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El avance del saber PDF

222 Pages·1988·4.611 MB·Spanish
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Alianza Universidad Francis Bacon El avance del saber Introducción de Alberto Elena Traducción y notas de María Luisa Balseiro Alianza Editorial Título original: Tbe Advancemenl of Learning ~ de la introducción: Alberto Elena © de la traducción y las notas: María Luisa Balseiro © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1988 Calle Milán, 38, 28043 Madrid; teléf. 200 00 45 ISBN: 84-206-2565-5 Depósito legal: M. 39.107-1988 Compuesto en Fernández Ciudad, S. L. Impreso en Lav~l. Los Llanos, nave 6. Humanes (Madrid) Printed in Spain INDICE Introducción: Arquitectura de la fortuna y avance del saber: la obra del joven Bacon, por Alberto Elena ... . . . ... .. . 9 Libro primero de Francis Bacon sobre el avance y progreso del saber divino y humano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Libro segundo de Francis Bacon sobre el avance y progreso del sabor divino y humano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 4 Esquema de la obra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 226 7 Introducci6n ARQUITECTURA DE LA FORTUNA Y AVANCE DEL SABER: LA OBRA DEL JOVEN BACON «Sería insensato, y contradictorio en sí mismo, pen sar que es posible hacer lo que hasta ahora nunca se ha hecho ·por procedimientos que no sean totalmente nuevos.> Novum Organum, 1, 6. Por alguna extraña, aunque históricamente explicable, circunstan cia la obra filosófica de Francis Bacon, Lord Verulam y Vizconde de St. Albans, ha tendido a ser abusivamente identificada con su No vum Organum, olvidando -para empezar- que ésta no es sino una ae las seis partes de que debía constar su inconclusa lnstauratio mag na y que, por lo demás, corresponde a un determinado momento de su trayectoria intelectual y, aun dentro de su riqueza, está lejos pe agotar el pensamiento del autor. En efecto, así como Bacon ten derá cada vez más a partir de 1620 (fecha de la publicación del Novum Organum) a subrayar la importancia de la compilación de historias naturales en detrimento del desarrollo del método, del mismo modo cabría retrotraerse a períodos anteriores de su carrera y ·encontrar ·significativas variaciones con respecto al contenido de dicha obra. Hasta que Benjamín Farrington pusiera de relieve, hace ya algunas décadas~ la enorme importancia que los años 1603-1609 tuvieron para la evolución del pensamiento baconiano y la ineludibi liclad de su estudio si se desea obtener una imagen más ajustada 9 10 Alberto Elena del mismo, pocos habían prestado atención a los escritos compuestos en ese período y por lo general habían tendido a despacharlos como simples borradores del Novum Organum. Hoy en día, gracias a contribuciones más recientes y sofisticadas (particularmente las de Paolo Rossi y, en otro registro, Graham Rees),,la obra del joven Bacon ha pasado a ocupar en los análisis de lps historiadores el lugar que ciertamente merece y a suministrar, cada vez más, las claves para la comprensión de algunos de los más oscuros elementos del pensa- miento de Lord Verulam. · Hablar, en el caso de Bacon, de obra de juventud no es, sin em b~rgo, más que una cómoda etiqueta, puesto que los primeros textos filosóficos salidos de su pluma fueron escritos cuando rondaba ya los cuarenta años. La razón de ello es bien sencilla: Bacon fue emi nentemente un político que hubo de labrarse una carrera en la corte y dedicar a ella sus mejores esfuerzos hasta que, ya en los primeros años del siglo XVII y tras la subida al trono de Jacobo I, lograra mejorar sensiblemente su posición y disponer del tiempo, el dinero y --con algún que otro sobresalto-- la tranquilidad de ánimo necesa rios para entregarse al cultivo de la filosofía. En efecto, con casi un cuarto de siglo de vida parlamentaria a sus ·espaldas Bacon logró por fin en 1607 d nombramiento para un cargo importante: subfis cal de la Corona. Su ambición, sin embargo, no quedó en absoluto satisfecha con la obtención de dicho cargo; antes bien, pensaba que éste debía servirle únicamente como trampolín para alcanzar otros más importantes y, sobre todo, para poder llevar a cabo sus vastos planes de reforma del saber, con los que esperaba quedar para la posteridad. Bacon ciertamente se tomó muy en serio su idea del hom bre como faber fortunae (arquitecto de la fortuna) y, con criterio indisimuladamente pragmático, no tuvo inconveniente en . predicar. con el ejemplo. '·· ,s .u~ «Faber quisque fortunae suae» («Cada cual es artífice de propia fortuna•), la idea rectora de su ensayo sobre la· fortuna -tómada, según dice, de algún poeta