Pern era un planeta bello, lo bastante parecido a la Tierra para poder sentirse como en casa, que aún no había sufrido el deterioro que el desarrollo industrial y las guerras interestelares causaban en otros planetas de sus características. Los colonos que llegaron a él, en número de varios miles, intentaron mantener esa situación. Escogieron las tierra según sus derechos y se establecieron para edificar un paraíso agrícola de baja tecnología, en el mundo que los había enamorado a primera vista. Pero ocurrió algo imprevisto: empezaron a llover esporas mortíferas con forma de cintas plateadas, que devoraban todo lo que se ponía su alcance. El agua y el fuego destruían a las Hebras, que fue el nombre que les aplicaron, pero los colonos carecían de los medios necesarios para oponerse con eficacia a sus constantes ataques y, según las previsiones de sus científicos, esa situación duraría cincuenta años. Tenían que encontrar una solución que les permitiera sobrevivir.