la del peregrino que siempre se aleja un poco mas del desierto de la realidad; tan sólo ese via­ je sin fin garantiza la sinceridad en el mundo, y con ello la libertad.» Nietzsche se ha desprendido del sistema fi­ losófico-moral de Schopenhauer. La crítica racionalista de la Ilustración ha llegado a sus últimas consecuencias: aventar los fantasmas de la metafísica. La fascinación que Nietzsche sentía por el romanticismo in-acionalista de Wagner y por la metafísica nihilista de Schopenhauer se convierte ahora en la adopción de una actitud crítica, fría y dura que hace del autor un heredero directo de la filosofía de la Ilustración. Humano, demasiado humano es la crónica de la liberación de toda forma de trascen­ dentalismo. También es el test1monio autobiográfico de una nueva forma de vida: la del filósofo errante. Es el modo de existencia que va a llevar Nietzsche a partir de ahora hasta que su enfermedad le reduzca a la demen­ cia. El último aforismo de Humano, demasiado huma­ no expone con un lirismo que preludia el estilo de Así habló Zaratustra la actitud viajera del filósofo ante la vida: «El que quiere llegar en cierta medida a la liber­ tad de la razón no tiene derecho, durante cierto tiempo, 7 a sentirse sobre la tierra otra cosa que un viajero, y ni si­ quiera un viajero hacia un paraje determinado, pues no tiene ninguna dirección. Pero se propondrá observar y conservar los ojos abiertos para todo lo que pasa en el mundo; por eso no puede ligar fuertemente su corazón a nada particular: es preciso que haya siempre en él algo del viajero que encuentra su placer en el cambio y en el paisaje. Sin duda, este hombre pasará malas noches o se sentirá cansado y encontrará cerrada la puerta de la ciu­ dad que le pudiera ofrecer un reposo: quizá como en Oriente se extienda el desierto hasta esta puerta y se oiga rugir a las fieras lejos o cerca y el viento se encrespe para arrebatarle sus acémilas. Entonces es posible que la no­ che descienda para él como un segundo desierto sobre el desierto y su corazón se encuentra fatigado de viajar. Que se eleve entonces el alba para él, ardiente como una divinidad encolerizada; que se abra la ciudad; allí verá entonces quizá en los rostros de los habitantes más de­ sierto aún, suciedad, perfidia e inseguridad que ante las puertas, y el día será casi peor que la noche. Así le pue­ de suceder, a veces, al viajero; pero luego vienen, en compensación, las mañanas deliciosas de otras regiones y de otros días, en los que desde el despuntar del sol ve en la bruma de los montes los coros de las musas avan­ zar danzando a su encuentro; en que luego, cuando en el equilibrio espiritual de las mañanas se pasee bajo los árboles, verá caer de sus cimas y de sus frondas una llu­ via de cosas buenas y claras, las ofrendas de todos los espíritus libres que viven en la montaña, en el bosque y en la soledad, y que, como él, a su manera, unas veces gozosa y otras reflexiva, son viajeros y filósofos. Nacidos de los misterios de la mañana, piensan en qué es lo que puede dar al día, entre la décima y la duodécima cam­ panada, una faz tan pura, tan luminosa, tan radiante de claridad: es que buscan la filosofía de la mañana.» ¿Quién puede resistir semejante ascesis, que anuncia ya el deber de endurecerse impuesto por Zaratustra a sus 8 discípulos? Ser libre es estar solo, desprenderse de to­ dos y de todo, extrayendo así de uno mismo la luz de un futuro distante. Para ello se precisa, además, la presen­ cia de un paisaje que armonice con el alma del filósofo, que sea «SU doble». Nietzsche hallará ese paisaje en las cumbres boscosas de la Alta Engadina, adonde llega en el verano de 1879, una vez liberado definitivamente de sus obligaciones docentes. ¿Qué fortaleza de espíritu hay que suponer en Nietzsche cuando solo, fracasado y abatido por su em­ peorada enfermedad, se impone un modo de existencia y hasta una dieta alimenticia tratando de lograr el equi­ librio psicológico en medio de unas condiciones econó­ micas realmente modestas? El 24 de junio escribe a su hermana desde Saint Moritz: «Tengo la sensación de es­ tar en la tierra prometida. Un continuo octubre con sol y, por primera vez, sentimiento de alivio. Vivo completa­ mente sólo y corno en el cuarto, igual que en Basilea y también casi las mismas cosas, aunque no higos. No como casi ninguna carne, pero bebo, en cambio, mucha leche, lo cual me sienta bien. Voy a permanecer aquí largo tiem­ po, pero oculta cuidadosamente mi dirección, porque si no tendría que marcharme.» El autor dejará reflejado este sentimiento de comunión con la naturaleza en los afo­ rismos 295 y 338 de El caminante y su sombra. Sin embargo, Nietzsche no traslada a su nuevo libro el estado de ánimo en que se encuentra. Parece que no quiere dar satisfacción a sus enemigos, que desearían verle decaído y desamparado. Eso es lo que deja entre­ ver en la carta a Peter Gast a la que antes me refería. »Lea usted, mi querido amigo -le dice-, este ma­ nuscrito con detenimiento y pregúntese siempre si en él se encuentran rastros de sufrimiento y de depresión. Yo no lo creo, y esta fe es ya un síntoma de que en estas ideas tienen que albergarse energías, no desmayos ni desa­ lientos, que es lo que buscarán los que no me son afec­ tos.» Por otra parte, ¿cómo puede ser triste un libro que 9 implica una reacción contra el pesimismo de los indi­ gentes, de los fracasados, de los vencidos? En este sen­ tido, El caminante y su sombra pretende ser --en pala­ bras de su autor- una «doctrina de la salud», una «disciplina voluntaria». Nietzsche rechaza enérgicamente la actitud de quien expone sus dolores para suscitar com­ pasión. Su postura, por el contrario, queda claramente expresada en el aforismo 128: «Quien lleva al papel lo que "sufre" es un autor triste; pero se convierte en un autor serio cuando nos dice lo que "ha sufrido" y por qué en el presente le consuela la alegría.» La realización de semejante programa exige, sin duda, esfuerzo, un esfuerzo que a veces adquiere proporcio­ nes sobrehumanas. Por eso, cuando el diligente Peter Gast devuelve a Nietzsche su manuscrito copiado, co­ rregido e incluso con algunas notas sugiriéndole cam­ biar o reducir determinados párrafos, éste le escribe: «El manuscrito que usted recibió de Saint Moritz ha sido comprado tan duramente y tan caro, que quizá nadie que hubiera podido evitarlo lo hubiera escrito a este precio. Al leerlo, especialmente los párrafos más largos, me ho­ rrorizo a menudo con el terrible recuerdo. Todo, con ex­ cepción de algunas pocas líneas, ha sido pensado mien­ tras paseaba y esquematizado con lápiz en seis pequeños cuadernos; el pasarlo a limpio me ponía enfermo casi siempre. Unas veinte sucesiones de pensamientos, des­ graciadamente muy esenciales, he tenido que dejarlas escapar, porque no encontré tiempo bastante para extraer­ las de los ilegibles garabatos a lápiz, tal como ya me su­ cedió el verano pasado. Después pierdo de la memoria la concatenación de los pensamientos: y es que tengo que hurtar a un cerebro doliente, a esa "energía del ce­ rebro" de la que usted habla los minutos y los cuartos de hora. A veces siento que no podría volver a hacerlo. Leo su copia y me resulta extremadamente difícil compren­ derme a mí mismo, tan cansada está mi cabeza.» Y un mes después añade refiriéndose también a El caminan- 10

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