clásico, que tal vez pudiera ser Apio Claudia-- reaparece asimismo en El avance del saber (II, xxiii, 13) y se revela fuera de toda duda como una contribución que Bacon tenía por originalísima. «Tema nuevo e inusitado», en sus propias palabras, esta arquitectura de la fortuna, rimbombante calificativo para el arte de desenvolverse en la vida, tiene a Maquia- ~ velo por maestro indiscutible y deja así a la~ claras la influencia que éste ejerciera sobre el Canciller. A Maquiavelo debía éste, por ejemplo, su convicción en la necesidad de separar la filosofía moral y el conocimiento civil (la política), entendiendo, por lo demás, que· ni en uno ni en otro ámbito deberían mezclarse consideraciones reli- Introducción 11 giosas. En partieular, Maquiavelo le parece digno de elogio por ha ber procedido al estudio de lo que los hombres realmente hacen y no de lo que se supone que deberían hacer (véase El avance del saber, II, xxi, 9). De este modo, mantendrá Bacon, nada hay más genuinamente político que hacer que las ruedas de nuestra mente giren al compás de las ruedas de la fortuna: así lo habían hecho mu chos, aunque el conocimiento civil hubiese preferido ignorarlo hasta entonces, y así, desde luego, procedería Lord Verulam. Pero el éxito de éste en su carrera política (la caída fue dura, pero efímera, y las generaciones venideras no tardaron en olvidar el desliz) no se vio correspondido por respaldo alguno para sus ambiciosos planes de reforma intelectual, y por ello su testamento filosófico, La nueva Atlántida, puede muy bien ser leído -con Michele Le Doeuff como el desesperado mensaje que un náufrago sempiterno («a sorry book-maker'f>, se autodescribiría Bacon en un momento de debilidad) lanzara al mar en pos de· un desconocido· destinatario. Antes, sin em bargo, habían sido muchos los intentos y El avance del saber es pre cisamente uno de los más conocidos. Ya en 1592 Bacon se había dirigido a su tío, Lord Burghley, ro gándole que se valiera de su influencia para procurarle un puesto im- . portante desde el cual pudiera llevar a cabo sus planes tendentes a la promoción del conocimiento, toda vez que -decía- había hecho de la totalidad del saber su provincia. La nula repercusión de sus propuestas, lejos de desanimarle, hizo que sus escritos se multiplica ran y ensayara las más diversas estrategias. Ese mismo año, en un breve Elogio del saber compuesto para uno de los devices repre sentados en honor de la reina Isabel, había ensalzado el conocimien to («un hombre no es sino lo que conoce'f>, escribió) y había cifrado en éste la clave para recuperar el dominio sobre la naturaleza que el hombre había perdido al pecar en el Paraíso: ésta y no otra sería la gran restaµración por la que trabajó toda su vida y que habría de dar .título a su obra más famosa. En el Elogio, Bacon propugnaba asimismo -no muy lejos de los planteamientos de la corriente her mética todavía en boga- un «matrimonio entre la mente del hom bre y la naturaleza de las cosas'f>, que ciertamente se situaba en las antípodas del saber libresco de la tradición peripatética. Ya los pri meros biógrafos del Canciller se cuidaron de subrayar la temprana insatisfacción de Bacon ante el pensamiento de Aristóteles, no sólo erróneo, sino moralmente reprobable por haber conducido a los hombres de la ignorancia al -todavía ·más grave-- prejuicio y ha ber convertido a la filosofía en un mero «intercambio de ladridos». La crítica al Estagirita, pero también a la plana mayor de los filóso fos antiguos y modernos (e incluso a los alquimistas) será desde ese 12 Alberto Elena momento un motivo recurrente en las obras de Bacon, a modo de contrapartida o pars destruens de sus propuestas reformistas. . La obra de juventud de Francis Bacon (esto es, la que alcanza poco más o menos hasta La sabiduría de los antiguos de 1609) no es reductible, sin embargo, a este único tema; muy por el contrario, la larga docena de opúsculos inéditos, y aun inacabados, compuestos durante este período resumen cabalmente las inquietudes filosóficas de Lord Verulam y constituyen auténticos borradores de La gran restauraci6n (que con frecuencia reproduce literalmente pasajes de éstos). A beneficio de inventario, la producción filosófica de Bacon entre la primera edición de sus Ensayos ( 1597) y La sabiduría Je los antiguos (1609) incluye, entre otros, Temporis partus masculus y Valerius terminus (textos ambos anteriores a 1603), De interpreta tione naturae proemium (1603), Cogitationes Je rerum nat11- ra (1604), Cogitationes de scientia humana (1605), O/ the Proficience and Advancement of Learning (1605) -cuya versión castellana aquí se presenta-, Cogitata et visa (1607), Filum labyrinthi (c. 1607) y Redargutio philosophiarum (1608), si bien sus dos importantes opús culos sobre cuestiones cosmológicas, T hema coeli y Descriptio globi intellectualis, terminados en torno a 1612, pudieron sin duda haber se gestado durante este período y como pertenecientes al mismo.han de ser estudiados. En todas estas obras, salvo quizás con la relativa excepción de las dos últimas, Bacon se debate en pos de un estilo y un vehículo literario idóneos para presentar sus ideas al gran público: monólogos dramatizados coexisten con más asépticas expo siciones en tercera persona, textos en latín con otros en inglés; inclu so Bacon duda en algún momento acerca de la conveniencia de ser virse de un seudónimo ... Sin embargo, se inclina finalmente por una solución convencional, como es la representada por El avance del saber -un tratado sistemático en inglés-, la única de todas estas obras que vio la luz en vida del autor. El avance del saber se publicó, en efecto, en octubre de 1605 en Londres y constaba de dos libros de muy desigual extensión. El se gundo y más largo constituirá precisamente la base del De dignitate et augmentis scientiarum (1623), una nueva versión de la obra -esta vez en latín, buscando así una difusión más amplia en el continente («those modern languages are the bankrupt of the book», se lamen tará Bacon)-, pero en absoluto una simple traducción, por más que a veces así lo hayan afirmado comentaristas poco escrupulosos. No es ocasión ésta para estudiar las diferencias entre una y otra obra, pero sí parecería conveniente, en cambio, atender -siquiera suma riamente-- a la estructura y contenido de El avance del saber. Mientras que en el libro primero Bacon ofrece una farragosa argumen- Introducci6n 13 taci6n en pro de la excelencia del conocimiento y una pormenorizada respuesta a las objeciones habitualmente formuladas a la búsqueda de éste, en el segundo se ocupa de los obstáculos hasta entonces interpuestos a su avance y presenta con gran detalle una clasificación de las ciencias que habría de reaparecer en otros muchos textos del Canciller: de acuerdo con ésta todo el saber humano podría dividirse en . historia (natural, civil, eclesiástica y literaria), que corresponde a la facultad de la memoria, poesía (narrativa, representativa y alu siva o parabólica), que corresponde a la imaginación, y filosofía (di vina, natural y humana), que corresponde a la razón. (La teología, fundada únicamente en la palabra y el oráculo de Dios, y no en la luz de la naturaleza, escaparía a esta clasificación.) cDe hacer libros nunca se acaba, y la mucha lectura desgasta el cuerpo> (Bel., XII, 2): ésa es la actitud que, a juicio de Bacon, con viene evitar por encima de todo. De hecho, subraya, las épocas de mayor esplendor de la historia de la humanidad han coincidido inva riablemente. con el gobierno de príncipes doctos e ilustrados (El avance del saber, I, vil, .3). Pero se ha tratado siempre de iniciativas aisladas y carentes .de .toda continuidad: nada se ha hecho para 1 promover una auténtica reforma del saber que permita finalmente inaugurar una nueva edad de oro. Tal tarea, Bacon insistirá hasta la saciedad, no puede concebirse sino como una verdadera opera basílica, una empresa regia por encima de cualquier clase de inicia tivas privadas. Por ello él mismo, lamentando el forzado aislamien to en el que se veía obligado a realizar su labor, aspiraba a que se le confiara la dirección de alguna importante institución educativa (y en su diario de 1608, tratando de concretar, llega a barajar algu nos nombres), para desde ella impulsar el avance del conocimiento y progresivamente poner fin al anquilosamiento de tales centros tra dicionales del saber. Bacon, pues, se presenta a sí mismo como un filántropo y asegura no tener otro empeño que servir a la huma nidad. La gi:an reforma del saber habría de propiciar la restauración del dominio del hombre sobre la naturaleza y, con ello, un bienestar material hasta entonces desconocido y con el que se atreve a soñar en La nueva Atlántida. Precisamente son los frutos, las obras, los resultados prácticos, los mejores signa o indicios de la bondad de una determinada filosofía: a los experimenta lt;cifera conducentes a la interpretación de la naturaleza o conocimiento de las leyes de ésta han de acompañar también otros experimenta fructifera que arrojen importantes ventajas prácticas (El avance del saber, II, viii, 3 y 5). Los recientes descubrimientos geográficos, la orgullosa afir mación de un plus ultra en el globo terráqueo, presagian para Bacon avances en el conocimiento -el globo intelectual, como él lo deno-

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